jueves, 28 de enero de 2016

[#DIARIODEVIAJE] El Viaje Esperado - Capítulo 6: El Chalten - Lago del Desierto

Lago del Desierto es otro de los sitios que hay que conocer cuando se visita El Chaltén. Además de ser un sitio de increíble belleza, es un punto de referencia en materia de límites entre Chile y Argentina. Hubo un conflicto limítrofe que debió ser sometido a un tribunal arbitral para dirimir la disputa que se planteaba entre ambos países, cuyo fallo fue resuelto en 1994 validando los argumentos argentinos.
El relato de los acontecimientos que derivaron en la disputa y resolución del conflicto es parte de lo que cuenta el chofer que conduce el viaje desde El Chaltén a Lago del Desierto. Para ilustrar sus palabras se hace una parada en un sitio de referencia que conmemora el histórico acontecimiento.
Para llegar a Lago del Desierto hay que recorrer 37 kilómetros desde El Chaltén  por la ruta provincial 23. Para eso, si no se dispone de vehículo hay que contratar un transfer. Hay dos empresas que realizan el traslado, aunque también es posible contratar una excursión.
El transfer salía a mediodía, realizaba el traslado, esperaba unas tres horas y emprendía el regreso. En el lapso de espera, se podía hacer el recorrido hasta el Glaciar Huemul, caminar alrededor del lago, o tomar un paseo embarcado por el lago. No hay tiempo suficiente para hacer el glaciar y la embarcación.
La idea era ir a conocer el Glaciar Huemul. Para acceder a él hay que recorrer un sendero que está en una propiedad privada, y por lo tanto, hay que pagar un acceso. El costo es de 150 pesos por persona. Es el precio para poder ingresar al predio, donde lo único que se ofrece es el servicio de sanitarios. También hay un área de camping que también tiene costo.
Una vez pagado el ingreso, había que seguir la huella que se internaba en un bosque y que iba ascendiendo hasta llegar al punto donde se apreciaba el glaciar. El bosque era agradable. Con su sombra húmeda protegía del sol de esas horas complejas de la siesta. Era silencio aparente, relax y tranquilidad. Aparente silencio porque se escuchaba el sonido de algunos pájaros, el transcurrir del agua que fluía serpenteando entre los árboles al costado del camino. Un lindo lugar, un lindo momento, pero que se hacía cuesta arriba, así que había que detenerse a recuperar el aliento. El correr del tiempo es lo que pone presión a la visita y que limita el disfrute a lo que se pueda. Felices los que tienen su vehículo propio y pueden hacer el recorrido sin apuros.
Había algo de mágico en la postal de ese bosquecito. Era como entrar en otra dimensión. Algo así como un bosque encantado. Me sentía Winnie Pooh en el Bosque de los Cien Acres. Los destellos del sol se filtraban entre el follaje, iluminaban el ambiente y propiciaban el equilibrio justo entre su calidez y la humedad.
Los árboles eran altos, añejos y había otros más jóvenes, pero todos parecían tener una sorpresa. Había muchas caritas dibujadas en esos árboles. En los troncos, producto de la humedad, había formaciones de musgo, y en ellas, había dibujadas caras. Extraña sorpresa. Caras sonrientes, caras expresivas, sorprendidas. Era un bosque de sonrisas. El toque de magia que nunca había observado de un modo tan evidente.
Esas sonrisas acompañaban en todo el camino. Cuando ya llegando a la cima el bosque es menos espeso y hay menos humedad, esas caras desaparecen. Se avanza un poco más, es necesario agarrarse de sogas para avanzar, y allí están el glaciar y el espejo de agua que impacta con sus colores intensos y brillantes.
La vista es tan linda que dan ganas de quedarse mucho rato contemplando el paisaje. Pero no había tanto tiempo. El chofer había señalado el horario de partida, y había que cumplirlo. Si nos demorábamos en el regreso, no realizaría algunas paradas fotográficas.
Otra vez atravesar el bosque encantado, y salir del campo privado. Quedaban unos minutos, suficientes para cruzar el puente colgante y caminar unos minutos alrededor del lago. Desde ese mismo punto parte un sendero de 12 kilómetros que conduce al otro extremo del lago, actividad recomendable para quienes disponen de tiempo y disfrutan del trekking.
Emprendimos el regreso. El chofer cumplió con su promesa. La primera parada la hicimos en el salto llamado Argentino, una cascada que se veía caudalosa, que estaba a unos metros de la ruta y que llenaba el ambiente con el ruido de las aguas al caer. Una familia de patos del tipo torrentoso enseñaba a nadar a sus pichones contra la corriente, era un espectáculo en sì mismo. La última parada fue en el Salto del Anillo, una caída de agua que aflora al costado del camino.
El día se había presentado espléndido. Todavía quedaba desandar un trecho más. El ripio musicalizaba la vuelta con el sonido que provocaba el traqueteo de las piedritas golpeando contra la combi. Por más que los ojos estaban atentos y se perdían en el paisaje, tampoco en esta ocasión hubo humules. En cambio, nos trajimos las postales de una naturaleza bella y mágica en las cámaras fotográficas pero fundamentalmente en las retinas.









































































viernes, 22 de enero de 2016

[#DIARIODEVIAJE] El Viaje Esperado - Capítulo 5: El Chalten - Los Miradores. Chorrillo del Salto

