domingo, 26 de julio de 2015

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Dos días en la vida... en Uruguay

El día se presentaba ventoso pero soleado. Era el presagio de una buena estadía que nos iba a regalar días de soledad, ideales para descansar, despejar la mente y dejar escapar los pensamientos en algún sitio lejos de la rutina habitual. Prácticamente una versión libre de Thelma & Louise: dos amigas, un auto, y dos días en la vida.
En nuestra versión, la osadía de rentar un auto y animarse a recorrer las rutas uruguayas, era el máximo de aventura. El itinerario, que se iniciaba en Punta del Este, nos llevaba como destino final a Punta del Diablo. Tremenda hazaña, podría pensarse, que empezó con algunos contratiempos. Una avenida en contramano y después de haber hecho algún tramo, detenernos en una estación de servicio para comprar yerba y cargar el termo con agua caliente. Al salir, un señor nos advierte que el vehículo hacía un ruido extraño. Nos ayudó a revisarlo. En realidad, lo revisó él porque ninguna de las dos tenía idea de qué había debajo del capot. De todos modos, miró un poco, analizó la cuestión y luego se dio por vencido. Avanzamos un trecho más y nos detuvimos en la Playa Montoya.
Esta playa, donde habitualmente se realizan eventos multitudinarios como campeonatos de voley, mundial de surf, y otras actividades naúticas, en esta época del año se encuentra prácticamente solitaria. Caminamos un poco sobre la arena hasta buscar un rincón apropiado para observar el paisaje. Lo encontramos en las rocas donde nos sentamos a contemplar el ir y venir de las olas, nos alcanzaba de vez en cuando la espuma que salpicaba a veces con fuerza, nos dejamos revolucionar un poco el pelo por el viento que nos susurraba voces ininteligibles en el oído, nos abandonamos en el vuelo de las gaviotas que revoloteaban en la costa. El sol estaba ya alto, pero el viento entibiaba su efecto, así que luego de un rato, decidimos retomar la ruta. Antes de continuar, notamos que el ruido del auto continuaba, así que volvimos hasta la rentadora para que lo revisaran y evitar posibles inconvenientes futuros.
Regresamos, pero nos dijeron que no debíamos prestarle atención, que era normal. Volvimos a pasar por el puente ondulado de La Barra que atraviesa el Arroyo Maldonado, obra del ingeniero Lionel Viera, inaugurado en 1965, y seguimos con rumbo a José Ignacio.
La siguiente parada fue en el Faro. Los faros siempre ejercen una atracción especial. Son guías, puntos de referencia, son vigilantes solitarios, incondicionales, permanentes. Con una altura de poco más de 30 metros, invita a subir sus estrechos escalones. Pagamos el bono que nos permitía el acceso a ese ya veterano guardián, construido en 1877 y subimos esos peldaños en caracol hasta que al llegar a la cima, el viento nos recibió con mucho entusiasmo. La vista desde arriba es hermosa, pero además por su ubicación sobre un extremo rocoso, genera el vértigo de sentirse al borde del precipicio, similar a estar en una montaña rusa, solo que sin los movimientos bruscos del juego mecánico.
José Ignacio se encuentra a unos 40 kms de Punta del Este, de ese lugar hasta el momento sólo conocía que era el lugar elegido por los famosos para refugiarse en sus chacras. Caminamos algunas de sus calles. El poblado, que ahora es pintoresco y glamoroso, comenzó su historia a principios del siglo pasado cuando se comenzó con el primer loteo de terrenos y se iniciaron las construcciones balnearias. Hacia mediados del siglo XX se construyó el camino que lo une a la ruta 9 y la fluidez en el tránsito se hizo más frecuente. Después los veraneantes no tardaron en sumarlo a las preferencias y convertirlo en un lugar exclusivo. Tan exclusivo que los precios son excluyentes. Recorrimos algunos puestos de ventas de souvenirs, pero no llevamos ninguno, las tarifas eran realmente exorbitantes.
