lunes, 30 de marzo de 2015

[‪#‎INFOTURISTICA‬] Escapada: Pensar en Azul

Azul está teñida por un halo especial. Tiene en su nombre la intensidad del cielo, la profundidad del mar, y la referencia del arroyo Callvú Leovú, el nombre con el que los habitantes originarios llamaban al principal curso de agua, y cuya traducción al español da por resultado el nombre de la localidad.
Como un zafiro reluciente en la inmensidad pampeana, Azul se destaca entre tanto verde. A 300 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, en el centro geográfico de la provincia, su brillo es un imán que atrae con su promesa de descanso y tranquilidad.
El ritmo de la vida está marcado por el predominio de actividades agrícola-ganaderas. Los campos que se extienden más allá del casco urbano, pueblan las tierras de cultivos de cereales, y verduras. y también de vacas, ovejas, caballos y animales de granja.
Fundada en 1832 por Pedro Burgos, en el mismo lugar que en la actualidad ocupa la Plaza San Martín, la historia de Azul comienza a desplegar su magia. Alrededor de la plaza principal se ubican el edificio de la Municipalidad (construido en 1886), el Teatro Español y la Catedral de Nuestra Señora del Rosario. El conjunto forma parte del preciado patrimonio de la ciudad.
El Teatro, fundado en 1897, está considerado Monumento Histórico de la Provincia de Buenos Aires. Permaneció cerrado entre 1976 y 1992, para luego ser reabierto y volver a ocupar un lugar destacado en la escena teatral azuleña. La Iglesia, de estilo gótico, es imponente. Data de principios de siglo XX. En su interior alberga vitrales traídos de Francia y la imagen de fines del siglo XIX de Nuestra Señora del Rosario, originaria de Italia.
La Plaza San Martín, es obra del arquitecto Francisco Salamone. quien realizó numerosas obras en toda la provincia entre 1936 y 1939 por encargo del entonces gobernador de Buenos Aires, Manuel Fresco. Ese espacio público se caracteriza por tener en su composición un juego de simetrías que combina líneas rectas y curvas. Las baldosas tienen una tonalidad que mezcla el blanco, gris y negro dando sensación de movimiento al suelo. Los bancos como las farolas y los maceteros con forma de copa enormes, son parte de ese juego geométrico. En el medio, la figura de San Martín, es la reproducción del monumento construido en Francia en el centenario del fallecimiento del prócer. Los espacios verdes, están cubiertos por rosales, y árboles entre los que se destacan las coníferas.
Algunas otras obras de este arquitecto que pueden visitarse en Azul son el Cristo que está en la entrada de la ciudad, sobre la Ruta Nacional 3, el matadero y el cementerio.
Desde 2007 Azul está considerada por la UNESCO como Ciudad Cervantina de Argentina. Es una de las pocas ciudades en el mundo que ostentan esa distinción. El honor se debe a la colección de obras del Quijote que tenía en su poder Bartolomé Ronco, un vecino de la ciudad, cuya patrimonio fue donado a la biblioteca. Esa distinción promueve que cada año se celebre en Azul el Festival Cervantino. También a causa de ello se encuentran frente al paseo costero, las esculturas realizadas en chatarra por el artista Carlos Regazzoni, del Quijote, Sancho Panza, Rocinante, el galgo corredor y Dulcinea.  
El Paseo Costero que bordea el arroyo Azul es un espacio destinado a la práctica de deportes y actividades al aire libre. Siguiendo ese trazado, se llega al Parque Domingo Faustino Sarmiento. El espacio recreativo fue diseñado por el paisajista Carlos Thays (el mismo que diseñó algunos de los principales espacios verdes de Buenos Aires, como el Parque 3 de Febrero y el Pereyra Iraola). Son 22 hectáreas de puro verde con casi 250 especies de árboles y arbustos que le dan al lugar una atmósfera especial. Entre la vegetación se descubren algunas esculturas. Es un lugar ideal para el sosiego, pero también para caminar y hacer ejercicios. En su entrada principal, se ubica otra de las obras del arquitecto Salamone.
El Balneario Almirante Brown es en verano el eje de concentración de turistas y locales. El cauce del arroyo Azul se convierte en una pileta natural. Hay una oficina de informes turísticos, restaurantes y bares y un extenso espacio de recreación. Un poco más allá, el camping municipal da la bienvenida con todos los servicios a quienes deseen acampar.
A 40 kilómetros de la ciudad se puede disfrutar de un paisaje serrano. Las sierras forman parte del sistema orográfico más antiguo del planeta. Boca de las Sierras es un parador turístico donde se pueden realizar caminatas, cicloturismo, rappel y tirolesa. En las cercanías de este espacio de contacto con la naturaleza, se encuentra el Monasterio Trapense, un convento de estilo medieval que atrae la atención de los turistas. Allí realizan retiros espirituales algunas personalidades destacadas del país. Hay que destacar que si no se cuenta con vehículo, a estos lugares se llega sólo mediante excursión ya que no hay servicios de transporte público que permitan conocer el lugar por cuenta propia.
Recorrer la ciudad en bicicleta es una excelente opción para unir los distintos atractivos turísticos.
En la Oficina de Turismo que se encuentra en la Terminal de Ómnibus se realiza alquiler de bicicletas a un precio muy accesible. Una oferta demasiado tentadora para dejarla pasar.
Azul es un lugar especial para descansar, para reencontrarse con la dinámica pueblerina, para dejarse atrapar por la mística de los edificios más antiguos que cuentan un poco de la idiosincrasia de la ciudad y sus gente. Algunos autos cuyos modelos ya no se ven circular por la gran ciudad forman parte de un paisaje que sorprende. Azul cuenta servicios de alojamiento para todo perfil de viajeros, una variada oferta gastronómica y agencias de turismo para realizar excursiones. No hay excusas para no contarla como opción para la escapada del fin de semana. Azul es el color del cielo, y también del mar. Pero también es la tonalidad que adoptan el relax, la historia, la arquitectura y las actividades al aire libre. Todo se tiñe con una tonalidad que se vive con intensidad.




domingo, 29 de marzo de 2015

[‪#‎BIBLIOTECAVIAJERA‬] Un viajero curioso. Relatos alrededor del mundo.

