Hay muchos tipos de viaje. Hay viajes largos, indefinidos, improvisados, de conocimiento, de exploración, de aventura. Hay viajes cortos, escapadas de uno o dos días. Hay viajes de descanso y otros de mucha actividad.
Este viaje era un viaje de reflexión, de esos que son un cable a tierra, para bajar un cambio, cargar las energías y seguir. Los viajes más entusiastas quizá sean aquellos llenos de actividades y con muchas cosas por descubrir, conocer, recorrer. Pero a veces sucede que es necesario viajar para no hacer nada, para sacarse el traje de la rutina y entregarse a lo que el lugar del destino proponga.
Para esta tipología de viajes son preferibles los viajes a lugares cercanos. Permiten llegar rápido y aprovechar más el tiempo para relajar, despejar la mente y descansar. Mar del Plata es una opción perfecta para eso. Está cerca de la ciudad de Buenos Aires, es atractiva y tiene todas las opciones para adentrarse en la burbuja de una rutina distinta.
En Mar del Plata se puede hacer todo o se puede hacer nada. Está llena de teatros, cines, galerías comerciales. Está el Casino, la peatonal, innumerables bares y restaurantes, y los exquisitos churros de Manolo.
Pisar la Rambla, recorrer con la vista los tradicionales edificios del Casino y el Hotel Provincial, saludar a los estoicos lobos marinos que forman la postal típica de La Feliz, es una forma de plantar bandera y decir "estoy aquí". Y es que de tanto visitarla, ya es como estar en casa, pero con un aire distinto. Un aire marino que da la bienvenida y que invita a recorrer las playas.
Un convite así no se puede rechazar, porque al fin y al cabo es lo que uno va a buscar. Ese ir y venir de las olas, la espuma de las orillas, la arena húmeda. En temporada baja tiene además la magia de la soledad, esa distancia de las muchedumbres abrumadoras del verano peleándose por un fragmento más de playa.
"Hola", saludar al mar, a la ciudad, es como una forma de agradecimiento por el cobijo. Es como un ritual necesario para vivir una experiencia amena, amigable, y aunque reiterada en otras ocasiones, finalmente única.
Uno, dos, tres pasos. y ya se inicia la caminata, larga caminata donde no hay nada más que ese momento. La brisa, el vaivén, el sonido de las olas jugando con el viento, el estrellarse del mar contra las rocas, alguna gaviola cercana, alguien llamando a su perro. Cada pisada es una huella en la arena, silenciosa, como los pensamientos que vuelan y se arremolinan al ritmo de esa dinámica costera.
Una botella plástica semi enterrada, papeles de caramelos y galletitas, un envoltorio de cigarrillos, muchas colillas, restos de tanza y entonces los pensamientos que viajaban hacia latitudes diferentes, recalan en cada uno de los "presentes" que otros dejaron en la arena como huella de su presencia. Y entonces surge la pregunta, por qué las personas no cuidaríamos las playas, el ambiente donde nos movemos, y especialmente de los sitios a los que siempre queremos volver.
El Torreón del Monje es parte de la tradición de un paisaje que no sería el mismo sin su presencia. El paredón que está frente a la construcción reproduce algunas imágenes que representan a ese habitual sitio marplatense que en su interior no sólo alberga un restaurante si no también galería de exposiciones y casas de artículos artesanales. Los murales son muestras de artistas callejeros, y es que según anunciaron en las noticias, la ciudad busca reconocer la importancia que tiene en su ámbito la cultura callejera de grafiteros y skaters.
Unos pasos más allá se extienden los puestos de la feria artesanal que fuera de temporada sólo exhibirán sus objetos los domingos. Frente a los puestos, el mar golpea con intensidad en las rocas. A veces llega a salpicar la vereda. Por allí circulan caminantes, paseantes ocasionales, algunos que se sientan a tomar mate, pescadores. otros corren. La dinámica se da a lo largo de toda la costanera. En Playa Varese se sumarán también los que practican surf y otros deportes acuáticos.
