El camino se dibuja serpenteante a veces. En las cuatro horas que dura el viaje para surcar el trayecto de doscientos kilómetros desde San Martín de los Andes, el paisaje de los alrededores se matiza en distintas formas y colores. Por momentos se pierde en la cima de los cerros y se prolonga en una serie de montañas que se extienden en el horizonte hasta tocar el celeste del cielo o cruzarse con el blanco de una nube.
Un curso de agua acompaña a la vera de la ruta provincial 23 y se puede ver cómo avanza entre las piedras con cauce estrecho pero rápido. Algunos pastizales de contextura resistente se cuelan hasta adquirir un protagonismo llamativo. La armonía del paisaje parece interrumpirse sólo por el ruido de las piedritas del ripio que pegan contra el vehículo.
Cuando el lago Aluminé comienza a manifestarse a lo lejos, es un indicio claro de que el viaje está alcanzando su objetivo. A orillas de ese espejo de origen glaciario, una población con apenas quinientos habitantes permanentes –en temporada alta, tanto en invierno como verano, ese número puede cuadriplicarse-, adquiere un carácter exclusivo. Fundada en 1989, Villa Pehuenia es una joven y pujante localidad distante a 305 kilómetros de la capital neuquina. Unos 15 kilómetros la separan del Paso Icalma, que conduce a los circuitos turísticos de las ciudades chilenas de Melipeuco, Cunco y Temuco.
La población es pequeña, pero el paisaje es imponente. Los árboles que le dan nombre al distrito, la araucaria araucana o pehuén, se encuentran desperdigados por todo el territorio. Coníferas altas, algunas de ellas muy antiguas, con sus ramificaciones elevándose hacia el cielo. Otras más pequeñas, creciendo alrededor. Su fruto, el piñón, utilizado para la elaboración gastronómica, es todo un símbolo del lugar.
Abundan las cabañas realizadas en ladrillo y madera. Desde sus ventanales, el panorama que se observa es siempre impactante, cualquiera sea la orientación hacia la que se dirija la visión. Estas construcciones, unas más lindas que otras, le otorgan un carácter pintoresco a la aldea.
De dimensiones reducidas, no lleva mucho tiempo recorrer el lugar. Sin embargo, no faltan atractivos. La estadía promedio es de cinco días. Tiempo suficiente para realizar todo tipo de actividades.
Tres cuadras de negocios ubicados a un lado de la calle, son las que congregan el mayor movimiento. Es el “centro” de Villa Pehuenia, donde pueden encontrarse la feria artesanal con varios puestos de artículos realizados manualmente y algunos cafés donde degustar la pastelería típica. Sin embargo, el epicentro indiscutido, es el lago Aluminé, que convoca a experimentar vivencias inolvidables. Desde la observación del paisaje que compone con el entorno, hasta internarse en sus frías aguas y disfrutar de sus playas en verano o la práctica de deportes náuticos.
Villa Pehuenia es ideal para hacer caminatas. Hay muchos senderos por descubrir y cerca de una decena de miradores que dejan al observador con la boca abierta. Es ideal emprender el paseo en compañía de un guía autorizado que conozca la zona ya que algunos caminos no están señalizados. Al cabo de un trayecto de 5 kilómetros se llega a la confluencia del Lago Moquehue con el Aluminé, a través de un río de 500 metros, el Angostura, que une ambos lagos. Surcarlo en kayak, es una opción imperdible.
Un recorrido más extenso -para realizar con vehículo- permite llegar a Paso del Arco, desde donde antiguamente se podía pasar a Chile, pero que ahora está en desuso. Es un camino de arena volcánica, tierra y ripio al cual se asoman bosques milenarios de araucarias y campamentos de crianceros, como se llama a quienes se ocupan de la cría de rebaños de cabras y ovejas.
El volcán Batea Mahuida, de 1706 metros, con su parque de nieve para la práctica de deportes invernales, cuya administración está a cargo de la comunidad mapuche de la región, es la vedette del invierno. Los propios integrantes de esa comunidad son los que dictan las clases a los turistas. Tiene cuatro pistas de esquí, una para la práctica de snowboard y una pista de trineo para niños.
Por las condiciones geográficas, la acumulación de nieve es importante, prolongando la temporada por al menos cinco meses y facilitando la realización de actividades como el canopy, las caminatas con raquetas, paseos en motos de nieve y en trineos tirados por perros.
Si bien, el interés que despierta la villa es creciente, las proyecciones apuntan a no superar el 100% de aumento de población estable en los próximos 10 años, según información facilitada por la Secretaría de Turismo local. Todavía son pocos los turistas que llegan hasta ese rincón de la provincia de Neuquén, donde la mayoría de la población vive del servicio de la hospitalidad y la recreación. La falta de conectividad adecuada, que permita contar con rutas pavimentadas y en perfecto estado, es lo que la preserva de convertirse en un destino masivo, al menos por ahora. Tranquiliza, sin embargo, la aplicación de medidas para la preservación ambiental, que se logre incorporar a todos los sectores de la comunidad en la interacción con los turistas y que se piense en un desarrollo planificado. Villa Pehuenia, tiene el valor de una joya única a los pies de la Cordillera. Es casi tan exclusiva, valiosa y brillante como la más cotizada de las alhajas. Ideal para realizar un alto en la rutina, estar tranquilo, y concentrarse en ese espacio-tiempo de fantasía que aparece como un buen refugio. Su calidad paisajística es acaso su mayor capital, y la clave de su éxito.
- Noche de estrellas
La primera vez había resultado fallida. La noche, oscura, era aún más densa con el cúmulo de nubes apelmazadas que no dejaban pasar el mínimo atisbo de luz. Un halo de misterio cubría la escena sobre la playa semi desierta y una tenue brisa fresca merodeaba a nuestro alrededor. Hubo algunas conversaciones, a veces banales, a veces graciosas. Estábamos cansados, pero teníamos un propósito que queríamos lograr. Infructuosamente esperamos a que el cielo se despejara. Algunos minutos más tarde, apenas si quedaba el recuerdo de nuestra breve estancia en el lugar.
La segunda vez, hubo revancha. Una noche perfecta nos esperaba. Probablemente confundimos nuestras agendas y la cita estaba reservada para ese instante mágico. Pocas veces recuerdo haber visto un cuadro tan nítido, bello y cautivante. Nos quedamos en silencio. Escuchábamos apenas el sonido de las ondulaciones en el lago. A lo lejos, la vida seguía como si nada. Nos tiramos de espalda sobre la rampa de cemento y arena. Como una película muda perfectamente contada, vimos a las estrellas brillar como nunca antes. Nos perdimos en los laberintos cuyas formas se dibujaban caprichosamente delante de nuestra atónita mirada. Nos deleitamos pensando cuáles de nuestros deseos más profundos pondríamos en juego frente a la pertinaz y no menos ansiada aparición de alguna estrella fugaz.
La noche estaba estrellada, es cierto, pero no había versos tristes. El espectáculo era atrapante, de un magnetismo que no pudimos, ni quisimos resistir. Nos entregamos a ese momento único. Fue uno de los momentos más valiosos que pudimos atesorar en un viaje que nos transportó mucho más lejos de lo que jamás habíamos pensado alcanzar.
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