sábado, 10 de diciembre de 2016

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Aventuras y desventuras de viajar con una adolescente

Faltaban pocos meses para que cumpliera sus quince años. Un día, de esos que parecen mágicos, me mostró en notas que tenía escritas en su celular, la lista de cosas para hacer antes de morir. En ese momento me parecieron tiernas. Eran proyectos muy realizables, sólo que a esa edad en la que uno se cuestiona bastante acerca de la vida, la muerte y el sentido de las cosas, la mirada suele ser demasiado idealista.
Entre sus anotaciones decía "conocer el sur". También aparecían en su lista otros destinos, pero me quedé con la Patagonia. Guardé ese dato en mi cabeza y empecé a amasar la idea de que quizá sería un buen regalo de cumpleaños.
La propuesta de conocer otras ciudades, otra gente, otras costumbres, realizar otras actividades, maravillarse con los paisajes, siempre me pareció fantástica. Todo eso llevado al sur de la Argentina, termina siendo mucho más atractivo. Su geografía tan particularmente bella me hace elegirla cada vez que puedo. De un modo espiritual, he establecido tres residencias en el país, tres lugares que siento como mi casa, a los que me gustaría volver todo el tiempo: Mar del Plata, Puerto Madryn y Bariloche. Quería compartir con mi sobrina el gusto de invitarla a mi casa en la montaña, así que, pensando en que a su corta edad podía hacer realidad uno de sus deseos, me sentía como el genio de la lámpara de Aladino. Cuando se lo propuse, aceptó de inmediato y eso parecía un buen indicio.
Toda la preparación del viaje me demandó mucha energía. Hacer números, muchos números. Todo era por dos, y yo acostumbrada a viajar sola o a compartir gastos, considerar todo al doble, se me hacía bastante complejo. Pero ya estaba en el baile, así que había que bailar. Por suerte, pude conseguir los pasajes a un precio promocional. También el alojamiento, una habitación privada en un hostel que dentro de todo resultó accesible. Eso nos permitía ahorrar un poco en comidas ya que se podía cocinar, y eso, sobre todo teniendo en cuenta que a ella no hay demasiadas cosas que le gusten comer, con lo cual ir a un restaurante iba a significar que dejara los platos por la mitad.
En total eran diez días. Había planificado actividades que podíamos hacer por nuestra cuenta, sin gastar demasiado, y otras que sabía que me iban a demandar más gastos. Le mostré la planificación, le conté de qué se trataba cada cosa, pero como no conocía, todo le parecía bien.
Algunas de las actividades incluían tomar buses interprovinciales, y por esos días se había comenzado a difundir en los medios una resolución por la cual los menores que viajaran en buses de mediana y larga distancia, deberían hacerlo acompañado de un adulto y con un permiso avalado por la justicia o escribano público. A decir verdad, primero lo vi en Facebook, consulté con algunas amistades dedicadas al turismo, y me confirmaron que se iba a requerir ese permiso, también llamé a la empresa de ómnibus que realizaba algunos de los trayectos que pensábamos realizar, y por las dudas, también llamé a la aerolínea. En la prestadora terrestre me confirmaron una vez más que iba a necesitar la autorización, mientras que en el transporte aéreo no iba a ser necesario.
Cuando los padres fueron a tramitar el permiso, la novedad era que en el juzgado de paz ni en el registro civil tenían información sobre la reglamentación. Fue necesario ir por segunda vez para advertir que ya estaban anoticiados. Pero el permiso demoraba 72 horas hábiles, y ya no llegábamos. Así que hubo que hacer malabares para poder contar con él.
Estaba emocionada de compartir algunas de las actividades que más me gustan, como el trekking, el viaje, el turismo, con ella. A mis quince años, o a mis dieciséis, o cuando fuera, me hubiera gustado tener una tía que me regalara un viaje, y sobre todo a un destino tan bonito, o a cualquier otro.
Mi compañera de viaje, en esta ocasión, es dueña de una personalidad apática, bastante irritable, desganada, caprichosa. También, cuando tiene ganas suele ser bastante compañera. Cuando llegó el día de la partida ella estaba en esa mezcla prácticamente imperceptible entre contenta y buenísimo todo pero "ufff para conocer el sur, ¿hay que ir hasta allá? ¿no es mejor que me lo traigan para acá?" Por supuesto, es de las adolescentes que tienen en el celular una prolongación de su ser.
