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lunes, 2 de febrero de 2015

San Luis al rojo vivo

Murallones rojizos. Vegetación agreste. Una extensión de arcilla que se pierde en el horizonte. Un escondite que alberga un mundo de posibilidades. Una postal que es un emblema.
El Parque Nacional Sierra de las Quijadas atrae con sus formaciones de murallones rojos. Acaso un símbolo de la pasión que despierta entre los amantes de la naturaleza. Es que su fisonomía particular es por lo menos asombrosa. En su morfología se advierte el constante trabajo erosivo del viento, las temperaturas y las escasas lluvias.
Desde el asfalto, las sierras se divisan a lo lejos. El asfalto coquetea con ellas, pero finalmente las esquiva. El acceso al Parque se realiza en Hualtarán, un páramo en medio de la ruta que va a San Juan. Es como entregarse a la nada misma. Sólo cuando se atraviesa el trayecto de unos metros, un cartel da la bienvenida y el centro de interpretación e informes indican que es el sitio adecuado.
Desde esa oficina, donde también se realiza el pago de la entrada, se inicia el sendero que conduce a conocer el secreto de las Quijadas. Creado en 1991, y ubicado en el centro de la provincia de San Luis, guarda las huellas de un pasado que se contabiliza en millones de años. En el centro de las sierras, el Potrero de la Aguada, un curso de agua que permanece seco durante gran parte del año, es un campo de estudio inagotable para los paleontólogos que descubrieron en ese rincón piezas fósiles de dinosaurios y reptiles de hace 25 millones de años. Especies de mandíbulas notables le dieron nombre al Parque. También hay sectores delimitados con vestigios de las actividades desarrolladas por los primitivos habitantes del lugar.
El clima semiárido que predomina en la región, con pocas lluvias y marcada amplitud térmica, hace que el momento ideal para recorrerlo sea entre abril y octubre. El Parque cuenta con un camping rústico, ubicado a unos 6 kilómetros del puesto de informes. Desde allí parten los senderos que permiten conocer parte de la majestuosidad de la arenisca rojiza.
Los senderos hay que hacerlos con guías, baqueanos del lugar que conocen cada rincón, que interpretan cada huella, cada indicio. Es que el Parque está lleno de misterios que sólo los que conocen el lugar como la palma de su mano pueden develar.
Un sendero es autoguiado. Se trata de un recorrido breve para conocer la vegetación. Hay algunos miradores que regalan vistas increíbles de un paisaje que se desdibuja bajo el infinito azul celeste del cielo. Otro circuito lleva hacia la huella de un dinosaurio, una especie de tesoro que se conserva en una roca frágil que amenaza con desaparecer llevándose la valiosa herencia de aquel paraíso perdido. Otra caminata lleva a conocer el botellón, una formación que se destaca entre los altos murallones. La combinación de ambos circuitos conforman una excursión de día completo. Los que pernoctan en el camping, tienen la opción de realizar un trekking exclusivo.
Los factores climáticos modifican a su antojo las morfología del suelo, los murallones. En ese ambiente semiárido zorros, maras, guanacos, reptiles y diversas aves juegan a ocultarse entre los arbustos y dejarse ver ocasionalmente entre los visitantes.
Los jotes provocan curiosidad y confunden. Planean entre las sierras desplegando sus alas. Parecen cóndores, pero no son. Sin embargo, el esplendor con el que lucen su destreza invita a soñar con un planeo semejante. Sin dudas, el paisaje desde allá arriba debe verse de un modo distinto.
El atardecer, desde el mirador más alto, parece un regalo inigualable. El retorno se hace lento, con un brillo dorado que desparrama sobre el camino. El calorcito tibio del ocaso es un instante de relax para las maras que se dejan ver en grupo echadas sobre el sendero de tierra. En esa transición donde el sol termina por despedirse del día y cae la oscuridad para cubrirlo todo con su profundidad, el colorido del paisaje oscila entre anaranjados, rosados y violetas. Después cae la noche, y con su magia no sólo lo oculta todo, sino que además enciende en el firmamento millones de luciérnagas que iluminan de un modo intermitente la noche.
Bajo ese cielo inmenso, el pàramo, vuelve a manifestarse como un pàramo perdido en medio de la nada. Pero el efecto mágico persiste. El Parque Nacional Sierra de las Quijadas, no es fantasía. Es realidad.