Tenía unas ganas supremas de hacer la excursión de alta montaña. Entre las imágenes de mi visita anterior a Mendoza, tenía postales desordenadas en las que veía un camino de curvas y contracurvas que se desarrollaba hacia abajo, también otro que ascendía y que en cada maniobra daba vértigo, y un Cristo estoico que era un hito para hablar de fronteras, de proezas, de un frío extremo y un viento que soplaba con ganas. El Puente del Inca, el Parque Aconcagua, Las Cuevas, todo era parte de un conjunto ineludible de atractivos para visitar.
El viaje a la provincia cuyana tenía esta vez una premisa: "Bueno, breve, dos veces bueno". La ecuación cerraba muy bien tanto por tiempo como por los recursos económicos, bastante limitados a decir verdad. Pero si algo quería hacer en esa provincia en una corta estadía, era la excursión de alta montaña. En temporada de nieve el recorrido no llega a cubrir el trayecto al Cristo, pero la idea de encontrarme con el mismo paisaje pero esta vez cubierto por el manto fresco de los meses fríos me entusiasmaba. Así que contraté los servicios de una agencia porque no tenía otra forma de hacer esa excursión.
Por esos días, la lluvia había estado muy presente en la ciudad. Era motivo de disgusto entre sus pobladores que se quejaban por su constante permanencia. Acostumbrados a un clima seco, ya les parecía demasiado tanto diluvio. Después de la lluvia vino el frío y la nieve. La lluvia había dejado los suelos frágiles y la nieve, con su peso, los tornaba aún más vulnerables. El Paso Cristo Redentor que permite el tráfico de ida y vuelta a Chile estaba cerrado. Había camiones esperando para poder cruzar sus cargas, micros con sus pasajeros resignados, autos particulares varados en algún sitio. Con la salida del sol, las esperanzas de habilitación del paso, crecían. Y las agencias de turismo tenían vía libre para realizar las excursiones de alta montaña. Así fue como pasaron a buscarme por el hostel muy temprano por la mañana. Una vez que reunieron a todos los pasajeros, nos encaminamos hacia Potrerillos. El guía explicó la importancia que habían tenido las líneas férreas en la región y el servicio que brindaban. En el lago de Potrerillos, las fotos de la mañana mostraban un día que remoloneaba antes de saludarnos para desearnos una buena jornada.
La siguiente parada fue en Uspallata. La nieve había copado todo el paisaje. El frío era intenso, y el gris del cielo no hacía más que reforzar la sensación helada. Todo alrededor estaba cubierto de nieve. El abrigo de una taza de café caliente en un refugio cálido a fuerza de leña y estufas de gran tamaño, era reconfortante. También allí se podía alquilar ropa de nieve, y fueron muchos los que se sumaron a la idea rentar prendas para disfrutar del manto helado.
Sin embargo, al momento de continuar el viaje fue poco el trecho que se pudo avanzar. A la altura de los controles de la Aduana, la gendarmería no permitió el avance de los vehículos ni de turismo ni particulares. Esperamos un rato. Según las explicaciones que habían dado las autoridades, una patrulla había salido a inspeccionar el camino. Si de acuerdo con la observación realizada, se evaluaba que se podía permitir el paso, iban a informarlo, pero para eso había que esperar. Mientras esperábamos, la fila de automotores por momentos crecía, en ocasiones algunos desertaban. A los pocos minutos de la espera, algunos decidieron bajar de la combi e ir a inspeccionar el paisaje, tomar algunas fotos. El chofer y el guía, entonces dijeron que se podía bajar y jugar un rato con la nieve. Al cabo de un rato, decidieron que nos llevarían a otro paraje llamado San Antonio donde se podía jugar con la nieve. Lo cierto es que no se autorizó el paso, y más tardes las noticias anunciaron que un alud se había producido en el camino de la alta montaña.
La combi, se detuvo en medio de la nada. La ruta era la misma que conduce a San Juan. Pero el punto donde la combi y otras dos combis más se detuvieron, no presentaba ningún atractivo en particular. Solo un punto en medio de la nada. Un pavimento que parecía prolongarse hasta el infinito se perdía en el horizonte. Fue bajarse en medio de la nada para observar la nieve en los alrededores. Más allá del camino había alambrados que delimitaban campos. A lo lejos se veían las montañas. El cielo había despejado y se mostraba límpido y brillante. Los pasajeros se bajaron. Al costado del camino empezaron a armar bolas de nieve y a estampárselas unos contra otros. Entonces fue cuando me di cuenta que la nieve, además de unificar con su manto blanco todo el paisaje, convierte a todos en niños, transporta a todos a la infancia, a donde no hay barreras generacionales y la risa se contagia. Una magia especial se despierta en el interior de las personas y se dejan llevar por el impulso tentador de las miles de bolas que pueden armarse con esa blancura helada, y de devolver la gentileza con intensidad y risas. Otros se tiraban de lleno en la nieve, y agitaban manos y pies tratando de recrear el famoso "angelito". Fue un largo rato el que jugaron al costado del camino. Se divirtieron, es cierto, pero no era el ámbito adecuado para una excursión. Poco después fue el momento de retomar el viaje para ir a almorzar. Los tiempos se demoraron al máximo posible como para que sólo quedara tiempo para el regreso. La vuelta fue por los mismos sitios, pero sin hacer ninguna parada. Al costado del camino se veía a familias disfrutando de la nieve, estacionando sus autos y armando muñecos con la nieve acumulada sobre el capó. La salida que tanto me había interesado, resultó un fiasco. Pero de alguna manera, fue mejor sobrevivir a esa excursión a encontrarse con la sorpresa de un alud. Turista que huye, sirve para otra excursión.