Ya en el aeropuerto establecimos como regla que el dispositivo móvil no tenía que ser protagonista. Una regla que se fue desvirtuando a lo largo del viaje hasta quedarse con todo, absolutamente todo el protagonismo. Todo tenía que ser posteado y comentado en Snapchat, Twitter o Instagram cuando no whatsappeado. El Facebook ya estaba comprando su parcela entre las preferencias obsoletas de los adolescentes. O de al menos un grupo de ellos, entre los que estaba mi sobrina.
Llegamos al hostel donde nos alojamos. Era en el piso 4, con una hermosa vista al Lago Nahuel Huapi. Sin embargo, también había un espejo que servía para la vista de cuerpo entero. Y por supuesto, logró captar más la atención con las selfies que la incomparable vista del espejo de agua con las montañas de fondo.
Villa Traful es un poblado pequeño, pero muy hermoso. Tiene una belleza que asombra y que actúa como un imán. No se puede dejar de mirar el paisaje. Su tranquilidad también es increíble. Es un rincón ameno, bello, excepcional. Cualquier punto en el que uno se detenga puede encontrar una panorámica digna de ser capturada. Pero ella no quería que le tomara fotos, más bien prefería las selfies, sobre todo aquellas en las que su rostro aparecía cortado y donde apenas se apreciaba el paisaje. Además del Traful, en el camino hacia Villa La Angostura, donde nos detuvimos a tomar un chocolate caliente y caminar un poco por el centro, nos encontramos con otros lagos donde la ceremonia de las selfies se repitió.
En el Cerro Campanario hicimos el ascenso caminando. Para una adolescente que mucho no se esfuerza, fue todo un logro llegar hasta la cima. Estaba visiblemente cansada, aunque al principio parecía sorprendida de su gran capacidad de resistencia, inversamente proporcional a la mía, que me costaba bastante más. Pero una vez que llegamos al mirador, se tiró a descansar como si le quedara sólo un mínimo de respiración. Después recuperó fuerzas, y permanecimos un largo rato observando cada uno de los miradores. El clima varió bruscamente, y nos fuimos porque llovía y hacía mucho frío.  
El encuentro con la nieve era uno de los más esperados. Eso parecía entusiasmarla. Alquilamos el equipo de nieve en el centro para que nos saliera más económico, y nos tomamos el bus hasta el Cerro Catedral. Pagamos el acceso al funicular, algo que nos resultó bastante incómodo porque sube mucha gente en la misma cabina, cuando podrían reducir el número de personas por cubículo y permitir a todos viajar más cómodos. Una vez arriba, ¡por fin la nieve! Todo el entusiasmo se diluyó. Era como si viera nieve todos los días. Nada parecía llamarle la atención. Costó hasta que finalmente logró dejar su teléfono de lado, familiarizarse con la nieve, e improvisar una batalla conmigo y sucumbir a la tentación de hacer "el angelito".
La excursión al Cerro Tronador es para mí una de las más hermosas. La contraté porque quería que ella conociera ese hermoso paisaje, que escuchara por qué le dicen "Tronador", que aprendiera sobre los casquetes de hielo, el lago que se forma, cómo fueron en retroceso las morenas glaciarias. Y todo aquello que enseñan en los libros de Geografía pero que a veces es difícil de comprender. Comimos nuestra vianda de almuerzo a orillas del río en Pampa Linda mientras mirábamos los teros y benteveos, y otras aves que se dejaban ver y escuchar a través de su canto. Admiramos la imagen imponente del Tronador. Una vez en el lugar, más selfies, pero ya era suficiente. Mientras que a mi me fascinaba la idea de la contemplación, y sostenía latente la expectativa de un crujido en el hielo, a ella parecía darle lo mismo. Al regreso se durmió todo el viaje. Y era como si de pronto se hubiera vuelto muy pequeña, muy tierna. Tiene una estatura que la hace parecer mayor, bastante mayor. Sin embargo, en ese momento era tan frágil y pequeña. Llegamos al hostel, y su cansancio parecía haberse esfumado apenas recuperó la batería y el wifi. Y ahí estábamos, en el cuarto, con una vista increíble de los colores del cielo teñidos de atardecer sobre el lago, y ella encerrada en eternos mensajes de ida y vuelta con sus amigas. Todos fuimos adolescentes alguna vez.