Esteban Mazzoncini se define como un viajero curioso.  Esa curiosidad que lo caracteriza lo llevó a recorrer muchos lugares del mundo (por estos días, incluso, anda desparramando su curiosidad por el Sudeste Asiático). Además de viajero insaciable, Esteban es fotógrafo profesional. Eso le permitió actuar como reportero en medios gráficos. Su libro, Un viajero curioso, es una selección y resumen de años de viajar por todo el mundo.
Afganistán es uno de los destinos que le generó más interés. Hacia allí viajó con su mochila, a pesar de los comentarios desalentadores que recibía. Un país considerado peligroso, con guerras que marcaron su rutina, y regado de minas, ciertamente desalentaría a cualquiera. Se suma a eso, que el viaje se realizó en invierno, con temperaturas varios grados bajo cero, Durante la estadía de casi un mes, la mayor dificultad que tuvo que soportar el viajero fue la de superar la barrera del idioma. Su visita a un orfanato y las horas compartidas con los niños, son momentos de gran emoción. Además de visitar ONGs, compartió con la población local algunas de sus vivencias.
Recorrió los templos de China, visitó su Gran Muralla, las Grutas de Yungang, el Monasterio Colgante. el Leshan Park donde está la imagen más grande de Buda, y donde protagonizó las fotos de muchos turistas, "robándole cartel" a la admirada figura.
Vietman entró en su universo de posibilidades cuando una imagen del Delta del Río Mekong lo atrapó. El itinerario lo llevó a recorrer Saigón, varios pueblos alrededor del Delta, participar del año nuevo lunar y navegar por la Bahía de Halong.
Viajó a Siria, Irán, Irak y Líbano. En América Latina conoció Haití, Cuba, Ecuador -además de Argentina-, y Tanzania, Uganda y Marruecos en África. Parte de esas experiencias es lo que relata en su libro. En ese anecdotario, Esteban cuenta cómo su interés por conocer a beduinos, lo llevó a internarse en medio de la nada en pleno desierto y entablar relación con una tribu en Siria. En Irán no sólo conoció un lugar tan increíble como Persépolis, sino también y principalmente la hospitalidad de su gente. En Líbano, llegó hasta la conflictiva zona fronteriza con Israel.
El relato de lo vivido en Haití es impresionante. Se trata de un país sumamente castigado, por desastres naturales y de los otros. Es imposible no sensibilizarse con la narración de su paso por un orfanato, el rato compartido con los más pequeños, la recorrida por sitios donde las huellas de destrucción provocada por el terremoto de 2010 son contundentes.  Uno de los puntos más significativos del andar de Esteban, quien además de fotógrafo y viajero curioso, es profesor de educación física, es el vínculo que establece con los niños a partir de los juegos y las alegrías que logra dibujar en sus rostros con sólo un puñado de globos y mucho de imaginación.
En África se convierte en recolector de algas, y en pescador, se interna en la intimidad de una familia masai y comparte sus andanzas con los chicos en una escuela y hasta contrae malaria en Uganda.
A través de 400.500 kilómetros recorridos, Esteban Mazzoncini llenó con sellos varios pasaportes. Viajó en avión y se desplazó por los destinos haciendo autostop, en bus y taxis. En sus paseos no faltaron bicicletas, motos y embarcaciones. Un viajero curioso es apenas una selección de sus viajes, cuyo principal aporte es ofrecer una mirada sobre lugares que no suelen estar entre los seleccionados por los turistas y tienen fama de peligrosos. A través de sus historias, este viajero pone en primer plano la solidaridad de la gente, su generosidad, su amabilidad y permite empezar a correr el telón de los prejuicios y conocer un poco más de la realidad de estos destinos y su gente.
Para obtener el libro, se puede visitar el blog Un viajero curioso.
¿Leíste el libro? Dejanos tu comentario.


sábado, 28 de marzo de 2015

[#INFOUTIL] Diez consejos para viajar en bus

En una época de muchos feriados, no está mal repasar algunos aspectos importantes al momento de decidir hacer un viaje en bus. 
#1. La fecha del viaje es fundamental. Si se puede, evitar viajar el viernes a última hora, o al inicio de los feriados. Son días en que todos quieren viajar, y el tráfico puede afectar al tiempo en destino así como crispar los nervios al regreso, tirando por la borda el descanso que fuimos a buscar. Siempre conviene anticipar el viaje. 
#2. Compra del pasaje. Una vez decidido el viaje, hay que saber que la opción de comprar los pasajes a través de plataformas de venta online es un recurso práctico que permite ver de una vez todas las empresas con los horarios disponibles para el destino que estamos buscando. La compra de los pasajes se realiza con tarjeta de crédito y el sistema envía a la dirección de correo electrónico el pasaje listo para imprimir. La operación suele tener un cargo por utilización del servicio. 
Otra alternativa es entrar en las páginas de las propias empresas de buses, que a veces suelen tener promociones que no figuran en las plataformas integradas de venta de pasajes. Una práctica que puede resultar es buscar en las páginas de ventas y luego revisar en las empresas que nos interesen. La promociones pueden ser con algunas tarjetas de crédito, en cuotas sin interés, o a veces beneficios para sus pasajeros frecuentes. Algunas no cobran cargo extra por utilización del servicio. Si de ahorrar se trata, por qué no agotar las posibilidades?
#3. La elección del horario, por supuesto, no es un dato menor. Los horarios clave, son los vespertinos ya que muchos los eligen para viajar después del trabajo. También tiene relación con el horario en el que se desee llegar, y la cantidad de horas que demora el viaje. Se pueden conseguir pasajes más económicos cuando los micros recorren más poblaciones, hacen más paradas y por ende, tardan más tiempo. Pero esta situación que supone un análisis de costo-beneficio, también es una opción que se puede aprovechar bien cuando se trata de un viaje corto que conviene prolongar a los fines de ahorrar una noche de alojamiento. En los viajes extensos, pasar la noche en el micro hace que el viaje no se perciba como tan largo. 

#4. Otro punto a tener en cuenta es la elección de la butaca. Los asientos más requeridos suelen ser los que están pegados a la máquina de café. Tienen más espacio para estirar las piernas y mayor campo visual. Los asientos de adelante como las ventanillas se aprovechan de día, de noche no tiene mucho caso y suelen ser incómodos si se quiere ir al baño o los espacios entre los asientos son reducidos e impiden estirar bien las piernas. Para esos casos, el pasillo es ideal. Los que se ubican en el piso superior, adelante de todo, tienen una buena vista, pero si hay mucho sol no se disfrutan. Siempre es importante colocarse el cinturón de seguridad.
Si se viaja solo, definitivamente elegir asientos individuales. Es más cómodo y a la vez, evita la incomodidad de lidiar con el sueño de otros. 
Al comprar el pasaje a través de la web, el sistema muestra un gráfico del micro con la disposición de asientos, escalera, sanitarios y la ubicación de las pantallas de televisor. Si llegan a pasar alguna película, el parlante y la luz de la pantalla pueden resultar molestos cuando se prefiere dormir, por lo cual se aconseja tener en cuenta el detalle antes de darle click al número de asiento elegido. Una aclaración importante, es que puede que la ubicación elegida no se corresponda con el micro real, no siempre sucede, pero que pasa, pasa. 
#5. Si se viaja de noche, nunca olvidar auriculares. Son una buena defensa contra los ronquidos. Si no te gusta escuchar música, el consejo es viajar cansado. Dormir pocas horas la noche anterior ayuda a caer desmayado sobre la butaca y sobrellevar el viaje más fácilmente.
#6. Siempre llevar agua, caramelos o una pequeña vianda para amenizar el viaje. Algunas empresas entregan un pequeño refrigerio, pero es algo que cada vez se ofrece menos. No es aconsejable consumir el café o jugo del micro, a menos que sea un servicio ejecutivo en el que el auxiliar de abordo prepara y sirve el café fresco. No siempre las expendedoras de café están en condiciones óptimas de limpieza, y nadie querrá llevarse una sorpresa, y menos si tiene patas. A veces los micros permiten bajar en las paradas y se puede aprovechar para hacer alguna compra o estirar las piernas. Pero no hay que poner las expectativas en eso, puesto que no siempre lo permiten. 
#7. No olvidar llevar un kit con los elementos básicos de higiene. En ocasiones los baños de los buses están cuidados y buenas condiciones, pero si eso no sucede, o faltan algunos elementos, es mejor evitarse el inconveniente. Hay pasajeros que prefieren usar los baños de las terminales. Si se decide por esta opción en una parada intermedia, es recomendable avisarle al personal del micro, o a algún otro pasajero (si se viaja solo), por las dudas que el micro se ponga en marcha, sin hacer el recuento de los pasajeros.
#8. Un abrigo a mano nunca está de más. El frío del aire acondicionado puede hacer que el viaje sea demasiado tedioso. En el caso contrario, en invierno es conveniente llevar una prenda liviana debajo del abrigo para que el viaje no se transforme en un infierno.
#9. Vestimenta. Elegir ropa cómoda para viajar, sobre todo si se trata de un trayecto de muchas horas. 
#10. Revisar el pasaje. Siempre, siempre, siempre, revisar bien el horario, la empresa, la plataforma y el punto de salida de los micros. Puede ocurrir que el micro no salga de la terminal, o pase por una ruta alternativa sin entrar a la terminal de la ciudad.  Para evitar tener que tomar un taxi de urgencia, rogando que el micro se hubiera demorado para poder alcanzarlo, es fundamental este dato. Nada peor que quedarse en la terminal esperando el micro y que el micro haya continuado viaje sin enterarnos de que su punto de arribo y partida estaba en otro lado.
Hay distintos factores que afectan a la experiencia de viaje. Prestarle atención a estos puntos ayuda a controlar todo aquello controlable y a hacer que el viaje siga siendo un placer que nos suele suceder.  
  