Al día siguiente, con el sabor amargo de una excursión frustrada, me levanté temprano con la idea de tomar el metrotranvía que tanto había llamado mi atención. Me habían dicho que era un medio de transporte para los locales ya que no conectaba con ningún lugar turístico. Sin embargo, había averiguado que si llegaba hasta la estación Gutierrez, la última del recorrido, podía ir a la Bodega López, a tan solo tres cuadras de la estación, y acceder a la visita guiada gratuita que ofrecían. Eso hice.
La atención en la bodega es muy gentil. Las guías cuentan toda la historia y llevan a recorrer las distintas dependencias de ese enorme galpón. Nos cuentan que las uvas son transportadas en camiones y volcadas a una máquina donde se separan las uvas de los racimos. Luego nos explican el procedimiento de la fermentación, y la utilización que se le da a los desechos tanto para la industria cosmética como para abono. Más tarde nos encontramos observando los enormes toneles con la bebida que honra a Baco, y las áreas de empaque. Cuando el circuito llega a su fin, se procede a degustar algunos vinos.
Al salir de allí, caminé por la avenida hacia el centro de Maipú. En el camino, me llamó la atención el edificio de las Antiguas Bodegas Giol. Allí también ofrecían visitas guiadas pero pagas. Seguí avanzando por la avenida y un poco más adelante, la presencia de unos palacetes destacaba entre las casitas bajas y simples. Uno todavía no había sido acondicionado, el otro había sido la casa de uno de los fundadores de las Bodegas Giol y actualmente es la sede del Museo del Vino. La construcción es de principios del siglo pasado y está realizada con materiales traídos de Europa. Para la época, la construcción era realmente una obra monumental. Hoy lo sigue siendo, y sus detalles pueden apreciarse mejor con el relato de la guía.
La plaza principal está rodeada por la Municipalidad, la iglesia y la policía. Es un sitio de encuentro y esparcimiento social. Una enorme fuente y un reloj son sus símbolos característicos.
El metrotranvía me llevó de regreso y una parada antes de finalizar su recorrido, empalmé con el colectivo que me llevó a la zona del Cerro Arco.
La montaña ofrece un mirador natural para observar toda la ciudad desde lo alto. En esa ocasión empecé la caminata pero me sorprendió el atardecer así que decidí dejar el trekking para otro momento. Días después estaba otra vez en el mismo circuito que me conducía a las alturas. A diferencia de la vez anterior, iniciaba el recorrido más temprano y con compañía. Una amiga del destino, como suelo llamar a las personas con las que me cruzo en los viajes y con las que establezco un vínculo de buena onda y repentina amistad, se dejó llevar por mi interés por la montaña y la caminata. Quizá lo hizo un poco sin pensar a dónde la llevaba. Ella no estaba habituada a las caminatas, y de hecho, si las podía evitar, lo hacía. Cuando nos encontramos en el inicio del sendero, me preguntó si estaba segura de querer hacerlo. Por supuesto que lo estaba, pero quien no estaba segura era ella. Sin embargo, ya estaba allí, y no le quedó otra que sufrir. Las subidas se hacían intensas, eternas, difíciles. Pero no teníamos apuro. Ella no podía creer estar sometiéndose a semejante esfuerzo. Hablamos en el camino de muchas cosas, y entre tantas, me dijo habló de sus proyectos. Me dijo, "si superamos esto, podremos superar cualquier cosa". Y la frase se convirtió en el latiguillo al que recurrimos para darnos ánimo para seguir. No es que el recorrido haya sido tan complicado, de hecho, he realizado otros peores, pero no estaba en forma, no tenía entrenamiento, y me encontraba fuera de estado. Ella no estaba ni remotamente cerca de hacer algo de ejercicio y menos una actividad como esa.
El esfuerzo nos dio la primera recompensa en el primer punto panorámico que encontramos sobre los cielos de Mendoza. En realidad era poco lo que podía verse de la ciudad porque un colchón de nubes lo cubría todo. Pero la postal era entonces quizá todavía un poco más bella. Definitivamente era alcanzar el cielo teniendo los pies en la tierra. Seguimos hacia otro mirador y si bien podíamos avanzar hacia otros cerros y continuar nuestra caminata, lo cierto es que ya estábamos más que contentas con lo logrado. La experiencia fue muy buena, pudimos alcanzar la meta y además adoptamos la lección que nos había dado la montaña. Si pudimos con el cerro, podríamos con cualquier cosa. Porque es mucho lo que se pone en juego a veces en cuestiones simples como salir a hacer un trekking por ahí. La confianza, la tenacidad, la fortaleza, la convicción, el deseo, la expectativa, la capacidad para recalcular y seguir, el manejo de la frustración, la creencia en que si querés, podés y que cuando no querés, te sobran motivos para no poder. En este caso pudimos. Quisimos, pudimos. Con la montaña... y con cualquier cosa!
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Metrotranvìa |
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Bodega Lopez |
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Bodegas López |
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Bodegas López |
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Bodegas López |
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Bodegas López |
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Bodegas López |
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Antiguas Bodegas Giol |
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Museo del Vino |
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Museo del Vino |
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Museo del Vino |
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Museo del Vino |
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Museo del Vino |
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Museo del Vino |
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Museo del Vino |
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Museo del Vino |
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Museo del Vino |
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Iglesia Maipú |
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Plaza Maipu |
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Plaza de Maipú |
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Plaza de Maipu |
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Plaza de Maipú |
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Plaza de Maipú |
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Cerro Arco |
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Cerro Arco |
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Cerro Arco |
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Cerro Arco |
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Cerro Arco |
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Cerro Arco |
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Cerro Arco |
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