Visitamos Lago Puelo, hicimos el ascenso al Mirador del Lago, caminamos por la playa, recorrimos el Bosque de las sombras, y luego fuimos a El Bolsón, donde visitamos la feria artesanal. Ahí se entretuvo mirando algunas cosas, y le llamaban mucho la atención los mandalas y algunas piedras. Sin embargo, miraba pero manifestaba poco. Imaginé que si su cara fuera un emoticón, no sabría interpretar qué quería decirme. En los momentos en los que lograba tener diálogos con ella sin que se concentrara en su celular, me decía que disfrutaba el viaje, que todo le parecía hermoso y que ella no tenía drama, que todo le daba lo mismo. Pero en esa frase casi que me estaba diciendo que era lo mismo ver una película del sur que vivir la experiencia de estar en los lugares. Y pensé en que podría haberle resuelto de otro modo el anhelo de conocer el sur. Adolescentes...
Al día siguiente caminamos hasta la Cascada de los Duendes, visitamos el Lago Gutierrez y también hicimos el ascenso hasta su mirador. Obtenidas las selfies de rigor, era tiempo de bajar. Ese día repusimos fuerzas con una rica merienda en Rapa Nui. Eso sí parece haberle gustado porque la hizo desaparecer enseguida. Una bien!
Mi ilusión, era que el viaje fuera lo más completo posible, mostrarle un abanico de posibilidades, valorar el hecho de poder estar en esos lugares, apreciar paisajes, naturaleza, también otras formas de vida, costumbres. En un diálogo que tuvimos le hice notar que si bien las personas tenían dispositivos, no estaban concentrados todo el tiempo en el teléfono. Me dijo que le llamaba la atención que los choferes de los buses saludaran y hablaran con los pasajeros, algo que casi no se nota en Buenos Aires. Después notó que si observaba alrededor había muchas personas que caminaban tranquilamente, sin el apuro habitual, sin parecer alienados y sin los temores de la inseguridad. Pero al cabo de un rato, ya estaba otra vez perdida en la pantalla. En ocasiones sentía que la única manera de meterme en su mundo era colarme en sus selfies. Algunos de esos momentos resultaron sumamente graciosos.
En mi idea de viaje completo no podía faltar una excursión embarcada. Alguna vez, entre las primeras veces que visité Bariloche, había realizado la excursión de Puerto Blest, Cascada de los Cántaros y Lago Frías. En ese momento el paseo me había resultado fantástico y sentía que valía cada peso que había pagado. Las veces que regresé a Bariloche, siempre quise hacerla pero se me escapaba de presupuesto. En este caso tenía que contemplar que tendría que pagar por dos. Así que estaba en la duda entre esa excursión y la de Isla Victoria y Bosque de Arrayanes. Le pregunté si quería realizar la excursión náutica. Su respuesta, fue "no sé". Le pregunté entonces qué prefería, si Puerto Blest o Isla Victoria. Misma respuesta. "¿Sì o no?"  "No sé. Como quieras. Me da lo mismo". Pensé en que seguramente cuando ella realice su viaje de egresada, le incluyan este último tour, así que me decidí por el de Puerto Blest. Creía que teníamos que hacerla, que ella tenía que tener esa experiencia del paseo por el Lago, y observar el ritual de las gaviotas persiguiendo la embarcación para obtener la galletita que le dan los turistas. Algo con lo que no estoy tan de acuerdo porque se rompe con el hábito alimenticio natural de esas especies, pero que debo reconocer que igualmente atrae la atención de todos, incluso la mía. Si bien nunca las alimenté, me asombra mirar como otros lo hacen y el comportamiento de las aves.
El día se había presentado lluvioso y fresco. Aún así no era impedimento para salir del catamarán porque no llovía con tanta intensidad y estábamos bien abrigadas. Sin embargo, no hubo caso. No quiso ni asomar la nariz afuera. Mientras el paisaje reclamaba atención todo el tiempo, ella lo ignoraba, o parecía ignorarlo porque no daba señales de demasiado interés.
