martes, 27 de enero de 2015

Diario de viaje: El Maitén, la otra Trochita

Hacía mucho tiempo que quería hacer el recorrido de La Trochita. Hace algunos años -bastante más de los que recordaba-, fui a Esquel con intenciones de realizar el viaje. No tuve suerte, mientras estaba ingresando a la ciudad, vi cómo el tren pasaba realizando su rutinario paseo. Años más tarde, un nuevo viaje me llevaba otra vez al Sur y nuevamente incluía en mis planes al tren de trocha más angosta del país. 
Tuve que descartar el viaje a Esquel porque no había disponibilidad de plazas. Sin embargo, como cuando el deseo es intenso, el universo conspira a favor, descubrí que La Trochita tenía un recorrido alternativo que cubría el trayecto El Maitén -Bruno Thomae. Genial! El problema que se planteaba era cómo llegar a El Maitén. Desde Bariloche no había conectividad. Desde El Bolsón había un colectivo pero sus horarios no coincidían con los de La Trochita. La única opción fue contratar la excursión en una agencia. El viaje se hizo en un remis. Los 67 kilómetros que separan a El Bolsón de El Maitén, el auto lo cubrió en el plazo de una hora. 
El Maitén es un municipio pequeño. La mayoría son empleados públicos, muchos ex empleados del ferrocarril, y algunos que siguen ligados al tren. El barrio ferroviario está ahí nomás de las vías, y las construcciones tienen toda la impronta del estilo inglés. Su fundación se debió a la llegada del tren, allá por la década del 40. Su estancamiento se produjo en la década del 90, con aquella nefasta política de que "ramal que no se usa se cierra". Despidieron a los empleados del ferrocarril y sólo un puñado de ellos pudo seguir trabajando cuando la provincia se hizo cargo del ramal con fines turísticos.
Además del paseo en tren, en El Maitén están el museo y los talleres, los cuales pueden visitarse con guía. El museo es pequeño, y la señora que lo atiende es por demás amable. El recorrido es circular a lo largo de una sala donde hay desde fotos, faroles, uniformes usados por los guardas, hasta un fragmento de vía y boletos de trenes, entre los que se podía ver uno desde El Maitén a Plaza Constitución.
Después de la visita al museo, se realiza una recorrida por los talleres. La recorrida por los talleres fue fantástica, algo así como revivir parte de lo que había leído en "La libertada es un tren", el libro de Germán Sopeña, material de estudio de la facultad. La guía hablaba del origen de las máquinas que eran de dos tipos, las Baldwin (norteamericanas) y las Henschel (alemanas), los boogies, y todas las maquinarias que utilizan los trabajadores de los talleres. La mujer explicó que el taller antes era un galpón donde se hacía todo, pero que con el tiempo se fueron segmentando los sectores para que todos trabajaran más cómodos, y además está calefaccionado ya que suele hacer mucho frío. En la sección de carpintería contó que se hace el mantenimiento de los vagones, ya que es necesario cambiar las maderas de los laterales, mientras que se conservan los techos y los pisos. El motor de las locomotoras tiene una vida útil de 8 años, por lo cual cada tanto se hace la revisión total del motor, se lo desarma por completo y se lo pone a punto. Hay sólo 4 locomotoras en funcionamiento. Dos se usan en la formación que sale de Esquel y las otras dos se usan en el trayecto de El Maitén. Todas las reparaciones, sin embargo, se hacen en el mismo taller.
En el galpón se encontraban algunos de los vagones de los que se usaban para carga de ganado ovino en pie, lanas o trigo. También estaban los vagones de media carga, y los vagones en los que se transportan los bidones de agua y combustible que el tren necesita para marchar. Por cuestiones de seguridad, el vagón de carga siempre tiene que ir antes del de pasajeros. 
Recorrimos todo el taller,  y a cada pregunta, la guía respondía amablemente. Contó que durante la temporada alta se hacen recorridos de martes a domingos hasta dos veces por día, luego hacen recorridos en vacaciones de invierno y los fines de semana largos. En ocasiones especiales como el día del niño suelen hacer trayectos más cortos. Hay un recorrido completo que se hace a veces con turistas extranjeros, que va de Ingeniero Jacobacci a Esquel, y que las agencias venden en el exterior. 
Minutos antes de que comience el recorrido, se realizan las maniobras necesarias para llevar la formación hasta la estación. Se recorren 22 kms, la misma cantidad que se realiza desde Esquel a Nahuel Pan. Desde El Maitén se va hasta la estación Thomae, allí hay un desvío, y la estación se instaló hace apenas cinco años. Anteriormente se llegaba hasta el mismo punto pero se quedaban debajo de los pinos. Es que esa estación se creó a instancias del paseo. La siguiente estación es Leleque, a 50 kms de El Maitén, pero cubrir esa distancia llevaría demasiado tiempo, por lo cual se estableció el final del recorrido en ese desvío. 
El jefe del tren es el que oficia a la vez oficiaba de guarda. Con pinza en mano pasó picando los boletos. Los pasajeros pueden moverse de un vagón a otro, y en la estación de llegada, tomarse fotos en la locomotora. Mientras tanto, el recorrido está lleno de curvas que van dibujando un serpenteo entre la estepa. Las liebres huyen al escuchar la llegada del tren y se pierden entre la vegetación rala. 
La tripulación del tren se conforma del maquinista y su ayudante, dos técnicos, la gente del vagón comedor, la guía y el guarda, que era también el jefe y responsable de todo lo que pasaba en el tren. Para cuando llegamos a la estación Thomae, todos los pasajeros descendieron para fotografiar la máquina, subirse a la posición del conductor y tocar la bocina. La fascinación que produce La Trochita era suficiente como para sentirse dentro de una gran aventura. 
El vagón comedor dispone de mesas para deleitarse con una merienda mientras se devora el paisaje reflejado a través de las ventanas. El comedor estaba a cargo de unas señoras -la mayoría viudas de ex empleados del ferrocarril- que pertenecían a la cooperadora del club de jubilados del ferrocarril. 
Una vez que el tren se puso en movimiento para emprender el regreso, fui hacia el último vagón y desde allí busqué obtener en una curva una toma del tren en todo su esplendor. El tren circulaba a 20 kilómetros por hora, mientras las liebres se alejaban rápidamente de las vías. Fue una experiencia fantástica que hizo que me sintiera alegre y feliz. Por suerte, Trochita no hay una sola. 














