domingo, 9 de agosto de 2015

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Una vuelta por Colonia Suiza

Después de varios días de lluvias intensas, el universo parece haber conspirado a favor. El diluvio de la noche mutó a finas gotas que apenas se perciben. El cielo nublado muestra un tibio celeste a medida que el tenue viento va arrastrando a las nubes. El panorama es muy diferente al del día previo. Y eso era un buen indicio.
El destino elegido para celebrar el primer día prácticamente sin lluvia fue Colonia Suiza. Un lugar por demás pintoresco y típico de Bariloche, y que además es bastante fácil llegar por cuenta propia.
En la Avenida San Martín, a pocos metros del Centro Cívico, están los refugios de las paradas. El colectivo que lleva directo tiene una frecuencia escasa en temporada baja, pero la opción es tomarse un colectivo que lleva hasta el KM 18 y desde ahí hacer trasbordo hasta Colonia Suiza. El pasaje cuesta 12 pesos y se puede pagar con tarjeta SUBE. Recorrer el trayecto lleva con trasbordo incluido, casi una hora, pero el colectivo nos deja justo en el corazón de Colonia Suiza.
Los días domingos son ideales para ir a almorzar curanto, ese plato típico de algunos lugares de la Polinesia y que también fue adoptado por los pobladores locales hace ya mucho tiempo. Consiste en la cocción de carnes y verduras realizada con piedras calientes en un pozo cavado en la tierra. Hay varios lugares donde lo preparan, pero en el espacio destinado a la feria artesanal, se puede adquirir la porción a un precio más accesible, ya que funciona como autoservicio. Allí mismo se pueden degustar las varias cervezas artesanales que se producen en la zona.
La cerveza artesanal, sin dudas, se convirtió en un recurso muy importante para la Patagonia. El número de pequeños productores creció considerablemente. Es una actividad económica fundamental para los locales, y una forma de degustar algo autóctono para los turistas y también colaborar con los microemprendimientos. Es la vía que tiene el turismo de contribuir a generar fuentes de trabajo y distribución de recursos. Y eso es una buena iniciativa.
Desde su puesto de venta una mujer joven me invita a hacer la degustación de sus dos variedades de cerveza artesanal. Le agradezco la invitación pero le digo que no tomo alcohol. Sin embargo, le digo que eso no es impedimento para que me cuente cómo la hace y por qué se dedica a la fabricación y venta de cerveza artesanal en las variedades negra y rubia. Los que se acercan a probarlas, en su mayoría eligen la negra. Le hago esa observación y me explica sobre la intensidad del sabor. Me cuenta que algunos ingredientes los traen de Córdoba, otros de El Bolsón, y algunos otros los cultivan ellos. Hasta hace un par de años trabajaba y vivía en el centro de Bariloche. Tenía un buen empleo, comodidades, un buen pasar, un auto, pero cuando con su marido se enteraron de la llegada del bebé, decidieron hacer un cambio definitivo.
Optaron por alejarse del consumismo, y se fueron a vivir al cerro, cerca de Colonia Suiza. Me cuenta que tienen una casita simple, pequeña, sin lujos, sin televisor, sin celular. En cambio tiene una huerta, y un paisaje increíble. Dice que la llegada de su hijo los hizo darse cuenta de lo necesario del cambio, de la valoración de lo esencial y de la importancia del cuidado del planeta. Por eso, se las ingenia para reutilizar los materiales y reciclar los desechos. Con su marido hicieron el curso para aprender a fabricar cerveza artesanal, compraron los utensilios necesarios y se lanzaron a su microemprendimiento.
No es un proyecto ambicioso, solamente un recurso para cubrir las necesidades básicas. Se dedican a la fabricación, y los días de funcionamiento de la feria artesanal, venden allí la cerveza. Están solo unas horas, lo suficiente para seguir con su fuente de ingresos. Ella dice que es la mejor decisión que pudo haber tomado, que el paisaje que tiene todos los días desde el cerro es impactante, y que no entiende cómo las familias llegan hasta allí pendientes todo el tiempo de sus dispositivos electrónicos y no observan lo que hay alrededor, no conectan con el lugar, con la naturaleza. Y sí, es algo que no se comprende. Realmente el lugar es hermoso. Al cabo de una larga charla nos despedimos. Me recomienda que vaya hasta la orilla del Lago Moreno, y me señala el pico nevado del Cerro López. Con los rastros de las lluvias intensas no hay tanto que se pueda recorrer, pero ella insiste en que en otro momento estará muy bien recorrer la zona. Coincido.
Decido hacerle caso y bajar hasta el Lago Moreno. Pero no se puede llegar hasta la orilla por el único lugar de acceso público que existe. Las lluvias inundaron gran parte del acceso. Retrocedo y camino hacia la entrada al camping lindero. Está cerrado. A pesar del cartel que advierte "prohibido ingresar, propiedad privada", abro el portón e ingreso. No se ve a nadie, sigo avanzando en dirección al espejo de agua. Silencio. Lago. Montañas. Bosques. Cielo celeste. Permanezco un rato disfrutando de ese instante único. Luego, doy unas vueltas por los alrededores y a medida que camino, recuerdos de viajes pasados acuden de inmediato. Algunos sitios conservan su fisonomía, otros han cambiado. Observo los picos nevados y siento que ese instante vale todo.
Visito los negocios de artesanías y la granja y productora de dulces de frutos regionales. Intento visitar el museo local pero está cerrado. Antes de regresar, meriendo en una de las casas de té. Una rica porción de torta y un café reparador para compensar el frío. El lugar se convierte en un refugio ideal.
El colectivo de regreso parte del mismo lugar en el cual descendimos todos los pasajeros. Sale cada hora. Nos lleva hasta el KM 18, y ahí nuevamente a esperar la conexión hasta el Centro de Bariloche. Ya para entonces, otra vez las gotas de lluvia dijeron presente. Era una especie de preanuncio del porvenir. Esa noche, se desató una terrible tormenta.





















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