domingo, 15 de julio de 2018

[‪#DIARIODEVIAJE] Cartagena mágica

La primera sensación que me abrazó cuando llegué a Cartagena fue su calidez. Pero su calidez pegajosa, pesada. Literalmente me sentí en un ambiente calefaccionado en un día de verano. Y eso que se supone que el aeropuerto estaba climatizado. O por lo menos eso esperaba.
Estaba cayendo la tarde cuando me encontré en las puertas de la estación aeroportuaria.
Ese horario no me dejó más opción que tomarme un taxi. No me resultó un viaje largo, pero siempre me genera desconfianza que me vayan a cobrar de más. Creo que la tarifa cobrada estaba acorde al trayecto. Llegar al anochecer fue mágico. La tonalidad amarillenta de las luminarias, el estilo colonial de las construcciones, era todo asombroso. Como si al atravesar la muralla me encontrara en una postal sepia donde los carruajes conducidos por señores de levita me hubieran trasladado en el tiempo.
Alrededor de la plaza cercana había bares y restaurantes, puestos de venta de comida, algunos vendedores de artesanías y algún artista callejero regalando sus canciones al público disperso. Todo era una maravilla.
Aunque llegué por la noche, igual salí a dar una recorrida. Pero al día siguiente el free walking tour fue una opción necesaria para conocer los secretos de esa ciudad mágica y misteriosa. Este recorrido se hace dos veces al día (a las 10 de la mañana y a las 16 por la tarde), a cambio de propinas. Hay que reservar a través de la web, así que previendo que por la tarde el clima sería más caluroso por la tarde, tomé el tour de la mañana. Y no me equivoqué, el calor de la tarde era abrumador. Pero el de la mañana, también. Es fundamental comprarse un sombrero, y para eso hay gran cantidad de vendedores ambulantes por todos lados. Compré uno.
El circuito se inicia en la plaza Santa Teresa, frente al Museo Naval. Luego, se continúa por los puntos más emblemáticos de la ciudad amurallada. El antiguo edificio del periódico en el que Gabriel García Márquez ejercía como periodista, la iglesia de San Pedro Clever, la muestra de obras que se esparcen a su alrededor, la historia de las palenqueras (mujeres que lucen atuendos típicos y venden frutas, a cambio de permitir que les tomen fotos), la Plaza del Reloj, la Catedral, las construcciones típicas, para terminar el tour en el otro extremo de la ciudad, luego de casi 3 horas de caminata.
En las esquinas es común encontrarse con puestos ambulantes de venta de frutas frescas. Recipientes tan tentadores tanto por su contenido como por su precio. Los vendedores de arepas y otras comidas rápidas, son una interesante propuesta gastronómica para poner a prueba el paladar con sabores típicos.
Las murallas que delimitan la ciudad le otorgan un halo de misterio. Más allá, el mar siempre presente ofrece una bella postal. En los baluartes, puntos fuertes de la muralla, se reúne el público para observar el atardecer. La mirada se pierde en el horizonte donde el sol tiñe el agua y el cielo de un anaranjado intenso. Cuando el astro rey termina de caer, ya las luces iluminan la ciudad.
Al anochecer, las plazas son lugares de encuentro y de socialización donde se reúnen artistas callejeros, feriantes, artesanos y público. Es también el horario en el que los carruajes salen a pasear a los turistas.
Entre los sitios más característicos para visitar en Cartagena, se encuentran el Museo del Oro con sus diversas piezas precolombinas  y el Museo de la Inquisición. Ambos conforman una propuesta para conocer parte del patrimonio del lugar, pero fundamentalmente se convierten en un refugio frente al calor que abruma.
El Castillo San Felipe es un sitio emblemático. Imposible no visitarlo. La fortificación es el símbolo de una época colonial que tenía a Cartagena en la mira de los invasores tanto franceses como ingleses. Es una construcción pensada como un sitio clave para la estrategia militar. El recorrido por el Castillo requiere de un guía que lleve a comprender la importancia del lugar y revelar el uso de los distintos compartimientos. El recorrido lleva algunas horas, y el calor, hay que repetirlo, se hace sentir, sobre todo cuando se recorren pasillos húmedos, oscuros y sin ventilación o cuando toca estar bajo el rayo del sol.
Getsemaní es un pintoresco y bohemio barrio en las afueras de la ciudad amurallada. Recorrerlo es una aventura que permite descubrir detalles arquitectónicos y de ornamentación, los rituales de los jóvenes que la transitan, y que se apoderan de la plaza principal, de bares y restaurantes.
El puerto desde donde salen las embarcaciones que llevan a conocer las islas cercanas, es también un punto de concentración de público. Tanto las agencias de turismo como quienes hacen excursiones por su cuenta, se congregan por la mañana a la hora de salida de las embarcaciones. El archipiélago de las Islas del Rosario es el más popular. Allí, los tours llevan al público que quiere conocer el oceanario, y a quienes quieren practicar snorkelling, una actividad sumamente recomendable no sólo por la gran cantidad de peces coloridos que se observan, sino porque el precio es muy accesible.
La Isla Barú, con sus playas de arena blanca es uno de los sitios a los que se puede llegar también con las embarcaciones que parten del muelle. Barú se incluye en los tours por el día que llevan a conocer las Islas del Rosario, y es también un destino que suele ser elegido para pasar algunos días de sol, playa y tranquilidad.
Los días en Cartagena fueron realmente mágicos. Era como estar en otro espacio tiempo. Como haber pegado un salto al vacío y caer en un libro de cuentos asombrosos. En sus calles empedradas y estrechas, sus ventanales coloniales, sus balcones trabajados, sus puertas ornamentadas, sus personajes típicos, la musicalidad de su rutina, en sus detalles, en todo hay una belleza que atrae y que la hace única. La estadía en la ciudad fue un paréntesis para andar, para reflexionar, para perderse y volverse a encontrar.
Visitar Cartagena es enamorarse de una ciudad mágica y hermosa, es soportar su clima sofocante, acostumbrarse a la intensidad del sol, adaptarse a su ritmo, amar sus rincones. Es entregar el alma a la sumatoria de instantes supremos donde todos los sentidos se llenan de esa sensación de plenitud que podemos llamar felicidad. Es dejarse atrapar por su calidez, disfrutar de sus particularidades y quedarse con la sensación de buscar volver.
¿Estuviste en Cartagena? Compartí tu experiencia.




























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