Días mágicos en Ilha Grande me habían dado una
oxigenación necesaria para sentirme en sintonía con el lado A de la vida. Esos
en los cuales te sentís bendecida por estar viva y disfrutando de aquello que
tenés la fortuna de disfrutar. Me fui de la isla con una enorme sensación de
bienestar, de satisfacción y con mucha energía para enfrentar nuevos desafíos.
A medida que la embarcación se alejaba del muelle de
partida las gotas de una lluvia suave fueron tornándose en una vorágine
torrencial. Cuando volvimos a pisar tierra el cielo seguía llorando fuerte. El
ticket de regreso me conectaba con una combi que me llevaba a
Paraty. No éramos muchos los pasajeros que elegimos ese destino, la mayoría
regresaba a Río, incluso muchos iban directamente al aeropuerto.
Tenía muchas expectativas por conocer ese distrito
particular. Las referencias que tenía eran alentadoras, sin embargo, durante
los primeros momentos, el contraste con el recreo que había significado Ilha
Grande me dejó un sabor extraño.
Fue cuestión de tiempo para que la fascinación se apoderara de mí. Los adoquines que comencé a transitar lenta y repetidamente fueron testigos de todas mis andanzas. A pocas cuadras de donde estaba hospedada se encontraba el centro histórico. Su dinámica transporta al pasado, y es inevitable sentirse en otro plano, en otra dimensión. Y no faltó mucho para que en escena apareciera una carreta tirada por caballos ofreciendo un city tour por los alrededores. Entonces sí, definitivamente podía sentirme transportada en el tiempo.
Las construcciones de una o dos plantas mostraban
sus fachadas blancas con sus puertas y ventanas coloridas. Un diseño simple y a
la vez atractivo. Muchas de esas edificaciones históricas devenidas en locales
de venta de artesanías, en cafés y restaurantes para perderse por horas
recorriendo sus interiores. Un Centro Histórico que fue reconocido por la
Unesco como un valioso patrimonio arquitectónico colonial.
Transitar esas calles me remontaba al recuerdo de
Colonia, la ciudad uruguaya que descansa a orillas del Río de la Plata. Su aire
histórico, su atmósfera de nostalgia, su mezcla de estilos producto de las
influencias española y portuguesa, sus calles construidas con bloques de piedra
que generaban un desnivel en el centro para el transcurrir de las aguas. Cada
construcción tenía un motivo para recorrerla con la mirada. En el muelle, las
embarcaciones también coloridas ofrecían paseos por el río. Su presencia era
parte de un paisaje pintoresco e impactante.
En cada esquina hay un vendedor de tortas y
exquisiteces dulces que se comercializan en porciones. Y son una verdadera
tentación. También hay músicos, y mientras sueltan acordes, los pensamientos
siguen disparándose en el tiempo.
Poco después del mediodía el clima desmejoró, y el
nivel del agua comenzó a crecer inundando las calles más cercanas. Hubo una leve
llovizna y una brisa fresca que dominó toda la tarde. Tenía intenciones de
visitar el Museo del Fuerte pero estaba cerrado por una protesta estatal, la
misma que impedía visitar el Museo de Arte Sacro que funciona en la Iglesia
Santa Rita cuya fachada mira al río.
Durante toda la jornada, el ir y venir de los
paseantes no se detiene nunca. Al anochecer, se encienden las luces tenues, y
los bares y chiringuitos que se encuentran en los alrededores de la plaza se
llenan de gente. Es como una fiesta callejera. La postal que regala el día es
increíblemente bella. Una armonía especial que conecta con una rutina diferente
de luces suaves, de una oscuridad amigable, de un transitar imparable y una
alegría manifiesta que todo lo inunda.
En Paraty las excursiones que se ofrecen
principalmente son el paseo hacia islas cercanas, la práctica de snorkel y
también la visita a unas cascadas y alambique en el cual se fabrica la cachaça. Como
ya había realizado la visita a algunas islas y el snorkel en Ilha, opté por
conocer las cascadas y la fabricación de la bebida blanca.El paseo nos llevaba
a recorrer la Estrada Real, el camino por el que se desplazaban los esclavos en la época
en la que el oro era la principal atractivo económico. Después, se sucedieron otros
ciclos como el de la caña de azúcar que permitió la producción de aguardiente,
el café, la banana de la cual aún persisten algunos ejemplares entre la Mata
Atlántica y el turismo.