martes, 24 de marzo de 2015

[‪#‎INFOTURISTICA‬] Junín de los Andes, combo patagónico de naturaleza y cultura

No tiene los brillos de otras localidades neuquinas, pero tiene algunos méritos que la hacen destacable. Junín de los Andes, como si fuera una niña tímida, permaneció durante mucho tiempo relegada frente a otros destinos turísticos. Sin embargo, tiene una serie de ases escondidos en la manga que le permiten salir de las sombras y empezar a mostrar sus bondades al turismo.
Para empezar, hay que decir que es la ciudad más antigua de Neuquén, cuyo primer asentamiento data de 1883, y que esos rasgos se perciben en la fisonomía de sus construcciones. Casitas pequeñas que se expanden más allá del casco céntrico y se pierden entre los cerros.
Está ubicada a 380 kilómetros de la capital provincial, en el circuito de la mítica Ruta Nacional 40, y en la puerta de acceso al Parque Nacional Lanín. También integra el Corredor de los Lagos de la que forman parte localidades como Villa Pehuenia-Moquehue, Aluminé, Piedra del Águila, San Martín de los Andes, Villa Traful y Villa La Angostura.
Su fuerte se podría decir que comenzó siendo la pesca. Es una de las principales actividades turísticas y no en vano es considerada la Capital Nacional de la Trucha y parte de ese reconocimiento se percibe en sus calles donde hasta los carteles indicadores señalan el nombre de las arterias en letreros con forma de pescados. Pero el ámbito propicio para rendirle tributo a esta actividad son los cursos de agua, que los hay y variados. Los ríos Malleo, Curruhué y Chimehuin, y los lagos Huechulafquen, Epulafquen, Paimún, Tromen, Curruhué Chico y Grande y la Laguna Verde.
Es una población pequeña y tranquila. Alrededor de la plaza principal -que tiene variadas especies de árboles- se encuentran algunas instituciones tales como los bancos, la Oficina de Turismo, el Museo, el centro de artesanos y algunos locales comerciales que forman el eje de la vida social. Unas cuadras más allá se encuentran la Municipalidad y uno de los edificios más simbólicos de la ciudad, el Santuario Nuestra Señora de las Nieves y Beata Laura Vicuña.
El templo tiene la particularidad de representar en el diseño de su arquitectura la vinculación entre el simbolismo mapuche y las creencias de la religión católica. En esa mixtura, la imagen de la Virgen viste atuendo mapuche, y la Beata Laura Vicuña es también receptora de pedidos de milagros y agradecimientos. Su historia está presente en el acervo de la población con un arraigo tal que se advierte su presencia en colegios y acciones de ayuda al bienestar de la sociedad. El edificio tanto en sus paredes, pisos, atrio, puertas, está cubierto de simbolismos que resaltan el rasgo cultural del encuentro entre las creencias de los pobladores.Tanto el relato de cómo llegó a ser considerada beata como la presencia y significado de la simbología mapuche pueden escucharse de la palabra de los guías que acompañan en la visita al templo.
La costanera, a orillas del río Chimehuin, es un buen lugar para caminar, observar la avifauna o sentarse a contemplar el paisaje. Hacia el lado opuesto, unas cinco o seis cuadras más allá, una callé conduce al Paseo Via Christi, en el Cerro de la Cruz, al cual se accede previo pago de una entrada. Obra del arquitecto Alejandro Santana, el sendero autogestionado propone un recorrido de más de 2 kilómetros en los que se representa la vida de Jesucristo. Hay 22 estaciones en las cuales las figuras escultóricas de tamaño real llaman la atención por mezclar fragmentos bíblicos con rasgos mapuches y los símbolos pertenecientes a la cosmovisión de los pueblos originarios. Es un camino ascendente desde donde se obtiene también una linda vista de la ciudad.
Los principales puntos de interés turístico de Junín se pueden visitar en un día. Pero el entorno natural es ideal para realizar actividades de turismo aventura como cabalgatas, mountain bike, rafting, trekking o visitar las Termas de Lahuen Co, en el Parque Nacional Lanín.
Desde San Martín de los Andes, hay colectivos regulares que permiten la circulación frecuente entre ambas localidades. Para una estadía más prolongada, la oferta de cabañas, hoteles y campings abarca los distintos presupuestos y comodidades. Las opciones gastronómicas se inclinan por truchas y cordero patagónico.
Junín de los Andes tiene historia, tradición, una identidad cultural de fuertes lazos con las raíces originarias, y un paisaje patagónico diferente que encuentra su pico de máxima expresión en el Volcán Lanín. Instalada a la vera de la Ruta Nacional 40 y entremezclada con las poblaciones del circuito de los lagos, es una ciudad que atrapa con su pequeña timidez.
Si alguna vez estuviste en Junín de los Andes, te invito a compartir tu experiencia. Si no lo hiciste, es una buena razón para incluirla en tu itinerario.










    lunes, 23 de marzo de 2015

    [‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Cicloturismo: La Angostura - Lago Espejo

