domingo, 1 de diciembre de 2019

[‪#DIARIODEVIAJE] Costa Rica caribeña

Los destinos de mis viajes se instalan como una idea que locamente empieza a tomar forma.Son como una inspiración que llega de pronto a la que no me puedo resistir. 
Amo viajar. Pero a veces necesitás detenerte. Es también una necesidad que te atraviesa. A veces continuas, pero en piloto automático. Y quizá una mezcla de esas cosas hizo que estuviera tanto tiempo ausente.
Viajar es una forma de abrir tu cabeza, y también tu corazón. Te nutre de nuevas experiencias, te enseña, te alegra la vida. Descubrir sensaciones distintas, sorprenderte, disfrutar, es un combo que se vuelve adictivo. Pero también hay un montón de circunstancias que a veces te asfixian, que te hacen mal, y para las que viajar es también un remedio. 
Cuando parás, no lo hacés porque ya no disfrutes de los viajes, lo hacés porque detenerse es también parte del viaje, de la vida. Es valorizar de otro modo el viaje. Es extrañarlo. Es conectarte desde otro lugar. Y también es una forma de conectar con otras circunstancias de la vida. 
Cierta desesperación comienza a despertarse cuando no podés respirar. Viajás porque ese viaje es como sacar la cabeza cuando estás sumergido, tomar aire, para volver a hundirte en aquello que te invade, y resistir. Tuve viajes que fueron mi respiro. Fueron la forma de conectar con el interior y con el universo. Fueron un reconocerme en ese modo de piloto automático y necesitar transitar esa sensación.
No quiere decir que la magia de los viajes no te sorprenda, porque de hecho lo hace. Pero no estás inspirada a compartir esas sensaciones. Es un viaje en el que no podés invitar a nadie más. Este es un blog para compartir las experiencias de viaje porque aunque sean los mismos destinos, las experiencias son distintas. Cada uno tiene su individualidad, sus gustos, sus emociones, su percepción y algunas vivencias pueden ser referencias para otros. Lugares a visitar, personajes que llaman la atención, formas alternativas de lograr los mismos resultados, tips, datos. Todo eso se puede compartir. Pero hay otras cosas que se necesitan procesar de un modo íntimo. Y es ahí donde me detuve. Como si me hubiera quedado suspendida en el tiempo, pero al mismo tiempo, no dejando de vivir mi propio viaje interior. 
Escribir es una fuente de expresión muy importante. Las palabras se articulan en mis pensamientos y vuelan. Se van. Fluyen. Algunas quedan plasmadas en un soporte. Otras simplemente pasan a ser parte del universo. Viajar y escribir es una combinación enorme que me fascina. Por eso hoy, retomo mi escritura. 

