Ese nombre particular quedó muy arraigado en mi memoria, porque las más lindas experiencias de ese viaje las había obtenido en ese lugar. La Caverna de las Brujas, la Laguna de Llancanelo, Las Leñas y Valle Hermoso, el Pozo de las Ánimas, un increíble atardecer perdiéndose entre las montañas, y la Payunia, me habían dejado más que satisfecha. De San Rafael había visitado el Cañón del Atuel, el Valle Grande y Los Reyunos. En Mendoza, la excursión de Alta Montaña, el Puente del Inca, Villavicencio, las principales bodegas y aceiteras, y también una visita a una finca familiar a un par de horas de la capital.
Cuando el tiempo diluye los recuerdos, la memoria selectiva guarda verdaderos tesoros. Algunos flashes mostraban postales, fragmentos de situaciones vividas, de bellos paisajes que dibujaban un nuevo deseo, y trazaban un camino que llevaba a concretarlo. ¿Es que la vida no se trata acaso de procurar hacer realidad los sueños?
Quizás hayan sido mis ganas de huir de la ciudad, de una rutina que me agobiaba, de los días que caían sobre mis espaldas como pesadas mochilas que no me dejaban avanzar. Tal vez haya sido el cúmulo de situaciones adversas que rodeaban ese momento mío. O también una mezcla de nostalgia, expectativas, y un poco la esperanza siempre vigente de que las cosas pueden ser diferentes y que lo que parece imposible, puede sorprenderte. Si había una posibilidad de que mi deseo se hiciera realidad, quería ir por él.
Acaso eso haya sido un equipaje denso para mi viaje, un trayecto que se me hizo eterno. Desde la ventanilla vi apagarse el día, y en penumbras comencé a descubrir las luces de la ciudad. Una luz tenue y difusa que luego advertí que era a causa de la lluvia que estaba soltàndose con ganas sobre aquella tierra desértica. "La lluvia es bendiciòn", vino a mi como un mantra.
El manto de oscuridad que abrigaba a la ciudad a mi llegada, no me permitió descubrirla. No obstante, mientras atravesaba el trayecto en el lugar que sería por algunos días mi hogar, en mi memoria seguían disparándose flashes, tratando de recordar y el esfuerzo mental me resultaba agotador. En los días sucesivos sería como un juego de adivinanzas.
Fue por la mañana cuando pude salir a investigar el lugar, a involucrarme en su cotidianeidad, permitirme respirar su aire fresco y mezclarme con su tonada característica. Las calles llenas de hojas amarillas arrancadas por el frío viento matinal me arrancaron la primera sonrisa de felicidad. Amo sentir el crujir de las hojas bajo mis pies, ver cómo entre ellas juegan a mudarse de lugar al compás del viento, caer dando círculos desde las alturas de una rama inesperada.
La Plaza Independencia fue un primer hito. La parada del Bus Turístico, el Teatro, la Catedral, los puestos de venta de golosinas y artesanías me dieron la bienvenida. Después la peatonal con sus negocios y su agitación propia de todo microcentro, los edificios de rasgos antiguos, y el Ente de Turismo donde me dieron algunas recomendaciones de lugares a visitar. Caminé hasta el casco histórico, la Municipalidad, la Casa de Gobierno, el Memorial, el parque que lo rodea, la Plaza España, y luego desandar el camino para ir hacia el área fundacional con su museo y las ruinas del convento de San Francisco. Un área que se convirtiò en zona roja y que me recomendaron evitar por su peligrosidad.
Además de recorrer el Paseo de la Alameda, anduve por las avenidas San Martín, Las Heras. En el espacio dedicado a los artesanos que está a metros de la vieja estación del tren, me entretuve un buen rato hablando con una señora que tejía gorros de lana y que me contó algunas de las cuestiones que afectan a los mendocinos y que hacen difícil la vida, sobre todo por la falta de trabajo.
El metrotranvía me llamó la atención desde el primer momento en que lo vi. Utiliza la vieja estación como punto de partida y hace un recorrido no turístico hacia Maipú. Sin embargo, se lo puede utilizar para visitar la bodega López, una de las más conocidas, y también una de las que ofrece visita guiada gratuita.
Al día siguiente, por supuesto, con mi tarjeta de transporte en mano, me tomé el tren y me fui a hacer a conocer la bodega. En realidad fue un reconocerla porque en mi visita anterior, también la había visitado. Una guía, muy amablemente explicaba cada una de las etapas de la elaboración de los vinos. Habló de la utilización de todos los recursos de los que provee la vid, y realmente dio cuenta de que verdaderamente le sacan el jugo a la uva. Después de la recorrida por cada una de las áreas, finalmente se accede a la degustación de algunos de sus vinos, y la invitación a adquirir sus productos.
Al salir de la bodega, y como ya estaba allí, quise conocer un poco más de Maipú. A poco de andar, me encontré con las Bodegas Giol, que ahora funcionan como cooperativa pero que el costo de la visita guiada hacía que se fuera de presupuesto. Su historia es muy interesante, pero subsané el bache histórico que se me generaba, con la visita al Museo del Vino.
Un palacio muy esplendoroso destaca en un panorama de casas bajas. Su arquitectura, su ornamentación llama la atención desde la vereda de la avenida principal. En esa construcción, que fue la casa del impulsor de las Bodegas Giol, funciona el Museo del Vino. La entrada tiene un costo muy accesible e incluye la visita guiada donde una señora, muy amablemente cuenta la historia de la bodega, y también de la casa, y las innovaciones que se traían de Europa y que dieron un notable empuje a la industria vitivinícola.
Recorrer el museo es realmente un viaje en el tiempo. Es descubrir en cada detalle la relevancia de cada símbolo. Es una evidencia de las convicciones de la época donde cada sala tenía un piso y luces diferentes en el techo, un mobiliario especial, había salas para hombres y un baño decorado para las visitas que era más de adorno que para su utilización. Es transportarse hacia el pasado y adivinar cómo sería el paisaje de entonces, cómo se fue poblando el lugar y cómo fue adquiriendo la fisonomía actual.
Al llegar a la vereda, el ritmo diurno volvió a la normalidad, y la misma calle principal me llevó hasta la plaza, con su reloj particular, la iglesia, la municipalidad, y a recorrer las calles del centro. Después, fue volver a la estación, tomar el metrotranvía y volver a Mendoza.
El reencuentro con la ciudad, el contacto con la principal actividad de la provincia, fueron como un disparador de recuerdos, de búsqueda de nuevas vivencias. Era mirar lo mismo pero con un lente diferente. Era obtener panorámicas distintas y reemplazar postales sepia por otras nuevas, colmar las expectativas y también superarlas.
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