lunes, 26 de enero de 2015

Encuentro viajero: Hormigas con sabor a limón

No parece pequeño. Su forma de hablar, la expresividad de sus palabras, su gesticulación constante. Habla. Habla mucho y constantemente. Pero sus respuestas suelen ser breves. Está rodeado de gente que le hace preguntas, y él se muestra muy predispuesto a responder. Es difícil pensar que estamos delante de un pre adolescente. Pero así se muestra Pampa, el primero de los cuatro hijos de Candelaria y Herman Zapp, los viajeros que cumplen 15 años de estar dedicados a perseguir y atrapar sus sueños.
"Lo más difícil es empezar". Después de sufrir varias postergaciones los Zapp decidieron ponerle fecha al inicio de su sueño. No importaba si no estaban preparados, la decisión era "salimos sí o sí". Y así lo hicieron. Fue un 25 de enero. Ese día iniciaron la travesía que los llevaría desde Buenos Aires hasta Alaska a bordo de un Graham Page 1928, El desafío, pensado para seis meses, terminó por llevarles casi cuatro años. Durante el viaje, en Estados Unidos, nació Pampa. Quince años después, un numeroso grupo de soñadores, la mayoría viajeros, se reunió para celebrar el día de los sueños, compartir un momento agradable, en camaradería, con muchos abrazos y con la convicción de que los sueños se cumplen porque cuando uno decide ir por ellos, todo el universo conspira a favor.
A diferencia de aquel inicio, ahora los Zapp no eran solo dos y un par de amigos. Ahora son una familia viajera con 6 integrantes -y un auto que los ayuda a realizar sus anhelos- y un montón de seguidores a quienes inspiran con su sueño.
Pampa está acostumbrado a la rutina de los encuentros viajeros. Esa experiencia le permite manejarse con soltura. Cuenta anécdotas muy interesantes, y también interpela a sus interlocutores con preguntas que sorprenden.
"Aprendí que en África hay que tener cuidado con las cosas grandes y en Australia con las pequeñas". Inmediatamente después de pronunciada esa afirmación agrega una anécdota que grafica sus palabras. "Una vez en Australia, me había ido a lavar las manos y veo que por la pared iba un ciempiés venenoso. Después quise sacudir la toalla y había una tarántula. Después mi mamá fue al baño y levantó un balde con agua y había un escorpión venenoso. O sea, que en un ratito, en un mismo ambiente ya nos habíamos cruzado con varias especies venenosas".
El relato de Pampa salpica anécdotas que van de un punto a otro del planisferio. Habla con tanta naturalidad de sus experiencias en Mozambique, China, Japón y otros tantos sitios. Cuenta que eligió hacerse vegetariano, pero que durante los viajes es muy difícil no comer carne. "En África no puedo ser vegetariano porque no conseguís ni tomates, ni bananas, pero carnicerías hay en todos lados". Explica que está transitando su segundo intento de convertirse en vegetariano. Cuando le preguntan qué dicen sus padres al respecto, cuenta que respetan su decisión pero que si no se consiguen frutas y verduras, tendrá que comer carne porque está creciendo y el cuerpo necesita nutrientes. "Mis padres obviamente que no me impiden mis sueños". Otra cosa que le sucede es que le suelen decir "vos que venís del país de la carne, ¿sos vegetariano?"
Desde la mirada del niño, todo resulta espontáneo y natural. Su relato despierta curiosidad y arranca sonrisas. El bagaje de anécdotas de Pampa abarca desde el robo de la computadora ( y la tintura para el pelo de Candelaria) que sufrieron en Mozambique (pero que luego recuperaron) y el robo de unas sandalias. En esa ocasión fueron con unos monjes hasta una montaña en la que debían sacarse las sandalias y dejarlas a los pies del cerro. Cuando regresaron, las sandalias no estaban. En Dubai se compró su primer celular aunque no lo usa mucho porque no tiene Facebook y si lo usa es por las noches ya que durante el día prefiere desfrutar el paisaje. Así como quien va a dar una vuelta por el parque, Pampa recuerda que fueron a la Muralla China, y expresa su sorpresa cuando piensa en cómo hicieron para construirla. Cuenta que en Japón la gente es muy respetuosa, demasiado y que ni hablan ni miran a la otra persona por no molestarla.
