domingo, 12 de febrero de 2017

[‪#‎SANVALENTIN‬] Viajar te enamora

Cupido dispara su flecha en cada viaje. Cada vez que sabés que vas a viajar, las mariposas en el estómago empiezan a revolotear. Y sí, nada puede frenar la fantasía, la ilusión, y los miles de preparativos y preguntas que empiezan a surgir. Viajar te enamora ya desde la primera mirada en la que tus ojos se posaron sobre un destino que te llamó mucho la atención.
El juego de miradas puede prolongarse por unos días, pero en el fondo la situación se te vuelve irresistible. Inventás excusas que te ponen en el papel de difícil. Pero la atracción es real, y no te vas a resistir.
La cuota de nerviosismo siempre está. Porque sabés que te arriesgas, y ese riesgo ya trae su propia adrenalina. Y quizá, primero empezaste por el pasaje, después por dónde vas a alojarte, y cómo serán los gastos. Tal vez te preguntás si fue o no una buena decisión, pero los gustos hay que dárselos en vida. Además, si no es ahora, ¿cuándo? De algún modo todo se va a acomodar. Pero ya está, ya el primer paso está dado. Ya dijiste Sí, quiero!
El pasaje es como un anillo en tu dedo, una señal de compromiso. El viaje empieza a ser parte de tu rutina. Y no podés dejar de pensar en él. Cada día vas a hacer una acción que contribuya a que ese sentimiento placentero que despierta el viajar, vaya creciendo.
Hablás del viaje. Lo compartís con tus familiares y amigos. También le hablás a gente que tiene más experiencia. Quizá te encuentres con otras personas que se enamoraron del mismo sitio. Pero eso no te genera celos, porque viajar es bueno, y te abre la mente y te lleva a ser mejor persona. No hay lugar para los sentimientos negativos. Sabés que el mundo tiene mucho lugar para ser compartido y que te podés enamorar de muchos sitios. Quizá encuentres lugares que te enamoren profundamente y que te hagan volver siempre. Una parte de tu corazón se queda en cada lugar que amaste, pero algunos se quedan incluso con una porción mayor.
Andás por caminos, te embarcás en aventuras, te arriesgas, te desafías a superar los obstáculos, a crecer, a aprender de lo que se te presenta mientras tanto, y todo eso no sólo te enamora un poco más, sino que te ayuda a crecer. No sos la misma persona luego de un viaje. 
La pasión no se termina nunca. Cada viaje es un nuevo amor. Y si el mundo está lleno de lugares para amar, por qué negarle al corazón, al alma, al espíritu más de lo que le hace bien.Todo en exceso es malo, a excepción de los viajes. Hay una máxima que dice eso, y hay argumentos suficientemente buenos para tomarlo como verdad irrefutable.
Al principio podés tener una visión idealizada del viaje. Siempre sucede. Luego, la realidad te puede llevar a desencantarte de algunas cosas, pero la esencia del viaje es mucho más que el desplazarse, llegar a destino y disfrutar del paisaje. Y en todo lo que implica el viaje, siempre vas a encontrar algo que te reconforte por más que quizá sufras algún desencanto. Pueden aparecer obstáculos, sería imposible que no aparezcan, nada es perfecto. Las dificultades nos obligan a superarlas, a aprender y crecer, y seguir valorando lo importante. Y si la experiencia no fue la esperada, habrá otros viajes que ayuden a superarlo.
Viajar te enamora porque te amplía la mirada sobre el resto y sobre vos mismo. Con cada viaje sos más experto. Puede que viajes en pareja, con amigos, con familiares o solo, pero siempre encontrarás espíritus tan inquietos como el tuyo que también aman viajar. Especialmente si viajas solo, vas a encontrar que viajar te lleva a abrir bien la mente y el corazón para vivir la pasión por el viaje con absoluta libertad y predisposición. Entonces no faltarán los amigos viajeros que se empiezan a acumular como un tesoro y con quienes compartirás charlas viajeras sobre destinos y experiencias.
Viajar te enamora de los destinos, de las personas, de las culturas, de las tradiciones, de la flora, de la fauna, del clima, de la geografía, de la historia, de la arqueología, de las artesanías, de la diversidad, y en ocasiones, también Cupido hace un doble trabajo. Hay gente que conoce el amor viajando. Amores fugaces, sólidos, pasajeros, intensos, eternos, enormes, chiquitos, viajeros... El amor durante el amor. Un amor por otro amor. Y es que en el viaje la vida te sorprende con experiencias de las más inesperadas, incluso la del amor.
