Pequeña. Apenas dos hectáreas de superficie. Un fragmento donde la vida fluye con ritmo propio. Un rincón inesperado en medio de un paseo costero que se entrega a las tardes de sol con mates, patines, bicicletas, caminatas o la simple contemplación del horizonte.
Paraná y el río es la dirección oficial. Pero es más fácil identificarla a partir de la forma de llegar. Como si se tratara de un mapa que conduce hacia un tesoro, las instrucciones bien podrían indicar: Estación Anchorena del Tren de la Costa, tomar el paseo de la costa, caminar unos metros hasta encontrar la señalización que marca el ingreso a la reserva.
El premio que se obtiene por seguir las instrucciones, es un pasaporte hacia un pequeño recorrido por una muestra de lo que sería un ecosistema típico de la región. Aprender sobre el trabajo de la naturaleza, e interpretar cómo funciona el ambiente. La visita guiada es gratuita, comienza a las 15:30 hs y dura lo que las ganas de los asistentes decidan.
El guardaparque de turno es quien oficia de guía. El recorrido se inicia en el Centro de Interpretación. Allí se encuentran insectarios y algunas muestras informativas de lo que puede encontrarse en el ambiente pampeano. Una vez que se explica cómo se formó la reserva y con qué objetivo, empieza el recorrido por los senderos. Se trata de un circuito que la recorre por el borde, y también una pasarela que atraviesa un pantano. Hay un sendero alternativo de muy pocos metros que permite apreciar algunas especies arbóreas, percibir la humedad de los suelos a partir de la acumulación de las aguas ya sea por las lluvias o temporales. Lo curioso del lugar consiste en tratar de percibir los sonidos de la naturaleza, y sólo eso.
Las especies vegetales son diversas. Hay pastizales, plantas acuáticas, árboles y arbustos. Algunas tienen flores, otras se caracterizan por los frutos que son un imán para aves e insectos que contribuyen al proceso de polinización. Se puede identificar a las especies que son endémicas y a las invasoras. Todo el personal de la reserva realiza tareas para preservar a las especies autóctonas y tratar de controlar el crecimiento de las invasoras y a medida que hacen el recorrido, recolectan semillas que luego hacen germinar en el vivero que funciona en la propia reserva.
El catálogo de insectos parece inagotable. Si bien hay culebras, lo cierto es que las probabilidades de encontrarse con una de ellas, es escasa porque perciben la presencia humana y huyen. Sin embargo, pueden observarse lagartos overos, coipos y varias especies de aves. Además de benteveos, horneros, zorzales, colibríes y garzas, en la zona del pantano se encuentran el carao y la jacana, que se alimentan de los caracoles que abundan entre los repollitos de agua.
La pasarela que permite pasar por encima del pantano puede inundarse si las aguas del río crecen. La superficie que ocupa el pantano era un espejo de agua que con el tiempo fue cubriéndose de las plantas acuáticas, al punto que en la actualidad dan la sensación de ser una inmensa y perfecta alfombra verde claro. En las noches de verano, cuando la oscuridad se apropia del lugar, las luciérnagas dan un espectáculo que por ahora sólo está reservado a los guardaparques. Encienden su luminaria y el pantano cobra el aspecto de una pista de aterrizaje. Una posibilidad latente es que comiencen a realizarse visitas nocturnas, aunque por ahora la reserva sólo puede visitarse hasta las 17 hs.
Como una manera de fomentar conciencia de la importancia de la preservación del ambiente, se invita a las personas a llevarse uno o más plantines para adornar sus macetas y jardines con plantas nativas. De ese modo, un poco de la reserva se va con uno, y la semilla del cuidado ambiental comienza a germinar.
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