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viernes, 22 de enero de 2016

[#DIARIODEVIAJE] El Viaje Esperado - Capítulo 5: El Chalten - Los Miradores. Chorrillo del Salto

Después de dos días de intensa caminata, el cuerpo me pedía un poco de relax. Me sentía cansada, pero estaba en la Capital Nacional del Trekking. Y si estaba ahí, tenía que caminar. Pensé en no exigirme demasiado. Apenas alguna caminata sencilla. Me habían indicado que el recorrido hasta el Chorrillo del Salto, a 4 kilómetros del pueblo, era la más sencilla. Pensé en realizarla pero como el día recién iniciaba, me tomé la licencia de decidir luego si hacía o no esa caminata.
La idea principal era invertir el día en disfrutar del lugar, tomar fotos y recuperarme un poco de tanto esfuerzo. Con esa consigna empecé a andar el pueblo. El día estaba bastante lindo, no se notaba presencia del viento como las brisas del día previo, que finalmente no habían sido tan fuertes pero que en las alturas se hacían notar bastante, tanto como para entorpecer la excursión a la Laguna de los Tres.
Sin lugar a dudas el amarillo de las flores silvestres era lo que más llamaba mi atención. No recordaba haber visto una presencia tan constante de flores de dientes de león en ningún lado. Teñían de amarillo rabioso cualquier espacio verde en el que se agrupaban a montones. Después, las semillas de esas plantas se transforman en capullos que el viento arrastra en diversas direcciones promoviendo aún más su proliferación. Como muchos, elijo creer en el poder mágico de esas semillas, y cuando veo un capullo no puedo evitar pedir un deseo y soplarlo para que como esas semillas también germine mi deseo. Tanto espacio cubierto de amarillo me hacía pensar en la posibilidad de pedir tantos deseos! Era como observar un campo posible de sueños. Meditaba sobre ese pensamiento: si tuviera la posibilidad de pedir tantos deseos, qué pediría? Y de pronto recordé que a veces uno no necesita tantos deseos. Porque cuando un deseo es real e intenso, con que se cumpla ese único deseo es suficiente para ser feliz. Reflexiones que me generaban tantas flores amarillas.
Fui hasta el puente que cruza el Rìo de las Vueltas, pero no lo crucé. Di algunas vueltas por el pueblo. Nuevamente pasé por la plaza del mástil, la escuela, la iglesia. Observé cómo unos hombres trabajaban en la colocación de una escultura en madera en la plaza ubicada sobre una de las avenidas principales. Caminé hasta la terminal, crucé el puente sobre el río Fitz Roy y ya que estaba ahì, fui hasta la Oficina del Parque Nacional. Desde ahí partía el sendero hacia los miradores. Hay dos, el de los cóndores y el de las águilas. También es el inicio del sendero del Pliegue Tumbado, pero mi destino ese día eran los miradores.
Se supone que ese día iba a hacer caminatas sencillas. No se trataba de senderos complicados, pero eran en subida y me hacían notar el cansancio. Además de las infinitas flores amarillas, había muchas otras flores de diverso tamaño y colorido. Creo que tomé fotos de todas.
En el mirador de los cóndores me quedé sentada un buen rato. La vista del pueblo es una postal relajante, que inspira, invita a la reflexión, al disfrute. El Pueblo, el Río de las vueltas, el Cerro Fitz Roy. El cielo celeste. El sol apenas tibio ocultándose de a ratos. Alguna suave brisa. Un hombre, más allá hablaba con otros turistas y les explicaba que por motivos laborales él era habitué de El Chaltén, y que vivía en El Calafate. Que en la zona al viento le dicen "el innombrable" porque apenas lo nombrás empieza a soplar y las ràfagas pueden superar los 90 kilómetros por hora, y que en ocasiones supera los 120 kms/hora. Luego de unos instantes, se retiraron. Un rato despuès, ante la llegada de una nueva oleada de visitantes, hice lo propio.
Me dirigí con rumbo al mirador de las águilas. Ese tramo es bastante sencillo. Antes de llegar se pasa por una zona de recreo donde hay una pequeña laguna, con patos y árboles formando un pequeño bosquecito. El punto panorámico ofrece una vista de la estepa y a lo lejos se observa la Bahía Túnel. El viento soplaba bastante en ese lugar, y se sentía un poco de fresco. Así que después de contemplar el paisaje, retorné. Volví al pueblo, y seguí por la calle San Martín, rumbo al Chorrillo del Salto.
Ese nombre me ha resultado incómodo durante toda mi estadía. Naturalmente me salía llamarlo Salto del Chorrillo, pero no quería faltarle el respeto cambiándole el nombre con el cual los lugareños lo habían bautizado. Caminé los cuatro kilómetros que me separaban desde el pueblo con la misma parsimonia con la que me había desplazado durante todo el día. Cuando por fin llegué, busqué un lugar entre las piedras para sentarme a contemplar el espectáculo de un chorro de agua que cae de las alturas. Sólo había algunas personas ubicadas en distintos sitios aquí o allá. El lugar, que también tenía fama de ser uno de los puntos en los cuales es posible ver huemules, era tranquilo, pacífico, relajante. Se escuchaba el agua caer, algunos sonidos de pájaros y la tranquilidad más absoluta. Fue un lindo momento.
No hubo huemules. La expectativa de verlos crecía a medida que escuchaba algunas versiones que decían que efectivamente en la actualidad se ven con más frecuencia que en otras épocas. No tuve tanta suerte, aunque no perdía las esperanzas.
El final del día me encontró dando vueltas por el pueblo observando la mutación del colorido del cielo a medida que se acercaba la noche. Fue un lindo día, ideal para mi cuerpo cansado.