domingo, 10 de julio de 2016

[#DIARIODEVIAJE] Posadas, tierra de chamigos y compinches

En la capital de la provincia de Misiones, como en ningún otro lado, escuché tantas veces las palabras chamigo y compinche. No cualquiera es un amigo, para quienes no llegan a esa categoría tan entrañable, existen los compinches. Compañeros de aventuras, socios ocasionales, personas afines. En diálogos con lugareños, se podrán escuchar anécdotas de amigos y de compinches. Si la charla es fluida, con confianza, seguramente se escuchará en más de una ocasión el típico "chamigo", un vocablo que significa "mi amigo".
Fue una de las cosas que más me llamó la atención de Posadas. Apenas comenzar a hablar con su gente, y ya notar esa cercanía, esa cordialidad, esa charla amena. Siempre con el ofrecimiento de un un mate de por medio, y la simpatía dibujándose en una sonrisa infaltable.
Posadas era en mi planificación un punto de partida para visitar distintos puntos de la provincia. Pero se convirtió en mi punto de anclaje. No resultaba tan sencillo visitar las poblaciones que me interesaban, por los mismos inconvenientes de siempre, la falta de conectividad, la poca frecuencia de transportes, el costo de los mismos. También los lugareños aportaron su cuota contando que algunos lugares eran poco aconsejables de visitar porque no tenían muchos atractivos turísticos o porque en esas zonas circula mucho narcotráfico y contrabando y se forman bandas que entran en conflicto y atacan sin importar si uno no pertenece a ninguno de los bandos. Los comentarios afirman que la proximidad de la frontera hace que ingrese mucha droga en embarcaciones que cruzan el Paraná provenientes del Paraguay, y que, como siempre, la corrupción hace su parte, y es cuando todo se complica. Así que la suma de todas esas cuestiones hizo que la ciudad capital fuera mi refugio durante varios días.
¿Qué hay para visitar en Posadas? La visita al centro cívico con la Casa de Gobierno, la Catedral, la Plaza 9 de Julio, una extensa costanera que cubre varios kilómetros sobre la margen del río, el Anfiteatro, el Centro Cultural que funciona en la vieja estación del ferrocarril. El mayor tesoro, su gente.
La costanera es el paseo por excelencia de la ciudad. En sus extensos kilómetros, los residentes se congregan a tomar mate, a hacer ejercicios, a caminar, a correr, a andar en bicicleta, en rollers, a charlar. De mañana, a mediodía, de tarde, por la noche, en cualquiera de las estaciones del año, siempre está llena de vida.
La primera vez que la visité fue por la noche. Una noche fría, pero clara, agradable. Las luminarias reflejándose sobre las aguas tranquilas del río, eran una pintura de la ciudad. El Puente Internacional San Roque Gonzalez de Santa Cruz, que une Posadas con Encarnación, domina el paisaje. Al día siguiente la observé desde los miradores y caminé largamente por sus trazado. Observé a los vendedores de ananá, que ofrecían a muy buen precio sus frutos, y sucumbí a la tentación del chipá caburé, una especialidad que nunca había probado y que se prepara a las brasas, adherida a un palo. Los vendedores de chipá en cada esquina eran una tentación difícil de evadir. Así fue como hice un curso acelerado de catadora de chipá. Pero en materia gastronómica, lo siguiente que probé y que me gustó, fue el mate tereré, que no sabía que se podía tomar con la comida y que además podía tener distintos sabores. Me hablaron del reviro, un plato típico que me dijeron que es como una merienda muy pesada, con la que ya no es necesario cenar. No lo llegué a probar, quedó pendiente para la siguiente vez.
Volviendo a la caminata por la costanera, la idea era llegar hasta El Brete, un balneario del que me habían hablado varias veces. Pero ya estaba cayendo la tarde, no tenía mucho sentido seguir avanzando, así que el regreso fue ya con la noche sobre el río y las luces iluminando con su luz tenue el camino.
La tercera jornada de mi estadía me llevaría a conocer Garupá, una localidad en las afueras de Posadas. Un colectivo hasta la terminal de transferencia y desde allí, otro colectivo hasta el destino final. Esta pequeña población de casas dispersas y bajas, apenas contaba con unos pocos locales donde realizar algunas compras, un parque, y más allá, la laguna que también es punto de reunión entre los locales y que aporta una postal paisajística del lugar. La visita, esencialmente consistía en conocer esa población cercana, observar su dinámica, pero entre mate y mate, la tarde llegó a su fin presentando un cielo infinitamente colorido entre la gama de rosados y violáceos.
El tren que cruza hacia Encarnación, resultó una propuesta tentadora desde el primer momento en el que supe de su existencia. Quizá no me interesaba tanto conocer la ciudad paraguaya como hacer el viaje en ese trencito que en pocos minutos te lleva de una ciudad a la  otra.
Con la excusa de comprar algunas cosas más económicas en territorio paraguayo que en Argentina, tomé el tren. Sólo dos compartimentos de asientos. Un tren pequeño que generó algunas polémicas con el país limítrofe por su explotación, y a partir de las cuales hubo que realizar algún acuerdo para que pudiera circular libremente, según cuentan los lugareños. Lo cierto es que a través del puente carretero y ferroviario, la circulación es fluida entre ambos países, tenía curiosidad por realizar ese tramo en tren.
A pocos metros de la estación, comienzan a desplegarse los negocios, infinitos negocios de los más diversos productos, Me habían dicho que podía comprar todo más barato, especialmente de electrónica. Tenía interés en adquirir algunas cosas para mi cámara, pero me volví sin comprar nada. Bastaba con que hiciera una consulta sobre los precios para que inmediatamente el costo aumentara. A cada pregunta mía encontraba que la respuesta me devolvía un valor similar a comprar a través de cualquier portal por internet. De todos modos, ya con el paseo, me di por satisfecha.
Alguna vez había estado en Posadas. De mi viaje anterior no recordaba mucho. Recorrer sus calles fue tratar de forzar la memoria, tratar de identificar sitios ya conocidos y otros nuevos. Aunque ya había estado en algún momento, fue como si se tratara de la primera vez. Transitar sus calles una y otra vez, fue como sembrar una huella que esta vez se volvía indeleble más que por los lugares visitados, por la calidez de su gente. Las personas que conocí se mostraron muy abiertas y amables, amigables, entrañables. Hicieron de esa visita a la capital de Misiones, una experiencia memorable, de esas que se guardan en el corazón.














































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