lunes, 23 de febrero de 2015

Uquía, el entierro del carnaval


Toda la Quebrada de Humahuaca es un cuadro de vivos colores, de combinaciones mágicas que impactan y hechizan. En esa geografía casi desbordante del noroeste argentino, casi olvidada a la vera de la ruta nacional número 9, Uquía sorprende y espera.
Espera la visita al pasar del viajero curioso. Espera un crecimiento acompasado a la dinámica del torrente turístico que cada año transita por las rutas norteñas para dejarse maravillar por sus paisajes en una escala ascendente.
Sorprende con el colorido de sus cerros rojo intensos, con su ritmo lento, sus casas bajas, sus construcciones de barro, sus calles de tierra. Sorprende con sus reliquias de antaño, tesoros guardados puertas adentro de una iglesia así como en la intimidad de cada familia.
Construcciones simples, puertas estrechas, de habitaciones pequeñas, de paredes ocre. Es que la tierra es tan prolífica que no sólo provee de los alimentos a través del fruto de las huertas familiares, sino también el material con el cual cobija y abraza a sus habitantes. Un caserío construido ladrillo a ladrillo con las propias manos a la usanza de los antepasados, patrimonio de la propia cultura, que se aglomera en una superficie reducida, como si no hubiera tierras suficientes a uno y otro lado de la carretera. Pero la idea de lo común, de la calidez humana, de la identidad, de la fraternidad parecen justos argumentos para la configuración de una población a orillas de la ruta.
Un cartel indicador señala su existencia, como para que no quede olvidada entre otros puntos de más renombre como Tilcara y Humahuaca. Tímido letrero que no dice mucho, pero que le da entidad con solo nombrarla. Uquía, a 120 kilómetros de San Salvador de Jujuy, a 12 kilómetros de Humahuaca, a 2.900 metros sobre el nivel del mar.
La plaza. que es el punto de reunión social, congrega a los artesanos que ofrecen sus productos bajo puestos improvisados expuestos al sol, al viento, al frío, al calor. Frente a ese punto neurálgico, la Iglesia San Francisco de Paula. El templo es una joya en sí mismo, que es al mismo tiempo la caja fuerte que contiene un gran tesoro. 
Las puertas de la iglesia se abren por la mañana, y dejan curiosear a los recién llegados. No está permitido obtener fotografías con o sin flash, en cambio, se pueden adquirir postales que servirán también para mantener el patrimonio oculto bajo esa edificación del siglo XVII y que le valió la declaración de Monumento Histórico Nacional. 
El blanco de la iglesia resplandece en un paisaje predominantemente amarronado y rojizo. El campanario atrae con su sonido metálico, pero sus escaleras destruidas no permiten subir hasta su cima. Está separado de la iglesia cuya fachada es simple, pero que al ingresar deja al descubierto su tesoro: los Ángeles Arcabuceros. La colección corresponde a pinturas realizadas durante el período hispánico. que fueron traídas de Cuzco y que retrataban a los ángeles vestidos como los militares españoles del siglo XVII y que portaban arcabuz como arma. El retablo de madera dorado a la hoja habla del trabajo invertido en su realización, de la importancia y valoración de la iglesia. También es parte de las reliquias preciada la talla de San Francisco de Paula. 
Un pequeño museo, el centro vecinal, la escuela, un centro de sanidad, un destacamento policial, una biblioteca nativa, son instituciones que se desparraman en la comunidad.
En las calles de polvo gastado, hay vestigios de los festejos del carnaval. La festividad es también un motivo de celebración generalizada en esta población. Restos de envases de nieve artificial y de cajas de vino se encuentran esparcidos por cualquier lugar. Luego un vehículo municipal hará el trabajo de recolección.
Unas calles más allá, el poblado deja lugar a los cerros. Por allí circulará el ganado caprino y ovino, alimentándose de los frutos que dan las plantas silvestres. Una mujer cargando a su pequeño retoño en su espalda, guía a las ovejas y chivos hacia el corral perdido en un sendero a los pies de algún cerro.
En el espacio de transición entre el pueblo y la cadena de cerros de tonalidades hipnóticas, se deja ver un montículo de piedras, maíz, envases de vino. Es un tributo a la Madre Tierra. Erigida días atrás, la torre fue testigo de la alegría popular. Días después, será motivo de tristeza por el entierro del carnaval. Se sumarán a la ofrenda, serpentina, hojas de coca, talco, vino, estandartes, sombreros y trajes de colores. Habrá lágrimas, y sentimientos de nostalgia por el entierro del carnaval. Será hasta el año siguiente, cuando la alegría se vuelva a desatar.










Entierro del carnaval.









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