Visitamos Colonia Suiza y el Lago Moreno. Hubiéramos realizado una visita también al Cerro Otto y su confitería giratoria pero ya no pude soportar un "no sé" más. Entendí que quizá su interés no coincidía con el mío. Caminamos hasta el Lago Nahuel Huapi y nos quedamos un buen rato en la orilla, como muchos otros que estaban disfrutando del día de sol y del paisaje increíble. Ella se recostó sobre las piedras y se dedicó a mensajear con sus amigas largamente. Me resultaba incomprensible que en un entorno como ese, y como todos los que habíamos visitado, ella eligiera la pantalla. Tuvimos largos momentos de charla, pero siempre tuve la sensación de que si se las decía por mensaje, me hubiera prestado más atención. Recordé una charla que había tenido el año anterior con una chica que vendía cerveza artesanal en Colonia Suiza y que me había contado que era increíble para ella observar cómo muchos turistas, familias enteras incluso, estaban cada uno concentrados en sus dispositivos y no hablan entre ellos. Mi sobrina entraba en esa categoría.
En el día previo al retorno, me quedaba con la sensación agridulce de haber hecho mi mayor esfuerzo para complacerla y que nada pareciera suficientemente atractivo. ¿Todos los adolescentes serían como ella? Al parecer sus amigas, por lo menos, sí. Y reflexioné que hay más medios de comunicación y más redes sociales para comunicarnos menos y socializar casi nada.
Pasamos muchos días juntas. Al principio dudé de si saldríamos ilesas de la experiencia. Nunca habíamos estado tanto tiempo solas. Y fue el desafío de ese viaje. Todos los viajes siempre me plantean un desafío y me dejan algunas enseñanzas. Procuré adaptarme a ella, manejar mi propia frustración frente a una respuesta inesperada versus la expectativa generada. Ampliar mi margen de tolerancia y paciencia. Y tratar de aprender de su visión de la vida, y de las cosas. Ella fue un espejo donde verme a través del tiempo, como un flashback, un volver al futuro. Un reflexionar sobre preguntas existenciales, sobre el ser, los anhelos, los vínculos, los valores.
Viajar con adolescentes no es fácil. Los padres de adolescentes lo saben, yo no imaginé que sería para tanto. Al cabo de los diez días, la devolví a sus padres, sana y salva. Creo que el desafío estuvo cumplido. Y según lo que dijo, su sueño, también. Algo para tachar en su lista de pendientes. Algo más para agregar.



sábado, 26 de noviembre de 2016

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Isla Negra a pura emoción

Expectativas. Eso tenía. Y muchas.  Me habían hablado de Isla Negra y el Litoral de los Poetas. Conocer la casa de Neruda era casi una obligación. Una de las casas en las que vivió, porque en Valparaiso está La Sebastiana, y en Santiago La Chascona.
La primera que se cruzó en mi itinerario fue la de Isla Negra. Sabía que quería conocerla. Sabía que no me podía ir de Chile sin visitarla. Durante mi segundo día en Valparaiso, decidí tomarme un bus que me llevara directamente a ese refugio del literato, pero esencialmente que me contactara con el mar.
La Casa-Museo está instalada en un pequeño rincón de El Quisco, una comuna costera de mucha tranquilidad y armonía. Apenas llegué, me recomendaron que fuera al museo puesto que otorgaban turnos. Una vez que me asignaron el horario en el que podría ingresar, me dirigí hacia la costa.
Fue un encuentro cara a cara con el azul intenso, con la brisa fresca, con la bravura de un mar que no dejaba de gruñir. Su voz, poderosa, se escuchaba con ganas, Y era como una melodía atrayente, irresistible.
Las rocas, acumuladas caprichosamente sobre la arena, eran el muro sobre el cual las olas descargaban su ira. El golpeteo era incesante. El azul zafiro que tanto me impresionaba, se arremolinaba, simulaba una calma y volvía a juntar fuerzas para volver a castigar a las rocas. A veces jugaba tan intensamente que partículas azuladas volaban hasta mí.
La espuma resultante no era blanca como había visto en otras ocasiones, era de un celeste cielo que parecía fantasía. Y lo era. Haber imaginado estar allí, y finalmente poder disfrutar de esa postal increíble, realmente era de fantasía. Trepé a una de las rocas, y desde las alturas, observé el vaivén. Me dejé capturar por esa serenidad bravía, esa mezcla contradictoria que me fascinaba. Tan contradictoria como que el Océano Pacífico, no tiene nada de pacífico.
En una de las rocas, había, tallada una imagen de Neruda, que como yo, también contemplaba el paisaje. Estático, estoico, y aunque el tiempo pasara, no dejaba de maravillarse con ese regalo infinito que todo nunca terminaba de llegar.
