sábado, 6 de agosto de 2016

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] San Ignacio, naturaleza y ruinas

En la provincia de Misiones, las ruinas jesuíticas son un símbolo de la impronta que dejó la evangelización española. Aquella consigna de convertir a los “salvajes” en fieles, luego de la llegada de los conquistadores a América, se evidencia a través de las huellas que aún persisten en noreste argentino y también en territorio paraguayo.

San Ignacio es una pequeña localidad misionera, recostada sobre la margen del río Paraná. Los contingentes de turistas llegan desde Iguazú con la finalidad de conocer las famosas “Ruinas de San Ignacio”. Otras poblaciones cercanas también tienen entre sus atractivos turísticos los vestigios de las reducciones jesuíticas. Las ruinas de Nuestra Señora de Loreto, Nuestra Señora de la Candelaria, Santa María La Mayor y Santa Ana, son algunos ejemplos.
El complejo donde se encuentran las Ruinas de San Ignacio se ubica a pocas cuadras del centro. A su alrededor hay restaurantes y muchos puestos de venta de artesanías, plantas, y también algunos niños y mujeres guaraníes que solicitan dádivas.
Había visitado las ruinas en otra ocasión, así que esta vez, preferí destinar el tiempo a conocer un lugar del cual me habían hablado y cuya descripción me había entusiasmado. No sabía de su existencia, y nunca antes había escuchado hablar de él. Después, como siempre sucede, algunos otros eventos me llevaron a obtener más información del lugar.

Pregunté en la Oficina de Turismo que está en el ingreso a la ciudad, y no sólo me informaron, sino que también me recomendaron y me vendieron que visitara el Parque Provincial Teyú Cuaré. Y compré. Si ya estaba medio convencida, me terminó de cerrar la propuesta cuando me dijo: “Acá tenés Las Ruinas, que son muy lindas y es muy típico, pero en el Parque tenés naturaleza, paisajes y si querés ruinas, también tenés ruinas”. El acceso es gratuito.
Una vez tomada la decisión, el siguiente paso era buscar la manera de llegar. Las alternativas, cuando se dispone de tiempo y no se tiene vehículo es caminar o alquilar una bicicleta. Pero cuando el tiempo apremia, no queda más opción que contratar un remis. El recorrido hasta llegar al Parque se hace por un camino de ripio que se va internando en el verde de la abundante vegetación. Al cabo de algunos kilómetros, se llega hasta un desvío que desemboca en el Parque Provincial.

Un cartel indicador muestra en un plano con los tres senderos que pueden realizarse. A pocos metros, una casilla donde se aloja el guardaparques y los sanitarios.  Un sendero central se inicia y conduce por varios metros hacia el punto donde los senderos se bifucan. Uno, es el que conduce a la Casa Bornamnn, donde se encuentran las ruinas de una construcción que según las versiones sirvió de alojamiento al general nazi que llegó escapando de Europa, Martín Bormann. Otro conduce hacia los miradores y el último hacia la playa.
El Parque Provincial Teyú Cuaré, que en guaraní quiere decir “Cueva del lagarto”, es algo así como el reino de Jurassic Park.  Los ruidos entre la vegetación y entre las piedras alertan sobre la presencia de compañía. Ante los sonidos, quedarse alerta, moverse despacio y descubrir que el sonido se escurre entre la vegetación, instantes más tarde la secuencia se vuelve a repetir y mientras yo espero expectante, hay alguien que también adopta la misma actitud. Veo un lagarto escondido entre la vegetación e inmóvil sobre una roca. Lo observo y él domina la escena a su alrededor con una vigilancia alerta. Estoy en su territorio, claramente la intrusa soy yo.

La superficie que abarca el Parque es de 78 hectáreas que se expanden a orillas del río Paraná, en una zona de vegetación que pertenece a una ecorregión conocida como sabana tropical. Creado con el propósito de proteger el peñón que lo caracteriza, las cavernas naturales que son refugio no sólo de lagartos sino también de murciélagos, y la variada flora.
Comenzar a andar el sendero es desconectarse de la rutina y adentrarse en una conexión de otra naturaleza. Un nexo con el verde de la vida, con la paz, con el sosiego. Es respirar un aire puro e intenso. Es agudizar los sentidos tratando de capturarlo todo: el paisaje, la presencia de alguna especie de ave, la fauna que habita el lugar, las mariposas que acompañan y guían, los insectos que deambulan de un lado al otro, los sonidos de las brisas entre las hojas, los movimientos rápidos de las lagartijas, el canto de las aves, el olor de la humedad, la fragancia de las flores, la dureza de las rocas y la esponjosidad del suelo cubierto de hojarasca.
Luces y sombras. Reflejos de los rayos del sol, refugio que ofrecen los árboles. Bosque de fantasías que invita a recorrerlo y a disfrutarlo. Luego unos escalones conducen hacia uno de los miradores. El Río Paraná circula con parsimonia. Las islas, esparcidas en distintos sectores lo llenan de vegetación. Desde el mirador, la flora que se observa es abundante, variada. El cielo está límpido, y su brillo sólo se ve interrumpido por las aves que sobrevuelan el parque.

Encontrarse con ese paisaje es una invitación para quedarse observándolo largo rato, para dejarse tentar por las sensaciones y dejar de lado los pensamientos. Pensar en nada, vivirlo todo.
Un mirador conduce a otro, y así es como obtenemos distintas perspectivas del paisaje. En la orilla de enfrente, el Paraguay. El verde de la vegetación, el celeste del cielo, el reflejo sobre el agua, los afloramientos rocosos, la tierra rojiza. Composición de colores que pintan un cuadro de belleza y tranquilidad.
Un sendero que se desgrana en escalones descendentes llevan a la playa. Desde allí se observa el peñón que es la imagen característica del Parque. Los lagartos, dueños del lugar, en sus diferentes tamaños me hacen pensar en que en algún momento se van a transformar en gigantes venidos de otras épocas.
Entre la vegetación, el colorido de los pájaros es como un juego de adivinanzas. Las aves pequeñas y otras más grandes, van moviéndose con rapidez entre rama y rama, y dejan escapar notas encantadoras que llaman la atención. Es un ejercicio entretenido escuchar los sonidos y tratar de identificar las aves entre el follaje.

Se necesitan varias horas para recorrer los senderos, si se hacen paseando con tranquilidad y disfrutando del lugar, que es la forma más recomendable. 
El Parque Teyú Cuaré es un lugar de visita frecuente por parte de lugareños y algunos turistas, aunque la mayoría llega en sus propios vehículos o habiendo alquilado bicicletas o remises. En alguna ocasión, agencias de turismo ofrecían el paseo, pero las condiciones del camino hicieron que cada vez fueran menos frecuentes.
Contiguo al parque se encuentra la Reserva Privada Osununú. Allí, la Fundación Temaikén, preserva 168 hectáreas de la selva misionera. En conjunto, ambas reservas constituyen un rico patrimonio natural y geológico de la provincia de Misiones.
El recorrido por la provincia de Misiones iba a tener un corolario que fue como la frutilla de un rico y sabroso postre. San Ignacio me atraía por sus ruinas, por su relevancia en el mapa de los destinos turísticos provinciales, pero finalmente me terminó atrapando con uno de sus atractivos que no conocía y que tuve el placer de descubrir. Fue el final de un viaje que me reencontró con la tierra roja, con el verde de la naturaleza, con el calor sofocante de la humedad y con el frío profundo de sus noches frescas, pero sobre todo que me mostró la calidez de su gente regalándome una experiencia tan preciada que nadie debería dejar de vivir.