    Una de las actividades que más me ilusión me provoca, es la posibilidad de realizar el circuito de los Siete Lagos en bicicleta. Es un trayecto largo de 110 kilómetros, demasiado exigente para alguien que no tiene una rutina ciclística avanzada, ni mucho menos. Así que ese entusiasmo mutó en algo mucho más simple, pero no por eso nada despreciable.
    En la Oficina de Turismo me habían sugerido como opción, alquilar una bicicleta y realizar el trayecto Villa La Angostura - Lago Espejo. La idea era tentadora, porque más que una idea, era un desafío. De modo que me resolví a ponerme a prueba y caminé unos metros desde la Oficina para encontrarme con el local de alquiler de bicicletas. Una vez ahí acordé con el dueño del negocio, reunirme al otro día para retirar el vehículo de dos ruedas temprano. 
    La mañana había amanecido bastante fresca. Estaba nublado y como durante la noche había caído una leve nevada, el suelo estaba algo escarchado. Salí bastante temprano con la intención de aprovechar el día. Tuve que caminar apenas poco más de dos cuadras para encontrarme nuevamente en el local de alquiler de bicicletas. El hombre que me atendió me hizo un gráfico con el circuito que debía seguir, me recomendó ir por la ruta y luego volver por el llamado "camino viejo".Me dijo que era un lugar muy lindo, y que la ventaja era que tenía grandes trayectos en bajada que podía visitar y que había en el camino una laguna que llegaba a congelarse con el frío. Por ese entonces no sabía manejar muy bien los cambios, por lo cual también me dio algunos consejos, y me explicó que la idea era nunca bajarse de la bicicleta y pedalear a velocidad constante. Me entregó el casco y el papel con las indicaciones y su teléfono por si fuera necesario.
    Apenas al cruzar la calle se iniciaba un tramo de bicisenda que llegaba hasta el puente sobre el río Correntoso. Después había que circular por la ruta y seguir el camino hasta por fin llegar al Lago Espejo. El recorrido parecía simple. Pero me alcanzaron un par de pedaleadas para empezar a arrepentirme. Era la primera vez que iba a andar en bicicleta en una superficie que no fuera plana. El frío de la mañana, y un camino con subidas y bajadas hizo que enseguida empezara a flaquear en mi entusiasmo y a cuestionarme la genial idea que me había propuesto.
    A pocas cuadras de la bicicletería había un supermercado. Me costó llegar a él como si hubiera hecho diez veces más el trayecto recorrido. Compré agua mineral, una barra de cereal, unas galletitas y una fruta. Después descubriría que esas provisiones eran pocas.
    El frío es un factor muy desalentador, eso hay que saberlo. El otro aspecto que hace que el desaliento crezca es la irregularidad del terreno. En bajada ganaba metros pero tenía miedo en las curvas de tomar demasiada velocidad y encontrarme de pronto con un micro o camión. En las subidas se me iba la vida, y también me generaba un poco de vergüenza con los vehículos que pasaban. Intuía que sus ocupantes descubrirían que ya no tenía fuerzas para continuar. Pero el orgullo era más fuerte, y ya no podía regresar, derrotada, a devolver la bicicleta. Al mismo tiempo los pensamientos me torturaban buscando una razón para tener que meterme yo sola en esos aprietos. Intenté mantenerme en la bici, sin bajarme y utilizando los cambios. Pero me costaba mucho y no tenía fuerzas para pedalear en las subidas. Las fotos siempre eran la excusa para descansar. Lo malo era que estaba sacando más fotos de lo que estaba avanzando.
    Costó, pero finalmente llegué al cruce de rutas que luego me guiarían hasta el Lago Espejo. ¡Todo un logro! Sí, muy bien, había alcanzado la primera parte del trayecto. Vi el lago desde arriba, y después fui buscando la bajada para alcanzar la costa. Ese tramo en bajada parecía un margen para animarse a volar. Fui cauta y digamos que no volé, porque tenía miedo a una mala maniobra, pero sí pude sentir el impulso de la velocidad y animarme a llegar más rápido al lago. Dejé la bicicleta a un costado, y caminé por la costa del lago que estaba desierta. Me senté a observar el paisaje, mientras un gato salido no sé de dónde, de pronto se dio a la tarea de hacerme compañía. Al rato, vi como el cielo se nublaba y decidí regresar antes de que el cielo cumpliera con su amenaza de precipitaciones.
    Seguí las indicaciones y llegué casi sin problemas al acceso al camino viejo. El hombre me había dicho, "durante los primeros 800 metros me vas a odiar porque es todo subida, pero después vas a ver que todo es más fácil". Efectivamente lo odié. Los 800 metros me parecieron eternos. Interminables. Abrumadores. Imposibles. Pero estaba en un punto de no retorno. Bah, en realidad ya era el retorno y la única forma de volver, era seguir ese camino. Cuando por fin llegué al punto más alto, donde se suponía que tendría que poder aprovechar las bondades de la topografía, ya que comenzaba el terreno en bajada, lo que sucedió fue que encontré varios centímetros de nieve acumulada. Unos 30 centímetros de profunda blancura que hacían bien difícil mi regreso. Imposible andar en bicicleta sobre la nieve.
    La laguna efectivamente estaba escarchada. Había silencio, tranquilidad y un paisaje inamovible que parecía un descanso ideal para la agitación de un retorno que se presentaba difícil. Una vez más volví a preguntarme quién me había mandado a mi a emprender semejante empresa. Apenas esbozado este pensamiento noté que el aire se había vuelto más frío y el cielo más nublado. Instantes más tarde, débiles puntitos blancos, casi imperceptibles, comenzaron a caer del cielo. Estaba nevando, si es que se le podía llamar nieve a esa leve cantidad de puntitos blancos que se dispersaban por acá y por allá tan lentamente que podría haberlos confundido con una ilusión óptica. Empecé a apurarme porque no quería que me sorprendiera la oscuridad, y tampoco que el mal tiempo me impidiera regresar. Lo que siguió fue la sensación de estar caminando por un terreno interminable que no sabía si era o no el correcto. No tenía señal y no podía llamar al señor del alquiler de bicicletas para que me diera alguna orientación de dónde estaba. Era sólo yo, la bici a mi lado, los árboles, la nieve, y las huellas de algún vehículo que se había desplazado por allí previamente. Pero nadie más.
    Si hasta ahí la excursión había tenido su cuota de aventura y un cóctel de incertidumbres, pero con la sensación de haber logrado alcanzar la meta, el regreso no iba a ser menos desafiante. La nueva meta era llegar sana y salva al lugar donde inicié el recorrido. 
    En algún punto del retorno, la gruesa capa de nieve fue desapareciendo a medida que crecía el bosque que se prolongaba sobre el sendero. Fue cuando pude subir nuevamente a la bicicleta para avanzar un poco más rápido. Alcancé una velocidad increíble que me regaló una sensación indescriptible de libertad. Y me confirmó que querer es poder. 
    Estaba feliz con mi excursión autogestionada. Estaba superando los desafíos y eso me entusiasmaba. Pero si algo malo tenía que suceder, yo no lo iba a evitar. Y así fue como en una bajada empinada, la rueda delantera comió un desnivel del suelo, perdí el equilibrio y terminé con la bicicleta enredada entre mis piernas y encima mío. En el impacto había recibido un fuerte golpe en la cabeza contra una piedra. Fue una suerte que alquilaran la bicicleta con casco. Tardé varios segundos en reaccionar y encontrar la manera de levantarme. Me dolía todo. Por suerte -es una forma de decir- no había nadie.
    Lo malo fue que tampoco había nadie para socorrerme. Me levanté como pude. Me dolía la mano derecha, y la muñeca se me había hinchado inmediatamente, y tenía lastimadas las rodillas. Después, como pude, llegué hasta el puente que cruza el río Correntoso, y eso era una señal de que ya no faltaba tanto. Menos mal, porque mientras estaba concentrada en los dolores que sentía y en observar cómo se hinchaba mi mano, había comenzado a nevar con mucha intensidad. Por momentos me detenía debajo de algún árbol buscando refugio, pero luego, a medida que notaba que la cosa se iba poniendo peor, prioricé retornar, aún cuando tenía que hacerlo bajo la nevada.
    Cuando llegué al local de alquiler de bicicletas era prácticamente un muñeco de nieve. Las precipitaciones habían ido en aumento, y yo casi no podía ver a más de 2 metros de distancia. Pero llegué, cubierta de nieve, toda dolorida y muerta de frío. Le conté mi odisea al bicicletero, devolví el rodado y el casco, y me fui, con el cuerpo dolorido pero con el orgullo intacto. Finalmente era mi primera incursión en bicicleta en la Patagonia, y aunque había tenido una caída muy fuerte, había logrado el objetivo, llegué hasta el lago, volví por el viejo camino, y podía contarlo.  









    domingo, 22 de marzo de 2015

    [#BIBLIOTECAVIAJERA] Un viaje interior.

