sábado, 28 de enero de 2017

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Zapallar, playa y tranquilidad

Cierta vez, durante un viaje, escuché a dos personas conversar acerca de la rareza de los nombres de algunas localidades por los que pasábamos. En esa ocasión, uno de los hombres contaba que había una localidad llamada Cajón Chico, y otro Cajón Grande, y que los nombres correspondían a nombres de origen popular, surgidos de situaciones simples. "Era un pàramo de pocas casas pero una vez se cayó de un camión un cajón de cerveza, y como era un cajón chico, todos comenzaron a llamarlo así. Otra vez pasó lo mismo pero un poco más adelante, y ya a ese lugar le pusieron cajón grande". El relato, fabulero o no, lo cierto es que me llamó mi atención, y lo recordé cuando me mencionaron Zapallar.
A pesar de tratarse de un pueblo costero, imaginaba un campo cubierto de zapallos. Busqué la toponimia del lugar, pero no encontré nada asociado con ello. Era lógico.
Zapallar es un pequeño poblado sobre la costa pacífica, distante a 80 kilómetros de Valparaiso. Me hablaron de ese lugar como un sitio bonito, top entre los balnearios. Su nombre me resultaba tan curioso que lo quise ir a conocer.
Un bus desde la ciudad porteña circula durante unas dos horas, atravesando varias poblaciones balnearias, hasta llegar a Zapallar. Un centro pequeño, casas coloridas, que se van desparramando lentamente hacia las laderas de los cerros cercanos. La gente y su andar despreocupado. Hacia la costa algunas residencias con amplios jardines. Las calles serpenteaban por sitios donde no se veía la playa pero se percibía su cercanía. Tuve que preguntar por dónde acceder, y me señalaron un acceso a través de un bosquecito que parecía de cuento de fantasía. Cuando llegué a divisar el azul profundo me sentí en un sitio realmente mágico.
La playa tenía una arena tan tentadora que invitaba a caminar descalza. Pero eso sólo podía suceder bien cerca de la orilla, en la parte húmeda, porque los rayos del sol refractaban con intensidad, y la arena quemaba. Caminé un buen rato, coqueteaba con las olas que llegaban con fuerza procurando que me alcanzaran de a poco. Y ese primer contacto con el agua fría fue sumamente reparador. Sentís el frío, la espuma, el agua que llega y se va, la arena hundiéndose bajo tus pies, y nuevamente el agua que vuelve como reclamando su territorio.
Algunas embarcaciones amarradas flotaban al vaivén de las aguas. El oleaje se levantaba como enojado y golpeaba con fuerza contra las rocas que se acumulaban un poco más allá. El azul intenso era hipnotizador. Permanecí mucho rato observándolo, adivinando su juego constante de ir y venir con fuerza. Juzgué imperdibles las vistas que debían tener desde los ventanales las casitas que iban subiendo los cerros.
El día previo, una mujer que me dio charla mientras esperábamos un colectivo, me sugirió que hiciera el paseo costero. Me habló con tanto entusiasmo cuando le mencioné que iría a Zapallar, que cuando me encontré con la senda que recorría la orilla, sus palabras acudieron a mi.
Comencé a caminar observando el paisaje, y sintiéndome como en éxtasis. Había rocas, algunas flores coloridas que crecían entre ellas, y algunas aves marinas y la inmensidad azul desplegándose más allá. A un lado me acompañaba todo ese paisaje, al otro, los jardines de las residencias vecinas se prolongaban hasta allí dando cuenta de su ubicación privilegiada. Eran jardines tan llenos de flores coloridas y tan dignos de admiración como el mar bravío y profundo.
Caminé largamente, muy largamente. De a ratos, me sorprendía alguna lagartija y me quedaba tan paralizada como ellas, a quienes interrumpía en su tarea de estar expuestas al sol, para escabullirse rápidamente entre las rocas o las plantas. Su presencia continua y vertiginosa me hacía sentir en un parque jurásico. Eran llamativas, porque su piel era verdeazulada y brillante. Me miraban con curiosidad, quizá la misma que me generaban a mi. El sol era intenso, y por el horario, sospecho que era el mejor momento para que salieran de sus escondites para tomar sol.
