martes, 25 de septiembre de 2018

[‪#DIARIODEVIAJE] Isla Grande de Chiloé

La Isla me recibió con un clima agradable. La primera tarde que pasé allí me resultó cálida y encantadora. Todo era distinto, particular y hermoso. Las fachadas de las casas, por lo general atractivas me llevaban a observarlas con detenimiento.
Palafitos
Las viviendas palafito se presentaban como las postales infaltables. Desde un mirador, se las podía observar desde lo alto, y a medida que se iba descendiendo, y se iba acercando al lugar, podían obtenerse vistas distintas. El sol del atardecer con su luz tenue resaltaba el colorido de las construcciones, e iba mutando en luces y sombras hasta oscurecer toda la visión. 
La fisonomía de las casas, de los edificios, de los negocios resulta muy atractiva. El colorido de los murales, también. Andar por las calles con ojos sorprendidos es casi un ritual. Por eso, caminar el caprichoso sube y baja de sus calles, se convirtió en una constante. Hacia la costa, el puerto, las embarcaciones, la vieja locomotora, el mercado de artesanías. Una escenografía acompañada por un cielo nítido durante el día y con una paleta de colores entre los naranjas, rojizos y violáceos por las tardes.
Los miradores son puntos de observación que forman parte de la escala necesaria en cualquier paseo. Desde allí se aprecia una mirada particular que permite reflexionar sobre lo que vemos y la magia de estar allí para deleitando la vista, oxigenar pulmones y también los pensamientos. Los dejás fluir, te entregás al momento y simplemente disfrutás.
Iglesia de San Francisco - Castro
El patrimonio religioso es muy importante en toda la región. Si bien hay un circuito de templos cuya construcción sigue lineamientos típicos y que data de principios del siglo pasado, no estuvo en mis planes recorrerlo ya que lo aconsejable es hacerlo con vehículo. No obstante, me permití conocer algunas de ellas. La primera que visité fue la Iglesia de San Francisco. Su fachada amarilla, combinada con el violeta de las cúpulas de sus torres y el blanco de sus marcos, es un imán. Al ingresar, lo que se observa en su interior es algo totalmente distinto. El predominio de la madera expuesta en los pisos, paredes, puertas, el mobiliario, realmente asombran.
La Iglesia de Nercón es otro de los santuarios a visitar, a pocos minutos en bus desde el centro. La curiosidad me llevó a visitarla, pero sus puertas estaban cerradas. Pero pude aprovechar el viaje para recorrer la zona, perderme largo rato observando cisnes de cuello negro que nadaban muy cerca de allí. También observé los astilleros artesanales que se despliegan en las cercanías. Al verme con mi cámara a cuestas, unas turistas locales, tres señoras mayores que andaban de paseo, se ofrecieron a posar para que les tomara una foto. "Así te llevás un recuerdo auténtico chileno", me dijeron. Y parte de ese souvenir tiene que ver precisamente con la amabilidad de las personas.
Interior Iglesia San Francisco
De la terminal municipal parten los ómnibus que facilitan el recorrido hacia distintos puntos de la Isla. Dalcahue fue uno de los destinos más recomendados por sus cocinerías. Antes del recorrido gastronómico, opté por tomar otro bus que me llevaría, balsa mediante, a cruzar hasta la Isla Quinchao. Esta es una de las islas de mayor tamaño dentro de las que conforman el archipiélago. Continué camino hasta Achao para visitar su iglesia, cuyo interior es impactante. En sus paredes pueden observarse los detalles de la arquitectura de la Escuela Chilota. El museo local, también aporta información sobre la historia y la cultura del lugar. La costanera y su mercado de productos típicos es otro de los sitios obligados.
turistas chilenas
A la vuelta, una parada en Curaco de Velez permitió conocer la iglesia, y parte del humedal muy cercano. Después de recorrer la tranquilidad de sus calles y observar el atractivo de sus fachadas, fue el momento de regresar a Dalcahue.
