domingo, 11 de enero de 2015

Brillo de Diamante

"Pueblo chico, infierno grande". Ese dictamen popular es una especie de karma para toda pequeña población perdida en alguna porción de un extenso territorio y encontrada en un mapa casi por casualidad. Para quien llega con nuevos ojos es difícil identificar la magnitud del averno. Lo habitual es maravillarse con las casas bajas que aún conservan en sus rasgos la impronta del estilo colonial, percibir la paz que se huele en la atmósfera, sorprenderse con los árboles en flor que perfuman el ambiente, advertir que en sitios como ese el tiempo pasa con ritmo cansino y las escenas cotidianas se repiten una y otra vez como parte de una rutina caprichosa.
Si algo no hay, es apuro. Todo sucede en cámara lenta. Hasta en el hablar de sus habitantes se reconoce la paz que todo lo inunda. Esas mismas cualidades que se podrían encontrar en cualquier otro sitio, se encuentran también en Diamante.
Ya el nombre condena al lugar a ser un sitio preciado. Y por cierto que esa tranquilidad es muy requerida por los que llegan con necesidad de desenchufarse muchos foráneos. Como todo tesoro, apropiarse de Diamante no se consigue sin esfuerzo. Sus colinas que dibujan subidas y bajadas hacen que las distancias, a pesar de ser no muy extensas, se sufran a veces cuando las calles van en dirección ascendente. Pero cuando cae la siesta y el calor se apodera de cada rincón, realmente es imposible no pensarse en el infierno.
Es cierto que un lugar pequeño, que ya desde su nombre resulta atractivo, llama la atención con sus tradiciones y su cultura. Indispensable la visita al centro cívico con su iglesia, su palacio municipal, la policía, el Banco Nación, y el casino. También atrapa con el verde naturaleza, A orillas del Paraná, desde sus barrancas se obtienen vistas preciosas del río y los islotes que lo habitan. Sobre sus costas, el club náutico y el balneario municipal son áreas recreativas que actúan como punto de reunión para la sociedad local.
Diamante es una joya entrerriana que se deja ver a 50 kilómetros de la capital provincial. Su desarrollo turístico está en una etapa incipiente, y eso es un hallazgo para quienes no disfrutan del turismo masivo. La infraestructura turística tiene mucho por pulir en ese precioso destino. No llega mucho turismo, pero el que llega tiene algunas recompensas. El Parque Nacional Pre Delta, es uno. Distante a 5 kilómetros de la ciudad, se encuentra la reserva que es capaz de encantar con sus efectos mágicos. Tiene dos pequeños circuitos de trekking habilitados, y un espacio de recreación y camping a orillas del Paraná. Puestas de sol mágicas, lunas llenas iluminando las lagunas cubiertas de plantas acuáticas y aves multicolores adornando el paisaje son regalos inesperados que provocan una instantáneas que uno quiere atesorar para siempre en la memoria.
Acaso uno de los regalos más gratos se obtenga con la llegada de la noche. La oscuridad nocturna trae consigo una cantidad impresionante de mosquitos que parecen inmunes a los repelentes, pero eso se vuelve un detalle menor cuando el negro intenso va cubriéndolo todo y en el cielo las estrellas brillan con todas las fuerzas del universo. Y si el resplandor de la luna llena no fuera suficiente, y si las luces que centellean en el cielo no alcanzaran. Pequeños diamantes se mueven por aquí y allá al ritmo jugueton de las luciérnagas que juegan a las escondidas. En ese juego dinámico, expanden su luz como linternas que guían el camino. En un tiempo en el que los bichitos lumínicos se convirtieron en una especie extraña, encontrarse en un trekking nocturno en la compañía de una brillantina fantástica, todo se vuelve de fantasía.
Diamante es riqueza, tesoro, brillo, lujo, placer. Ningún otro nombre podría haberle quedado mejor a un sitio que aún en su estado bruto, tiene un gran valor.






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