Y vuelvo al punto donde había quedado. Costa Rica. Un destino que vino a mí, y que hizo que yo fuera a él. 
Recorrí San José, fui hacia la costa pacífica. Y no iba a irme de Costa Rica sin conocer las costas que dan al Mar Caribe. En mi plan original estaba la visita al Parque El Tortuguero, pero para la fecha de mi viaje, las tortugas aún no habían llegado. Llegar no era tan sencillo, y sin las tortugas, no tenía demasiado por hacer en aquella zona. Así que lo descarté. Había otros destinos de los que me habían hablado como Puerto Viejo y Manzanillo. No estaba muy segura de qué población elegiría para conocer en la costa caribeña, pero sabía que quería conocerla. 
En San José conocí a una viajera que también me mencionó su intención de ir hacia el Caribe, pero ella estaba más decidida que yo en ir a Puerto Viejo. Como mi viaje estaba orientado a ir primero hacia el Pacífico, quedamos en hablar más adelante. 
A lo largo de mi viaje me hablaron de Puerto Viejo como un lugar bonito pero poco recomendable en cuanto a seguridad. Eso me hacía dudar un poco. No tenía ganas de ir a una zona en la que mi viaje pudiera arruinarse. Y sin embargo, no me resignaba a irme de Costa Rica sin conocer el Caribe ya que no iba a ir a El Tortuguero y también estaba desestimando Puerto Viejo.
Con mi nueva amiga nos mantuvimos en contacto durante el viaje así que finalmente sus esfuerzos por convencerme de visitar el lugar juntas, tuvieron resultado.  Ella me había reservado espacio en el hostel en el que se había alojado, así que ese tema de dónde quedarme, estaba resuelto. Tuve que hacer combinación en San José, y al cabo de todo un día de viaje había atravesado el país de una costa a la otra. 
La lluvia me había acompañado en casi todo el trayecto desde San José. Cuando las luces del día se iban apagando, la oscuridad se volvía intensa. Las luces del bus eran las únicas que iluminaban la senda asfáltica por la que se desplazaba el vehículo. Estábamos muy cerca de la costa cuando empezamos a observar que el pavimento estaba cubierto de una enorme cantidad de cangrejos que avanzaban desde el mar, cruzaban (los más afortunados) la ruta, y seguían con rumbo a algún refugio tierra adentro. 
Desde el bus los comentarios eran de asombro, y algunos hasta se lamentaban de no poder juntarlos para preparar sopa. Más adelante, en las zonas de concentración urbana, había familias con baldes, juntando los cangrejos. Esa situación me llamó mucho la atención. Me hizo recordar a las personas que en Chiloé también me habían hablado de que solían ir a juntar mariscos a la costa, muy próxima a sus casa, y que con eso ya tenían la comida familiar resuelta.
Finalmente aterricé en Puerto Viejo. Allí estaba mi amiga esperándome. Caminamos varias cuadras hasta el hostel, dejé mis cosas y salimos a buscar un lugar donde cenar. Recorrimos las cuadras de la calle principal donde se observaba movimiento moderado de gente. Las iluminación callejera era tenue y había cierta musicalidad que la postal resultaba pintoresca. 
Durante la cena, mi amiga me había hablado de sus ganas de ir a Bocas del Toro, en Panamá. Ella había estado haciendo averiguaciones y estaba decidida a ir. Yo no. En mi caso, había leído sobre el lugar, que era muy bello pero que a la vez había algunas crónicas que contaban de situaciones un poco turbias. Así que desde la planificación de mi viaje, había descartado la posibilidad de visitar ese destino. Me propuso sumarme a su proyecto de visitar esa zona, a lo que respondí que lo pensaría.
Al día siguiente me fui a conocer Cahuita y su Parque Nacional. Mi amiga, que ya lo había visitado, decidió quedarse a pasar un día de playa en Puerto Viejo y alrededores.
