En El Chaltén hay dos caminatas largas principales que son aptas para todo público en condiciones de caminar durante varias horas. Se trata de los sendero de la Laguna Torre y La Laguna de los Tres. El tema de la variabilidad constante e impredecible del tiempo me lo habían martillado tanto en la cabeza que sabía que mientras hubiera buen tiempo tenía que aprovecharlo al máximo. Así que apenas llegué me encaminé hacia la Laguna y Cerro Torre.
El siguiente gran desafío era la Laguna de los Tres. Era un circuito cuya duración estaba estimada en 10 horas. En Parques nos habían informado que la caminata se podía realizar siempre teniendo en cuenta las condiciones climáticas, especialmente habían hecho hincapié en el viento cuyas ráfagas podían alcanzar gran intensidad.
Hay dos formas de tomar la senda de la Laguna de los Tres. Una es caminar hacia donde finaliza la urbanización del pueblo, y tomar el camino que se presenta allí, perfectamente señalizado. La otra opción, permite ahorrar alguna distancia de caminata, sobre todo en ascenso, y tener una vista del Glaciar Piedras Blancas. Esta segunda opción suele ser muy utilizada y recomendada para capitalizar la energía que se va a necesitar a lo largo de toda la travesía y llegar bien a la meta. Para esto, es necesario contratar un transfer que realiza el traslado desde el pueblo hasta una hostería llamada El Pilar, ubicada a 17 kms de El Chaltén. Ahorrás energía, pero desembolsás unos pesos en el traslado. Análisis costo/beneficio en marcha.
El día 2 de mi estadía en El Chaltén me desperté temprano. Por la ventana, el sol llenaba de luminosidad el día. El cielo se había puesto su impecable traje celeste muy celeste. Esa mirada rápida del panorama que me llegaba a través del cristal fue un disparador de la decisión. Miré la hora, hice un repaso mental de las recomendaciones, busqué el teléfono de la empresa que realizaba el transfer, y llamé. Me dijeron que salían en media hora aproximadamente. Poco tiempo para mí que acababa de despertarme. El siguiente horario ya me complicaba un poco los planes, así que como me ofrecieron pasarme a buscar por mi alojamiento, los contraté. Me preparé rápido, tomé apenas un desayuno muy rápido que no había terminado cuando vinieron por mí. Así se iniciaba el día de "la" caminata más importante que tenía que realizar en El Chaltén.
El recorrido se realiza a través de una ruta de ripio, bordeando el Rìo de las Vueltas que se extiende un poco más allá con su serpenteo característico. Del otro lado del río, algunos cerros nos saludan altivos. A tres kilómetros de la salida del pueblo, pasamos por el acceso al Chorrillo del Salto, otro de los atractivos característicos de la localidad. De tanto en tanto, algún letrero anuncia la zona de presencia de huemules. La fantasía de descubrirlos sorpresivamente paseando por el lugar, se vuelve a desatar... en vano.
A las 9 estaba en la Hostería El Pilar. Apenas descendí de la combi que me trasladó hasta allí junto a un grupo de turistas de origen diverso pero predominantemente de rasgos orientales, me sorprendió un linda postal del paisaje matutino desde ese punto, y no solo, también la presencia de unas liebres que salieron huyendo con rapidez cuando nos vieron. Permanecí un rato observando el panorma mientras la combi se iba, y veía al resto de los caminantes alejarse lentamente, en grupo y entre risas. Era temprano, y prefería disfrutar del paisaje con tranquilidad. Luego de un rato, ahora sí, empezar a caminar.
El sendero se despliega por entre una vegetación que se hace cada vez más boscosa. Al poco rato, me encontraba dando pasos sobre un colchón húmedo. Los rayos del sol tibiamente se colaban entre el follaje de árboles que estaban en plena carrera por alcanzar el cielo. La mañana todavía se sentía fresca pero a poco de andar, sobre todo cuando la caminata era en ascenso, el cuerpo ya había entrado en calor como para empezar a quitarse algunas capas de ropa que me protegían como una cebolla.
Cuando pensé que ya había recorrido un buen trecho, me encontré una especie de tranquera que marcaba un límite y un cartel indicador. Había llegado al punto en el que formalmente empezaba el sendero hacia el Glaciar Piedras Blancas, y luego, la conexión con el camino hacia la Laguna de los Tres. Paciencia, estoy recién comenzaba.