Cabo Corrientes es uno de los puntos panoràmicos que nos permiten una linda postal de la ciudad. Además el viento sopla con un poco más de intensidad y uno se siente abrazado por el ambiente marítimo. En Playa Chica dos jardineros cuidan el pasto y colocan plantines que estaràn plenos de flores en la primavera. Bahía Bonita era un restaurante que tenía una espectacular vista del mar, y fue el sitio donde pasé por lo menos dos cumpleaños. Con nostalgia, descubrí que ya no funcionaba. En la esquina está todavía en construcción una de las torres que se sumarán al listado de los grandes edificios, obra del Arquitecto Cèsar Pelli. La escala siguiente es Playa Grande, internarse por el espigón, y avanzar por ese territorio que es conquista de los pescadores.
Descubrì Mar del Plata de grande, pero la ambicionaba desde mucho antes. En la televisiòn siempre transmitìan los programas de verano desde esta ciudad balnearia y cada primero de año, los noticieros, como ahora, siguen mostrando al primer turista que llega a la ciudad. Mar del Plata era como ese lugar al que habìa que ir. El Hotel Costa Galana me trae recuerdos. Pienso en mi amigo Facu, con el cual compartimos algunos viajes y quien se siente tan en casa como yo en Mar del Plata. Quizà èl inclusive sea mucho màs casero puesto que èl si pasaba sus veranos en La Feliz. Y no sòlo eso, tambièn estuvo en las tribunas de la gente que se acercaba a presenciar los almuerzos de Mirtha Legrand.
La caminata se prolonga hasta el Puerto. Allí se puede comer en alguno de los reconocidos restaurantes, también embarcarse para dar un paseo en el Anamora, ir hasta la Reserva de Lobos Marinos, continuar hasta el Cristos y obtener una de las panorámicas más completas de la ciudad, o simplemente sentarse a observar las barcazas anaranjadas y los lobos marinos que se tiran a tomar sol y que son un gran atractivo para las cámaras de los turistas. Algunos puestos de ventas de recuerdos, pescados en conserva, y algunos negocios de venta de comidas rápidas al paso, donde son imperdibles las rabas.
Caminar mucho, ida y vuelta. En el regreso pasear por la peatonal, visitar la plaza y obviamente tomar una foto del calendario floral, darse una vuelta por la catedral, y por qué no, obtener a pocos metros de allí, una entrada para el cine para la noche.
El día dos es todo de las playas del sur, esas que están pasando el faro. Como un anticipo de la primavera, es una jornada llena de sol. Cómo reprimir el deseo de quitarse el calzado y hundir los pies en la arena tibia. Caminar por la orilla por esas playas prácticamente desiertas, y dejar que los pies tomen contacto esa tentadora espuma que llega hasta las orillas. El impacto del agua helada es fuerte, pero al cabo de unos segundos, el cuerpo se acostumbra. Caminar, sentarse a contemplar el paisaje, volver a caminar, dejar los pensamientos volar junto a las gaviotas, así hasta llegar a la última de las playas. Después, volver a calzarse y desandar el camino. Para la hora del regreso, ya el sol está pidiendo permiso para irse a sus aposentos y el viento se vuelve más frío.
Antes que el reloj marque el horario para ir hasta la terminal, vuelvo a recorrer sitios que ya he recorrido antes. Vuelvo a caminar a orillas del mar. Pienso en que la escapada ya se termina y no hice nada. Y es que concluyo que entonces el objetivo está cumplido. Era un viaje para no hacer nada. Era un viaje en soledad, con muchos pensamientos ávidos de expresarse, y con ansias de reencuentro con aquellos lugares que dignos de esta ciudad, conforman más de un recuerdo feliz.
Hay muchos lugares a los que me gustaría volver, y hay algunos con los que de hecho, he tenido la fortuna de reencontrarme. Pero sin dudas, Mar del Plata es uno de los lugares a los que volvería una y otra vez. Entonces me pregunto, si todas las personas tendrán un lugar con el cual sientan la conexiòn necesaria para tender su cable a tierra. Pienso, y me imagino a qué lugares irán las personas y por qué podrían elegirlos. Y en eso estoy mientras el bus me lleva de regreso a la ciudad de la furia.
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