El Parque Cahuita tiene un extenso sendero que bordea la costa, y que permite conectar con la ruta por la cual pasa el bus de regreso a Puerto Viejo, por un sector distinto al de ingreso. Pero si se desea hacer un recorrido más corto, se puede volver a salir por el mismo sitio por el que se ingresó. 
Caminé largamente por toda la costa, atenta a la presencia de los animales que pudieran presentarse. El primero en sorprenderme fue un mapache. Después, la gran cantidad de monos. Los árboles proporcionaban una sombra intensa cuando los follajes se juntaban, pero la humedad del ambiente redundaba en un calor intenso, con presencia de algunos insectos molestos y una gran cantidad de lagartijas que me hacían sobresaltar en ocasiones. Mi propósito era descubrir la presencia de los osos perezosos. Me habían comentado que era frecuente encontrarlos allí, así que los busqué con afán. Estaba bastante decepcionada de no poder hallarlos cuando finalmente divisé una pelota de pelos adherida a un árbol. Allí estaba y me resultó tan mágicamente sorprendente y bonito que permanecí mirándolo unos instantes para descubrir si era un muñeco de peluche o si era real. Y era real. Lo supe cuando abrió sus ojos y me miró con sus párpados pesados de sueño que lo hicieron volver a cerrar los ojos y permanecer inmóvil en la misma posición en la que lo encontré.
Si bien había visto uno solo, me estaba yendo contenta del Parque. Al salir rumbo a la ruta, vi que en una casa vendían gaseosas y fui por una. El hombre que me vendió la bebida era muy hablador, así que me comenzó a contar que había rescatado a un perezoso que había sido atacado por perros, me mostró fotos y me comentó que en la costanera que se encuentra del centro de Cahuita, en dirección contraria al parque, había muchos árboles y que era frecuente encontrar a los perezosos allí. Así es que luego de haber terminado mi gaseosa, tomé el bus nuevamente hacia el centro de Cahuita y me dediqué a caminar por la costa en busca de los perezosos. Anduve un buen rato sin poder encontrarlos hasta que de pronto encontré uno que estaba apelotonado en una rama junto al mar. Después encontré otro, y luego otro. Y terminé maravillada de la cantidad que había. Cuando ya estaba regresando a la terminal, me di cuenta que en los árbolitos que estaban en las veredas, también era posible encontrarlos. Me resultó asombroso.
Volví a Puerto Viejo y al reencontrarme nuevamente con mi amiga, me comentó que no había tenido un buen día. Que estuvo caminando por la costa, que caminó largamente hasta que decidió meterse al mar y que a pocos segundos de haber dejado sus cosas en la orilla, se dio cuenta que ya no estaban. Así que fue en busca de ellas, y a los pocos metros encontró a un hombre con sus cosas. Tuvo un momento de tensión y confusión, pero el hombre, que le resultaba intimidante porque llevaba un machete, le devolvió sus cosas alegando argumentos poco comprensibles de cómo las había obtenido. Más que nunca tenía la determinación de irse al otro día a Bocas del Toro. En un arrebato, decidí acompañarla. 
En el mismo hostel contratamos el traslado. Nos pasarían a buscar muy temprano para llevarnos hasta la frontera y desde allí, cruzaríamos caminando, para luego encontrarnos con otra persona que nos llevaría hasta la embarcación que nos terminaría dejando en Bocas del Toro.
No había tenido tanto tiempo de recorrer Puerto Viejo. Me gustaba su rasgo pintoresco, el estilo particular de sus calles con sus luces tenues, sus chiringuitos, sus puestos de feria. La impronta de los inmigrantes africanos se percibía en su gente. Su bello mar salpicando sus costas era como la suma de todo lo que está bien para darle alegría al humor de las personas. Sin embargo, irme de allí tuvo cierta dosis de alivio. El incidente con el robo de las pertenencias de mi amiga, las recomendaciones que me habían hecho en la propia oficina de turismo del lugar, más los comentarios anteriores, hicieron que la visita hasta allí hubiera sido suficiente. Además el hostel no me resultaba tan cómodo, aunque tenía un lindo parque y salida directa a la playa que le daba un plus. Sin embargo, las habitaciones no tenían ventana, había olor a humedad y en la zona de lockers había visto una rata dando vueltas, que cuando se lo mencioné al chico que estaba en la recepción lo tomó con tanta naturalidad que me alarmó. 
