sábado, 24 de junio de 2017

[‪#DIARIODEVIAJE] El Faro y la pingüinera

El Faro Les Eclaireurs es uno de los puntos más emblemáticos de Ushuaia. Aunque muchos lo llaman "el faro del fin del mundo", ese nombre corresponde en realidad al faro San Juan de Salvamento que estaba ubicado en la Isla de los Estados. Sin embargo, la idea de un faro perdido en algún remoto punto de las aguas australes, en la soledad de la inmensidad marítima, despierta muchas fantasías.
Como muchos, también tenía la ilusión de encontrarme con esa solitaria y remota imagen. Por supuesto que no estaba dispuesta a perdérmelo y antes de viajar sabía que había una excursión que tenía que contratar sí o sí, era la del paseo náutico por el Canal de Beagle.
En el Puerto, hay varias empresas que ofrecen recorridos náuticos. A pocos metros de allí está el punto de embarque desde donde salen todas las embarcaciones. Según la época puede haber salidas por la mañana y por la tarde. En general, todo el paseo dura unas seis horas.
Contraté mi paseo para la tarde. El clima cambiante me generaba muchas dudas, pero me explicaron que es muy diferente en tierra que en mar, y que a veces, puede estar con lluvia en la ciudad mientras que en el recorrido la situación puede ser otra.
Empezamos con un día seminublado. Había sol pero por momentos las nubes lo ocultaban. El viento era apenas una brisa. Todo hacía pensar que me había tocado un día ideal para hacer la salida.
A medida que nos fuimos alejando de la costa, pude ir apreciando la ciudad de Ushuaia en todo su esplendor. La iba viendo hacerse cada vez más pequeña hasta reducirse a un punto en el horizonte. Mientras tanto, a medida que avanzábamos nos fuimos rodeando de las aguas salobres, y a lo lejos, las orillas de las islas que nos acompañaban. Las aves eran parte del espectáculo y veíamos gaviotas y petreles pasar muy cerca, a veces en pareja, otras en bandada y otras en solitario.
El primer punto de visita es la Isla de los Pájaros. La embarcación se acerca lentamente al islote donde habita gran cantidad de aves marinas. Durante pocos minutos, los pasajeros observan y fotografían a las aves antes de continuar viaje hasta el siguiente punto, el apostadero de lobos marinos. 
La Isla de los Lobos es, junto a la Isla de los Pájaros, parte del archipiélago Bridges. En ese rincón del Canal, se congregan lobos marinos de uno y dos pelos. Es una buena oportunidad para observar desde el catamarán a los lobos y sus crías. 
Hay que continuar un buen trecho para poder divisar a lo lejos, el pequeño faro. Ese punto diminuto y solitario va creciendo en tamaño a medida que nos acercamos y también crece la emoción. Finalmente ese guardián se hace presente frente a nosotros y genera admiración, asombro, y alegría. Ahí está, listo para ser fotografiado. Todos quieren un recuerdo con él. El viento sopla y está fresco. El cielo se nubla, pero aún así nada detiene las ganas de observarlo de cerca y de retratarlo.
Quizá sean solo unos breves instantes. Pero son suficientes para reflexionar sobre su presencia. Para observar el entorno y pensar en su rol importante para señalar el camino, para guiar a los navegantes, para brillar con un motivo fundamental en la oscuridad de la noche. Para pensar en la soledad, en un paisaje rutinariamente maravilloso, en un clima frío, áspero, hostil a veces. Imaginar lo importante de su rol a lo largo de la historia y también en cuán necesarios y relevantes fueron y son los faros en todo el globo.
No es el Faro del Fin del Mundo, pero está en los confines del mundo, y el imaginario colectivo lleva a querer conocerlo, a hacerle compañía por unos pocos instantes. Ejerce un magnetismo y una fascinación que queda reflejada en la retina y en las cámaras.
A diario las embarcaciones llevan a pasajeros a conocerlo, a saludarlo, a inmortalizar una postal. El faro es protagonista absoluto en el paseo. La Isla de los Pájaros, los lobos marinos y los pingüinos son una parte más de la excursión pero aunque la interacción se produzca desde lejos, el faro es el actor principal. 
A medida que la embarcación sigue su viaje, vemos al faro alejarse, quedarse atrás. Volver a la soledad. El vaivén de las aguas es una constante que le sirve de adorno. El viento con su brisa lo acaricia. Las nubes van cubriendo el cielo y lo van rodeando de una luz azulada y opaca. Se percibe la proximidad de un temporal y me da cierta nostalgia pensar en la soledad.