Como la tarde empezaba a caer y el hostel estaba en Punta del Diablo, significaba todavía un largo trecho hasta llegar a destino final. La idea era no conducir de noche, sin embargo, la oscuridad nos sorprendió a poco de andar. Terminamos llegando en plena noche. Como nunca habíamos estado en ese lugar, nos costó ubicarnos. Las calles eran oscuras, el poblado pequeño, silencioso.
El hostel tenía la habitación con vista al mar, una terraza donde se podían instalar hamacas para un descanso ideal. Sin embargo, la noche se había cubierto de nubes repentinamente y casi sin avisar empezaron a caer algunas gotas. La fantasía de tirarse a mirar las estrellas se disolvió con el agua.
Punta del Diablo es un pueblo de pescadores. Es sencillo, pintoresco, atractivo, tranquilo. Sus calles se pierden en laberintos de subida y bajada. En temporada baja es casi desértico. Sobre la costa, algunos locales pequeños con tenues luces de colores invitan a una cena en la penumbra con los frutos del mar como principal ingrediente. No son muchos los locales abiertos, y en ese laberíntico deambular nocturno perdimos el rumbo y no encontramos alternativas para comer en algún lugar a precios razonables. Terminamos cenando en un restaurante gourmet que nos ofrecía porciones extra pequeñas a precios altamente elevados, pero cuando se largó la lluvia torrencial, se convirtió en un buen refugio para pasar el momento.
Durante el día, la nubosidad era abundante, pero ya la perspectiva era mejor para poder adivinar los sitios por los que habíamos deambulado la noche anterior. Recorrimos la costa, caminamos entre las embarcaciones de pescadores, anduvimos entre las rocas que se internan en el mar y sostienen la valiza que guía a las naves. Visitamos algunos puestos de artesanías que a pesar de la temporada baja y lo adverso del clima exhibían sus recuerdos. Después fuimos hacia las playas que están del otro lado de la punta, que es utilizada por surfistas para practicar esa actividad.
El clima no nos acompañaba en su mejor versión. Nos subimos al auto, y nos dirigimos con rumbo a Barra de Valizas. Por momentos la lluvia era intenta. Muy intensa. De a ratos paraba y se podía disfrutar del paisaje. Se observaban extensos campos, palmeras, algunas plantaciones.
Las calles de arena acumulaban algunos charcos producto de las lluvias recientes. Un poblado pequeño, casas bajas y coloridas y algún que otro hippie deambulando por allí. Las playas estaban casi desiertas y si bien pretendimos recorrerlas un rato, los granos de arena gruesa pegaban fuerte al ser impulsadas por el viento. Playas extensas y médanos que son el ámbito apropiado para la práctica del sanboard.
Los restaurantes son pequeños, modestos, y ofrecen comida casera. Los platos incluyen opciones con pescados y algas y hay propuestas variadas para vegetarianos. Nos dejamos tentar por un restaurante que funcionaba en una casa donde la calidez de la estufa, más los platos abundantes fueron suficiente combustible para seguir recorriendo el lugar y continuar luego hacia Cabo Polonio.
