domingo, 1 de diciembre de 2019

[‪#DIARIODEVIAJE] Costa Rica caribeña

Los destinos de mis viajes se instalan como una idea que locamente empieza a tomar forma.Son como una inspiración que llega de pronto a la que no me puedo resistir. 
Amo viajar. Pero a veces necesitás detenerte. Es también una necesidad que te atraviesa. A veces continuas, pero en piloto automático. Y quizá una mezcla de esas cosas hizo que estuviera tanto tiempo ausente.
Viajar es una forma de abrir tu cabeza, y también tu corazón. Te nutre de nuevas experiencias, te enseña, te alegra la vida. Descubrir sensaciones distintas, sorprenderte, disfrutar, es un combo que se vuelve adictivo. Pero también hay un montón de circunstancias que a veces te asfixian, que te hacen mal, y para las que viajar es también un remedio. 
Cuando parás, no lo hacés porque ya no disfrutes de los viajes, lo hacés porque detenerse es también parte del viaje, de la vida. Es valorizar de otro modo el viaje. Es extrañarlo. Es conectarte desde otro lugar. Y también es una forma de conectar con otras circunstancias de la vida. 
Cierta desesperación comienza a despertarse cuando no podés respirar. Viajás porque ese viaje es como sacar la cabeza cuando estás sumergido, tomar aire, para volver a hundirte en aquello que te invade, y resistir. Tuve viajes que fueron mi respiro. Fueron la forma de conectar con el interior y con el universo. Fueron un reconocerme en ese modo de piloto automático y necesitar transitar esa sensación.
No quiere decir que la magia de los viajes no te sorprenda, porque de hecho lo hace. Pero no estás inspirada a compartir esas sensaciones. Es un viaje en el que no podés invitar a nadie más. Este es un blog para compartir las experiencias de viaje porque aunque sean los mismos destinos, las experiencias son distintas. Cada uno tiene su individualidad, sus gustos, sus emociones, su percepción y algunas vivencias pueden ser referencias para otros. Lugares a visitar, personajes que llaman la atención, formas alternativas de lograr los mismos resultados, tips, datos. Todo eso se puede compartir. Pero hay otras cosas que se necesitan procesar de un modo íntimo. Y es ahí donde me detuve. Como si me hubiera quedado suspendida en el tiempo, pero al mismo tiempo, no dejando de vivir mi propio viaje interior. 
Escribir es una fuente de expresión muy importante. Las palabras se articulan en mis pensamientos y vuelan. Se van. Fluyen. Algunas quedan plasmadas en un soporte. Otras simplemente pasan a ser parte del universo. Viajar y escribir es una combinación enorme que me fascina. Por eso hoy, retomo mi escritura. 

Y vuelvo al punto donde había quedado. Costa Rica. Un destino que vino a mí, y que hizo que yo fuera a él. 
Recorrí San José, fui hacia la costa pacífica. Y no iba a irme de Costa Rica sin conocer las costas que dan al Mar Caribe. En mi plan original estaba la visita al Parque El Tortuguero, pero para la fecha de mi viaje, las tortugas aún no habían llegado. Llegar no era tan sencillo, y sin las tortugas, no tenía demasiado por hacer en aquella zona. Así que lo descarté. Había otros destinos de los que me habían hablado como Puerto Viejo y Manzanillo. No estaba muy segura de qué población elegiría para conocer en la costa caribeña, pero sabía que quería conocerla. 
En San José conocí a una viajera que también me mencionó su intención de ir hacia el Caribe, pero ella estaba más decidida que yo en ir a Puerto Viejo. Como mi viaje estaba orientado a ir primero hacia el Pacífico, quedamos en hablar más adelante. 
A lo largo de mi viaje me hablaron de Puerto Viejo como un lugar bonito pero poco recomendable en cuanto a seguridad. Eso me hacía dudar un poco. No tenía ganas de ir a una zona en la que mi viaje pudiera arruinarse. Y sin embargo, no me resignaba a irme de Costa Rica sin conocer el Caribe ya que no iba a ir a El Tortuguero y también estaba desestimando Puerto Viejo.
Con mi nueva amiga nos mantuvimos en contacto durante el viaje así que finalmente sus esfuerzos por convencerme de visitar el lugar juntas, tuvieron resultado.  Ella me había reservado espacio en el hostel en el que se había alojado, así que ese tema de dónde quedarme, estaba resuelto. Tuve que hacer combinación en San José, y al cabo de todo un día de viaje había atravesado el país de una costa a la otra. 
La lluvia me había acompañado en casi todo el trayecto desde San José. Cuando las luces del día se iban apagando, la oscuridad se volvía intensa. Las luces del bus eran las únicas que iluminaban la senda asfáltica por la que se desplazaba el vehículo. Estábamos muy cerca de la costa cuando empezamos a observar que el pavimento estaba cubierto de una enorme cantidad de cangrejos que avanzaban desde el mar, cruzaban (los más afortunados) la ruta, y seguían con rumbo a algún refugio tierra adentro. 
