domingo, 3 de enero de 2016

[#DIARIODEVIAJE] El Viaje Esperado - Capítulo 2: Torres del Paine

Me había costado tanto llegar hasta El Calafate, que una vez allí, quería hacer todo. El típico pensamiento de "¿cuándo voy a volver?" Sumado al "si no es ahora, ¿cuándo?" eran una bomba explosiva que hacían detonar mis pensamientos.

Había muchas excursiones para realizar. Algunas eran realmente interesantes, pero todo sumaba a un presupuesto que era limitado. Muy limitado. No había opciones de transporte público en los que hacer los tours por cuenta propia y tampoco se veía muy accesible la posibilidad de hacer dedo. Para todo había que contratar los servicios guiados con traslado cuyos precios eran verdaderamente elevados.

El Parque Nacional Torres del Paine, del sur de Chile, era otro lugar que anhelaba conocer durante ese viaje esperado para encontrarme con los hielos patagónicos. La distancia entre El Calafate y el parque chileno amerita la permanencia en la reserva durante algunos días para recorrer el lugar más tranquilamente. Pero no tenía esa disponibilidad, ni de tiempo ni de recursos, ni de equipamiento. Así que contraté la excursión que te lleva por el día y te da un pantallazo general y rápido del Parque. Había averiguado en varias agencias y el costo era bastante alto, pero contraté una agencia desde Buenos Aires que ofrecía exactamente lo mismo que el resto de las agencias, sólo que a prácticamente la mitad del precio. Desconfié, pero la contraté igual. Después comprobé que efectivamente era el mismo servicio que ofrecían otras empresas, a lo sumo había otras que se diferenciaban por el tipo de vehículo utilizado, unos que serían como una versión moderna de los camiones de la Segunda Guerra.

El horario estipulado para que pasen a buscarme era a partir de las 5:30. Eso implicaba levantarme muy temprano. Como siempre sucede, "a partir de..." no quiere decir que sea exactamente en ese horario. Por lo cual me levanté temprano, desayuné rápido un té con unas galletitas (suerte que la cocina del hostel estaba disponible en cualquier horario) y me dispuse a esperar que pasaran por mí. Lo hicieron una hora más tarde del "a partir de". Me acomodé en uno de los asientos y me dispuse a dormir un rato más. Sabía que me esperaba un paisaje de estepa, solitario, monótono, infinito. Quería dormir por lo menos hasta la frontera, pero me desperté un rato antes. Efectivamente el paisaje era como suponía.

Cerca del límite comenzaron a distribuirnos los papeles de migraciones. En la Oficina de Turismo de El Calafate me habían anticipado que hasta la frontera el paisaje era similar y que una vez que llegara a ese punto, me iba a dar cuenta del cambio. La vegetación ocre le dio paso a una más verdosa pero que seguía siendo achaparrada y que al parecer era el alimento ideal para las ovejas que poblaban las laderas de los cerros. Hubo un cambio, pero no lo noté tan significativo hasta recorrer algunas secciones del Parque. 
El puesto de frontera era una construcción en medio de la nada, una bandera y el viento. Descendimos del micro con un viento atroz. Soplaba con una fiereza increíble. Hacía frío, pero más que eso, nos empujaba. Una vez que obtuvimos el sello correspondiente había que hacer el trámite de ingreso en Chile. 

La entrada al Parque Nacional Torres del Paine tiene un valor de 18 mil pesos chilenos. Nos dijeron que teníamos que cambiar el dinero en una cafetería que está junto al puesto fronterizo porque en el Parque sólo aceptan pesos chilenos. Mediante correo electrónico había consultado con el personal del Parque acerca de la forma de pago y los costos y me dijeron que aceptaban chilenos, dólares y euros. No quería cambiar dinero, prefería pagar en dólares Sin embargo, el guía me dijo que si quería pagar con dólares tenía que pagar justo y que los billetes tenían que estar en buen estado. No tenía el cambio justo, y ante la duda que no me aceptaran el pago, tuve que cambiar. Claramente el cambio que ofrecían no era nada favorable. El valor del ingreso al Parque ascendía a 500 pesos argentinos o 28 dólares. Según lo que había averiguado antes de viajar, al cambio vigente, el costo original debía ser de 400 pesos argentinos o 22 dólares.

