Conocí San Rafael hace tiempo. En realidad no la conocí. Pasé por sus principales puntos turísticos, pero sin detenerme en la ciudad. Como en ese viaje anterior no había podido estrechar vínculos con ese destino, y ante los comentarios de gente que me incentivaba a pasar más días allí, pensé en un viaje en el cual la mayor parte de mi estadía transcurriera en San Rafael.
Los planes no estaban fijos, por lo cual cambiaron inmediatamente. Por un lado, la ciudad de Mendoza me ofrecía varias alternativas para permanecer allí, lo cual hizo que mi partida hacia San Rafael se demorara. Cuando decidí partir lo hice con muchas expectativas, la mayoría de las cuales no se cumplieron.
La encontré más pequeña de lo que imaginaba. Eso no dejaba de tener cierta magia. Que siendo una núcleo reducido fuera capaz de concentrar varios atractivos turísticos y lograr la concurrencia obligada por parte de quienes visitaban la provincia hablaba de un gran magnetismo, y eso ya era interesante.
Llegué a la plaza principal sin mucho esfuerzo. Sus figuras talladas en madera, la prolijidad de su diseño y mantenimiento la hacían un paseo agradable. La iglesia cuya construcción era llamativa desde varias cuadras a la redonda, y la Municipalidad, se encontraban en los alrededores de la plaza. A pocos metros, se encontraba mi alojamiento. La primera sorpresa fue que el lugar estaba vacío, y los precios, bastante más elevados que en la ciudad capital. La segunda fue encontrar que para llegar a los lugares turísticos no había opciones de transporte público como para hacerlos por cuenta propia, sino que había que contratar excursiones y no sólo resultaban costosas, sino que había que esperar que las agencias completaran un cupo mínimo ya que no había muchos turistas en la ciudad.
Me gusta viajar en temporada baja porque los precios suelen ser más accesibles y los sitios no se encuentran atestados de turistas. En el caso de San Rafael, no fue una buena opción. Los precios no sólo no resultaban económicos, sino que el hecho de que no hubiera turistas atentaba contra la posibilidad de hacer excursiones.
La Cañón del Atuel, la represa El Nihuil, el dique Los Reyunos, son los principales puntos de interés turístico. En su momento, había visitado todos estos sitios. En el Río Atuel también hice rafting por primera vez. La belleza paisajística es innegable. Sin embargo, dado el contexto en el que había viajado en esta ocasión, decidí que podía prescindir de una nueva visita. Los colectivos que cubrían el trayecto hacia esas zonas turísticas no tenían horarios que permitieran ir y volver en el día en horarios que fueran aprovechables. O había que ir por la mañana muy temprano o ir alrededor del mediodía y volver al anochecer, pero en época de frío no es una alternativa recomendable. El frío era realmente implacable.
Sí, me tocaron días de frío extremo. Había llegado con un día veraniego, caluroso, ideal para mangas cortas. Ese primer día fui a visitar la bodega más tradicional de San Rafael. Me habían hablado de ella antes de iniciar mi viaje, así que apenas llegué, no dudé en caminar hasta allí y participar de la visita guiada que se realizaba en forma gratuita. El lugar era muy bonito, calmo. La escasez de turistas hacía que la guiada fuera casi exclusiva. La historia del lugar, de la familia que dio impulso a la actividad del vino en la ciudad resulta sumamente interesante, conocer las estructuras antiguas, los utensilios y herramientas de la época, y las fotos que dan cuenta del paso del tiempo, son un complemento para una visita enriquecedora. Después, una mini degustación para probar el resultado del producto elaborado en la bodega. Ese día, además, visité el parque para los niños, pero ya al caer la tarde, el frío comenzó a notarse.
Los días que siguieron fueron muy fríos. El viento soplaba con un aliento fresco. Fresquísimo. Las hojas desprendidas de los árboles, rodaban con intensidad sobre las veredas y se arremolinaban intensamente. El Museo Ferroviario que funciona en la antigua estación del tren fue un refugio perfecto para conocer la historia del ferrocarril que circulaba por la zona. Eran dos salas pequeñas, pero suficientes para saber los detalles de cómo se instaló y cómo terminó por desmantelarse el servicio. La entrada tenía un valor simbólico que era casi gratis.
La mañana del tercer día de mi estadía me levanté temprano. Había decidido acortar mi estadía y viajar nuevamente a Mendoza. La encontraba mucho más atractiva y accesible. Todas las personas con las que me había detenido a hablar, me habían sugerido que volviera en verano. Sin mucho más que hacer, me tomé un colectivo hasta la Villa 25 de Mayo, donde se encuentra el área fundacional. El frío de esa mañana se hacía sentir con ganas. Con muchas ganas. Anduve un buen rato dando vueltas por ahí. Las construcciones sencillas, antiguas, simples, me resultaban muy llamativas y bonitas. Al rato, cuando ya había satisfecho mi curiosidad, volví a la ciudad, y me fui hacia la terminal para regresar a Mendoza.
Definitivamente a San Rafael hay que ir en verano. O con vehículo propio. Desde esa ciudad se pueden visitar sitios tan lindos como Las Leñas, Valle Hermoso e inclusive Malargüe, un destino que está en mi ranking de los más lindos de la provincia, que recuerdo con cariño y al que sin dudas me gustaría volver. Las opciones, cuando febo asoma, se multiplican. Lección aprendida, si vas a visitar San Rafael, que sea en verano.