domingo, 2 de julio de 2017

[‪#DIARIODEVIAJE] El Glarciar Martial

El trekking al glaciar Martial no queda lejos de la ciudad, se puede hacer caminando aunque siempre te dicen que mejor tomes un remis hasta la casa de té, donde empieza formalmente el recorrido.
En Ushuaia, como en toda la Patagonia, todo sale un poco más caro. Así que en plan de ahorrarme el traslado, decidí ir caminando.
Cuando el señor que atendía en el hostel donde me alojé me ofreció el remis y le dije que no, que iría caminando, abrió los ojos grandes,  puso cara de "pobre, no sabe en la que se mete", y luego me dio las indicaciones necesarias para llegar.
Cuando salí para iniciar mi itinerario, no estaba tan segura. La cara del hombre me dejó pensando, pero no era momento de dar el brazo a torcer. Así que lentamente comencé a caminar. Las calles cuesta arriba me hacían dudar más. Costaba mucho para un físico como el mío tan poco acostumbrado al ejercicio constante, subir esas calles. A poco de andar entré en calor. Puse el GPS, pregunté en algunos momentos en los que los caminos se bifurcaban y no estaba segura de donde estaba y para dónde debía ir, y avancé también siguiendo mi intuición. Hacia abajo, veía cómo se desplegaban las casas y edificios que se prolongaban hasta la orilla de la Bahía. Hacia arriba, se veían las construcciones, muchas de ellas precarias, que iban poblando los cerros cada vez más hacia la cima.
Recordaba las indicaciones pero me iban surgiendo calles que no coincidían ni con lo que me habían dicho ni con el GPS. Estaba un poco apurada porque tenía que encontrarme con un amigo que me iba a acompañar en la caminata. Lo había conocido el año anterior en un trekking a El Chaltén durante el cual me había contado que trabajaba por temporada, en verano en Lago del Desierto, y durante el invierno, en Ushuaia. Pero en esta ocasión, su viaje por temporada devino en un contrato permanente por lo cual, se quedó allí. Fue bueno tenerlo como contacto en Ushuaia, me había facilitado mucha información y fue muy lindo encontrarnos nuevamente y compartir otra caminata.
Trabajaba en un coqueto hotel que quedaba bastante cerca de la famosa casa de té donde se inicia el sendero. Por eso quedamos en encontrarnos en las proximidades de su trabajo/vivienda. Si bien el invierno anterior había trabajado en esa casa de té, me contó que nunca había hecho la caminata hasta el glaciar. Una excelente oportunidad y una genial compañía para mí.
Empezamos a andar... y como era de esperar, me costó bastante la subida. Había entrado en calor aunque estaba fresco. El día estaba lindo, soleado, pero frío y había algo de viento. Cuando íbamos subiendo la nubosidad creció y el viento soplaba más fresco. Desde lejos se divisaba el glaciar, que desde esa distancia parecía adquirir la forma de la señal de Batman. Eso me dijo él, y lo tomé como una buena ocurrencia, ya que yo iba concentrada en fijarme metas para parar a tomar aire y poder seguir. Él tiene un estado atlético envidiable y unas piernas largas que con un par de pasos suyos, ya me dejaba atrás. Pero se adecuó a mi ritmo. Mientras caminábamos charlábamos, y yo trataba de mantener una respiración constante. Todos los ascensos me cuestan mucho, pero el trekking es una actividad que me gusta y que disfruto a pesar del esfuerzo. Cada tanto paraba para recuperar el aire, mirar el paisaje a mi alrededor, calcular cuánto faltaba y tomar algunas fotos. En algunos puntos se abrían otros senderos, pero nosotros seguíamos por el que iba hasta El Martial. El camino se volvía pedregoso y el viento soplaba aún más, con bastante fuerza y por momentos, me hacía tambalear. Algunos pequeños copos de nieve cayeron lentamente, de un modo casi mágico e imperceptible. Avanzamos un poco más, y finalmente llegamos hasta el hito que marcaba el final del sendero.
Otros caminantes habían avanzado un poco más y los veíamos jugar con la nieve. Decidimos continuar un trecho, pero sólo una distancia que consideramos prudencial. Nos sentamos a observar el paisaje, a mirar a los audaces tirarse en culipatín por la nieve y a disfrutar de haber cumplido la meta.
Después fue el momento de regresar. La bajada muchas veces suele ser más fácil, pero las piedras sueltas hacían que hubiera que bajar con precaución. Un mal movimiento podría derivar en una lesión y nadie que ame la actividad en naturaleza quiere tener algún inconveniente por el estilo.
A la vuelta entramos a la casa de té. Saludamos a las personas que allí trabajaban y mientras mi amigo charlaba con sus amistades, me entretuve mirando las artesanías y los bonitos objetos que había exhibidos para la venta.
Desandamos el camino que quedaba hasta el hotel donde trabajaba, y de ahí en adelante seguí sola mi camino de regreso.
Fue una jornada que comenzó muy temprano, y que pasado el mediodía, y ya entrada la siesta me encontraba habiendo realizado una actividad que me había exigido mucho esfuerzo, sin embargo no sólo estaba feliz por el logro de haber concretado la caminata sino también porque fue un lindo encuentro. Adoro hacer amigos en los viajes y que esas amistades perduren de alguna manera a través del tiempo y la distancia.
Ese día lo sentí muy productivo. Porque en verdad, aquellos acontecimientos que te llenan el alma son los verdaderamente productivos para la vida. Son momentos felices que te sorprenden, que te dan alegría y que son los que más atesoro y me encantan de los viajes. Son enseñanzas que siempre me ayudan a reflexionar y a crecer. El Glaciar El Martial fue testigo del desafío, de la satisfacción y del aprendizaje. Y Ushuaia también.



























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