En el hostel nos habían recomendado un hospedaje en Bocas del Toro a buen precio, así que eso nos hizo contar con la tranquilidad de saber que teníamos un lugar donde estar y que no nos saldría tan caro. Sin embargo, cuando llegamos a la dirección indicada, huimos despavoridas. Las condiciones del alojamiento eran realmente pésimas. Fuimos a buscar otro que pertenecía a una cadena conocida y salía carísimo. Por suerte encontramos uno que era divino, sino que además las personas eran muy amables.
Esa tarde salimos a recorrer el pueblo. En la plaza encontramos un bus que nos llevaba hasta Playa Estrella, así que nos fuimos en esa dirección.
El lugar era fantástico. La arena blanca, el agua transparente. Todo muy tranquilo y hermoso. En eso estábamos cuando nos encontramos con una mujer que martillaba clavos sobre letreros que buscaban llamar la atención sobre la importancia de tener una actitud responsable con las estrellas de mar. 
La playa Estrella tenía ese nombre porque en ese lugar abundan las estrellas de mar. Sin embargo, el desconocimiento o el descuido o ambas cosas por parte de los turistas los motiva a tocarlas, tomarlas entre sus manos, tomarse fotos, sacarlas del agua. La mujer explicaba que debido a esa clase de comportamientos, muchas estrellas de mar mueren y por eso, la cantidad se ve disminuida cada temporada. La historia me resultó muy triste. Y al mismo tiempo muy loable sus ganas y entusiasmo de luchar contra los molinos de viento de la inconsciencia.
Vimos una estrella de mar. Después otra, y así varias más. Nunca había visto una tan cerca, ni de un tamaño tan grande. Me sentí afortunada. El agua era tan transparente que las podías observar sin necesidad de acercarte más ni de tocarlas. Me resultó ilógica la necesidad de la gente de entrar en contacto con ellas. Sobre todo teniendo en cuenta su fragilidad.
Pasamos una bella tarde en ese lugar. Pero teníamos que regresar para no perder el último bus de regreso al centro. De nuevo en la calle principal, contratamos un tour para el día siguiente. Nos llevarían a conocer un sector llamado "Hollywood" por la gran cantidad de estrellas de mar. En este caso eran más pequeñas que las observadas la tarde previa. Luego, haríamos snorkelling, y más tarde visitaríamos la Isla Bastimentos donde se podría aprovechar el día de playa.
Al atardecer ya estábamos de regreso. Decidimos que no teníamos mucho más para hacer allí y que ademas los precios nos resultaban bastante elevados para nuestro presupuesto así que contratamos el transfer de regreso a Costa Rica. Nos habían ofrecido un traslado directo hasta San José. Pero fue un engaño. Nos llevaron hasta la frontera y una vez que cruzamos, nos dieron un pasaje en bus (no tenía ni aire acondicionado) hasta San José, pasando previamente por Puerto Viejo. Un viaje bastante largo, pero ya estábamos de regreso. 
La vuelta a San José era la despedida de un viaje por un país que me había resultado diverso, natural, bello. Cuando estudiaba Turismo pensaba en que alguna vez me gustaría conocer Costa Rica. Y tiempo después estaba disfrutando de sus atractivos y enfrentando nuevos desafíos en la tierra del ecoturismo. Una experiencia por cierto, muy rica y que nos llena de vida. De Pura Vida!
¿Conociste Costa Rica? Compartí tu experiencia. 