El reloj ya marcaba mi turno para visitar la Casa. Primero vi un video que contaba toda la historia del poeta. Después, me entregaron un dispositivo que funcionaba como si fuera un teléfono y que se utilizaba como audioguía. En el interior de la casa no pueden tomarse fotos, aunque sí en los jardines. Las visitas son grupales, pero luego se puede regular el tiempo si es que se decide volver a algún punto, o escuchar nuevamente algún fragmento del audio.  El recorrido se realiza por un total de 15 espacios en los cuales se conocen los objetos más representativos y también su simbología.
A medida que me adentraba en la casa, que me internaba en ese mundo interior, los pensamientos se disparaban en mi cabeza. En cada una de las salas, la vista al mar era sumamente atrapante y mis ojos no podían dejar de sumergirse en ese azul lejano.
En esa casa había un cúmulo de sentimientos, de sensaciones, de creatividad, de arte, de filosofía, de convicciones, que realmente fueron un cóctel extremo de sensibilidad. Y era imposible no imaginar cómo debió haber sido la vida del poeta en ese lugar. Cada objeto elegido con dedicación y cuidado, cada uno en armonía con el resto. Cada pensamiento ligado a un sentimiento. Los amores de su vida, y la mujer que lo acompañó en sus últimos días, la misma con la que reposa frente al mar.
Pensé en que sólo personajes como él pueden crear un lugar como ese. Y recordé también a Carlos Páez Vilaró, cuya construcción en Punta Ballena (Uruguay) también me había resultado grandiosa. Personajes como ellos pueden darse el lujo supremo de contar con un rincón propio, tan lleno de magia, tan bellamente simbólico y admirable.
Estaba conmovida cuando salí a los fondos de la casa, cuando pasé por el lugar en el que descansa el poeta junto a su última esposa, Matilde Urrutia. En ese mismo sitio, unos visitantes también celebraron un improvisado homenaje en el que recitaron uno de los poemas más conocidos del escritor. Sus voces lejanas se las llevaba el viento y se mezclaban con la bravura del mar. Yo, en cambio, estaba concentrada en mis propias sensaciones.
Una mezcla de tristeza y emoción se apoderó de mí. Tenía las sensaciones recorriendo la superficie de la piel y calando en el interior de mi alma. Pensé en lo fantástico de las emociones que podían resultar en la vulnerabilidad de cualquier voluntad o también en su fortalecimiento. Pensé en ese rincón único, especial e invaluable. También en los tres grandes amores que lo acompañaron a lo largo de su vida y en la impronta que dejaron en su obra. Pensé en ese mar azul que fue, sin embargo, su más grande amor.
Una casa que es un refugio donde la pasión es protagonista. Una decoración especial puesta de manifiesto en cada detalle. Un lugar único donde el mar es un presente eterno. Tan eterno e infinito como el amor.
Absolutamente conmovida por la historia, por la sensibilidad, por la maravilla del universo, por los sentimientos profundos, por el azul marino, por las olas, por el viento, me retiro del lugar con una revolución en mi interior. Me voy pensando en que mi visita a ese lugar, es parte de una magia que sólo el destino puede explicar.














domingo, 30 de octubre de 2016

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] San Rafael sólo en verano

Conocí San Rafael hace tiempo. En realidad no la conocí. Pasé por sus principales puntos turísticos, pero sin detenerme en la ciudad. Como en ese viaje anterior no había podido estrechar vínculos con ese destino, y ante los comentarios de gente que me incentivaba a pasar más días allí, pensé en un viaje en el cual la mayor parte de mi estadía transcurriera en San Rafael.
Los planes no estaban fijos, por lo cual cambiaron inmediatamente. Por un lado, la ciudad de Mendoza me ofrecía varias alternativas para permanecer allí, lo cual hizo que mi partida hacia San Rafael se demorara. Cuando decidí partir lo hice con muchas expectativas, la mayoría de las cuales no se cumplieron.
La encontré más pequeña de lo que imaginaba. Eso no dejaba de tener cierta magia. Que siendo una núcleo reducido fuera capaz de concentrar varios atractivos turísticos y lograr la concurrencia obligada por parte de quienes visitaban la provincia hablaba de un gran magnetismo, y eso ya era interesante.