    La decisión de iniciar un viaje largo que lleve a recorrer el mundo comienza mucho antes de abordar el primer medio de transporte que haga realidad ese sueño. Ese proceso primero se manifiesta en una lucha interior con sensaciones, interrogantes, angustias, debates, hasta que finalmente llega la claridad.
    Una vez que el objetivo está claro, y que las ideas se comienzan a acomodar, las dudas que surgen son otras. Y casi como en un rompecabezas, hay que acomodar bien las piezas. Los condicionamientos sociales, familiares, los proyectos, expectativas, desafíos, el futuro. Todo parece estar puesto en juego frente a la posibilidad de levantar anclas e irse de viaje. En cada una de las etapas, antes, durante y después, el entorno parece poner en tela de juicio los propios deseos. Y es entonces donde cada uno tiene que poner en la balanza su propia credibilidad y jugarse por lo que sienta que es más importante para lograr su propia felicidad.
    Juan Caldaroni (Jota) y Daniela Elias en su primer libro, cuentan su experiencia de más de seis años de viaje por Oceanía y Asia, y allanan el camino para los que recién están empezando a darle forma a la idea de viajar largamente por donde sea que las rutas del mundo lo inviten a recorrerlo. Su relato abarca ese primer momento lleno de temores, hasta los pasos siguientes en los que hay que poner en marcha la idea, y lo que sigue después.
    El cambio en el estilo de vida es una decisión fuerte. Pero si hay una inquietud, la primera cuestión que surge, es ¿por qué no intentarlo? Si la vida es una sola, y la oportunidad es ahora, ¿por qué no arriesgarse? Si después no es lo esperado o las inquietudes cambian, siempre hay margen para tomar otro camino. Pero si, por el contrario, resulta que la decisión tomada estaba en congruencia con las expectativas, seguramente en el mismo camino se encontrarán las respuestas para superar los obstáculos y seguir en la ruta.
    Desde cómo dar el primer paso, con cuánto dinero contar, cómo generar ingresos,  qué alternativas de medios de transporte, alojamiento y comidas hay para mantenerse en viaje hasta qué llevar en la mochila, qué pasa con las enfermedades, la mujer y los viajes, la peligrosidad de ciertos lugares, los idiomas y la comunicación, son algunas de las temáticas abordadas por Jota y Dani.
    Preguntas recibidas una y otra vez, y respondidas otras tantas, son parte de la rutina de estos dos viajeros, que como muchos otros, están acostumbrados a que la curiosidad del resto siempre apunte a los mismos blancos. Volcar en un libro su experiencia, es quizá una manera de responder a todos esas preguntas, pero sobre todo, es la posibilidad de generar nuevas, de lograr contagiar a otros del virus del espíritu de la aventura para que los indecisos finalmente se animen, y aquellos que no lo habían pensado en que existen otras formas de vida, diferentes a las que impone la sociedad, empiecen a analizar la idea.
    La decisión de hacer un cambio que permita ser un poco más feliz, y disfrutar de la vida, es algo que hay que construir día a día. Esperar a que las condiciones ideales existan, es casi una utopía. Mientras tanto, el mundo está ahí, ansioso por ser recorrido. Y muchas de las cosas más valiosas de la vida, ni siquiera se pueden medir en un valor monetario como para reducir la existencia a un intercambio mercantil. Romper con los prejuicios, salir de la zona de confort, confiar en uno mismo, y arriesgarse, son algunos de los conceptos a los que estos viajeros hacen honor.
    En el viaje se aprende, se crece, se produce un intercambio cultural, se disfrutan bellos paisajes, hasta que se advierte que no sólo se trata de las postales que muestran los folletos turísticos, también hay otros lugares muy bellos pero que no son tan masivos, y está la contracara, lo que los folletos no muestran y que impactan profundamente o porque generan rechazo, o porque el entorno no es lo esperado. Es entonces cuando se aprende a ser tolerante, se adquieren otras visiones, se cambian las perspectivas e inevitablemente la persona cambia. El después del viaje no es menos conflictivo. Enfrentarse a ese shock que se produce al volver al lugar de origen, a la rutina, al reencuentro con los que se quedaron y descubrir las diferencias, también requiere de cierta aceptación y adaptación.
    Un viaje interior relata con profundidad un recorrido que lleva desde la inquietud primera hasta el desarrollo posterior, y la metamorfosis necesaria para seguir en el camino con un estilo de vida nómade sin morir en el intento.
    El libro se consigue sólo en formato digital y la modalidad para adquirirlo es "a donaciòn". El precio simbólico es de 10 dólares, una forma de que el dinero no sea una barrera para acceder a él, pero el esfuerzo, dedicación y el compilado de vivencias que contiene, hicieron difícil poder definir un precio que fuera justo. En ese sentido, es que prefirieron dejarlo a criterio de los interesados para que hagan su donación. Es un libro útil para todo aquel que esté pensando en iniciar su largo viaje y necesario para descubrir que otras formas de vida son posibles.
    Jota y Dani tienen su blog Marcando el polo donde además de leer sus crónicas, se puede adquirir el ejemplar del libro en formato digital. 


    sábado, 21 de marzo de 2015

    [#DIARIODEVIAJE] Cómo empecé a amar el otoño

    La primera vez que había tenido un encuentro cara a cara con la escenografía patagónica había sido en verano. Como si me estuviera dando un banquete feroz, recuerdo que devoré todas las postales que pude de aquel regalo de la naturaleza. Tanto me había costado llegar, que por las dudas, si no volvía nunca más, quería verlo todo. Las fotos mostraban hermosos lugares y una cara de destrucción imposible de disimular.
    Varios años después, cuando tuve oportunidad de regresar, la sorpresa fue todavía mayor. El otoño, siempre tuvo para mí un clima de nostalgia, cierta tristeza contenida en el ambiente, un manto ocre que todo lo cubre en ese espacio de transición.
    Aquellos días encontré un cielo celeste grisáceo, nubes densas, brisa suave y hojas de matices diversos que aportaban un colorido que realmente impactaba. Desde el rojo intenso hasta el amarillo ocre y el marrón oscuro. Los bosques de lengas que se prolongaban hasta bien alto en las laderas de los cerros parecían dispuestos a propósito por un pintor eximio. La paleta de colores era realmente maravillosa, y me sentí dentro de un cuadro o dentro de una película fantástica.
    Bariloche, San Martín de los Andes, Villa La Angostura, Esquel, se revelaron todos como verdaderas obras de arte. 
    Por la mañana y hacia el atardecer el frío se hacía notar, pero gran parte del día se podía disfrutar de un mix entre un sol que acariciaba las mejillas con su tibieza, y corría un poco el rosado instalado en la cara por el frío, y la brisa fresca que arrastraba los pensamientos hacia ese territorio donde la melancolía era protagonista. El ser humano percibe su verdadera simpleza y pequeñez frente a un marco imponente que pone en jaque todos los valores. Finalmente, la existencia es demasiado pequeña y la felicidad se encuentra en actos tan minúsculos como la contemplación de mágicas creaciones de la naturaleza.
    La ruta que une San Carlos de Bariloche con San Martín de los Andes, a través del camino de los Siete Lagos, fue realmente una experiencia religiosa. El horizonte encontraba la conjugación de sus pócimas mágicas en cadenas de cerros que se prolongaban más allá, cubiertas sus laderas de rojos intensos, algún que otro verde, anaranjado, amarillo, marrón, y más allá un poco de violáceo. Un arcoiris cuyo tesoro estaba a la vista. Los lagos Nahuel Huapi, Espejo, Correntoso, Escondido, Villarino, Falkner, Machónico, Lácar. Todos aportando su singular belleza a un paisaje que lo tenía todo. Todos dignos de arrancar signos de exclamación. Lo mismo que el circuito que recorre el trayecto hacia el Cerro Tronador. La vegetación boscosa, con sus especies perennes, mezcladas con el colorido de un follaje con fecha de vencimiento, hacía que dejar de tomar instantáneas fuera imposible. Todas fotos iguales a simple vista, pero novedosas a medida que se presentaban ante la vista. Desde lejos, ver aparecer el Cerro, con su manto de hielo cubriendo su cumbre, y luego percibir sus truenos de cerca, no puede ser mejor en otras épocas. O tal vez sí, pero en la estación en la que las hojas buscan su espacio de libertad desprendiéndose de los árboles, es perfecta. Y todavía me pareció más fantástico que la maravilla se repita cada año. La afirmación que dice que la naturaleza es sabia, no puede tener mayor contenido de verdad.
    Días más tarde, la secuencia se repetiría en Esquel. El frío tenía una presencia más constante, y muchos de los árboles ya habían perdido sus hojas. En el Parque Nacional Los Alerces, la pasividad reinaba por la falta de afluencia turística masiva. El paisaje era otro, pero el matiz sepia con el que todo lo tiñe el otoño, no dejaba de hacerse notar. 
    Otoño es época de temporada baja, y para el turismo tiene algunas ventajas, además de un singular colorido en su escenografía, precios más accesibles y todo el lugar casi en forma exclusiva para los pocos turistas que deambulan por ahí. Entre las contras está que justamente por la poca actividad turística, algunos servicios no están disponibles y es imposible realizar algunas excursiones o porque las agencias están cerradas, o porque hay lugares que es mejor visitar en otras fechas, o por el encarecimiento de las tarifas ya que los costos se reparten entre menos, y a veces porque no se llegan a cubrir los cupos.
    El caso en Esquel fue de una ciudad casi desierta de turistas, y la solución, buscar alternativas como contratar remises, usar el transporte público cuando hubiera posibilidad y disfrutar de las bondades así como estaban planteadas. Incluso, la sorpresa fue encontrar algo de nieve en el cerro La Hoya, y permitirse la licencia de disfrutar de esa blancura como lo hacen los niños.
    Desde entonces, siempre que puedo elijo el otoño para volver a encontrarme con la Patagonia. 
    Después de una primera impresión tan intensa. Después de sentirte envuelta, abrazada y acurrucada por un paisaje tan deslumbrante. Después de descubrir que la tibieza y la nostalgia también pueden estallar en colores y traducirse en una exaltación natural que te deja sin palabras, cómo no amar el otoño. Y cómo evitar querer volver, volver y volver.