En la frontera se sumó el guía chileno que nos iba a conducir en la recorrida por el Parque. Fue entonces cuando comenzó el tour propiamente dicho. Fue el guía el que juntó el dinero del ingreso para todos los que íbamos por el día, y sólo dejó que lo acompañaran quienes se quedaban en el Parque. Al regresar al bus, no nos dio el ticket que acreditara nuestro ingreso, y debí pedírselo más tarde. Ese detalle no me pareció menor, pues nadie lo solicitó, y lo correcto sería que todos tuviéramos la constancia del pago de nuestro acceso. Cuando se lo solicité me indicó que me lo daría luego, y lo hizo después de solicitárselo a otra persona. Pero me lo dio a mí, no a cada uno de los pasajeros.
El guía nos dio información del lugar acerca del clima, la vegetación, el relieve, la forma de vida. También habló algo de política. El día estaba muy ventoso y nublado, un mal presagio para las expectativas.

La primera parada fue en el Lago Sarmiento. Descendimos del micro y el viento nos marcaba su territorio. El camino de ripio apenas se veía interrumpido por la presencia de algún otro vehículo. Desde el costado del camino observamos las montañas y el lago. El agua se veía de un azul intenso, muy intenso. Sobre la orilla, los bordes blancos dan cuenta de la presencia de carbonato de calcio, según la explicación del guía. Desde allí normalmente debería obtenerse una excelente visión de las Torres, pero la nubosidad no lo permitió. Al cabo de unos minutos, retomamos el viaje.
Más adelante, la segunda parada era otra vista magnífica desde donde, nuevamente, nos quedamos con las ganas de ver los cuernos. Se observaban algunos glaciares, espejos de agua, vegetación, y las nubes que nos negaban parte del paisaje. El viento era incontrolable. Soplaba todo el tiempo con una fuerza que no encontraba resistencia y doblegaba toda voluntad. Todo eso incluso, no le restaba belleza a las panorámicas.
El bus retomó el sendero y siguió desplazándose por el paisaje. Desde la ventanilla, se sucedían lagunas, flamencos en sus orillas, montañas, vegetación achaparrada, castigada por el viento. También se veían guanacos. Algunos muy cerca del camino, otros en los cerros. Nos miraban pasar pacientemente o salían corriendo con solo escuchar el ruido del vehículo.

La siguiente parada fue para hacer una caminata. El trekking se desarrolló a través de un sendero hasta llegar a la orilla del lago Nordenskjöld. El viento era sin dudas el gran protagonista. El guía nos anticipó que tuviéramos cuidado y mucho respeto ya que las ráfagas podían ser muy intensas. Y lo eran. Lentes eran imprescindibles para cubrir la vista de la arenilla, pero tenían que ser lentes que no fueran susceptibles a los embates del viento. Según el guía, con frecuencia los lentes se vuelan. La intensidad del viento daría crédito a sus palabras. 
Al llegar a la orilla del lago, permanecimos un rato observando el paisaje. Después regresamos y completamos el sendero hasta el Salto Grande. Un rápido que arrastraba un caudal con mucha fuerza.