Llegué a la plaza principal sin mucho esfuerzo. Sus figuras talladas en madera, la prolijidad de su diseño y mantenimiento la hacían un paseo agradable. La iglesia cuya construcción era llamativa desde varias cuadras a la redonda, y la Municipalidad, se encontraban en los alrededores de la plaza. A pocos metros, se encontraba mi alojamiento. La primera sorpresa fue que el lugar estaba vacío, y los precios, bastante más elevados que en la ciudad capital. La segunda fue encontrar que para llegar a los lugares turísticos no había opciones de transporte público como para hacerlos por cuenta propia, sino que había que contratar excursiones y no sólo resultaban costosas, sino que había que esperar que las agencias completaran un cupo mínimo ya que no había muchos turistas en la ciudad.
Me gusta viajar en temporada baja porque los precios suelen ser más accesibles y los sitios no se encuentran atestados de turistas. En el caso de San Rafael, no fue una buena opción. Los precios no sólo no resultaban económicos, sino que el hecho de que no hubiera turistas atentaba contra la posibilidad de hacer excursiones.
La Cañón del Atuel, la represa El Nihuil, el dique Los Reyunos, son los principales puntos de interés turístico. En su momento, había visitado todos estos sitios. En el Río Atuel también hice rafting por primera vez. La belleza paisajística es innegable. Sin embargo, dado el contexto en el que había viajado en esta ocasión, decidí que podía prescindir de una nueva visita. Los colectivos que cubrían el trayecto hacia esas zonas turísticas no tenían horarios que permitieran ir y volver en el día en horarios que fueran aprovechables. O había que ir por la mañana muy temprano o ir alrededor del mediodía y volver al anochecer, pero en época de frío no es una alternativa recomendable. El frío era realmente implacable.
Sí, me tocaron días de frío extremo. Había llegado con un día veraniego, caluroso, ideal para mangas cortas. Ese primer día fui a visitar la bodega más tradicional de San Rafael. Me habían hablado de ella antes de iniciar mi viaje, así que apenas llegué, no dudé en caminar hasta allí y participar de la visita guiada que se realizaba en forma gratuita. El lugar era muy bonito, calmo. La escasez de turistas hacía que la guiada fuera casi exclusiva. La historia del lugar, de la familia que dio impulso a la actividad del vino en la ciudad resulta sumamente interesante, conocer las estructuras antiguas, los utensilios y herramientas de la época, y las fotos que dan cuenta del paso del tiempo, son un complemento para una visita enriquecedora. Después, una mini degustación para probar el resultado del producto elaborado en la bodega. Ese día, además, visité el parque para los niños, pero ya al caer la tarde, el frío comenzó a notarse.
Los días que siguieron fueron muy fríos. El viento soplaba con un aliento fresco. Fresquísimo. Las hojas desprendidas de los árboles, rodaban con intensidad sobre las veredas y se arremolinaban intensamente. El Museo Ferroviario que funciona en la antigua estación del tren fue un refugio perfecto para conocer la historia del ferrocarril que circulaba por la zona. Eran dos salas pequeñas, pero suficientes para saber los detalles de cómo se instaló y cómo terminó por desmantelarse el servicio. La entrada tenía un valor simbólico que era casi gratis.
La mañana del tercer día de mi estadía me levanté temprano. Había decidido acortar mi estadía y viajar nuevamente a Mendoza. La encontraba mucho más atractiva y accesible. Todas las personas con las que me había detenido a hablar, me habían sugerido que volviera en verano. Sin mucho más que hacer, me tomé un colectivo hasta la Villa 25 de Mayo, donde se encuentra el área fundacional. El frío de esa mañana se hacía sentir con ganas. Con muchas ganas. Anduve un buen rato dando vueltas por ahí. Las construcciones sencillas, antiguas, simples, me resultaban muy llamativas y bonitas. Al rato, cuando ya había satisfecho mi curiosidad, volví a la ciudad, y me fui hacia la terminal para regresar a Mendoza.
Definitivamente a San Rafael hay que ir en verano. O con vehículo propio. Desde esa ciudad se pueden visitar sitios tan lindos como Las Leñas, Valle Hermoso e inclusive Malargüe, un destino que está en mi ranking de los más lindos de la provincia, que recuerdo con cariño y al que sin dudas me gustaría volver. Las opciones, cuando febo asoma, se multiplican. Lección aprendida, si vas a visitar San Rafael, que sea en verano.