Algunos dicen que el amor entra por el estómago. Entonces te ves ahí, en un destino cualquiera, probando los platos más extraños. Aquello que no probarías en tu casa, descubrís que te deleita y que si no lo habías probado antes es porque te habías mantenido con un pensamiento cerrado y prejuicioso. Viajar te hace dejar de lado esas diferencias.Te hace cuestionarte tus ideas, pensar en otras posibilidades. Viajar te amplía la mirada. Cómo no vas a enamorarte de algo que te lleva a ver más allá y que te ayuda a crecer y mejorar. Cómo no vas a idealizar un amor que te hace sentir especial, que te impulsa, que te lleva a superar las fronteras, a sentirte parte de un mundo enorme en el cual te sentís bendecido por el universo. Nada como un viaje para percibir cómo el universo conspira a favor de tus deseos. 
Viajar te enseña a apreciar el mundo, a valorar lo importante que es que cada sitio conserve su esencia. Aprendés a preservar el mundo para vos y para los que vayan después. Te hace más consciente del cuidado del planeta y sabés que respetar las normas ayudan a una convivencia feliz. 
Te enamorás del destino. Te enamorás del mar, de la montaña, del glaciar, del desierto, de la ciudad, del campo, de la selva, de la nieve, del humedal, de la meseta, de los lagos, de los ríos, de las ruinas, de las cuevas, de las minas, de los trenes, de los barcos, de los senderos, de la arena, de las playas, de las islas, de las bahías, de los golfos, de los océanos, de los faros, de los pueblos, de las aldeas, de los amaneceres, de los atardeceres de colores intensos, de las noches estrelladas o las de luna llena, te enamorás de todo.
Viajar te enamora y te entusiasma para seguir viajando. Descubris que hay distintos tipos de viaje y que en tanto más viajás, menos imposible se te hace repetir la experiencia. Y en ocasiones, descubrís que no necesitás tanto para viajar. Quizá con una mochila alcanza para lanzarse a la aventura, porque lo más importante, las ganas, ya las tenés. Te lanzás a intentar el autostop, entonces conocés gente que te ofrece su ayuda y solidaridad y que te ayuda a viajar y a que te reencuentres con ese amor tan especial que sólo los viajes te dan. Conocés gente que te abre las puertas de su casa, que te presta un espacio para dormir, o para armar tu carpa. Hay quienes prefieren salir en su propio vehículo, ya sea un auto, una camioneta, una combi adaptada como casa rodante, una moto o una bicicleta. O quizá viajás cada vez que podés porque tenés responsabilidades que te retienen como el trabajo, los estudios, la familia, la salud. Tal vez no podés salir de viaje por tiempo indeterminado, pero te sacás un pasaje cada vez que podés para reencontrarte con esa pasión que sabés que se agita muy fuerte en tu interior. Sacás un pasaje de ida y vuelta en avión, bus, en un crucero, un alojamiento en un hotel, en una cabaña, en un hostel. No importa la forma que elijas para viajar, lo importante es poder disfrutar de ese amor, de la aventura y la pasión.
Viajar te llena de recuerdos inolvidables. Tenés anécdotas para compartir. Tenés logros de los que te sentís orgulloso. Puede que al principio sientas satisfacción por haber visitado los íconos de cada lugar. Esos sitios que son embemáticos de las postales y a los que todos quieren ir. El típico si no fuiste ahí, no estuviste en tal lugar. Después puede que descubras que te entusiasman otras cosas. Entonces buscás un viaje más alternativo. Puede que te encante la aventura y te animes a realizar travesías, excursiones no convencionales. Te animás al parapente, la navegación, la cabalgata, el kayak, la escalada, a un trekking que te desafía en tu resistencia, en tu insistencia, en tu templanza. Aprendés de las dificultades y te llevás como premio un trofeo invaluable que es un paisaje increíble, un instante memorable donde te reconforta confirmar una vez más que si querés, podés. Y pudiste. Un logro que no te lo quita nadie.