Habíamos escuchado mucho acerca de Cabo Polonio y queríamos conocerlo. El acceso se encuentra en el kilómetro 264.5 de la ruta 10. Una intensa lluvia nos obligó a esperar para iniciar el recorrido. Se trata de una zona protegida integrada al Sistema Nacional que busca preservar la riqueza natural. Por ese motivo, no se permite ingresar con vehículos. Para llegar hasta el pueblo se puede adquirir un ticket en vehículo 4x4 o atravesar los 7 kilómetros de distancia desde la entrada hasta el corazón del pueblo a pie o a caballo. La lluvia y la limitación del tiempo no nos dejaron otra opción que pagar los 170 pesos uruguayos y realizar el trayecto en esos vehículos 4x4 que parecen sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. Al cabo de unos 30 minutos, y luego de atravesar dunas y bosques, descendíamos en el parador del pueblo.
Nos llamó la atención la extensión de las playas, un paisaje en el que predominaban las nubes grises y los grandes grupos de gaviotas y gaviotines que con sus graznidos y el aire marino regalaban una hermosa escenografía. Imaginar ese mismo panorama pero en compañía del sol nos transmitía cierta nostalgia. Pero los ambientes costeros, con sus brisas húmedas en playas desiertas son realmente una postal que me conmueve.
El primer lugar al que nos dirigimos fue hacia el faro. Si bien puede visitarse, en un día tan ventoso y lluvioso, se encontraba cerrado. Desde la altura se observa una vista de la zona costera y las islas que habitan los lobos marinos.
Cabo Polonio también tiene la impronta de los pescadores que le dieron origen al poblado. Sus construcciones se desperdigan de forma irregular en casas pequeñas y rústicas. Sin energía eléctrica ni agua corriente, los habitantes tienen como emblema el despojo, el contacto con la naturaleza y la preservación. En algunas casas observamos que utilizaban las botellas plásticas como macetas, en otras vimos pantallas solares y también molinos de energía eólica.
Un cartel señalaba que en esa pequeña casa vendían pan casero. Golpeamos las manos y enseguida apareció una mujer joven, nos hizo pasar hasta la puerta desde donde pudimos ver lo minúsculo del ambiente. Nos trajo dos panes, que pagamos a un precio que nos pareció adecuado y aprovechamos el intercambio para poder hablar un rato con alguien del lugar. En toda nuestra recorrida, habíamos visto que por lo general todos tenían una postura más bien reticente, no se mostraban muy propensos al diálogo. Sin embargo, no sucedió lo mismo con esta mujer. Nos dijo que era la maestra, que trabajaba en la escuela donde concurrían los pocos niños que formaban parte de la escasa población residente. Nos contó que la mayoría de la gente trabaja durante la temporada y luego utilizan ese dinero para irse de viaje hacia otros rumbos.  Oriunda de Montevideo, con su marido decidieron hacer un cambio de vida total, y eligieron irse a vivir allí donde hay tranquilidad. Demasiada. Los inviernos, dijo, son duros. Pero además contó otra dificultad. Es que ellos tienen un bebé pequeño y al no tener heladera, los costos de transporte de la leche larga vida se encarecen muchísimo, un costo que no hay manera de reducir.
Seguimos dando algunas vueltas por el lugar mientras hacíamos tiempo esperando al vehículo que nos llevaría de regreso hasta la entrada. Mientras viajábamos, la noche iba cayendo, dejando ver un cielo estrellado y una luna brillante.
El final del día nos llevó a un retorno con la oscuridad nuevamente instalada en Punta del Diablo. Recorrimos bastante. El descanso reparador se hacía necesario. Nos despertó un incipiente rayo de sol que nos regaló un amanecer hermoso. Y fue un lindo obsequio de despedida de una región de Uruguay que no conocíamos. Nos quedamos con ganas de más, que quedarán pendientes para una siguiente vez. Sobre todo porque acaso como un presagio, muchas de las fotos con las que habíamos retratado nuestro periplo terminaron arruinadas por los desperfectos de una  fallida tarjeta de memoria. Fueron solamente dos días en la vida, que por supuesto, nunca vienen nada mal.






