Caminé durante largo rato sola. El canto de algún pájaro me llamaba la atención y trataba de ubicar de dónde provenía. Permanecía algunos instantes tratando de adivinar al autor de esa melodía. Era una banda sonora natural para una escenografía que recién empezaba a descubrir. Algunas imágenes de películas venían a mi memoria, eran como si mi memoria buscara en su archivo imágenes similares al momento que estaba viviendo en ese momento. En otras ocasiones aprovechaba el paisaje como excusa para detenerme unos momentos a recuperar el aire. Si escuchaba que alguien se acercaba, me demoraba y los dejaba pasar. A veces sucedía a la inversa, y otros grupos eran los que se detenían a descansar y era yo quien los pasaba.
El primer gran aliciente llegó cuando el mirador me mostró una vista increíblemente linda del Glaciar Piedras Blancas. Tenía ganas de quedarme largo rato contemplando su belleza, pero de pronto llegó un grupo de extranjeros que venían con un guía que les daba indicaciones en inglés. Se agolparon frente al mirador y ya fue imposible obtener lindas fotos y disfrutar de la belleza natural un rato más. Seguí mi camino. Después, fue avanzar y llegar al Campamento Poincenot, otro evidente punto de referencia y cruzar el Río Blanco. Después, continuar un poco más hasta dar por fin con el cartel que indicaba que se habían cumplido 9 de los 10 kilómetros del recorrido. Faltaba un kilómetro, ya estaba cerca. No había sido tan complicado, despuès de todo. Un kilómetro más y alcanzaba la meta. Internamente me sentí feliz. Otro cartel había alertado que faltaba una hora de caminata, pero era imposible que fuera tanto tiempo para hacer un kilómetro. Empecé a saborear el triunfo... antes de tiempo!
Lo que sigue a ese punto es un ascenso literalmente interminable. Difícil. Con cada paso que daba sentía que se me iba la vida más o menos. Un ascenso empinado, con mucha piedra que por momentos se presentaba como escalones de una escalera al cielo y en otros, era pura piedra suelta que podía hacer trastabillar. Avanzaba lentamente. Con un poco de desazón veía cómo todos me pasaban, o me encontraba con otros que trataban de recuperar el aliento. Creo que la postal más increíble era la de ver a gente mayor equipada con todo lo necesario para realizar esa actividad movilizándose con una agilidad que yo no tenía. Por lo general eran turistas extranjeros. Reflexioné sobre lo escaso del desarrollo de la cultura trekker en Argentina. Ancianos conquistando la montaña, y tenían más vitalidad que yo. De todas las ideas que se me cruzaban por la cabeza para justificar la necesidad de seguir en la senda y no dar media vuelta y abandonar el desafío, prevalecían la humillación frente a mis amistades, la propia frustraciòn de haber llegado hasta ahí y tener que volver, y ver a esas personas de avanzada edad logar algo que yo no podìa. Si mis amistades habían podido, si esta gente podía, yo también tenía que poder. Trataba de darme ánimo... pero la realidad era que no podía. Daba un paso y descansaba. Luego otro paso, y vuelta a descansar. Levanté la vista para ver cuánto faltaba y la imagen que observé no me gustó. Veía a puntos muy pequeños perderse en la cima de la montaña. ¿Hasta allá hay que ir? Es imposible. No puede ser. Entre todas las recomendaciones que me dieron para poder hacer la caminata, nadie, nunca me había dicho que podía costar tanto. ¡Nadie! Para mí esa subida tan pronunciada era la muerte misma.
Mientras frenaba a descansar, observaba el paisaje. Hacia los costados se veían picos imponentes. Algunos con nieve. Hacia atrás se veía un valle impresionante, y del otro costado, hacia abajo, las lagunas de agua azul zafiro. Hacia arriba un calvario. Seguí subiendo a pesar de todo. Una brisa se empezó a seentir cada vez con más intensidad. Me preocupé. Recordé las palabras de los guardaparques respecto a no subir si había viento. Peor ya estaba ahí. No iba a volver justo ahora que estaba tan cerca. O por lo menos creía estarlo. Cuando llegué a la cima pensé que iba a encontrarme con el espejo de agua que estaba buscando. No fue así, era como una falsa cima, todavía faltaba un tramo más.