Estuve largo rato mirando y admirando el paisaje. Me asombraban las aves costeras. Sobre todo las que se congregaban en los alrededores de las embarcaciones pesqueras y el restaurante que preparaba sus especialidades a base de pescados. Los locales gastronómicos eran un buen refugio para esas horas de brillante sol.
Me fui de la playa por otro sendero que atravesaba también un bosque. Era como un laberinto botánico que daba frescura a un día muy caluroso. Recorrí luego la plaza y algunas calles del pueblo. Me quedé hablando un largo rato con unas personas en una esquina, donde comentaban las obras que se estaban haciendo en las calles, también hablaban del calor, de la rutina cotidiana. Después, me indicaron dónde tomar el bus de regreso a Valparaiso.
La micro tardó en llegar por lo que se formó una fila bastante amplia. El conductor era un personaje atípico. Saludaba a todos y hacía chistes. Un grupo de señoras que iban sentadas en los primeros asientos le seguían el juego y la risa pronto se hizo tan contagiosa que todo el pasaje iba a las risotadas. En cada parada, cada uno que subía recibía un comentario gracioso del chofer, y de tanto en tanto le gritaba algo a alguien por la ventanilla, como un joven con un sombrero oriental que estaba al costado del camino, y que al verlo, el chofer aminoró su marcha sólo para entre risas decirle, "oiga joven, le puedo sacar una foto con mi celular y subirla a Facebook. Es que nunca he visto un chino por aquí". El joven (que lo único que tenía de chino era el sombrero en punta) se reía, y todo el pasaje se reía. Durante las casi dos horas de regreso, el jolgorio fue constante.
Había sido un hermoso día de playa, pero uno de mis deseos era observar el atardecer sobre el mar. Era bastante temprano para el ocaso cuando me fui de Zapallar. Es que la frecuencia de los buses no era muy confiable y me habían recomendado regresar no después de las 19 para mayor seguridad. Pero el deseo de ver el sol ocultándose sobre el horizonte del Pacífico era muy grande, así que me bajé en Viña del Mar,
Recorrí algunas de las calles de Viña, y desemboqué luego en la playa. Había sido un día fantástico y había muchas personas todavía en la arena y jugando con las olas marinas. Me asombraba el tamaño y la fiereza de las olas, aún así no amedrentaban, por el contrario, incitaban a jugar con ellas a quienes se dejaban atrapar por ellas. Y entonces, por fin llegó el momento esperado. Un instante de comunión con el universo y donde los deseos se hacen realidad.
Pasividad. Colorido. Reflexión. Melancolía. Felicidad. Sensaciones. Magia. Todo eso junto mientras la bola de fuego se iba perdiendo entre los edificios e iba tiñendo con su sombra todo el cielo a su alrededor. El corolario esperado para un día fantástico de hermosos paisajes y emoción.
¿Conocés Zapallar? Compartí tu experiencia.





























lunes, 23 de enero de 2017

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Diez cosas que sí me gustaron de Valparaiso

Las experiencias de viaje son siempre subjetivas. Y en la variedad, el aporte es enriquecedor. Hay sitios que podrán encontrar opiniones más coincidentes que otros, pero la experiencia vivida corresponde a cada quien. Por supuesto, la idea nunca es desalentar la visita a algún lugar, sino aportar una mirada personal y que sirva como una referencia más entre otras tantas.Los viajes nos permiten conocer lugares, personas, culturas, y además, como actividad, el turismo genera una serie de impactos positivos que tienen que ver con la revalorización del patrimonio, con la redistribución de la riqueza, con la generación de empleos, entre otras cuestiones. También hay impactos que son negativos, y que bien trabajados podría lograrse que su efecto sea menor, prevaleciendo los efectos positivos.
Una ciudad como Valparaiso genera algo. No es una ciudad que pueda pasar indiferente a la mirada de nadie. Algunos la amarán, otros la rechazarán, o encontrarán un sabor intermedio entre ambos extremos, pero eso sí, no va a pasar indiferente.
Así como encontré en Valparaiso algunas cosas que no me gustaron, hubo otras que llamaron mi atención y me gustaron. Pero como todo, es una visión subjetiva. Cada uno hará su experiencia. Aquí mi listado.