domingo, 19 de julio de 2015

[‪#‎LIBRE‬] Cuando los viajes no salen como los planificás

Los viajes siempre empiezan con una idea. Después van tomando forma y a medida que se acumula información, se incrementan las expectativas. La planificación es una parte importante del viaje, sobre todo cuando no queremos dejar nada librado al azar para que la experiencia resulte tal y como la soñamos.
Hay personas que prefieren la improvisación, pero como mínimo siempre hay algo de planificación. Los horarios de partida, llegada, qué se va a llevar, entre otras cosas. Particularmente me gusta planificar todo, dejándome cierto margen para lo inesperado. Es necesario por si hay que replanificar algo.
La planificación en sí misma es importante, no sólo por la organización del viaje, si no porque de alguna manera el viaje se inicia antes. Cada información recibida, cada punto que queremos visitar se empieza a desarrollar ya en nuestra imaginación. Las postales ya están en nuestra retina como si nos encontráramos en el lugar, y esa fantasía renueva las ganas, las energías, y suma expectativas.
Cada viaje reúne un cúmulo de emociones y sensaciones. Es un proyecto, es un deseo, son ganas, es conocimiento, descubrimiento, interacción. Sorpresa, curiosidad, sensibilidad, esperanzas. Y mucho más, incluso lo inesperado.
No siempre los viajes salen de acuerdo con lo planificado. A veces superan las expectativas positivamente, y en ocasiones, todo lo contrario. Cuando el resultado es favorable, seguramente la experiencia será más que feliz. ¿Pero cuando no es así?
Este año hubo dos viajes que planifiqué con dedicación y que no salieron según la idea original. Así es como planeaba pasar unos días en Uruguay, más precisamente en Montevideo, una ciudad a la que no iba hacía tantos años que ya no recordaba cuántos. La capital uruguaya es un lugar que me conecta con la melancolía, la nostalgia, que me hace sentir como en Buenos Aires, pero sabiendo que se trata de un lugar diferente. La misma atmósfera húmeda tal vez, o acaso la hermandad propuesta por el mismo Río de la Plata. Me habían sobrado motivos para no volver a Montevideo, sobre todo los económicos. Sin embargo, esta vez era un destino prioridad al que me esforcé por volver. Pensaba viajar sola, un viaje de bajo costo. Pero cuando estaba esperando la salida del barco, una amiga me comentó que tenía su ticket para viajar también a Uruguay, pero a Punta del Este y Punta del Diablo. Eran dos lugares que añoraba conocer, y en mis planes estaba tomar un micro desde Montevideo y pasar todo un día recorriendo Punta del Este. Acordamos encontrarnos.
Ella había alquilado un auto y alojamiento en Punta del Diablo y tenía espacio de sobra, así que me invitó a acompañarla. Ante tal invitación, no pude evitar seguirla, a pesar de tener pago mi hostel en Montevideo. En ese momento pensé que mi mejor alternativa era entregarme a lo que el viaje proponía. Si a mi me encantaba la idea de conocer esa parte de Uruguay, y hasta ese momento era una posibilidad remota, de pronto tenía un pasaporte a conocer Punta del Diablo, Valizas, Cabo Polonio. Además, qué mejor que hacerlo con una amiga. Así fue como recorrimos la costa uruguaya durante 3 días. Regresé a Montevideo para emprender la vuelta a Buenos Aires. No fue el viaje planificado, claramente fue diferente, y con resultado más que satisfactorio. Por supuesto, la vuelta a Montevideo quedó pendiente para otra vez.
Para cada cumpleaños pretendo regalarme un viaje. Personalmente creo que no hay mejor regalo ni ocasión que encontrarme en un lugar diferente haciendo lo que me gusta. Aunque se trate de pocos días o un fin de semana. Este año había destinado una semana para viajar al Sur. Pero los inconvenientes se presentaron desde el inicio. Ya había leído en los diarios que las lluvias eran constantes y habían provocado algunos problemas en toda la región desde Bariloche a Esquel. Eso me provocaba incertidumbre, pero tenía mi pasaje y tenía todas las expectativas puestas en ese viaje. El día de la partida, llegué al aeropuerto pero la neblina se había hecho presente con tanta intensidad, que los vuelos fueron demorados. Un viaje que se iniciaba por la mañana temprano, terminó por depositarme en destino por la noche y con plena lluvia. En el mientras tanto, era imposible no pensar en las señales que a veces se presentan y que una no es capaz de interpretar en su verdadero sentido. Tal vez es un mecanismo de defensa contra las supersticiones.
Ciertamente es difícil planificar un viaje pensando en el mal clima. Por regla general, esperamos a que todos resulte tan maravilloso como lo esperamos. Y si bien puede haber mal clima, lo cierto es que no tiene por qué ser permanente ni tiene que ser motivo para que se arruine el viaje. Aún con esos indicios, estaba dispuesta a disfrutar de mi regalo. El día siguiente amaneció con mucha lluvia, y el siguiente, el día de mi cumpleaños parecía ser un obsequio de la naturaleza, porque si bien había una leve llovizna de a ratos, la mayor parte del tiempo había sol. Fue por la tarde cuando todo cambió inesperadamente.
Un llamado telefónico que te trae una mala noticia y te hace volver de urgencia.
Un viaje que definitivamente no resulta según lo esperado. Un viaje que prácticamente no acaba de iniciar que ya hay que dar por terminado. Una distancia que se hace eterna y una pregunta que surge irremediablemente desde la profundidad del propio ser. ¿Cómo se puede ser infeliz en un paisaje de ensueño? Una vuelta que te deja un sabor amargo, sentimientos encontrados, pero que definitivamente otra vez propone entregarse a lo que el viaje propone. No fueron circunstancias felices, y no fue el mejor regalo que pude hacerme, pero de algún modo, también se abrió un camino de esperanza hacia una vuelta donde los vientos que soplen sean más favorables.
Adhiero a la planificación de los viajes, a vivirlos y disfrutarlos desde la idea original. Sin embargo, cuando nada se presenta tal cual lo imaginamos, la mejor opción es entregarse al viaje y sus circunstancias. Esa fue una lección. La otra fue que el camino siempre da revancha. Y si hay que volver, nada impide retomar la senda tiempo después. Finalmente cuando un viaje termina, se abre la posibilidad de otros nuevos. Y esa es la magia de los viajes que hechiza.