Después de dos días de intensa caminata, el cuerpo me pedía un poco de relax. Me sentía cansada, pero estaba en la Capital Nacional del Trekking. Y si estaba ahí, tenía que caminar. Pensé en no exigirme demasiado. Apenas alguna caminata sencilla. Me habían indicado que el recorrido hasta el Chorrillo del Salto, a 4 kilómetros del pueblo, era la más sencilla. Pensé en realizarla pero como el día recién iniciaba, me tomé la licencia de decidir luego si hacía o no esa caminata.
La idea principal era invertir el día en disfrutar del lugar, tomar fotos y recuperarme un poco de tanto esfuerzo. Con esa consigna empecé a andar el pueblo. El día estaba bastante lindo, no se notaba presencia del viento como las brisas del día previo, que finalmente no habían sido tan fuertes pero que en las alturas se hacían notar bastante, tanto como para entorpecer la excursión a la Laguna de los Tres.
Sin lugar a dudas el amarillo de las flores silvestres era lo que más llamaba mi atención. No recordaba haber visto una presencia tan constante de flores de dientes de león en ningún lado. Teñían de amarillo rabioso cualquier espacio verde en el que se agrupaban a montones. Después, las semillas de esas plantas se transforman en capullos que el viento arrastra en diversas direcciones promoviendo aún más su proliferación. Como muchos, elijo creer en el poder mágico de esas semillas, y cuando veo un capullo no puedo evitar pedir un deseo y soplarlo para que como esas semillas también germine mi deseo. Tanto espacio cubierto de amarillo me hacía pensar en la posibilidad de pedir tantos deseos! Era como observar un campo posible de sueños. Meditaba sobre ese pensamiento: si tuviera la posibilidad de pedir tantos deseos, qué pediría? Y de pronto recordé que a veces uno no necesita tantos deseos. Porque cuando un deseo es real e intenso, con que se cumpla ese único deseo es suficiente para ser feliz. Reflexiones que me generaban tantas flores amarillas.
Fui hasta el puente que cruza el Rìo de las Vueltas, pero no lo crucé. Di algunas vueltas por el pueblo. Nuevamente pasé por la plaza del mástil, la escuela, la iglesia. Observé cómo unos hombres trabajaban en la colocación de una escultura en madera en la plaza ubicada sobre una de las avenidas principales. Caminé hasta la terminal, crucé el puente sobre el río Fitz Roy y ya que estaba ahì, fui hasta la Oficina del Parque Nacional. Desde ahí partía el sendero hacia los miradores. Hay dos, el de los cóndores y el de las águilas. También es el inicio del sendero del Pliegue Tumbado, pero mi destino ese día eran los miradores.
Se supone que ese día iba a hacer caminatas sencillas. No se trataba de senderos complicados, pero eran en subida y me hacían notar el cansancio. Además de las infinitas flores amarillas, había muchas otras flores de diverso tamaño y colorido. Creo que tomé fotos de todas.
En el mirador de los cóndores me quedé sentada un buen rato. La vista del pueblo es una postal relajante, que inspira, invita a la reflexión, al disfrute. El Pueblo, el Río de las vueltas, el Cerro Fitz Roy. El cielo celeste. El sol apenas tibio ocultándose de a ratos. Alguna suave brisa. Un hombre, más allá hablaba con otros turistas y les explicaba que por motivos laborales él era habitué de El Chaltén, y que vivía en El Calafate. Que en la zona al viento le dicen "el innombrable" porque apenas lo nombrás empieza a soplar y las ràfagas pueden superar los 90 kilómetros por hora, y que en ocasiones supera los 120 kms/hora. Luego de unos instantes, se retiraron. Un rato despuès, ante la llegada de una nueva oleada de visitantes, hice lo propio.
Me dirigí con rumbo al mirador de las águilas. Ese tramo es bastante sencillo. Antes de llegar se pasa por una zona de recreo donde hay una pequeña laguna, con patos y árboles formando un pequeño bosquecito. El punto panorámico ofrece una vista de la estepa y a lo lejos se observa la Bahía Túnel. El viento soplaba bastante en ese lugar, y se sentía un poco de fresco. Así que después de contemplar el paisaje, retorné. Volví al pueblo, y seguí por la calle San Martín, rumbo al Chorrillo del Salto.
Ese nombre me ha resultado incómodo durante toda mi estadía. Naturalmente me salía llamarlo Salto del Chorrillo, pero no quería faltarle el respeto cambiándole el nombre con el cual los lugareños lo habían bautizado. Caminé los cuatro kilómetros que me separaban desde el pueblo con la misma parsimonia con la que me había desplazado durante todo el día. Cuando por fin llegué, busqué un lugar entre las piedras para sentarme a contemplar el espectáculo de un chorro de agua que cae de las alturas. Sólo había algunas personas ubicadas en distintos sitios aquí o allá. El lugar, que también tenía fama de ser uno de los puntos en los cuales es posible ver huemules, era tranquilo, pacífico, relajante. Se escuchaba el agua caer, algunos sonidos de pájaros y la tranquilidad más absoluta. Fue un lindo momento.
No hubo huemules. La expectativa de verlos crecía a medida que escuchaba algunas versiones que decían que efectivamente en la actualidad se ven con más frecuencia que en otras épocas. No tuve tanta suerte, aunque no perdía las esperanzas.
El final del día me encontró dando vueltas por el pueblo observando la mutación del colorido del cielo a medida que se acercaba la noche. Fue un lindo día, ideal para mi cuerpo cansado.