1) Es una de las ciudades más importantes de la costa chilena. Es tan particular, que fue declarada por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad. Sus edificios históricos, sus rasgos arquitectónicos, son parte de su tesoro. Sin dudas, uno de los principales motivos para conocer la ciudad. Recorrer sus calles, encontrarse con fachadas tan similares y diferentes a la vez, genera curiosidad y asombro.
2) Su ambiente bohemio impregnando su rutina cotidiana. Su dinámica porteña le dio una impronta particular. En sus calles se respira un aire distinto. Territorio de poetas, intelectuales, creativos. Historia, tradición, cultura. Sus muros hablan, las letras fluyen al compás de una musicalidad que es propia. Una atmósfera especial que se esparce en cada lugar de esa ciudad que se desarrolló espontáneamente.
3) Sus principales puntos de interés turístico pueden visitarse por cuenta propia. Caminar es la opción más frecuente, pero si no, están las micros, o incluso los taxis compartidos, a los que llaman colectivos, o inclusive el trolley, un medio de locomoción considerado de los menos contaminantes. Entre los sitios de interés turístico se encuentran el Palacio Baburizza, donde funciona el Museo Municipal de Bellas Artes, el Museo de Historia Nacional, el Museo Marítimo Nacional que está muy cerca del Paseo 21 de Mayo. También las Iglesias son sitios de interés entre los que se destacan la Catedral, la Iglesia Luterana, la Iglesia Matriz, la antigua cárcel reconvertida en un Centro Cultural con actividades diversas, el Puerto, incluso el Mercado las plazas donde nunca falta una actividad cultural o una muestra temporaria. Hasta es posible encontrar museos al aire libre, como el de los murales y el del adoquín.
4) Relacionado con los puntos anteriores, La Sebastiana, la Casa Museo de Pablo Neruda, no hace más que reforzar la importancia de la ciudad, de su mística, de su esencia. A la casa se puede llegar a pie o en colectivo. También hay quienes eligen un tour. Como quiera que sea, la casa está situada en un lugar con una vista privilegiada de la Bahía y sus alrededores. La sensibilidad del poeta lo llevó a elegir aquel sitio como uno de sus refugios, y es imposible no sentirse sensibilizado por eso. La elección de Neruda le otorga un plus de simpatía a la ciudad, a ese azul que se despliega más allá y a la dinámica porteña. En sus cercanías, las casas vecinas juegan con frases y colorido, y los puestos de venta de recuerdos mezclan íconos de la vida porteña con la imagen del poeta. Todo eso es parte de una mística especial.
5) Los puntos panorámicos permiten miradas de la ciudad desde distintos ángulos. Y llevan a contemplar el mar azul profundo que se extiende más allá hasta perderse en el horizonte. Los Paseos Atkinson, Gervasoni, el Yugoslavo, 21 de Mayo, están entre los más concurridos. Desde allí se observa, y también se viaja. Con la vista puesta en los detalles de los alrededores, y el infinito en el que se pierde la vista, la imaginación vuela, y los pensamientos juegan con las gaviotas que de tanto en tanto sobrevuelan el cielo haciéndose presente con sus graznidos. Son postales que se registran en la retina y en el alma, y a veces, también en las cámaras. He visitado los miradores en distintos momentos del día. En las noches frescas, la iluminación de la ciudad, el reflejo de las luminarias en el agua, han sido momentos de contemplación que he atesorado. También son sitios que eligen los enamorados para declararse su amor. Así como en algunos puentes se han encontrado candados con los cuales las parejas dejan testimonio de su entrega y pasión, las rejas de los miradores también han servido de soporte para esas manifestaciones de amor. Sentimientos expresados frente a ese azul marino, a ese puerto que seguramente guardará un sinnúmero de historias fugaces e intensas, de recuerdos y de olvidos. Son puntos panorámicos, pero que invitan a ver mucho más allá.
6) Los ascensores o funiculares, como un rasgo característico de la ciudad son muy atractivos. Hay varios distribuidos en puntos estratégicos de la ciudad. Para los lugareños son parte de su cotidianeidad, para los viajeros son un lugar de visita obligado. Alternativa a las escaleras, los funiculares son un medio de locomoción para facilitar el ascenso y el descenso, pero esencialmente configuran un rasgo típico y distintivo de la ciudad. Tanto, que hasta los muros hablan de ellos. Son parte del paisaje. Son característicos. Simbólicos. Tradicionales. Aunque el viaje dure un instante, genera cierta expectativa y emoción.
