martes, 27 de enero de 2015

Diario de viaje: El Maitén, la otra Trochita

Hacía mucho tiempo que quería hacer el recorrido de La Trochita. Hace algunos años -bastante más de los que recordaba-, fui a Esquel con intenciones de realizar el viaje. No tuve suerte, mientras estaba ingresando a la ciudad, vi cómo el tren pasaba realizando su rutinario paseo. Años más tarde, un nuevo viaje me llevaba otra vez al Sur y nuevamente incluía en mis planes al tren de trocha más angosta del país. 
Tuve que descartar el viaje a Esquel porque no había disponibilidad de plazas. Sin embargo, como cuando el deseo es intenso, el universo conspira a favor, descubrí que La Trochita tenía un recorrido alternativo que cubría el trayecto El Maitén -Bruno Thomae. Genial! El problema que se planteaba era cómo llegar a El Maitén. Desde Bariloche no había conectividad. Desde El Bolsón había un colectivo pero sus horarios no coincidían con los de La Trochita. La única opción fue contratar la excursión en una agencia. El viaje se hizo en un remis. Los 67 kilómetros que separan a El Bolsón de El Maitén, el auto lo cubrió en el plazo de una hora. 
El Maitén es un municipio pequeño. La mayoría son empleados públicos, muchos ex empleados del ferrocarril, y algunos que siguen ligados al tren. El barrio ferroviario está ahí nomás de las vías, y las construcciones tienen toda la impronta del estilo inglés. Su fundación se debió a la llegada del tren, allá por la década del 40. Su estancamiento se produjo en la década del 90, con aquella nefasta política de que "ramal que no se usa se cierra". Despidieron a los empleados del ferrocarril y sólo un puñado de ellos pudo seguir trabajando cuando la provincia se hizo cargo del ramal con fines turísticos.
Además del paseo en tren, en El Maitén están el museo y los talleres, los cuales pueden visitarse con guía. El museo es pequeño, y la señora que lo atiende es por demás amable. El recorrido es circular a lo largo de una sala donde hay desde fotos, faroles, uniformes usados por los guardas, hasta un fragmento de vía y boletos de trenes, entre los que se podía ver uno desde El Maitén a Plaza Constitución.
Después de la visita al museo, se realiza una recorrida por los talleres. La recorrida por los talleres fue fantástica, algo así como revivir parte de lo que había leído en "La libertada es un tren", el libro de Germán Sopeña, material de estudio de la facultad. La guía hablaba del origen de las máquinas que eran de dos tipos, las Baldwin (norteamericanas) y las Henschel (alemanas), los boogies, y todas las maquinarias que utilizan los trabajadores de los talleres. La mujer explicó que el taller antes era un galpón donde se hacía todo, pero que con el tiempo se fueron segmentando los sectores para que todos trabajaran más cómodos, y además está calefaccionado ya que suele hacer mucho frío. En la sección de carpintería contó que se hace el mantenimiento de los vagones, ya que es necesario cambiar las maderas de los laterales, mientras que se conservan los techos y los pisos. El motor de las locomotoras tiene una vida útil de 8 años, por lo cual cada tanto se hace la revisión total del motor, se lo desarma por completo y se lo pone a punto. Hay sólo 4 locomotoras en funcionamiento. Dos se usan en la formación que sale de Esquel y las otras dos se usan en el trayecto de El Maitén. Todas las reparaciones, sin embargo, se hacen en el mismo taller.
En el galpón se encontraban algunos de los vagones de los que se usaban para carga de ganado ovino en pie, lanas o trigo. También estaban los vagones de media carga, y los vagones en los que se transportan los bidones de agua y combustible que el tren necesita para marchar. Por cuestiones de seguridad, el vagón de carga siempre tiene que ir antes del de pasajeros. 
Recorrimos todo el taller,  y a cada pregunta, la guía respondía amablemente. Contó que durante la temporada alta se hacen recorridos de martes a domingos hasta dos veces por día, luego hacen recorridos en vacaciones de invierno y los fines de semana largos. En ocasiones especiales como el día del niño suelen hacer trayectos más cortos. Hay un recorrido completo que se hace a veces con turistas extranjeros, que va de Ingeniero Jacobacci a Esquel, y que las agencias venden en el exterior. 
Minutos antes de que comience el recorrido, se realizan las maniobras necesarias para llevar la formación hasta la estación. Se recorren 22 kms, la misma cantidad que se realiza desde Esquel a Nahuel Pan. Desde El Maitén se va hasta la estación Thomae, allí hay un desvío, y la estación se instaló hace apenas cinco años. Anteriormente se llegaba hasta el mismo punto pero se quedaban debajo de los pinos. Es que esa estación se creó a instancias del paseo. La siguiente estación es Leleque, a 50 kms de El Maitén, pero cubrir esa distancia llevaría demasiado tiempo, por lo cual se estableció el final del recorrido en ese desvío. 
El jefe del tren es el que oficia a la vez oficiaba de guarda. Con pinza en mano pasó picando los boletos. Los pasajeros pueden moverse de un vagón a otro, y en la estación de llegada, tomarse fotos en la locomotora. Mientras tanto, el recorrido está lleno de curvas que van dibujando un serpenteo entre la estepa. Las liebres huyen al escuchar la llegada del tren y se pierden entre la vegetación rala. 
La tripulación del tren se conforma del maquinista y su ayudante, dos técnicos, la gente del vagón comedor, la guía y el guarda, que era también el jefe y responsable de todo lo que pasaba en el tren. Para cuando llegamos a la estación Thomae, todos los pasajeros descendieron para fotografiar la máquina, subirse a la posición del conductor y tocar la bocina. La fascinación que produce La Trochita era suficiente como para sentirse dentro de una gran aventura. 
El vagón comedor dispone de mesas para deleitarse con una merienda mientras se devora el paisaje reflejado a través de las ventanas. El comedor estaba a cargo de unas señoras -la mayoría viudas de ex empleados del ferrocarril- que pertenecían a la cooperadora del club de jubilados del ferrocarril. 
Una vez que el tren se puso en movimiento para emprender el regreso, fui hacia el último vagón y desde allí busqué obtener en una curva una toma del tren en todo su esplendor. El tren circulaba a 20 kilómetros por hora, mientras las liebres se alejaban rápidamente de las vías. Fue una experiencia fantástica que hizo que me sintiera alegre y feliz. Por suerte, Trochita no hay una sola. 














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