Tenés en el registro de tus fotos montones de paisajes y personas. Estás vos y la inmensidad de bellos paisajes, y aprendés que la vida es muy corta para no disfrutar los viajes. Hay registros que quedan en tu memoria y en tu corazón, mientras que otros te ocupàs de relatarlos en tu diario de viaje.
Viajar te hace insaciable. Disfrutás tanto de ir coleccionando lugares en tu memoria, de ir pintando en un mapa los lugares que conociste y aquellos que querès conocer, que lo único que pensás es en que querés más. Y si tenés que parar por un tiempo, es muy probable que el síndrome de abstinencia te ataque y tengas que saciar un poco de tus ganas escapándote un fin de semana o lo que puedas. Desatás la imaginación, trazás nuevos itinerarios. Te gusta imaginar nuevas conquistas y te entusiasma ir por ellas.
Pocas sensaciones hay tan placenteras como la de encontrarse en un lugar diferente, dando rienda suelta a la curiosidad, donde todo te llama la atención y todo es tan novedoso. Y te reís de felicidad porque es como un juego donde recuperás parte de la inocencia, de la espontaneidad, de la capacidad de sorpresa. Te acercás a las personas de otro modo, comprobás que la gente está predispuesta a ayudar, a mostrarte su calidez, la misma de la que a veces la rutina nos aleja y nos distancia de ese contacto genuino.
Quizá la parte más difícil de un viaje sea el final. La despedida te pone un poco triste. No querés irte, no querés desprenderte de ese amor. Con nostalgia, asumís que llegó el tiempo de separarse, de abandonar el destino, y que así como te llevás parte en tu corazón, también dejás una parte de tu ser en ese lugar. En el fondo, sabés que el bichito del viaje ya te picó. Algunos dicen que es un virus, otros dicen que es una necesidad. A mi me gusta verlo como una pasión, como un placer. Como quiera que sea, descubrís que el final del viaje, es la posibilidad de otros viajes. A partir de entonces, aunque no hayas terminado un viaje, ya empezás a planificar otros. 
Viajar te encanta, te hipnotiza, te hechiza, te enamora, y sin dudas, te hace feliz!

sábado, 4 de febrero de 2017

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Quintay, la importancia de las ballenas

No podría explicar la fascinación que ejercen en mí. Las podría mirar por horas y horas. Creo que si fueran mascotas podría acariciarlas largamente. Por algún motivo pienso que son un prodigio de la naturaleza. Seres fantásticos cuya presencia deslumbra.
Imagino que juegan, que se divierten haciendo piruetas y que a veces juegan a las escondidas. Sospecho que se saben especiales y que despiertan admiración, por eso haccen apariciones fugaces y cuando las tenés en foco, desaparecen rápidamente, dejándote apenas el registro de la fallida foto.
La primera vez que las vi fue en un inesperado viaje a Puerto Pirámides, en la patagonia argentina. Era un fenómeno tan extraño a mi rutina que no sabía con qué iba a encontrarme. Y lo que sucedió fue que su magia logró encantarme. Me sentaba en la costa y perdía la mirada en el azul muy azul del Mar Argentino. Sabía que donde había un grupo de gaviotas sobrevolando, seguramente habría una. Esa costumbre dañina que tienen las gaviotas de lastimar su lomo con sus picotazos. A veces buscaba en el aire las huellas del chorrito de agua exhalado como parte de su respiración. Acto seguido, podía cantar piedra libre, porque con algún movimiento inesperado, las ballenas finalmente salían a la luz.
Me encantan. Las ballenas definitivamente me parecen unas criaturas fabulosas. Despiertan curiosidad y fantasía y han sido protagonistas de historias fantàsticas, muy conocidas en todo el mundo. Si pudiera, las iría a ver tantas veces como me fuera posible.
Después de aquella primera vez en la que pude apreciarlas directamente, me interesé mucho por su situación. Me apena tremendamente que a lo largo de la historia hayan sido víctimas de la ambición y crueldad humana. Lo peor es que continúan siéndolo, a pesar de los acuerdos que se pretendieron realizar entre los países para preservarlas.