    domingo, 15 de marzo de 2015

    [#BIBLIOTECAVIAJERA] Magia es viajar. Vivencias alrededor del mundo.

    Dino y Aldana son los autores de un libro que ya desde su nombre nos hechiza. Sí, el libro tiene nombre, no un título. Porque para ellos se trata de un hijo. Otro hijo, porque el primogénito se llama Tahiel, y es todavía un bebé (aunque ya tiene una columna en el blog Magia en el camino y un capítulo en el libro).
    Se lanzaron a la aventura de viajar cuando la rutina sobrepasó los límites de lo aceptable. Dino no aguantaba más y Aldana apuró la decisión. Hicieron los arreglos necesarios y meses más tarde ya estaban llevando un estilo de vida totalmente diferente, viajando por todo el mundo y llevando a donde fuesen su proyecto educativo mágico.
    Viajeros de bajo presupuesto, pero sobre todo apasionados por conocer otras culturas y tradiciones y generar un ida y vuelta. Aman el contacto con la gente, por eso viajan en transporte público o a dedo, se alojan en casas particulares mediante el sistema de couchsurfing y comen en puestos callejeros. Esto no impide que en ocasiones elijan otro tipo de alojamiento o sitios de restauración.
    Animarse fue la primera gran decisión que tuvieron que tomar. Después, todo se fue acomodando y como dicen ellos, nada sucede porque sí. El camino tiene magia y ellos estaban abiertos a descubrirla, aprender, maravillarse y generar nuevas cosas.
    Dino es mago. Sus shows de magia fueron una llave que les permitió abrir algunas puertas, facilitó otras y finalmente se convirtió en el leit motiv de sus vidas. Llevaron sus shows de magia a colegios, bares y eventos privados. En ocasiones intercambiaron shows por noches de alojamiento. Así fue como consiguieron recorrer Europa, Sudamérica, el Sudeste Asiático y África.
    Todas sus andanzas son las que relatan en Magia es Viajar, un libro de casi cuatrocientas páginas que no querés que se termine nunca. Alternativamente Aldana y Dino se turnan para contar sus vivencias. Las crónicas son todas muy interesantes. Quizá los escritos de Aldana sean más analíticos y reflexivos, mientras que los de Dino, son más llanos y por lo mismo, con algunas licencias humorísticas. Aldana tiene formación en periodismo, Dino en sistemas. Ese dato es el que más sorprende desde la redacción. Finalmente Dino termina haciendo magia también con las palabras, inesperadamente irrumpe con su relato y sorprende, como si se tratara de un ladrón que ingresa por la ventana.
    La dupla viajera, que se convirtió en un trío con la llegada de Tahiel, habla de sueños, de inspirar a otros, de compartir algo de lo que el camino les dio, de tener al final del día algo para recordar, de hacer lo que dicta el corazón, de atender a las señales que por algún motivo se presentan. Es un libro con mucha emoción.
    Las visitas a los campos de concentración en Polonia, o el Museo del Genocidio en Camboya, la celebración del cumpleaños de Dino en Rusia, la paz de los pueblos del Tíbet, las sonrisas de los niños en cada presentación, el asombro ante los pedidos de fotos y autógrafos, hasta llegar al colmo de la paciencia ante el atosigamiento de los comerciantes de servicios turísticos y la desesperación por abandonar la India, son solo algunos ejemplos. Amargarse con Aldana cuando no podía salir de Colombia y casi llegar a las lágrimas con el relato de Dino sobre el fin de año en Kuala Lumpur. O estallar de la risa con la charla del mago con Dios en un pueblo de África. Sí, los relatos transmiten muchas sensaciones. Los sentimientos más diversos se agitan a medida que se avanza en el recorrido de kilómetros y de países.
    Magia es Viajar es un libro que combina fórmulas cuyo resultado no puede ser otro que el encantamiento. No es un volumen de recetas secretas para sacar conejos de la galera o hacer trucos con un mazo de cartas. Todo lo contrario, es un cúmulo de anecdotarios, reflexiones, datos de interés y lecciones aprendidas a partir de sus experiencias que comparten deliberadamente para contagiar a otros a hacer aquello que los haga felices. Luego de conocer sus historias, todo parece posible. Y ciertamente lo es.
    Conseguí Magia es Viajar a través del blog o Facebook





    viernes, 13 de marzo de 2015

    [#DIARIODEVIAJE] Santiago, otra mirada.

    En un posteo anterior comenté algunas de las cosas que me llamaron la atención de Santiago. Pero con el suceder de los días, descubrí otros aspectos que me invitaron a la reflexión.
    Las miradas son tan diversas como las experiencias de cada uno. A veces, una ciudad puede representar un conjunto de experiencias positivas y en el recuerdo quedará como una linda ciudad, y a otra persona en el mismo sitio le puede parecer absolutamente lo contrario. A mí, Santiago me produce estar en alerta, abierta a sorprenderme sobre algo que resulte diferente.
    Así como me asombran los edificios vidriados, altos, modernos y los automóviles, la tecnología, la contaminación ambiental y otras cuestiones que ya he mencionado, también me sorprende la división existente en la capital chilena.
    Las condiciones de vida no son las mismas en todos lados. Eso es algo que por lo general suele suceder en muchos lugares, pero en Santiago la división parece ser tajante. Existe un sector elitista, que el común de la gente dirá que es "una zona fifí" y que no tiene nada que ver con otros sectores de la ciudad. Las indicaciones me dirán que en general se puede circular sin problemas por la ciudad, pero que hay algunos lugares específicos que es mejor evitar. Si es en la zona de La Moneda, seguramente habrá más seguridad, pero antes de llegar a ella y después, hay zonas de riesgo.
    El Mercado Central, cuyo edificio fue inaugurado en 1872 y está declarados Monumento Histórico, es el lugar más recomendado para comer pescados y mariscos, pero por cuestiones de horario, no lo pude visitar. Los consejos decían, "si vas a ir a comer, andá temprano, después la zona se pone fea". Y decían, del Mercado para allá es una cosa, del Mercado para el otro lado del río, es otra cosa.