El verde de la vegetación era hermoso, pero la
sofocación de la humedad hacía pensar en el penoso transitar de los esclavos de
antaño. El relato del guía era un disparador para viajar en el tiempo.
La primera parada fue en la antigua hidroeléctrica. A pocos metros de allí, se encontraba una cascada en la cual se formaba una piscina natural en la cual los más audaces elegían sumergirse un buen rato. Al regreso, la siguiente parada era en una de las fábricas de cachaça. Ingresamos a la construcción de construcción de estilo colonial. Entramos y una recepcionista fue la encargada de aplicarnos un sticker y cobrarnos el ingreso. A medida que íbamos pasando, nos recibía la guía que nos llevó a recorrer un recinto en el que estaban los barriles de madera. Allí una breve explicación del proceso, el alambique donde se realiza la destilación y el envasado para luego terminar en el salón de venta donde se invitaba a la degustación.
No tomo alcohol, pero en ese momento decidí probar la bebida típica. Había muchas variantes y ofrecían un poquito de cada una. Sólo llegué a probar cuatro y desistí ya que la última de las que había probado me resultaba realmente bastante ardiente. Sentía que me quemaba el esófago y las orejas, como en las caricaturas de los dibujos animados. Fueron apenas dos sorbos pero fueron suficiente. Quería probar la bebida que era parte de la identidad del lugar, que transmitía con su preparación parte de la historia. Después me dediqué a observar las botellas de bebidas y también los dulces que se exhibían para la venta. Compré unas balas dulces que fueron una rica tentación y un alivio para mi paladar.
Seguimos masticando la historia del lugar a medida que el guía nos contaba los orígenes de aquellos caminos. Llegamos hasta otro punto de la Estrada Real donde había que seguir una senda en ascenso. A poco de andar llegamos a un lugar donde una gran roca por la que se deslizaba el agua proveniente de una cascada, hacía las veces de un tobogán donde deslizarse a velocidad y terminar cayendo en una piscina natural. Los intrépidos que se animaban a la aventura se divertían. De hecho, hay concursos que se realizan entre los lugareños y que hacen que el lugar sea muy conocido por todos.
Luego, continuamos caminando un trecho más hasta llegar a un puente colgante el cual había que atravesar para llegar a un restaurante rodeado de vegetación selvática. Sin dudas era un lugar mágico. El agua descendía de las alturas y circulaba entre las piedras. El puente colgante se movía bastante y daba sensación de precario. Sólo podía ser transitado por dos personas a la vez. Durante mucho rato permanecí en comunión con ese lugar. El verde, la humedad, el transcurrir de las aguas, las aves que anidaban entre los árboles y desplegaban su canto. Un momento de conexión con el universo. Ese espacio maravilloso que te llena el alma, y te ayuda a reflexionar sobre la vida, sobre la naturaleza, el estar en los momentos justos en los lugares indicados. Mientras tanto, más allá, algunos degustan un almuerzo mientras unos músicos dan un show de música típica y que también te transporta.
Ese día estuvo lleno de historia, de naturaleza y de identidad. Por la noche, también fue un recorrer las calles céntricas, visitar los locales de comidas típicas, degustar algo de su gastronomía y empezar a despedirse.
Por entonces los pies me dolían mucho. Cada paso me recordaba la irregularidad de los bloques de piedra que conformaban las calles. Un adoquín, luego otro, y una sucesión interminable de cuadrados deformes de una dureza insoportable. Los pies se resisten a seguir dando un paso más. Me costaba andar. Ya no tenía la vitalidad del comienzo. Pensé que era algo que sólo me pasaba a mi, pero luego, al hablar con otras personas me confirmaron que nos unía el mismo dolor. Un doloroso transitar que me llevaba a reflexionar sobre la costumbre encarnada en los pies de los lugareños.
Una fiesta de colores que sobresalen sobre el blanco de las construcciones, una invitación a recorrer la historia, un andar hasta que te duelan los pies, una ilusión de viaje en el tiempo. Paraty era todo eso y mucho más, La naturaleza, el río avanzando y retrocediendo sobre sus calles como un protagonista indiscutido que marca su presencia. Los hábitos, las costumbres más arraigadas, y la alegría. Es una ciudad para vivir en el presente homenajeando el pasado. Es patrimonio, es tesoro, es riqueza cultural. Es para todos. Es para mí y es para ti.
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