Quizá una de las preguntas que más le formularon era cuál es su sueño. "¡Esa pregunta ya me la hicieron como cuatro veces en un ratito!" Su queja surge tan espontánea como la misma pregunta formulada una y otra vez por sus entrevistadores. Más tarde, cuando esté frente a un auditorio más amplio dirá que prefiere responder las preguntas en grupos grandes y no en forma individual para que no le hagan varias veces la misma pregunta. Aún cuando el interrogante haya sido formulado repetidas veces y respondida otras tantas, Pampa no tiene problemas en reiterar que su sueño es dedicarse a cuidar la naturaleza. Apenas contesta, su respuesta genera aplausos. "¿Contesto y me aplauden?", pregunta sorprendido.
Sobre su vida durante los viajes cuenta que el Graham es su hogar, que si bien le gusta porque es el auto que conoce desde que nació, él prefiere lo moderno. Dice que el auto es cómodo pero para dormir no lo es tanto como una cama. Es un auto multifunción: en el baúl lleva la estufa y una especie de horno, en la parte de abajo está la comida, tienen un cajón de juguetes y una biblioteca. De un lado llevan agua y del otro, "petróleo" (combustible para el auto). Candelaria es quien oficia de maestra, pero cuando se establecen en algún lugar, tiene que asistir al colegio. Le gusta leer, y por eso, su ubicación dentro del auto está al lado de los libros.
Sobre la comida, además de las dificultades para ser vegetariano, Pampa cuenta que junto con su padre, son los encargados de preparar el desayuno: por lo general huevos a la canasta y cereales. También sabe hacer panqueques. Los waffles son ricos, pero sólo los puede comer una o dos veces al año, cuando los invitan a hoteles cinco estrellas. En cuanto a lo más raro que comió enumera 3 cosas: hormigas, escorpión y rata. "Las hormigas rojas pican, las verdes tienen gusto a limón, están muy buenas. Del escorpión no me dejaban comer la cola, pero no tiene gusto a nada. Y lo que más me gustó fueron las ratas. Todos dicen qué asco, pero nadie lo probó. Si lo prueban van a ver que tiene gusto a pollo. En Indonesia había una persona en el medio de la calle vendiendo ratas, paramos y les compramos unas ratas, pero yo fui el único que la comí toda. Mi hermano le dio un bocado y la tiró al piso, mi hermana dijo que ella no la iba a comer porque era una princesa, Wallaby era re pequeño y le daba igual. Mi padre la probó, mi madre casi nada y pero yo fui el único que lo terminó".
Viajar constantemente abre la posibilidad de mantener vínculos con personas de muchos lugares, pero son contactos pasajeros o que deben mantenerse a la distancia. Pampa no tiene problemas en tener amigos en todo el mundo. Cuando le preguntan cómo se hace amigos, dice que es muy fácil. Un saludo es el inicio de una conversación, luego preguntarle el nombre, compartir juegos y charlar. Ante el relato del niño, el auditorio se ríe con complicidad. Pero Pampa dispara, "¿de qué se rìen, cómo hacen amigos ustedes?" Imposible no pensar en el diálogo entre el zorro y el Principito.
Pampa es locuaz. Le gusta hablar y contar su parte. Firma libros en una versión corta o en una con más tiempo. Esta última consiste en estampar un dibujo en lugar de escribir una dedicatoria.
"¿Si ustedes pudieran elegir una casa cálida o una moderna, cuál elegirían?" "¿Si pudieran elegir entre un hotel 5 estrellas con todas las comodidades, y un alojamiento en un camping con amigos, qué elegirían?" "Si les dijera que hay una lámpara con un mago que cumple los sueños. Y ustedes frotan la lámpara y sale el mago, ¿qué tres deseos le pedirían?" Pampa interpela a su auditorio y lo hace de un modo inteligente y reflexivo. En su estadística, la mayoría de las personas dice que quisiera ser millonario.
El relato de algunos de los recuerdos que atesora como más importantes los tiene escritos. Entre ellos el día que vio por primera vez un elefante, y la vez en la que le permitieron conducir una avioneta. Quizá en el futuro el propio Pampa presente su libro. Mientras tanto sigue coleccionando anécdotas y compartiéndolas con quien las quiera escuchar.