Lo observo cada vez volverse más pequeño, y me siento feliz por estar allí. Porque tantas veces había deseado formar parte de ese paisaje, y por fin lo conseguía. Después de mucho tiempo de desear conocer el lugar, el entorno, el paisaje, y el faro, por fin el universo había conspirado a favor del encuentro. Debo decir que los faros siempre ejercieron mucho magnetismo en mí. Quizá también desde lo simbólico tiene que ver con un rol, con una función. Siempre que puedo, si voy a un lugar y hay un faro, procuro visitarlo. Entrar en su interior, subir esas escaleras en forma de caracol son siempre llamativas para mí. Observar el horizonte que se extiende más allá, también. Este faro, como todos los faros era especial. Pero era más especial aún. 
Lo vi alejarse mientras mis pensamientos volaban por doquier impulsados por el viento. En el frente, algunas nubes más oscuras empezaban a teñir el paisaje. Algunas gotas se atrevieron a soltarse pero fueron sólo unas pocas y el viento se hizo más intenso. Pero en ese coqueteo histérico del clima, de pronto se colaban algunos rayos de luz que determinaban la aparición de un arco iris. Imposible no sentir que todo eso es mágico.
Lentamente nos fuimos acercando hasta la pingüinera. En el islote donde se encuentran mayoría de aves de la especie magallanes y también algunos de la especie Papúa.
En algunas excursiones de contingentes más reducidos se ofrece la posibilidad de descender en la isla y caminar entre los pingüinos. No era el caso de mi excursión que era para observar desde la embarcación. Preferí esa opción para no interferir con el hábitat de los pingüinos. Recordaba cuando estuve en Punta Tombo que nos habían indicado que los pingüinos tienen prioridad y que hay que dejarles el camino libre ya que se desorientan y pierden el camino.
Estábamos en plena observación de los pingüinos. La embarcación estaba prácticamente detenida para que pudiéramos observarlos, cuando el cielo que ya estaba nublado comenzó a oscurecerse cada vez más y el viento sopló con más intensidad. Tanto era el frío y la fuerza del viento que prácticamente no se podía estar fuera de la embarcación. Comenzó a llover y todos regresamos al interior del catamarán que lentamente comenzó a moverse y navegar para regresar al puerto.
La lluvia arreciaba. Desde las ventanillas empañadas y salpicadas por la lluvia, apenas se adivinaba el paisaje que trascurría fuera de la nave. Al rato, el sol de la tarde empezó a filtrar su luz entre las nubes y vimos un enorme arco iris que se proyectaba en el cielo.
A poco de andar, ya la lluvia había cesado. El cielo se mostraba más despejado, pero seguía haciendo frío. En el interior de la embarcación el aroma del café y el clima un poco más agradable hacía que se prefiriera observar el paisaje a través de los ventanales.
En el regreso, vi a lo lejos la diminuta figura del faro. Ya no volvimos a pasar cerca de él. Su luz, antes imperceptible, se mostraba con intermitencia. Lo saludé en silencio.
Los cruceros que partían del puerto nos daban la pauta de que el final del paseo estaba cerca. Esas verdaderas ciudades ambulantes me generaban asombro. Y a juzgar por los otros pasajeros que también tomaban fotos, no fui la única.
Llegamos al puerto con el sol ocultándose lentamente. Un tenue anaranjado tenía la atmósfera. Cuando pisé tierra hacía mucho frío. Es que cuando se oculta Febo, el viento fresco se hace sentir. Casi temblaba, pero no podría asegurar si era por el frío o por la emoción. Había sido una tarde hermosa donde por fin había podido recorrer el Canal de Beagle, había podido observar a la avifauna marina, pero fundamentalmente había podido conocer el faro, y confirmar el magnetismo que tiene y la fascinación que me genera. Un paseo a partir del cual reflexionar acerca del lugar, del ecosistema, de fronteras y geografías, de navegantes, de poblaciones originarias, de conquistadores y de reos llevados al extremo más austral del planeta. Fue una linda experiencia que por supuesto, hay que vivir.

































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