Avancé por el camino hecho de piedras de diverso tamaño. Algunas cubiertas con nieve. Había que ascender todavía un poco más evitando resbalar. Las piedras son muy traicioneras. Logré subir y desde ahí pude observar el Cerro que le da nombre al pueblo, y la laguna allá abajo. Estaba congelada. bajé para apreciarla de cerca. Caminé unos metros más para apreciar la Laguna Sucia. Pero el viento ya soplaba con fuerza.
No me pareció una buena idea tratar de permanecer porque si bien las ráfagas eran intermitentes soplaban fuerte y cada vez con mayor frecuencia. Intenté volver a la orilla de la laguna congelada y el viento me empujó hasta una gran piedra, detrás de la cual un grupo de caminantes se resguardaba. Permanecí unos minutos y cuando pude, retomé el camino para regresar. No se podía estar. El viento te empujaba, levantaba con su fuerza pequeñas piedritas que te golpeaban molesta, insistente y a veces dolorosamente. Todos los que llegaban enseguida regresaban por donde habían venido. Sólo algunos intrépidos permanecían en el lugar ocultos tras las rocas más grandes.
Tanto esfuerzo para estar sólo dos minutos en el lugar. Los planes de sentarse a disfrutar del paisaje mientras se degusta la vianda, que era la intención con la que llegaba la mayoría, se disipaban con el viento. Subir entre las piedras, peleando con el viento. Bajar, tanto o más difícil. Al menos podía volver con el orgullo intacto. Había logrado llegar hasta la laguna. Total, nadie tendría por qué saber cuánto me había costado.
El regreso fue deshacer el camino hasta el punto donde se empalmaba con el sendero que venía desde la Hostería El Pilar. En este caso, en lugar de irme por el mismo sitio, tenía que tomar el otro camino, el que me conduciría hasta la tan mentada Laguna Capri. Otro lugar del que me hablaron mucho. Caminé hasta un punto en el que el camino se bifurcaba. Las opciones eran, o el mirador del Cerro Fitz Roy o la Laguna Capri. Primero pensé, bueno, hago primero el mirador, regreso y luego voy hacia la laguna. Avancé unos metros con esa idea, y como tuve la sensación de que iba tener que caminar bastante más, regresé y fui tras la Capri.
Al poco rato, un espejo azul profundo se desplegaba frente a mí, el viento impulsaba pequeñas olas. El tronco de un árbol seco se convirtió en el banco desde donde sentarse a mirar el paisaje. A un costado, se lucía la figura del Cerro Chaltén. En su cima, se veía cómo el viento hacía volar la nieve que lo cubría. Eran como las cuatro de la tarde. El sol estaba tibio. El viento se hacía notar. Había algunas mosquitas que me entorpecían la tranquilidad. Una vez terminada mi vianda frugal, retomé la caminata por el bosque. Una pareja de españoles me detuvo, señalándome a unos pájaros carpinteros que estaban ensimismados en la tarea de picotear sobre un árbol para alimentarse. Nos quedamos mirando el espectáculo un rato, y luego, continuamos juntos el resto del sendero. Pasamos por el Mirador del Río de las Vueltas donde tomamos algunas fotos de la postal que se nos presentaba y luego continuamos la caminata hasta llegar al pueblo.
A las 18 ya estaba nuevamente en el hostel, dispuesta a una ducha reparadora y caminando como si fuera un robot. La caminata me había resultado agotadora. En dos días había hecho mucho esfuerzo de golpe, y el cuerpo me estaba pasando factura. Había alcanzado por segundo día consecutivo la meta propuesta, pero no me sentía muy feliz. Tantas expectativas me habían generado que era imposible no sentir un poco de frustración al haber realizado tanto esfuerzo para estar apenas unos escasos minutos en el lugar deseado. Me había resultado tan difícil ese último tramo del ascenso que me preguntaba cómo era posible que ninguno de todos los que me aconsejaron realizar la caminata no me hubieran anticipado lo difícil que era. Casi que pensé en una conspiración colectiva y azarosa. Pero no tenía caso seguir dándole vueltas al asunto. Segundo circuito tildado en mi checklist. Al día siguiente haría algo más tranquilo.
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