domingo, 25 de enero de 2015

Aventura en El Palmar

Si hay una palmera, seguro es un oasis. Pensar en palmeras puede sugerir un paisaje de desiertos, dunas enormes y un sol abrazador. Pero en medio de ese panorama ardiente, se descubre el regocijo de encontrarse a salvo en el mejor de los mundos. Una porción de ese montón de arena se convierte en un sitio ideal donde el verde fluye a orillas de un manantial y todo es perfecto.
Esa fantástica postal construida en el imaginario colectivo es un poco diferente de la que puede encontrarse en el Parque Nacional El Palmar, en el kilómetro 198 de la ruta nacional 14, a 50 kilómetros de la ciudad de Colón, (y a 6 kilómetros de la población de Ubajay) en la provincia de Entre Ríos. Es cierto que parece un oasis, sobre todo cuando se piensa en el sol implacable que calienta el ambiente durante el verano. Pero no se trata de un desierto, si no un área protegida que se diferencia del resto de la vegetación por tratarse de uno de los palmares más australes del planeta.
La palmera yatay
es la ama y señora del Parque Nacional que la tiene como protagonista. Su figura larga y delgada se reproduce infinitamente a lo largo de las 8500 hectáreas que abarca el área protegida, una de las más visitadas de Argentina por su cercanía con los centros urbanos como los de Buenos Aires o Rosario.
Un camino de tierra invita a adentrarse en ese territorio colonizado por la palmera yatay. Son 12 kilómetros los que conducen hasta el Centro de Informes, allí donde están también el camping y la proveeduría y desde donde parten algunos de los senderos. Un circuito autoguiado breve es un pasaporte a interpretar el ambiente y conocer algunas especies tìpicas de la selva paranaense. Otro sendero actúa como guía hacia la historia del lugar, donde las antiguas caleras son el testimonio del eje de la actividad económica de entonces.
Un mirador sobre la barranca regala un momento de relax. La vista se pierde en el río, en la vegetación que cubre la orilla opuesta, en las playas que se prolongan más allá del sendero. La sombra de los árboles es un refugio para el calor de la tarde. Los caminos se mezclan entre los pastizales y derivan en rutas que llevan a la selva en galería, y a un rincón apto para la observación de las aves.
Desandando el camino hacia la entrada al Parque se encuentra el inicio de otros recorridos posibles, donde sí, el Palmar se expresa en toda su magnitud. El paisaje cautiva, y la captura de las pantallas fotográficas no logran retratar la elocuencia de la naturaleza. Una palmera, otra y otra y cientos, miles, se agrupan aquí y allá. Las palmeras alternan con los pastizales entre los que se escabullen los zorros. Mientras que a orillas del camino los carpinchos se deleitan dándose baños entre los charcos de agua. La musicalización está a cargo de los pajaritos que vuelan de un lugar a otro, al igual que las mariposas. Pero no es lo ùnico que vuela, también lo hacen los mosquitos y otros insectos, por lo cual es necesario estar preparado con repelente, y no olvidar la pantalla solar y suficiente agua.
Recorrer los senderos a pie lleva mucho tiempo. Lo ideal es tener un vehículo y hacer sólo algunos tramos de caminata, o pasar la noche en el camping para aprovechar mucho mejor la estadía, y sobre todo las horas de la mañana.
El atardecer llega lentamente y cubre con un brillo dorado todo el campo de palmeras. El cielo celeste intenso cambia lentamente la tonalidad y se cubre de otros colores. Dorado, anaranjado, azul intenso. hasta que la oscuridad de la noche gana terreno y la luna y las estrellas se encienden. El final de la jornada deja como resultado la sensación de que todavía queda mucho por descubrir.