    En eso coincidía el taxista que me llevó hasta el centro. En el recorrido se observaban casas bajas, simples, de fachadas de diversos colores -algunas descascarada-, puertas y ventanas pequeñas y muchas rejas. La contraparte de los grandes edificios. Sin embargo, de ese contexto, lo que me llamó la atención fueron los locales de venta de sushi. En casi cualquier sitio puede uno encontrar locales de venta de suchi (como le llaman acá). Y eso es algo que también llama mi atención. El sushi no entra en mi dieta y creo que en mi imaginario quedó grabado como comida de gente adinerada, a pesar de que llegó a popularizarse tanto que su consumo es bien frecuente.
    Me habían hablado de una zona de sectores medios y otras a los que ni los carabineros pueden ingresar. "Te das cuenta cuando mirás el suelo. Normalmente está quemado. Eso es porque cuando hacen barricadas encienden fuegos con neumáticos y esas cosas". También me contaron que la gran presencia de inmigrantes es lo que genera más inseguridad. He ahí otro factor de diferenciación social. Por un lado, la propia diferencia entre los sectores "fifí", los sectores medios y aquellos a los que no se puede ingresar y por otro lado, la diferenciación entre los locales y los inmigrantes.Dicen que el gobierno implementó algunas medidas tendientes a fomentar la llegada de inmigrantes peruanos para que establecieran sus negocios en la ciudad y que por eso se encuentran tantos locales de comida peruana. Además de inmigrantes peruanos, mencionaron una gran cantidad de colombianos y haitianos. Mientras mi mirada se perdía en la observación de lo que pasaba más allá de la ventanilla, el taxista comentó: "por aquí había una zona que era como un patio de comidas donde había muchos locales de comida chilena. Ahora todos esos puestos están ocupados por inmigrantes. El gobierno les da mejores condiciones a los extranjeros que a los propios chilenos. Pero esta zona se pone fea ya desde el viernes porque como se acerca el fin de semana, empiezan a tomar y no miden, entonces se arman peleas, hay mucho lío".
    En ese momento pensé que en todos lados hay inmigrantes a quienes echarles la culpa de los males.
    En la estación del tren Mapocho, pensaba asistir a una muestra sobre la India, pero las personas a las que comenté mi intención, me dijeron que ni lo intentara. La zona de la vieja estación entra dentro de lo no deseado. La aclaración no se hace esperar. "Nunca pasó nada, pero para qué tentar. Sí, dicen que hay arrebatos, pero yo no he sabido de ningún caso concreto". No fui. Pero porque finalmente empecé a caminar hacia otra dirección. Quería ver el Palacio de la Moneda. Anduve por esa zona, le pregunté a un policía qué me recomendaba visitar, me sugirió el Paseo Ahumada, la peatonal que conecta la Alameda del Libertador con la Plaza de Armas. Cuando le dije que iba a ir unas cuadras más allá y después en todo caso volvía para visitar el Paseo, noté que intentaba disuadirme. "Pero el centro se termina acá nomás, ya después hay barrios, vaya para este otro lado". Fui unas cuadras, pasando la Torre Entel, la torre de comunicaciones de 127 metros de altura, construida en 1974, pero era cierto. No había mucho más.
    Anduve dando unas vueltas por ahí. La fisonomía de la zona me recordó por momentos a Constitución, Once. De alguna manera esos lugares de mucha circulación tienen una dinámica parecida. Y aunque podía sentir algo de desconfianza, lo cierto es que la zona me resultaba familiar. Me llamó la atención la presencia de muchos locales con vidrios polarizados de los cuales se escuchaba música, con luces de colores en la puerta, y alguna que otra chica ligera de ropas invitando a pasar. En muchos de ellos se veían carteles manuscritos en los que solicitaban empleadas para la barra. Recordé que el taxista, como otras personas me habían dicho lo mismo. "Aquí si uno quiere trabajar, trabajo hay. Quizá no son las condiciones que a uno le gustaría, pero que hay trabajo, hay. También tenemos seguridad, aunque hay zonas que hay que evitar". El taxista tenía una jornada de 15 horas por día, porque con menos no le alcanza. En cualquier empleo, la jornada normal es de 10 horas.
    El Paseo Bulnes me invitó a recorrerlo. Varias cuadras para caminar, en cada una, una fuente de agua. Algunos barcitos con mesas en la vereda. En uno de esos lugares, un hombre presentaba su show de canto a cambio de alguna propina. Mientras me alejaba me acompañaban las estrofas de "Algo contigo". Cuando pasé por el Paseo Tradicional del Libro Manuel Tobar Pérez, los puestos de venta ya estaban cerrando. La zona se ponía bastante oscura y no parecía un buen paseo para hacer en penumbras.
    En el Paseo Ahumada muchos negocios ya estaban cerrados, pero igualmente había mucha circulación de gente. Y muchos manteros. Los puestos vendían de todo, desde prendas de vestir, hasta cuadros, artesanías, CDs. En una esquina se acumuló mucha gente. Tres hombres agitaban a viva voz la venta de ropa. "Todo le sale mil, ahorre dinero chiquillo, toda ropa de marca, lleve, lleve". Y la gente llevaba. De a varias prendas. La forma de agitar parecía impulsar la venta. A cada grito, las personas sumaban prendas. La mayoría se iba con dos o tres prendas.
    También había varios grupos de persona en torno de una mesa donde un hombre hacía el truco de esconder un objeto debajo de un cubilete y mezclarlo con otros dos similares, moverlos rápidamente a ver quién adivinaba dónde estaba. Nadie nunca adivina. También había pastores solitarios orando frente al micrófono, y grupos de cantores. Algunos puestos de venta de papas fritas, elaboradas ahí mismo, y de mote con huesillo.
    La Plaza de Armas, en la que derivé al final del Paseo Ahumada, también tenía mucho movimiento. Algún espectáculo callejero, muchos vendedores ambulantes. Los edificios emblemáticos ya estaban cerrados. La Catedral tenía su fachada en refacción, así que era poco lo que podía observarse.
    Otra de las cuestiones que me llamó la atención de Santiago es la frecuencia con las que encontré comentarios a favor de la dictadura. Inevitable pensar en lo mal que los gobiernos totalitarios le hacen a las sociedades, pero que aún así, hay gente que continúa prefiriéndolas. El mismo Río Mapocho, que es casi un símbolo de Santiago, vio sus aguas teñidas por las consecuencias de la dictadura y es testigo de la profunda división social resultante.
    La posibilidad de contar con una educación gratuita es toda una bendición. Estudiar en Chile es muy caro. Es cierto que la calidad de la educación es materia de cada vez mayor preocupación en Argentina, pero tener la posibilidad de acceder a un título universitario, no es poco. Más tarde, un chico de Haití me dirá que el nivel de vida en Santiago es caro, y que acceder a estudios universitarios es caro, pero la carrera que a él le interesa de Ingeniero Agrónomo en Chile es buena y que en Buenos Aires averiguó que la carrera no es tan buena y hay más inestabilidad e inseguridad.
    Otro detalle que no debería asombrarme, pero que me sucede, es que los autos le dan prioridad al peatón en las calles. Los lugareños están seguros de que los vehículos van a parar. A mí, sin embargo, me produce desconfianza, y suelo preferir esperar. Pero verdaderamente con regularidad, los autos dan prioridad de paso al peatón.
    En Santiago me siento un poco sorda. Me cuesta entender lo que me dicen. Y dudo en si estoy perdiendo la capacidad de escucha, o se habla muy bajo. Estaba en esa reflexión cuando advertí que la cadencia del habla hace que las palabras no tengan siempre la misma intensidad, así que por ese motivo, la mayoría de las veces sólo escucho una parte y el resto debo re preguntarlo. Ni hablar de los modismos locales. Entonces, es cuanto más advierten que no soy del lugar, y comienzan las preguntas de rigor, y la risa cómplice.
    Esta recorrida por otra zona de la ciudad, me dio una versión diferente de Santiago. Básicamente, encontré que aún cuando no todos tengan autos lujosos, en todos los comentarios que recibí, mencionaron que en términos generales como país se ven bien, que tienen trabajo, que hay seguridad. Que si no se mete uno en zonas deliberadamente peligrosas, se puede circular tranquilo. De camino al aeropuerto, algunas casas hacinadas y precarias son el símil de las villas miserias que tenemos en Buenos Aires. Otra postal de una misma ciudad.
    Esta fue otra mirada sobre Santiago, pero estoy segura que hay muchas otras más miradas posibles.
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    miércoles, 11 de marzo de 2015

