domingo, 25 de enero de 2015

Aventura en El Palmar

Si hay una palmera, seguro es un oasis. Pensar en palmeras puede sugerir un paisaje de desiertos, dunas enormes y un sol abrazador. Pero en medio de ese panorama ardiente, se descubre el regocijo de encontrarse a salvo en el mejor de los mundos. Una porción de ese montón de arena se convierte en un sitio ideal donde el verde fluye a orillas de un manantial y todo es perfecto.
Esa fantástica postal construida en el imaginario colectivo es un poco diferente de la que puede encontrarse en el Parque Nacional El Palmar, en el kilómetro 198 de la ruta nacional 14, a 50 kilómetros de la ciudad de Colón, (y a 6 kilómetros de la población de Ubajay) en la provincia de Entre Ríos. Es cierto que parece un oasis, sobre todo cuando se piensa en el sol implacable que calienta el ambiente durante el verano. Pero no se trata de un desierto, si no un área protegida que se diferencia del resto de la vegetación por tratarse de uno de los palmares más australes del planeta.
La palmera yatay
es la ama y señora del Parque Nacional que la tiene como protagonista. Su figura larga y delgada se reproduce infinitamente a lo largo de las 8500 hectáreas que abarca el área protegida, una de las más visitadas de Argentina por su cercanía con los centros urbanos como los de Buenos Aires o Rosario.
Un camino de tierra invita a adentrarse en ese territorio colonizado por la palmera yatay. Son 12 kilómetros los que conducen hasta el Centro de Informes, allí donde están también el camping y la proveeduría y desde donde parten algunos de los senderos. Un circuito autoguiado breve es un pasaporte a interpretar el ambiente y conocer algunas especies tìpicas de la selva paranaense. Otro sendero actúa como guía hacia la historia del lugar, donde las antiguas caleras son el testimonio del eje de la actividad económica de entonces.
Un mirador sobre la barranca regala un momento de relax. La vista se pierde en el río, en la vegetación que cubre la orilla opuesta, en las playas que se prolongan más allá del sendero. La sombra de los árboles es un refugio para el calor de la tarde. Los caminos se mezclan entre los pastizales y derivan en rutas que llevan a la selva en galería, y a un rincón apto para la observación de las aves.
Desandando el camino hacia la entrada al Parque se encuentra el inicio de otros recorridos posibles, donde sí, el Palmar se expresa en toda su magnitud. El paisaje cautiva, y la captura de las pantallas fotográficas no logran retratar la elocuencia de la naturaleza. Una palmera, otra y otra y cientos, miles, se agrupan aquí y allá. Las palmeras alternan con los pastizales entre los que se escabullen los zorros. Mientras que a orillas del camino los carpinchos se deleitan dándose baños entre los charcos de agua. La musicalización está a cargo de los pajaritos que vuelan de un lugar a otro, al igual que las mariposas. Pero no es lo ùnico que vuela, también lo hacen los mosquitos y otros insectos, por lo cual es necesario estar preparado con repelente, y no olvidar la pantalla solar y suficiente agua.
Recorrer los senderos a pie lleva mucho tiempo. Lo ideal es tener un vehículo y hacer sólo algunos tramos de caminata, o pasar la noche en el camping para aprovechar mucho mejor la estadía, y sobre todo las horas de la mañana.
El atardecer llega lentamente y cubre con un brillo dorado todo el campo de palmeras. El cielo celeste intenso cambia lentamente la tonalidad y se cubre de otros colores. Dorado, anaranjado, azul intenso. hasta que la oscuridad de la noche gana terreno y la luna y las estrellas se encienden. El final de la jornada deja como resultado la sensación de que todavía queda mucho por descubrir.







 










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