domingo, 24 de marzo de 2019

[‪#DIARIODEVIAJE] Costa Rica pacífica

El encuentro con la costa pacífica de Costa Rica sería en Montezuma. Llegué a esa localidad por referencias. Su tranquilidad, su condición de mayor accesibilidad en términos económicos que otras playas más masivas como la de Santa Teresa, Tamarindo o Malpais, eran en sí mismos, argumentos más que suficientes.
Desde San José, un bus a Puntarenas, desde allí cruzar en ferry hacia la Península de Nicoya, y seguir camino hasta llegar a Cobano, y luego de un cambio de bus, llegar a Montezuma. En todo ese trayecto, que inicié muy temprano a la mañana pude apreciar la pereza de poblados que apenas despiertan, la calidez de un sol ya intenso para cuando llegamos al ferry. Un viaje apacible a través de las aguas de un golfo acostumbrado al vaivén de las embarcaciones. En la cubierta, el astro rey se muestra con bravura, en las aguas se observa el flotar de algunas ramas, algunos residuos que no deberían estar ahí, y de tanto en tanto, cardúmenes a los que se observa a veces saltar, otras veces ser el imán que atrae a algunas aves marinas. 
Cuando cruzamos hacia la otra orilla, el calor húmedo era casi insoportable. Pero a medida que el bus empezó a rodar, desde las ventanillas el paisaje campestre, tan lleno de verde resultaba no sólo refrescante, sino también mágico. El verdor de los campos, de los árboles, la espesura de la vegetación. Los árboles de mango se veían tan repletos de frutos que eran una tentación que sin dudas aprovechaban los monos y una gran variedad de aves. Algún mapache desprevenido también se dejaba ver a orillas del camino.
El bus  que llevaba como destino Montezuma, finalizó su recorrido en una improvisada terminal. A pocos metros, se podía divisar el mar. Una población pequeña, muy tranquila, de ambiente bohemio. Sólo unas pocas calles conforman el centro comercial donde se encuentran algunas agencias de servicios turísticos, restaurantes, supermercados y venta de artesanías. No mucho más. 
Playas de arenas claras, bosque de árboles nativos. Mucha tranquilidad. Siguiendo el recorrido de la costa se puede llegar a otras playas y cascadas. Esas mismas playas son las que reciben la llegada de las tortugas marinas. Algunos letreros intentan generar conciencia entre los visitantes. Una tarea loable.
A poco de andar desde el pequeño centro, un sendero conduce hacia una cascada, que es otro de los atractivos cercanos. Pero si se quiere recorrer algo más, hay interesantes propuestas. Una de las más llamativas es la visita a la Reserva Natural Cabo Blanco. Para visitarla hay una buseta que cubre el trayecto hasta la entrada y desde ahí, luego de pagar la entrada, se accede a los senderos. El más largo es el que lleva hasta la costa. Se camina largamente con subidas, bajadas y la dificultad crece cuando el suelo se encuentra húmedo, resbaloso y la mezcla de barro y raíces, sobre todo si es en bajada, complican el trekking. En el recorrido, las aves con su canto y el colorido de su plumaje son una compañía llamativa. Sin embargo, hay que estar preparado porque el trayecto es largo y el sendero presenta dificultades, entre ellas, la intensa humedad. Una humedad pegajosa, pesada, insoportable.
A medida que nos acercamos a la costa, la presencia de cangrejos se hace notar. Es una especie de color violeta oscuro con sus extremidades naranjas. Su colorido llama la atención, pero también se vuelve divertido escuchar el sonido de sus tenazas mientras se desplazan buscando ocultarse en sus guaridas al percibir el ruido de pasos. También es frecuente la presencia de iguanas y lagartijas que no dejan de provocar más de un sobresalto. En ocasiones se pueden ver cervatillos y guatusas y también son habituales los monos.
Una vez que se llega a la playa, el premio es sumamente reparador. La vista es muy bonita, la arena blanca. La combinación de sol, playa y vegetación es perfecta. Toda la vida vale la pena en ese instante. Pero sin embargo, luego hay que regresar y desandar el camino .Otra vez sumergirse en la humedad de los árboles altos, la vegetación intensa, el calor abrumador. Sin embargo, la satisfacción que se logra por llevarse el recuerdo de lo vivido, es enorme.
La buseta tiene un horario determinado para el regreso, por lo cual, lo más conveniente es ir bien temprano, para aprovechar el día y tener tiempo para alcanzar el vehículo de vuelta. Con un poco más de tiempo se puede caminar hasta el pequeño poblado de Cabuya. Allí es posible apreciar las embarcaciones pesqueras y, cuando baja la marea, no sólo es posible cruzar caminando hasta la isla donde se ubica el cementerio, sino también observar a las personas que recogen mariscos.
