sábado, 26 de noviembre de 2016

[‪#‎DIARIODEVIAJE‬] Isla Negra a pura emoción

Expectativas. Eso tenía. Y muchas.  Me habían hablado de Isla Negra y el Litoral de los Poetas. Conocer la casa de Neruda era casi una obligación. Una de las casas en las que vivió, porque en Valparaiso está La Sebastiana, y en Santiago La Chascona.
La primera que se cruzó en mi itinerario fue la de Isla Negra. Sabía que quería conocerla. Sabía que no me podía ir de Chile sin visitarla. Durante mi segundo día en Valparaiso, decidí tomarme un bus que me llevara directamente a ese refugio del literato, pero esencialmente que me contactara con el mar.
La Casa-Museo está instalada en un pequeño rincón de El Quisco, una comuna costera de mucha tranquilidad y armonía. Apenas llegué, me recomendaron que fuera al museo puesto que otorgaban turnos. Una vez que me asignaron el horario en el que podría ingresar, me dirigí hacia la costa.
Fue un encuentro cara a cara con el azul intenso, con la brisa fresca, con la bravura de un mar que no dejaba de gruñir. Su voz, poderosa, se escuchaba con ganas, Y era como una melodía atrayente, irresistible.
Las rocas, acumuladas caprichosamente sobre la arena, eran el muro sobre el cual las olas descargaban su ira. El golpeteo era incesante. El azul zafiro que tanto me impresionaba, se arremolinaba, simulaba una calma y volvía a juntar fuerzas para volver a castigar a las rocas. A veces jugaba tan intensamente que partículas azuladas volaban hasta mí.
La espuma resultante no era blanca como había visto en otras ocasiones, era de un celeste cielo que parecía fantasía. Y lo era. Haber imaginado estar allí, y finalmente poder disfrutar de esa postal increíble, realmente era de fantasía. Trepé a una de las rocas, y desde las alturas, observé el vaivén. Me dejé capturar por esa serenidad bravía, esa mezcla contradictoria que me fascinaba. Tan contradictoria como que el Océano Pacífico, no tiene nada de pacífico.
En una de las rocas, había, tallada una imagen de Neruda, que como yo, también contemplaba el paisaje. Estático, estoico, y aunque el tiempo pasara, no dejaba de maravillarse con ese regalo infinito que todo nunca terminaba de llegar.
El reloj ya marcaba mi turno para visitar la Casa. Primero vi un video que contaba toda la historia del poeta. Después, me entregaron un dispositivo que funcionaba como si fuera un teléfono y que se utilizaba como audioguía. En el interior de la casa no pueden tomarse fotos, aunque sí en los jardines. Las visitas son grupales, pero luego se puede regular el tiempo si es que se decide volver a algún punto, o escuchar nuevamente algún fragmento del audio.  El recorrido se realiza por un total de 15 espacios en los cuales se conocen los objetos más representativos y también su simbología.
A medida que me adentraba en la casa, que me internaba en ese mundo interior, los pensamientos se disparaban en mi cabeza. En cada una de las salas, la vista al mar era sumamente atrapante y mis ojos no podían dejar de sumergirse en ese azul lejano.
En esa casa había un cúmulo de sentimientos, de sensaciones, de creatividad, de arte, de filosofía, de convicciones, que realmente fueron un cóctel extremo de sensibilidad. Y era imposible no imaginar cómo debió haber sido la vida del poeta en ese lugar. Cada objeto elegido con dedicación y cuidado, cada uno en armonía con el resto. Cada pensamiento ligado a un sentimiento. Los amores de su vida, y la mujer que lo acompañó en sus últimos días, la misma con la que reposa frente al mar.
Pensé en que sólo personajes como él pueden crear un lugar como ese. Y recordé también a Carlos Páez Vilaró, cuya construcción en Punta Ballena (Uruguay) también me había resultado grandiosa. Personajes como ellos pueden darse el lujo supremo de contar con un rincón propio, tan lleno de magia, tan bellamente simbólico y admirable.
Estaba conmovida cuando salí a los fondos de la casa, cuando pasé por el lugar en el que descansa el poeta junto a su última esposa, Matilde Urrutia. En ese mismo sitio, unos visitantes también celebraron un improvisado homenaje en el que recitaron uno de los poemas más conocidos del escritor. Sus voces lejanas se las llevaba el viento y se mezclaban con la bravura del mar. Yo, en cambio, estaba concentrada en mis propias sensaciones.
Una mezcla de tristeza y emoción se apoderó de mí. Tenía las sensaciones recorriendo la superficie de la piel y calando en el interior de mi alma. Pensé en lo fantástico de las emociones que podían resultar en la vulnerabilidad de cualquier voluntad o también en su fortalecimiento. Pensé en ese rincón único, especial e invaluable. También en los tres grandes amores que lo acompañaron a lo largo de su vida y en la impronta que dejaron en su obra. Pensé en ese mar azul que fue, sin embargo, su más grande amor.
Una casa que es un refugio donde la pasión es protagonista. Una decoración especial puesta de manifiesto en cada detalle. Un lugar único donde el mar es un presente eterno. Tan eterno e infinito como el amor.
Absolutamente conmovida por la historia, por la sensibilidad, por la maravilla del universo, por los sentimientos profundos, por el azul marino, por las olas, por el viento, me retiro del lugar con una revolución en mi interior. Me voy pensando en que mi visita a ese lugar, es parte de una magia que sólo el destino puede explicar.