 










viernes, 23 de enero de 2015

Un lugar llamado Pehuenia

El camino se dibuja serpenteante a veces.  En las cuatro horas que dura el viaje para surcar el trayecto de doscientos kilómetros desde San Martín de los Andes, el paisaje de los alrededores se matiza en distintas formas y colores. Por momentos se pierde en la cima de los cerros y se prolonga en una serie de montañas que se extienden en el horizonte hasta tocar el celeste del cielo o cruzarse con el blanco de una nube.
Un curso de agua acompaña a la vera de la ruta provincial 23 y se puede ver cómo avanza entre las piedras con cauce estrecho pero rápido. Algunos  pastizales de contextura resistente se cuelan hasta adquirir un protagonismo llamativo.  La armonía del paisaje parece interrumpirse sólo por el ruido de las piedritas del ripio que pegan contra el vehículo.
Cuando el lago Aluminé comienza a manifestarse a lo lejos, es un indicio claro de que el viaje está alcanzando su objetivo.  A orillas de ese espejo de origen glaciario, una población con apenas quinientos habitantes permanentes –en temporada alta, tanto en invierno como verano, ese número puede cuadriplicarse-, adquiere un carácter exclusivo. Fundada en 1989, Villa Pehuenia es una joven y pujante localidad distante a 305 kilómetros de la capital neuquina.  Unos 15 kilómetros la separan del Paso Icalma, que conduce a los circuitos turísticos de las ciudades chilenas de Melipeuco, Cunco y Temuco.
La población es pequeña, pero el paisaje es imponente. Los árboles que le dan nombre al distrito, la araucaria araucana o pehuén, se encuentran desperdigados por todo el territorio. Coníferas altas, algunas de ellas muy antiguas, con sus ramificaciones elevándose hacia el cielo. Otras más pequeñas, creciendo alrededor.  Su fruto, el piñón, utilizado para la elaboración gastronómica, es todo un símbolo del lugar.
Abundan las cabañas realizadas en ladrillo y madera. Desde sus ventanales, el panorama que se observa es siempre impactante, cualquiera sea la orientación hacia la que se dirija la visión. Estas construcciones, unas más lindas que otras, le otorgan un carácter pintoresco a la aldea.
De dimensiones reducidas, no lleva mucho tiempo recorrer el lugar.  Sin embargo, no faltan atractivos. La estadía promedio es de cinco días. Tiempo suficiente para realizar todo tipo de actividades.
Tres cuadras de negocios ubicados a un lado de la calle, son las que congregan el mayor movimiento. Es el “centro” de Villa Pehuenia, donde pueden encontrarse la feria artesanal con varios puestos de artículos realizados manualmente y algunos cafés donde degustar la pastelería típica. Sin embargo, el epicentro indiscutido,  es el lago Aluminé, que convoca a experimentar vivencias inolvidables. Desde la observación del paisaje que compone con el entorno, hasta internarse en sus frías aguas y disfrutar de sus playas en verano o la práctica de deportes náuticos.
Villa Pehuenia es ideal para hacer caminatas. Hay muchos senderos por descubrir y cerca de una decena de miradores que dejan al observador con la boca abierta. Es ideal emprender el paseo en compañía de un guía autorizado que conozca la zona ya que algunos caminos no están señalizados.  Al cabo de un trayecto de 5 kilómetros se llega a la confluencia del Lago Moquehue con el Aluminé, a través de un río de 500 metros, el Angostura, que une ambos lagos. Surcarlo en kayak, es una opción imperdible.
Un recorrido más extenso -para realizar con vehículo-  permite llegar a Paso del Arco, desde donde antiguamente se podía pasar a Chile, pero que ahora está en desuso. Es un camino de arena volcánica, tierra y ripio al cual se asoman bosques milenarios de araucarias y campamentos de crianceros, como se llama a quienes se ocupan de la cría de rebaños de  cabras y ovejas.
El volcán Batea Mahuida, de 1706 metros, con su parque de nieve para la práctica de deportes invernales, cuya administración está a cargo de la comunidad mapuche de la región, es la vedette del invierno. Los propios integrantes de esa comunidad son los que dictan las clases a los turistas. Tiene cuatro pistas de esquí, una para la práctica de snowboard y una pista de trineo para niños.
Por las condiciones geográficas, la acumulación de nieve es importante, prolongando la temporada por al menos cinco meses y facilitando la realización de actividades como el canopy, las caminatas con raquetas, paseos en motos de nieve y en trineos tirados por perros.
Si bien, el interés que despierta la villa es creciente, las proyecciones apuntan a no superar el 100% de aumento de población estable en los próximos 10 años, según información facilitada por la Secretaría de Turismo local. Todavía son pocos los turistas que llegan hasta ese rincón de la provincia de Neuquén, donde la mayoría de la población vive del servicio de la hospitalidad y la recreación. La falta de conectividad adecuada, que permita contar con rutas pavimentadas y en perfecto estado, es lo que la preserva de convertirse en un destino masivo, al menos por ahora. Tranquiliza, sin embargo, la aplicación de medidas para la preservación ambiental, que se logre incorporar a todos los sectores de la comunidad en la interacción con los turistas y que se piense en un desarrollo planificado. Villa Pehuenia, tiene el valor de una joya única a los pies de la Cordillera. Es casi tan exclusiva, valiosa y brillante como la más cotizada de las alhajas. Ideal para realizar un alto en la rutina, estar tranquilo, y concentrarse en ese espacio-tiempo de fantasía que aparece como un buen refugio.  Su calidad paisajística es acaso su mayor capital, y la clave de su éxito.