Desde el bus los comentarios eran de asombro, y algunos hasta se lamentaban de no poder juntarlos para preparar sopa. Más adelante, en las zonas de concentración urbana, había familias con baldes, juntando los cangrejos. Esa situación me llamó mucho la atención. Me hizo recordar a las personas que en Chiloé también me habían hablado de que solían ir a juntar mariscos a la costa, muy próxima a sus casa, y que con eso ya tenían la comida familiar resuelta.
Finalmente aterricé en Puerto Viejo. Allí estaba mi amiga esperándome. Caminamos varias cuadras hasta el hostel, dejé mis cosas y salimos a buscar un lugar donde cenar. Recorrimos las cuadras de la calle principal donde se observaba movimiento moderado de gente. Las iluminación callejera era tenue y había cierta musicalidad que la postal resultaba pintoresca. 
Durante la cena, mi amiga me había hablado de sus ganas de ir a Bocas del Toro, en Panamá. Ella había estado haciendo averiguaciones y estaba decidida a ir. Yo no. En mi caso, había leído sobre el lugar, que era muy bello pero que a la vez había algunas crónicas que contaban de situaciones un poco turbias. Así que desde la planificación de mi viaje, había descartado la posibilidad de visitar ese destino. Me propuso sumarme a su proyecto de visitar esa zona, a lo que respondí que lo pensaría.
Al día siguiente me fui a conocer Cahuita y su Parque Nacional. Mi amiga, que ya lo había visitado, decidió quedarse a pasar un día de playa en Puerto Viejo y alrededores.
El Parque Cahuita tiene un extenso sendero que bordea la costa, y que permite conectar con la ruta por la cual pasa el bus de regreso a Puerto Viejo, por un sector distinto al de ingreso. Pero si se desea hacer un recorrido más corto, se puede volver a salir por el mismo sitio por el que se ingresó. 
Caminé largamente por toda la costa, atenta a la presencia de los animales que pudieran presentarse. El primero en sorprenderme fue un mapache. Después, la gran cantidad de monos. Los árboles proporcionaban una sombra intensa cuando los follajes se juntaban, pero la humedad del ambiente redundaba en un calor intenso, con presencia de algunos insectos molestos y una gran cantidad de lagartijas que me hacían sobresaltar en ocasiones. Mi propósito era descubrir la presencia de los osos perezosos. Me habían comentado que era frecuente encontrarlos allí, así que los busqué con afán. Estaba bastante decepcionada de no poder hallarlos cuando finalmente divisé una pelota de pelos adherida a un árbol. Allí estaba y me resultó tan mágicamente sorprendente y bonito que permanecí mirándolo unos instantes para descubrir si era un muñeco de peluche o si era real. Y era real. Lo supe cuando abrió sus ojos y me miró con sus párpados pesados de sueño que lo hicieron volver a cerrar los ojos y permanecer inmóvil en la misma posición en la que lo encontré.
Si bien había visto uno solo, me estaba yendo contenta del Parque. Al salir rumbo a la ruta, vi que en una casa vendían gaseosas y fui por una. El hombre que me vendió la bebida era muy hablador, así que me comenzó a contar que había rescatado a un perezoso que había sido atacado por perros, me mostró fotos y me comentó que en la costanera que se encuentra del centro de Cahuita, en dirección contraria al parque, había muchos árboles y que era frecuente encontrar a los perezosos allí. Así es que luego de haber terminado mi gaseosa, tomé el bus nuevamente hacia el centro de Cahuita y me dediqué a caminar por la costa en busca de los perezosos. Anduve un buen rato sin poder encontrarlos hasta que de pronto encontré uno que estaba apelotonado en una rama junto al mar. Después encontré otro, y luego otro. Y terminé maravillada de la cantidad que había. Cuando ya estaba regresando a la terminal, me di cuenta que en los árbolitos que estaban en las veredas, también era posible encontrarlos. Me resultó asombroso.
Volví a Puerto Viejo y al reencontrarme nuevamente con mi amiga, me comentó que no había tenido un buen día. Que estuvo caminando por la costa, que caminó largamente hasta que decidió meterse al mar y que a pocos segundos de haber dejado sus cosas en la orilla, se dio cuenta que ya no estaban. Así que fue en busca de ellas, y a los pocos metros encontró a un hombre con sus cosas. Tuvo un momento de tensión y confusión, pero el hombre, que le resultaba intimidante porque llevaba un machete, le devolvió sus cosas alegando argumentos poco comprensibles de cómo las había obtenido. Más que nunca tenía la determinación de irse al otro día a Bocas del Toro. En un arrebato, decidí acompañarla. 
