sábado, 26 de diciembre de 2015

[#LIBRE] Candados para el amor

Una tradición surgida de tiempos pretéritos. Un símbolo que trasciende la cronología y las latitudes. Una ceremonia, un compromiso, un deseo, un proyecto. Resguardar en lo simbólico la fuerza de la pasión.
Fantasías idealizadas que procuran perdurar eternamente. Historias tiernas, promesas de amor, manifestaciones de sentimientos profundos que se animan a desafiar los avatares de un futuro imperfecto. Ilusiones atrapadas en un minúsculo emblema del infinito y más allá.
La costumbre se propagó por todo el mundo. El sentido simbólico viajó en diferentes direcciones, afincándose en todo ámbito propicio para anclar el amor. Las crónicas sitúan el comienzo de la tradición en el viejo continente. El punto de inicio de esta modalidad fue en Italia, donde el escritor Federico Moccia publicaba en su novela Tengo ganas de ti, la historia de amantes que sellaban su amor con un candado sobre el puente Milvio, que atraviesa el río Tíber en Roma. Otros dicen que la tradición se remonta mucho más allá, a las antiguas costumbres chinas, mientras que otras versiones la sitúan en Hungría. El ritual creció fuertemente en la Ciudad Luz y se desparramó por toda Europa y los lugares más remotos del Planeta.
El Pont des Arts, sobre el río Sena, fue el elegido por las parejas para expresar su romanticismo con acento francés. Un ritual íntimo en el cual los enamorados se juran amor eterno, colocando un candado en el puente y arrojando la llave al curso de agua como una fórmula de compromiso indisoluble que nada podrá separar. El acto fue imitado luego en otros puentes y ciudades.
Tantos fueron los candados colocados sobre el Puente de las Artes, que finalmente las autoridades decidieron retirarlos para preservar el patrimonio arquitectónico. Toneladas de amor que hicieron mella en la infraestructura y que obligaron a tomar la medida y proteger el acervo del lugar.
Otros puentes de París, el Ponte Vecchio de Florencia y el Ponte de l ´Accademia de Venecia, son otros testigos del amor. En Moscú, en tanto, se instalaron árboles metálicos junto al puente Luzhkov para que las parejas pudieran utilizarlos con el mismo fin de expresar su amor. En otros casos, no queda más que el recurso de combatir el avance de los corazones con multas.
En las principales ciudades del mundo, en cualquier puente grande o pequeño, famoso o desconocido, la costumbre se propaga como una plaga. Las promesas de amor también se encadenaron al Puente de la Mujer, en Puerto Madero, Buenos Aires.
En Montevideo, en cambio, la destinataria de los candados y su efecto mágico sobre el amor eterno, es la fuente ubicada en la esquina de la Avenida 18 de Julio, la principal de la ciudad, y Yi, llamada; por lo mismo; la Fuente de los Candados. Según la versión local del mito del amor, si los enamorados colocan un candado en la fuente, volverán juntas a visitar la ciudad y el amor entre ellos será eterno.
En El Calafate, la ciudad patagónica de la provincia de Santa Cruz que permite el acceso al Parque Nacional Los Glaciares, un pequeño puente que conecta con la arteria principal, también se ha convertido en testigo de la ilusión de algunas parejas.
Para algunos es una plaga que arruina monumentos, patrimonio, infraestructura. Para otros, es la posibilidad de creer en el poder de lo simbólico, en un hechizo especial, en una fórmula mágica. Son artilugios del romanticismo para expresar los sentimientos. Ideales, fantasías, corazones latiendo a la par. El amor, las relaciones, los deseos. Todo capturado en un momento único para que permanezca intacto para siempre a la guarda de un candado cuya llave se abandona a fin de que nada pueda romper la magia.
Apenas un candado sujeto a un alambrado, a una vara, a una reja. Un candado que se suma a otros. Con iniciales, con nombres, con fechas. Testimonio de amor. Soportando el frío, el rayo del sol, la lluvia. Amor a la intemperie enfrentando adversidades. Enfrentando las consecuencias del óxido, el desgaste. Mudo guardián. Epidemia de amor, los puentes del mundo se ven invadidos por la fiebre del romanticismo. Para quienes se detienen a observar el fenómeno, la reflexión es inevitable. ¿Puede un objeto pequeño representar tanto? ¿Puede un objeto material lograr la permanencia eterna del amor? ¿Cómo saber el desenlace de tantas historias? ¿Cómo conocer la efectividad del recurso? Un candado, una historia. La acumulación de tantas historias de amor que necesitan dar cuenta de sus afectos, de sus deseos, en un espacio público es algo así como la necesidad de contarle al mundo sus secretos de amor. Historias mínimas que sueñan con un gran final, de esos que concluyen con "fueron felices y comieron perdices", necesitan un candado. Un candado para el amor.







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