    [#Diariodeviaje]Santiago, cuando el lujo es vulgaridad

    A primera vista lo que me sorprende de Santiago es el tránsito. Entre lo que más me asombra está el lujo de sus automóviles. Modelos modernos, cancheros. Uno más lindo que el otro. Marcas llamativas, caras.
    Los descapotables son los más atractivos. Inevitable pensar que en Buenos Aires casi no se puede circular con las ventanillas bajas. Tener un auto moderno es casi un pecado, ostentación. Una provocación. Sin embargo, en la capital chilena, casi todos los vehículos son modernos.
    Lo siguiente que me llama la atención es la cantidad de gente que circula en bicicleta. Muchos señores de traje, muchas señoras bien vestidas. Bicicletas en buen estado, y muchos de los ciclistas con casco circulando por bicisendas. Bicicletas, muchas de ellas de las que se retiran en una estación automática y se dejan en cualquiera de las estaciones que están en los parques.
    El famoso "taco", el embotellamiento, es realmente uno de los grandes problemas de transporte en la capital del otro lado de la Cordillera de los Andes. En las horas pico se forman largas filas de vehículos que apenas se mueven en las avenidas, autopistas y largos túneles que atraviesan la ciudad. Es casi imposible llegar puntual a algún sitio.
    Casualmente, por la mañana, en el noticiero trataban la problemática del tránsito en Santiago. El rsponsable del área de transporte explicaba que en la ciudad hay un gran número de vehículos y que se espera un crecimiento del parque automotor de un 3% más para el año siguiente y que en unos pocos años, el avance de la cantidad de autos en las calles va a hacer que el colapso sea aún mayor. Apelaba a la modalidad de transporte compartido, con el cual los automovilistas ya no viajen solos, sino que compartan con otros el transporte. Y sugirió otras alternativas como el transporte público o la bicicleta.

    Como parte del ordenamiento del tránsito, el ministro explicaba que la tendencia es a restringir en determinadas zonas el acceso al tránsito vehicular y que es necesario que se respeten los espacios destinados a cada medio de transporte. Los ciclistas se quejan de que automovilistas no respetan la bicisenda. Los choferes de colectivos se quejan de la falta de respeto de sus carriles exclusivos.
    La problemática del tránsito, no sólo repercute en las dificultades de circulación, y la accesibilidad a los lugares, si no también por el nivel de contaminación del ambiente. Esa es la siguiente cuestión que resulta llamativa a los ojos poco habituados a la dinámica de la ciudad chilena. Se observa a lo lejos la figura de los cerros como si se mostraran a través de una cortina compuesta de partículas en suspensión. Hay una tonalidad grisácea que lo cubre todo y altera las posibilidades de observar el horizonte con claridad. La escenografía permite confirmar que Santiago es una de las capitales más contaminadas del mundo.
    Oriente y poniente. Todo en Santiago parece estar dividido según sea hacia la Cordillera o hacia donde se esconde el sol. Según me explicó el taxista, esa es una forma muy habitual para orientarse, mirar hacia dónde se encuentran las montañas.
    Edificios vidriados, altos, modernos. La fisonomía que dibujan las torres que pueblan la ciudad remiten a una urbe dinámica, progresista. Y la construcción parece no detenerse. Abundan las grúas, indicio de la creación de nuevo edificios. En la mayoría de ellas se advierte la utilización de sistemas antisismicos.
    Grandes mall. Esa es otra de las características destacables. Las cadenas ocupan enormes superficies a pocos pasos unas de otras. Patios de comidas poblados por marcas extranjeras como Dunkin Donuts, Subway, KFC, Pizza Hut, Domino´s pizza, y muchos más.
    La sensación de seguridad es otra cuestión recurrente en Santiago. Es difícil encontrar algún lugareño que hable de inseguridad. Por lo general sucede todo lo contrario. Dicen que todo es muy tranquilo, que hay seguridad, y que nunca pasa nada. No podría afirmar que sea tanto así, pero sí es cierto que las personas parecen circular sin la paranoia a la que los porteños estamos habituados. Hacia el Centro, la presencia de los carabineros es mayor. En las zonas residenciales no se los observa tanto, pero se percibe a la gente circular con tranquilidad. Aún incluso cuando porten equipos electrónicos o celulares de última tecnología.
    Los lugareños destacan la estabilidad de su economía, y el casi pleno empleo del que gozan en la actualidad. Una anécdota vale como ejemplo. En Chile, los enchufes tiene tres patitas redondas paralelas, bien diferentes de los utilizados en Argentina. Necesitaba un adaptador y me sugirieron ir a una de esas grandes cadenas de artículos para el hogar, como Easy. Allí, en la sección de electricidad atendía una señora de más de cincuenta años. La mujer, caminaba con dificultad a causa de una renguera. Se desplazaba por el pasillo que tenía a su cargo, asesorando a todos los clientes que necesitaran de su apoyo. Es algo que me llamó la atención a nivel empleo porque no me tocó presenciar un caso similar en una gran tienda en Buenos Aires.  

    Otras cosas que me resultan bastante diferentes, es el tema del dinero. Muchos ceros y billetes realizados en material de plástico. El ejercicio de pensar cuánto cuesta en dólares, para después traducirlo a pesos argentinos me resulta difícil, pero con calculadora en mano, los precios de algunos productos me resultaron mucho más accesibles de los que tenemos en Argentina.

    Con el paso de los días, y siendo esta mi tercera vez en Santiago, de alguna manera me voy acostumbrando a circular sin temor por las calles, a que se me vayan los ojos detrás de algunos vehículos que nunca antes había visto, más que a través de la televisión. A la comida abundante en mariscos, la influencia gastronómica peruana, y a la comida rápida de las marcas que prácticamente no existen en Buenos Aires. Por supuesto, también me resigno al taco. No se trata de una oda a la capital chilena, si no de una serie de aspectos que despiertan curiosidad en contrapartida con la rutina porteña. ¿Cachay?

    Parque Arauco

    El rosedal chileno