Las cocinerías son un punto de concentración para el turismo gastronómico. Allí se ofrecen distintos menúes, la mayoría a base de mariscos, que son el deleite de los visitantes. Pegado al comedor, se encuentra el mercado de artesanías donde, como en toda la isla, se destacan los tejidos. Las lanas de distinto tipo y colorido son un producto típico. Ovillos de lana de diverso grosor, prendas elaboradas para todos los gustos y necesidades. Gorros, bufandas, medias, sacos, sueters, cuellos, bolsos. Mientras afuera llovía torrencialmente, me entretuve hablando largamente con una de las tejedoras. Me habló de toda una vida dedicada a la tarea de tejer, de cuidar a su familia, de la vida de campo. Tenía un hablar sereno, y algunos términos que no llegaba a identificar porque su modulación era un poco cerrada por momentos. La piel de sus manos y su rostro, se veía bastante curtida. Terminé por llevarme un par de gorros, más por agradecimiento por la charla que por la intención de llevarme un souvenir. Una vez que la lluvia mermó, tuve tiempo de visitar la Iglesia de Dalcahue, y recorrer un poco más de sus calles.
Iglesia de Achao
Al día siguiente me quedaba conocer Quemchi, un poblado pequeño y tranquilo. Las embarcaciones que descansan en la orilla eran testigos del ir y venir de las aguas, del constante sobrevuelo de las gaviotas y de la presencia de los lobos marinos. Los restaurantes locales sirven platos con pescados y mariscos como ingrediente principal.
Después de recorrer el pueblo, la siguiente parada consistía en conocer la Isla de Aucar, a la cual se llega luego de atravesar un puente de madera. Es el lugar es conocido como de descanso de las almas navegantes. Un cementerio, una iglesia y algunos senderos de interpretación de la vegetación, son las opciones a visitar.
Mientras esperaba el bus que me llevaría a las Cascadas de Tocoihue, una mujer que también esperaba el bus me orientaba sobre la vida en la zona. Desde su perspectiva, las salmoneras eran una oportunidad de empleo, y un símbolo de crecimiento. Me explicaba que la vida allí era muy simple, y a modo de ejemplo, me decía que ellos comían mariscos todos los días y lo hacían en forma gratuita porque no tenían más que caminar hasta la costa y recolectar los frutos del mar. Después, me indicaba que el resto, lo obtenían de la tierra. Huertas propias hacían que no fuera necesario demasiado para tener una vida tranquila.
Muelle Achao
Las cascadas están situadas en una propiedad privada, por lo cual hay que pagar un acceso. Desde allí, otro bus me llevó hasta Tenaún donde se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora del Patrocinio, declarada Patrimonio de la Humanidad.
El ambiente rural acompaña durante todo el viaje. En la costa, los pescadores son parte del paisaje. Un puñado de casas aglomeradas en los alrededores de la calle principal, conforman el pueblo. Todo tiene un andar tan sereno, que hasta los buses se movilizan con una frecuencia espaciada. No es difícil mimetizarse con el lugar. La arquitectura de las viviendas es atractiva por su simpleza y su distinción. Las paredes de madera tienen diseños distintos, y el colorido también varía. El paso del tiempo se adivina en las tonalidades descoloridas, pero que no las hacen menos llamativas.
Los días en Chiloé fueron de mucha tranquilidad. Todo tiene otro ritmo y parece que fuera imposible el cansancio aún cuando camine todo el día. Es que el andar es también tranquilo y a la vez el paisaje es tan bucólico que es imposible que transmita otra cosa que no sea la armonía con el universo. Sin embargo, aunque pareciera que lentamente, los días fueron transcurriendo con una rapidez contrastante. La estadía hubiera requerido algunos días más ya que me quedaron muchos otros sitios por conocer.
Cocinaría Dalcahue
Al regreso, me permití una pasada rápida por Puerto Montt, antes de volver a Puerto Varas. Era la última etapa antes de embarcarme nuevamente en el cruce de los lagos. La experiencia es tan gratificante que bien vale hacer el recorrido de ida y de vuelta. Un plus es la parada que se hace en los Saltos de Petrohué. Los rápidos que se generan motivan la presencia de cascadas que pueden apreciarse a través de pasarelas que dan al río. Se paga una entrada para poder hacer el recorrido y apreciar la deslumbrante belleza paisajística. Los cerros, el agua verde esmeralda, la espuma que se genera al chocar con fuerza contra las rocas, la vegetación. Todos componentes que dan por resultado un espectáculo para los sentidos.
Las instancias posteriores ya eran conocidas. Volver a navegar por el Lago de Todos los Santos, llegar a Peulla,caminar hasta el viejo hotel, hacer el cruce, navegar el Lago Frías, y nuevamente el Nahuel Huapi hasta desembarcar en Puerto Pañuelo. La travesía llegaba a su fin, pero la satisfacción por la experiencia vivida, estaba muy lejos de concluir.