Como si el lugar no fuera lo suficientemente mágico, asombroso y especial, como para agregarle un plus que llame aún más la atención. Acaso los delirios de un artista que busca exaltar la belleza y llevarla a su máxima expresión. Complejidad que se vuelve irresistible. Un faro que actúa como un imán. Un punto panorámico que es un regalo que se abre con todos los sentidos.
Casapueblo es un ícono en Punta del Este. Cualquiera que visite la península, no puede obviar la escapada hasta Punta Ballena, distante a sólo 13 kilómetros del centro de la glamorosa ciudad balnearia, el lugar que Carlos Paéz Vilaró eligió para construir su refugio. Una construcción caprichosa que abandona las líneas rectas y desafía a romper con los esquemas. Una especie de horno de barro que también fue la cocina de exquisitas piezas.
Ese rincón donde las aguas se agitan contra la costa, donde el viento se pasea con soltura, donde el sol ofrece postales únicas con cada atardecer, es el que el artista y escultor uruguayo seleccionó para soltar su imaginación con absoluta libertad. Es como un santuario donde cada pieza está bendecida por una gracia divina.
Escultura habitable es la denominación que el propio Vilaró le dio a su casa taller. Es una construcción blanca, muy blanca, tanto como la espuma que el mar arrastra hasta la costa. Fue su casa, su taller, y en la actualidad un museo de atiborrado de sus obras: pinturas, esculturas, libros, fotos, películas, artículos periodísticos.
Viajero incansable, Carlos Paéz Vilaró fue un artista rioplatense completo, complejo, inagotable. Dueño de un espíritu inquieto, se internó en las comparsas de los barrios Sur y Palermo de Montevideo, en los conventillos se involucró con la comunidad afrouruguaya y fue parte en los desfiles de llamadas, de las que participó incluso poco antes de morir, a la edad de 90 años, en febrero de 2014. La cultura afro lo cautivó de tal manera que atrapó su interés, su curiosidad, y también se coló en su obra. El carnaval, el candombe, los rituales, todo fue parte de sus expresiones artísticas. La inquietud lo llevó a seguir las huellas afro en América, y a internarse en el continente negro.
Con la misma intensidad con la que se entregó a la irresistible tentación de crear, se dejó llevar por distintos caminos alrededor del mundo y es la misma ferocidad con la que manifestó su fuerza interior cuando se entregó a la denodada tarea de rescatar a su hijo que había sido parte de la llamada "tragedia de los Andes" cuando las noticias difundieron que el avión que transportaba al equipo de rugby uruguayo se había estrellado en la Cordillera. Paéz Vilaró materializó el relato de esa odisea en el libro Entre mi hijo y yo, la Luna.
Sus viajes han alimentado su obra y como en todo juego de idas y vueltas, de retroalimentación, cada viaje se ha nutrido de sus obras. Sus creaciones se encuentran dispersas en diferentes lugares del mundo. Como hitos, mojones que señalan su paso, pueden encontrarse algunas de sus expresiones en Haití, Panamá, Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos, y también en África y la Polinesia. Es que el artista ha sido generoso con su inspiración. Las dejó fluir y les dio una doble vida. La primera fue al dejarlas nacer, la segunda al darles libertad, soltarlas, entregarlas como un bien de cambio que le permitieron sobrevivir primero, viajar y crecer, después.
En Europa se dejó deslumbrar por su ambiente cultural, los artistas que conoció y los museos. Fue un motor muy potente que impulsó su obra. Se codeó con Picasso, Dalí y De Chirico entre otros renombrados artistas. No fue ajeno a la música, al cine. Se paseó por toda manifestación artística que pudo.
No hubo materiales que se le resistieran. Nunca dejó de experimentar, de romper límites, de atravesar fronteras. Viajó a través de países pero también realizó un viaje interior que durante toda su vida lo llevó a explorar sus emociones más profundas, sus sensaciones, sus inquietudes. Pudo recorrer el mundo pero también dejar fluir su mundo interior, y crear y recrear uno nuevo con toda la impronta de aquellas cosas que lo impactaron. Su producción es una invitación a internarse en ese mundo, a liberar las pasiones, a comprender su genio creativo. No hace falta saber de arte para conocer y apreciar sus creaciones, lo único que se necesita es sensibilidad para empatizar con ese torbellino genial que es su legado precioso y prolífico.
La ceremonia del sol es un clásico. La terraza se convierte en un palco especial para observar una puesta en escena natural sonorizada por la voz del artista que le recita al rey sol. Mientras el crepúsculo tiñe con sus colores el cielo y el mar, el sonido de las gaviotas, del viento y el vaivén de las olas, convierten el momento en un instante absolutamente mágico.
Ese templo resplandeciente que brilla en Punta Ballena celebra el ritual cotidiano de abrir sus puertas a diario para dejar que su patrimonio se resignifique frente a los sentidos de los casi 60 mil turistas que cada año visitan Casapueblo. Una buena excusa para disfrutar de un bello paisaje y conocer la vida y obra de Carlos Paéz Vilaró, un artista que no sólo vivió una vida intensa si no que dejó en sus obras un testimonio único que hoy tiene al mar como custodio.
Este recuerdo del escultor tiene tanta belleza literaria como valor artístico el propio escultor. Felicito a la autora que, además. añade a su trabajo el interés de propiciar, con dominio periodístico. un interesante destino de turismo cultural. Miguel Ángel García Brera,Presidente de la Asociación de Periodistas de Turismo FIJET ESPAÑA
ResponderEliminarMuchas gracias por tan lindo comentario :)
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