[‪#‎INFOTURISTICA] Lugares imperdibles para visitar en Asunción

Como toda ciudad capital, Asunción despierta la curiosidad. Su esencia de eje administrativo es motivo suficiente para conocer sus tesoros.
La Plaza principal es como un hormiguero por donde circula gran cantidad de gente. A su alrededor la feria de artesanías es un muestrario abundante de tejidos, platería, cuero y cerámica que caracterizan a las manufacturas de la ciudad. En cada esquina puestos con jarras de agua helada y varias hierbas naturales que machacadas en un mortero, son materia prima del tereré, ese mate helado tan típico del Paraguay.  Son tan frecuentes los puestos de despacho de la bebida que se vende como chipa caliente.
Las calles del centro histórico son como un túnel del tiempo que llevan a mezclarse entre edificios de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Son referencia obligada el Panteón de los Héroes, la Catedral, el Cabildo, la Casa de Gobierno y la Manzana de la Rivera. Tanto esos edificios, como otros privados y particulares se engalanan con los colores patrios para la celebración de la independencia. Es un espectáculo aparte observar la fachadas pobladas de banderas, todo se tiñe de blanco, azul y rojo. La celebración de la autonomía nacional dura todo el mes de mayo donde no faltan los espectáculos de fuegos artificiales.
La antigua estación del ferrocarril es un edificio monumental reconvertido en museo. Mediante el pago de una entrada, se accede a recorrer las diferentes salas que muestran objetos relacionados al ferrocarril y que relatan la historia de su desarrollo y también su desaparición. Una locomotora en exhibición es testimonio de las máquinas que circularon por el país uniendo distintos poblados. Un vagón estacionado frente al andén de la estación es una invitación a viajar por el tiempo un ratito como se viajaba en el pasado.
La casa de Augusto Roa Bastos, el escritor emblemático del Paraguay, también abre sus puertas para mostrar al público sus habitaciones con bibliotecas, mobiliario, pisos y techos originales.
El puerto y la costanera ofrecen un extenso paseo para disfrutar de la vista del río y actividades de esparcimiento. Los espacios verdes y los centros comerciales son opciones frecuentes para disfrutar del tiempo libre.
El recorrido por el centro histórico permite conocer la esencia de Asunción. En sus calles se mezcla el deambular de la gente con sus costumbres y se adivinan diálogos en español y guaraní y una tonada que tiene una sonoridad particular. Se puede circular a pie, utilizar las líneas de ómnibus urbanos que conectan con distintos puntos cercanos y también hay espacios para la circulación exclusiva en bicicleta.  Las varias líneas de colectivo que transitan sus calles son vehículos pequeños, minibuses que se llenan y rebalsan con facilidad.
En Luque se encuentra el Museo Sudamericano del Fútbol, también el aeropuerto. Cerca de Asunción, un extenso predio se prepara para la recepción de los miles de feligreses que esperan la llegada del Papa Francisco. Los lugareños se sienten felices con la visita, y lo expresan con entusiasmo. Saben que será una buena oportunidad para recibir a miles de turistas.
Las calles de Asunción son una tentación a conocer el corazón del país. Un punto lleva a recorrer otro y en ese deambular se van revelando las postales más típicas de la capital paraguaya. Es un muestrario de historia, de cultura, de tradiciones que mientras se tenga la posibilidad, hay que conocer.








Museo del Ferrocarril

Museo del Ferrocarril

Museo del Ferrocarril

Museo del Ferrocarril

Museo del Ferrocarril

Museo del Ferrocarril

Museo del Ferrocarril

Casa Augusto Roa Bastos

Casa Augusto Roa Bastos

Casa Augusto Roa Bastos

Casa Augusto Roa Bastos

Casa Augusto Roa Bastos


Casa de la Independencia


Casa de la Independencia

Casa de la Independencia



Casa de Gobierno

Puerto

Vista de la Casa de Gobierno desde la Costanera.