7) El puerto es parte de la identidad de Valparaiso. Su presencia fue vital para el desarrollo de la ciudad. Es un puerto importante, y hay proyectos de ampliarlo aún más. Su rutina de grandes embarcaciones y contenedores, no anula, sin embargo, la posibilidad de salir a hacer un recorrido en lancha colectiva. El paseo por la Bahía lleva a recorrer algunos puntos de interés, desde donde se ofrece una vista de la ciudad desde el mar. El paseo es atractivo, pero sin embargo, lo que más me llamó la atención, fue observar la dinámica del ofrecimiento del paseo a los turistas. Es como un ritual donde los argumentos para captar pasajeros van variando creativamente. Varias veces volví a observar esa ceremonia. El Paseo del Puerto, además, permite visitar algunos puestos de venta de recuerdos, y también comer algo.
8) Los murales. El colorido de las fachadas ya es muy llamativo de por sí. aún si no tienen imágenes tatuadas en sus muros, atraen. Son pintorescas. Pero como si eso no fuera lo suficientemente atractivo, existen los murales. En las paredes artistas callejeros se expresan y lo hacen en toda la ciudad. Dejan su marca en cuanta pared encuentren apropiada para ello. No se trata solo de dibujos, se trata de mensajes y de artistas que trabajan en solitario o en conjunto. Tienen una identidad que a veces se replica en una serie, que abordan temáticas de interés social y cultural e incluso ambiental. En sus murales pueden encontrarse relatos que hablan de la necesidad de tomar conciencia sobre el cuidado de la naturaleza, de la riqueza natural antes que la económica. Dejan al descubierto problemáticas sociales que tienen que ver con la falta de comunicación, con la omnipresencia de los dispositivos electrónicos. También habla de sí misma. Valparaiso se reproduce en sus muros. Una autorreferencia inevitable, y necesaria. Las paredes hablan, cuentan historias, expresan opiniones, se rebelan, y al mismo tiempo embellecen la ciudad. Y proponen un juego de lectura e interpretación, de identificación de artistas que es no sólo entretenido sino curioso.
9) Los tours por propinas.Esta modalidad de tours que en otros sitios es cuestionada y genera polémica, en Valparaiso no sólo es aceptada sino también difundida. Estos tours ofrecen diversos recorridos, en los cuales se cuentan las características de cada lugar y se comparten sus historias. Son recorridos con temáticas bien delimitadas, y que tienen una duración amplia, lo cual les permite ser exhaustivos en los detalles. El hecho de que sean por propinas, implica que no tienen un precio establecido, pero no quiere decir que sean improvisados. Los guías se distinguen por el color de sus remeras y hay distintos tours por día. Es una buena iniciativa y un buen recurso para recorrer la ciudad y aprender acerca de ella.
10) La amabilidad de las personas. Esto es fundamental. La realidad es que siempre me he encontrado con personas muy amables que se han prestado a ayudarme y facilitarme información, a guiarme y darme sus recomendaciones. Este factor es fundamental en cualquier lugar que uno visita. A veces no se obtiene la misma respuesta. Pero las personas con las que tomé contacto en Valparaiso, mostraron la hospitalidad, la gentileza y la cordialidad como parte de su esencia y por supuesto, sumaron su cuota para una experiencia enriquecedora.
Así como hubo cosas que no me gustaron de Valparaiso, hubo otras que disfruté mucho. La posibilidad de andar libremente, de hacer los recorridos por mi cuenta, visitar sus lugares más emblemáticos no necesitando más que el andar de mis pies, o cuando me sintiera cansada, encontrar varias modalidades de transporte que me faciliten la circulación, ha redundado en un viaje que no sólo me permitió un acercamiento a la ciudad, sino también la posibilidad de recorrerla a bajo costo.
Mi estadía en la ciudad se prolongó por más días de los que había pensado. Eso tuvo que ver con la necesidad de recorrerla y de descubrirla. Nos fuimos aceptando lentamente, y me fue cautivando de a poco. Su ambiente me fue envolviendo, su colorido me maravilló y me llevó a jugar secretamente con sus tonalidades, a leer sus paredes y a observar sus detalles. No me enamoré de ella a primera vista como me dijeron, pero fue un cariño sincero.
¿Visitaste Valparaiso? Compartí tus recomendaciones y experiencias.