En el mismo hostel contratamos el traslado. Nos pasarían a buscar muy temprano para llevarnos hasta la frontera y desde allí, cruzaríamos caminando, para luego encontrarnos con otra persona que nos llevaría hasta la embarcación que nos terminaría dejando en Bocas del Toro.
No había tenido tanto tiempo de recorrer Puerto Viejo. Me gustaba su rasgo pintoresco, el estilo particular de sus calles con sus luces tenues, sus chiringuitos, sus puestos de feria. La impronta de los inmigrantes africanos se percibía en su gente. Su bello mar salpicando sus costas era como la suma de todo lo que está bien para darle alegría al humor de las personas. Sin embargo, irme de allí tuvo cierta dosis de alivio. El incidente con el robo de las pertenencias de mi amiga, las recomendaciones que me habían hecho en la propia oficina de turismo del lugar, más los comentarios anteriores, hicieron que la visita hasta allí hubiera sido suficiente. Además el hostel no me resultaba tan cómodo, aunque tenía un lindo parque y salida directa a la playa que le daba un plus. Sin embargo, las habitaciones no tenían ventana, había olor a humedad y en la zona de lockers había visto una rata dando vueltas, que cuando se lo mencioné al chico que estaba en la recepción lo tomó con tanta naturalidad que me alarmó. 
En el hostel nos habían recomendado un hospedaje en Bocas del Toro a buen precio, así que eso nos hizo contar con la tranquilidad de saber que teníamos un lugar donde estar y que no nos saldría tan caro. Sin embargo, cuando llegamos a la dirección indicada, huimos despavoridas. Las condiciones del alojamiento eran realmente pésimas. Fuimos a buscar otro que pertenecía a una cadena conocida y salía carísimo. Por suerte encontramos uno que era divino, sino que además las personas eran muy amables.
Esa tarde salimos a recorrer el pueblo. En la plaza encontramos un bus que nos llevaba hasta Playa Estrella, así que nos fuimos en esa dirección.
El lugar era fantástico. La arena blanca, el agua transparente. Todo muy tranquilo y hermoso. En eso estábamos cuando nos encontramos con una mujer que martillaba clavos sobre letreros que buscaban llamar la atención sobre la importancia de tener una actitud responsable con las estrellas de mar. 
La playa Estrella tenía ese nombre porque en ese lugar abundan las estrellas de mar. Sin embargo, el desconocimiento o el descuido o ambas cosas por parte de los turistas los motiva a tocarlas, tomarlas entre sus manos, tomarse fotos, sacarlas del agua. La mujer explicaba que debido a esa clase de comportamientos, muchas estrellas de mar mueren y por eso, la cantidad se ve disminuida cada temporada. La historia me resultó muy triste. Y al mismo tiempo muy loable sus ganas y entusiasmo de luchar contra los molinos de viento de la inconsciencia.
Vimos una estrella de mar. Después otra, y así varias más. Nunca había visto una tan cerca, ni de un tamaño tan grande. Me sentí afortunada. El agua era tan transparente que las podías observar sin necesidad de acercarte más ni de tocarlas. Me resultó ilógica la necesidad de la gente de entrar en contacto con ellas. Sobre todo teniendo en cuenta su fragilidad.
Pasamos una bella tarde en ese lugar. Pero teníamos que regresar para no perder el último bus de regreso al centro. De nuevo en la calle principal, contratamos un tour para el día siguiente. Nos llevarían a conocer un sector llamado "Hollywood" por la gran cantidad de estrellas de mar. En este caso eran más pequeñas que las observadas la tarde previa. Luego, haríamos snorkelling, y más tarde visitaríamos la Isla Bastimentos donde se podría aprovechar el día de playa.
Al atardecer ya estábamos de regreso. Decidimos que no teníamos mucho más para hacer allí y que ademas los precios nos resultaban bastante elevados para nuestro presupuesto así que contratamos el transfer de regreso a Costa Rica. Nos habían ofrecido un traslado directo hasta San José. Pero fue un engaño. Nos llevaron hasta la frontera y una vez que cruzamos, nos dieron un pasaje en bus (no tenía ni aire acondicionado) hasta San José, pasando previamente por Puerto Viejo. Un viaje bastante largo, pero ya estábamos de regreso. 
La vuelta a San José era la despedida de un viaje por un país que me había resultado diverso, natural, bello. Cuando estudiaba Turismo pensaba en que alguna vez me gustaría conocer Costa Rica. Y tiempo después estaba disfrutando de sus atractivos y enfrentando nuevos desafíos en la tierra del ecoturismo. Una experiencia por cierto, muy rica y que nos llena de vida. De Pura Vida!
¿Conociste Costa Rica? Compartí tu experiencia. 









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