Desde Montezuma también se puede tomar un bus hasta Cobano y desde allí combinar con otro a Santa Teresa. Luego de un trayecto por un paisaje campestre y apacible, se llega a una población donde el movimiento y el ritmo comercial es dinámico. Es uno de los sitios elegidos para la práctica de surf y deportes acuáticos. Las playas son extensas y luego de atravesar un bosquecillo habitado por ardillas, iguanas y monos, se llega a la costa. Los árboles de mango son los preferidos por todas las especies animales que abundan en la zona. Las aves como los tucanes y los loros, también se disputan los frutos. Para alguien acostumbrado a otro tipo de paisaje, el escenario es asombroso, sorprendente, fascinante.
Mi estadía en Montezuma fue de desconexión absoluta. Fue un zambullirse en tranquilidad, en un ritmo lento, en la pasividad de una dinámica slow. La dosis de bravura la aportaban el mar cuando llegaba a la orilla impulsada por una brisa creciente hacia el anochecer. Las tormentas intensas que se desataban por las noches que hacían que lloviera como si nunca fuera a finalizar, como si se tratara de un diluvio universal. Rayos, truenos, aguacero. Sin embargo, al otro día el sol volvía a brillar con intensidad y no quedaba ni el recuerdo de la tormenta.Dicen que así es la temporada de lluvias siempre.
Mi intención de conocer la costa del Pacífico en Costa Rica incluía el avistaje de ballenas. Sabía que era poco probable por la época, pero quería intentarlo. Así que si bien, uno de los lugares de gran atractivo turístico es Manuel Antonio, decidí dejarlo de lado, y visitar el Parque Nacional Corcovado. Para llegar hasta la reserva natural, la población más accesible a la que podía llegar era Uvita. Por lo tanto, el día de mi partida de Montezuma tomé un bus hasta Paquera. Luego, allí abordé nuevamente el ferry, y después un bus a Quepos, y desde allí, otro a Uvita.
El viaje fue largo, pero agradable. Me llevó casi todo el día. En el bus, una pareja me había recomendado conocer Hacienda Barú, una reserva privada en la que se puede apreciar gran variedad de flora y fauna. Hice caso de su recomendación y en un mismo día visité Dominical, una población costera cercana y Hacienda Barú.
Dominical es un poblado pequeño, pero con un amplio espacio público donde está lleno de puestos de venta de artesanías, productos típicos, pareos, vestidos playeros, entre otras cosas. Los puestos se ubican uno al lado del otro y aportan un gran colorido. Las playas, sin embargo, son pedregosas y están llenas de ramas y residuos que trae el mar. Por la fuerza de las olas, es un lugar elegido para el surf.
En Hacienda Barú se paga un acceso y hay varios recorridos para realizar. Comencé a caminar por uno de ellos, y fue un sumergirse en el bosque donde el canto de los pajaritos fue constante, y el colorido de su plumaje, también. Las lagartijas se adivinaban en el sonido que hacían entre el follaje. Una pareja de pecaríes se cruzó en mi canino, y un poco amenazaron con seguirme así que me asusté un poco. Por momentos caían algunas gotas, y la humedad se condensaba aún más en el bosque. El suelo por momentos estaba muy embarrado, así que decidí regresar y retomar otros senderos.
Me habían dicho que en esa reserva podía encontrar a los perezosos. No quería irme del lugar sin apreciarlos, pero por mucho que mirara, no pasaba nada. Había visto tucanes, con sus picos coloridos que me fascinaban. Me sentía feliz de poder visualizarlos, pero mi objetivo era conocer a los perezosos, y eso no estaba sucediendo. A veces miraba con atención tratando de adivinar si se trataba de una bola de pelos o de una bola de termitas.
Anduve mirando los árboles atenta a cualquier movimiento, pero no había caso. Hasta que en un momento descubrí una sombra gris en uno de los árboles, y me quedé mirando con detalle, con esfuerzo, con dedicación. Cuando pude ubicarme en mejor posición vi que era una mamá perezosa que cargaba a su pequeña cría, fue hermoso. Por primera vez veía un perezoso y me sentía feliz. El objetivo estaba cumplido.
En Uvita visité el Parque Nacional Marino Ballena. Sus playas eran increíbles. La belleza paisajística era preciosa. Arena blanca, palmeras, bosques. La geografía del lugar, vista desde lo alto, simula la cola de una ballena. Con marea baja, se podía llegar caminando hasta la cola de la ballena. Así que cuando las aguas se retiraron, caminé por la arena húmeda en la cual la presencia de agua permitía también el reflejo de las nubes y la sensación era como caminar en el cielo.
Las playas son limpias, y no hay emprendimientos privados que hagan explotación de ellas dentro del parque, lo cual aporta mucha tranquilidad. Chicos de colegios de la región andaban con bolsas de residuos limpiando las playas de los desechos que dejaban los turistas, y eso explicaba cómo era posible que las playas estuvieran tan limpias. Una acción para aplaudir, aprender y reproducir.