Cuando me mencionaron que en Quintay podía visitar un museo dedicado a las ballenas, fue argumento suficiente para ir. Pero por si eso fuera poco, también me dijeron que las playas me iban a gustar y que el lugar era hermoso. Todo el combo resultaba sumamente tentador. Lo único que no me entusiasmaba era que para llegar hasta allí la única forma parecía ser en un taxi compartido. La realidad es que había un bus que hacía ese trayecto regularmente pero en horarios restringidos y además, lo más habitual era tomar el "colectivo" (el taxi compartido), por lo cual nadie podía darme muchas precisiones de horarios y lugar donde tomar el bus.
Si tenía la opción de viajar en un bus, lo prefería como una forma de viajar cómoda, apropiarme de una ventanilla y perder la mirada en el paisaje que se desplegaría a mi alrededor. Pero como el consejo generalizado me guiaba hacia los taxis, hacia allá fui. Paran muy cerca de la terminal de buses de Valparaiso, y tienen distintos ramales. Tuve que esperar para que se completara el cupo del que iba a Quintay.
Caminé hacia la playa, que era pequeña, y seguí caminando por el muelle. El paisaje del pequeño pueblo era pintoresco, bonito, atractivo.
Las aguas agitadas golpeaban con fuerza contra las rocas que había en la orilla, y las aves marinas volaban de a ratos, o permanecían largamente inmóviles. Había embarcaciones que se agitaban suavemente. También había unos puestos de venta de artesanías. Y luego, desemboqué en el museo, que funciona en las instalaciones de la antigua empresa ballenera de Quintay.
Se paga un bono contribución como acceso, y luego, se recorren las instalaciones. Un galpón está dedicado a las historias, fábulas y mitologías de las ballenas. También hay un poema de Neruda y algunas pinturas. Hay referencias históricas y fotografías, además de piezas utilizadas para las tareas que allí se desempeñaban. La historia que cuentan las referencias es impactante. Habla de una empresa dedicada a la captura de ballenas para la producción de sebo, jabones, peinetas y un listado de varios etcéteras. Estos productos tenían como destino el mercado interno, y luego a la exportación hacia Japón. Fue la ballenera más grande del país. Inaugurada en 1943, funcionó durante dos décadas a pleno. Alrededor de mil personas trabajaban en tres turnos. Sus actividades finalizaron en 1967. Y eran tantas las ballenas que cazaban, que las acumulaban para faenarlas a su turno, que todo el pueblo terminaba impregnado por olores pestilentes.
La ballenera fue la que le dio identidad al pueblo. Es natural que en las mismas instalaciones donde antes estaba esa empresa, funcione un museo. También es necesario porque la historia tiene que contarse, conocerse y entenderse.
Después de recorrer las instalaciones, quise aprovechar el tiempo en una playa que me recomendaron visitar. Primero había que atravesar un bosque, un lindo sendero a través de árboles muy altos que daban una sombra fresca. Cuando descubrí el mar, el paisaje me fascinó. Sus rasgos geográficos eran muy similares a los de Punta Tralca, una playa que me enamoró. Recordé entonces las palabras que me habían dicho: "si te gustó Punta Tralca, Quintay te va a encantar".
Una playa rocosa, arena, un promontorio, el viento, la espuma agitándose, el mar azul intenso, el sol cálido, un cuadro realizado a la perfección por la naturaleza y con el cual me sentí bendecida. Sentarse a mirar el paisaje, a pensar, a simplemente formar parte de esa composición, realmente no tiene precio.
Estuve un buen rato allí. Simplemente mirando el paisaje. Como en éxtasis, todo te parece maravilloso. El mar inmenso, su tonalidad, la espuma insistentemente blanca. Pensás en la inmensidad. Pensás en una escala infinita de belleza donde colocar ese momento. En la fortuna de conocer ese sitio. De estar en ese momento, en ese lugar, pensando en eso mismo que estás pensando. Reflexionás sobre el universo, sobre los secretos, sobre los prodigios. El destino. Un sitio que es mucho más que el lugar donde estás, y el lugar donde querés estar, sino como lo mágico y los designios sobrenaturales que se mueven para que vos estés ahí, disfrutando de ese lugar. Querés atesorar ese momento. Mirás el paisaje. Ves a la gente más allá jugando con el agua, tomando sol, guareciéndose en la sombra de algún árbol. Sos parte de eso. Un momento único con el cual el universo te bendice. Y no sólo lo sentís, sabés que en ese instante, sos feliz.