Un arco iris se dibujaba en el mismo punto donde el agua se desplomaba en una caída de 10 metros de altura. El paisaje era hermoso. El ruido de las aguas era intenso. Costaba acercarse al borde por la fuerza del viento, era bastante peligroso porque en verdad soplaba muy fuerte. Nos fuimos hacia el mirador que se presentaba como más seguro para observar la caída de agua aunque el viento no disminuía en su intensidad. Mientras estaba allí, una pareja me pidió que le tomara una foto con su Iphone. Intentaba encuadrar la foto pero el viento no me lo permitía. Si llegaba a encuadrarla, se movía al querer pulsar sobre el ícono de la cámara. Cuando finalmente pude encuadrarla y estaba a punto de retratar el momento, una ráfaga me lo arrancó de la mano y lo mandó a volar justo al borde del precipicio. Nos miramos asombrados. Miramos el Iphone apenas detenido en su vuelo por una planta espinosa de dimensiones reducidas. Lo veía temblar al ritmo del viento, veía la cara de los dueños del dispositivo y me veía a mi misma en esa situación increíble. Claramente no tenía opción de reponer el dispositivo si caía al agua así que me avalancé sobre él con cuidado, o mejor dicho, rogando, que el viento no me impulsara a mi también hacia el fondo del abismo. Milagrosamente salimos ilesos. El Iphone nos dio un gran susto, pero no sufrió lesiones. Nos retiramos del lugar todavía atónitos con lo que había sucedido. 
Subimos al micro, rumbo al Lago Pehoé. Una hosterìa ubicada en un islote a la que se llega a través de un puente, fue el lugar elegido para tomar un recreo. Nos habían dado una vianda consistente en un sandwich de jamón y queso, unas mini galletitas saladas tipo Rex, una barrita de cereal y una botella de agua mineral. Como sabían que para algunos esa ración no era suficiente, la parada se hacía en la hostería para que quien quisiera pudiera almorzar allí. En el islote hay un mirador o también se podía aprovechar la hora de tiempo para recorrer los alrededores. El viento era muy intenso para tratar de permanecer en el mirador, peligro de terminar en el agua. En los alrededores no había un sitio específico para visitar, sin embargo, se podía caminar un trecho para seguir inspeccionando el camino. Fue en lo que decidí invertir el tiempo.

El sol aparecía de a ratos, pero la mayoría de las veces permanecía oculto detrás de las nubes. El azul de las aguas era profundo. Las montañas se veían recortadas casi de un modo geométrico. El guía había explicado que en el Parque hay unos 200 kilómetros de senderos, suficiente excusa para permanecer varios días en el lugar. Afortunados los que pueden vivirlo con intensidad, caminarlo, transitar sus senderos, sorprenderse con sus bellezas naturales. En lo personal fue un lindo paseo, aunque no había logrado obtener el premio mayor que era la postal típica del Parque Nacional. Pensé que quizá sería lindo volver, aunque habiendo visto algo, preferiría conocer otros sitios del sur de Chile. 
El resto de la excursión implicaba una pasada por el Mirador de los Cuernos, que el guía decidió seguir de largo debido a la nubosidad, y la última parada, el mirador del Glaciar Grey, que tampoco podía apreciarse. Desde el comienzo del viaje, el chofer había musicalizado todo el recorrido. En más de una ocasión había escuchado el tema de Arjona que dice "las nubes grises también forman parte del paisaje". Si bien el cantante no está entre mis preferencias, lo cierto es que aquella musicalización parecía haber sido a propósito. Después, iniciamos el regreso.

Volvimos al puesto fronterizo para realizar otra vez el cruce. Nos dieron unos minutos más en la cafetería, antes de la salida de Chile. Allí el guía dio por finalizado sus servicios. Al rato estábamos nuevamente en la aislada construcción del paso fronterizo Río Don Guillermo para hacer el ingreso a la Argentina. Nos esperaba un largo trecho hasta El Calafate. Nuevamente la estepa nos esperaba durante largos kilómetros para saludar nuestro paso. 
Estuvimos de regreso alrededor de las 21. Fue una jornada de mucho viaje, con muchos kilómetros recorridos. El objetivo del día que consistía en obtener la postal típica de las Torres del Paine no se cumplió. Uno propone y la naturaleza dispone. No obstante, el mayor logro fue haber obtenido una visión de primera mano de cómo era el Parque, haber podido realizar el viaje, y haber descubierto lindos paisajes. Ah, haber evitado el suicidio del Iphone, también cuenta. 














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