El Parque Corcovado es uno de los más importantes de Costa Rica. Es conocido como "el hogar de los perezosos". Para visitarlo contraté una excursión ya que no tenía forma de llegar si no era con un guía.
Pasaron a buscarme por el hostel muy temprano. Hubo que hacer un recorrido de un par de horas hasta llegar Sierpe, donde tomaríamos la embarcación que nos llevaría al Parque. El río homónimo era un lugar habitado por cocodrilos, así que eso ya le aportaba una cuota de incertidumbre. Nos subimos a la embarcación pero sólo logramos adivinar la presencia de los lagartos, en la orilla. Como parte del paseo nos llevaron a recorrer los manglares donde las raíces de la vegetación se dejaban ver con sus formas curiosas y a la vez se convertían en hogar de cangrejos y especies acuáticas de la región. Desde la embarcación también pudimos apreciar un perezoso que estaba en lo alto de un árbol. Después tocaba salir a mar abierto y durante un buen rato estuvimos navegando en un mar agitado por la presencia de una lluvia inminente. El aguacero nos sorprendió cuando todavía faltaba un rato para llegar. Al descender de la embarcación tuvimos que hacerlo en medio de las olas. Mi temor ahí era que se me mojara la cámara de fotos porque la marea aún estaba alta y el oleaje era intenso.
El guía nos llevó a recorrer un sendero por un fragmento del parque, pero para poder internarnos entre los árboles, tuvimos primero que cruzar el río. El caudal se encontraba alto. Había que caminar despacio, tratando de no resbalar al pisar, ni hundirse en algún pozo. El guía hizo un comentario sobre cocodrilos y todos interpretamos que se trataba de un chiste. El agua nos llegaba hasta la cintura.
Anduvimos observando la vegetación y la poca fauna que había. Nuestro experto en el Parque nos indicó que la lluvia  hacía que los animales se refugiaran en sus guaridas y que era poco probable que pudiéramos toparnos que algún especimen de los tantos que habitan el lugar. Un coatí, un pájaro carpintero, unas aves grandes que parecían pavos, monos de los aulladores, de los capuchinos, de los araña. Lagartijas, iguanas, ranas, pero no mucho más.
Cuando deshicimos el sendero, fuimos por otro camino hasta una cascada. Desde lo alto del sendero pudimos apreciar a orillas del río a un par de cocodrilos que reposaban sobre un tronco. Entendimos que las palabras del guía eran ciertas y no un chiste. Por suerte, no volvimos a cruzarnos con ninguno de ellos, al menos tan cerca nuestro.
Al momento de regresar, subimos nuevamente a la embarcación, y mientras navegábamos por mar abierto, y mis esperanzas de observar una ballena se diluían, observamos en cambio que algunos delfines nadaban muy cerca nuestro. Fue un regalo asombroso.
Después, cuando volvimos al muelle de partida, observamos que algunas embarcaciones de pescadores estaban realizando la limpieza de su pesca, y por tal motivo, había varios cocodrilos dando vueltas, esperando que les tiraran algunos de los desperdicios. Fue también una situación muy llamativa que hizo que todos se detuvieran a observar la situación.
En Uvita terminó mi itinerario por la costa pacífica de Costa Rica. Fue una experiencia muy rica en belleza paisajística y en tranquilidad. La combinación de mar, playas, vegetación y fauna es de una riqueza enorme, y mucho más si se tiene en cuenta la amabilidad de las personas. No sólo se llena la vista, sino el alma. Cada momento de asombro, es maravilloso. Y eso hace que la ecuación de los viajes siempre sea perfecta.
Montezuma


Montezuma


Flores - Montezuma

Montezuma

Vegetación- Montezuma

Vegetación - Montezuma

Montezuma

Montezuma

Montezuma

Santa Teresa

Santa Teresa

Santa Teresa

Santa Teresa

Santa Teresa

Santa Teresa


Monos

Mangos

Tucán

Monos

Santa  Teresa

Santa Teresa

Montezuma

Montezuma

Santa Teresa

Santa Teresa

Montezuma

Montezuma

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco


Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Reserva Cabo Blanco

Cabuya

Cabuya

Cabuya

Cabuya

Ferry

Ferry

Ferry

Ferry

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena 

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena


Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena


Parque Marino Ballena



Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena

Parque Marino Ballena



Uvita

Uvita

Dominical

Dominical

Dominical


Hacienda Barú

Hacienda Barú

Hacienda Barú

Hacienda Barú

Hacienda Barú

Hacienda Barú

Hacienda Barú

Hacienda Barú

Hacienda Barú

Manglares

Manglares

Manglares

Parque Corcovado


Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Parque Corcovado

Sierpe

Sierpe

Sierpe

Sierpe