  • Noche de estrellas

La primera vez había resultado fallida. La noche, oscura, era aún más densa con el cúmulo de nubes apelmazadas que no dejaban pasar el mínimo atisbo de luz. Un halo de misterio cubría la escena sobre la playa semi desierta y una tenue brisa fresca merodeaba a nuestro alrededor. Hubo algunas conversaciones, a veces banales, a veces graciosas. Estábamos cansados, pero teníamos un propósito que queríamos lograr. Infructuosamente esperamos a que el cielo se despejara. Algunos minutos más tarde, apenas si quedaba el recuerdo de nuestra breve estancia en el lugar.
La segunda vez, hubo revancha. Una noche perfecta nos esperaba. Probablemente confundimos nuestras agendas y la cita estaba reservada para ese instante mágico. Pocas veces recuerdo haber visto un cuadro tan nítido, bello y cautivante. Nos quedamos en silencio. Escuchábamos apenas el sonido de las ondulaciones en el lago. A lo lejos, la vida seguía como si nada. Nos tiramos de espalda sobre la rampa de cemento y arena. Como una película muda perfectamente contada, vimos a las estrellas brillar como nunca antes. Nos perdimos en los laberintos cuyas formas se dibujaban caprichosamente delante de nuestra atónita mirada. Nos deleitamos pensando cuáles de nuestros deseos más profundos pondríamos en juego frente a la pertinaz y no menos ansiada aparición de alguna estrella fugaz.
La noche estaba estrellada, es cierto, pero no había versos tristes. El espectáculo era atrapante, de un magnetismo que no pudimos, ni quisimos resistir. Nos entregamos a ese momento único. Fue uno de los momentos más valiosos que pudimos atesorar en un viaje que nos transportó mucho más lejos de lo que jamás habíamos pensado alcanzar.