domingo, 22 de octubre de 2017

[‪#DIARIODEVIAJE] Cuzco, cumplir un deseo. Parte I

Un pensamiento. Una idea que aparece inesperadamente, como una mariposa inquieta. Donde antes había un imposible, de pronto había una pregunta. Un aleteo persistente revoloteando en mi interior. ¿Por qué no?
No hubo demasiados argumentos para sostener que fuera imposible, así que de a poco, fui buscando materializar esa idea. Todo me costó mucho siempre, y había cosas que creí que me estaban vedadas. Grandes proyectos eran para personas con grandes posibilidades. Sin embargo, eso sólo resultó ser un engaño. No es que este fuera un gran proyecto, quizá para el común de las personas fuera una opción más, pero para mí era un gran paso.
Estaba en un viaje por la Patagonia argentina cuando de pronto, mientras miraba el paisaje, siempre hermoso y encantador, esa idea se instaló en mi cabeza: pasar mi próximo cumpleaños en Machu Picchu.
Nunca me gustaron los eventos que obligan a una a estar en el centro de atención, los cumpleaños, por ejemplo. Pero un día descubrí que eran una buena excusa para regalarme a mí misma algo que hiciera a esa fecha realmente especial. Desde entonces decidí que mientras pudiera me regalaría un viaje. Al principio fueron lugares más cercanos, algunos incluso repetidos. Pero los viajes te dan eso, siempre querés un poco más. Descubrís que siempre podés llegar más lejos de lo que crees. Y así fue, mientras estaba en un viaje, empecé a visualizarme en otro lugar. Nunca había llegado tan lejos, y sabía que iba a necesitar más recursos de los que había contado hasta el momento, pero ¿por qué no?
Compré el pasaje. Fue lo primero que hice. Y es lo primero que hago siempre que una loca idea de un viaje se cruza en mi camino. Por alguna razón siento que el ticket es un compromiso. Y es ineludible. El dinero plástico hace que pueda permitirme esos arrebatos. Después es cuestión de ir viendo cómo acomodar las finanzas. Pero el primer paso es fundamental. Puede que haya una cuota de arrepentimiento, de remordimiento, de preocupación justo momentos antes y después de hacer click y que el sistema procese la transacción. Pero ya está, la situación cambió y ya no hay vuelta atrás y lo que hay que hacer es empezar a dar los siguientes pasos. Ese primer movimiento lo había hecho con varios meses de anticipación. Todavía quedaba tiempo para preocuparse por el resto.
De acuerdo con la información que había leído, me convenía pasar unos días en Cuzco para aclimatarme, procurar que la altura no me afectara, hacer actividades tranquilas y recién después hacer el trayecto a Machu Picchu.
No pretendía hacer el Camino del Inca. Sólo quería conocer la Ciudadela y subir al Huayna Picchu. Sabía que hacer eso requería de una buena inversión, y también un buen estado físico. No contaba con ninguna de las dos cosas, pero tenía varios meses por delante. El siguiente paso fue comprar el tramo entre Lima y Cuzco. Después la entrada a la ciudadela y al Huayna. Y luego, el pasaje en tren. 
Llegué a Cuzco muy temprano por la mañana. Mientras que en Lima el calor era bastante agobiante, de pronto me encontraba recién llegada con un frío tan intenso que me hacía temblar por más que estuviera abrigada. Consulté allí mismo sobre alternativas que me llevaran del aeropuerto al centro de la ciudad. Me dijeron que los buses no me iban a permitir subir con la mochila así que la única opción era un taxi, pero que si en lugar de tomarlo en el aeropuerto, salía hasta la avenida, fuera del aeropuerto, seguro podría conseguir uno muy económico. Me daba mucha desconfianza porque los taxis de los aeropuertos no suelen tener muy buena fama en ninguna parte del mundo. Pero me arriesgué igual. Pagué menos de la cuarta parte de lo que hubiera pagado por un taxi saliendo desde la puerta del aeropuerto. Con 8 soles, fueron suficiente.
El taxi me dejó en la plaza principal, desde ahí tenía que caminar algunas pocas cuadras hasta el hostel. Había buscado uno cerca del centro para que me resultara mucho más fácil movilizarme. La oferta de alojamientos es muy amplia de acuerdo con los servicios que ofrecen. Reservé un hostel que quedaba a pocas cuadras, que funcionaba en una casa antigua, reacondicionada. Era una casa grande, muy grande, demasiado. El desayuno era escaso, y la cocina sólo era para uso del bar. La primera parte de mi estadía la pasé en ese lugar, pero no me convenció mucho así que al regreso de Machu Picchu, me alojé en otro hostel. 
El primer día, apenas dejé mis cosas, me fui a ver qué era lo que Cuzco tenía para ofrecer. Volví a la plaza. Los edificios que la rodeaban me habían llamado mucho la atención y quería observarlos con más detalle. Recovas, iglesias, callejuelas. Y la gente. Atuendos típicos, pero también otros atavíos  más preparados para las fotos. En los alrededores de la plaza las frases que más escuché fueron ofertas de tours y preguntarme si quería tomar algunas fotos por unas propinas.
Calles con adoquines, construcciones de estilo colonial, balcones realizados en madera, galerías. Una atmósfera particular. Los sentidos alertas dispuestos a dejarse sorprender. 
Una iglesia. Luego otra. En ese momento aún cerradas. Una plazoleta. Otra. Santa Teresa. Santa Clara. San Pedro. Y a medida que iba perdiéndome entre las calles, el sol iba aumentando la temperatura del lugar. Volví a la plaza principal atraída por una música típica que se escuchaba desde varias cuadras. Mientras observaba a un grupo de niños de un colegio que practicaban las danzas folclóricas, un guía me ofreció un tour por propinas que me pareció interesante. 
Las propuestas de caminatas por Cuzco con tours por propinas son bastante frecuente. Hay en español e inglés. Suelen durar unas tres horas. El entusiasmo que le ponen a la descripción es tan intenso que bien vale el recorrido y la propina.
En la caminata nos internamos en las callecitas, recorrimos una cooperativa de artesanías, fuimos a visitar unas ruinas arqueológicas, visitamos la piedra de los 13 ángulos, nos explicó los distintos períodos según el tipo de piedra utilizada en las construcciones y también la simbología típica de las creencias incaicas. Nos llevó hasta el Museo de Arte Precolombino, y nos sugirió no irnos de Cuzco sin visitar San Blas. Luego nos llevó hasta un mirador desde donde apreciar la ciudad. Para ese momento, el cambio de clima había sido radical. Del frío de la mañana, había pasado a un calor intenso cerca del mediodía, para luego nublarse y comenzar a llover. Terminamos el recorrido en un local donde nos ofrecieron la degustación del tradicional pisco sour. 
Por la tarde la lluvia se volvió un poco más intensa. Anduve un rato bajo la lluvia. Para mí era como andar en cámara lenta. Mientras estoy en viaje siempre los tiempos cambian. No tenía apuro, así que me senté junto al ventanal de un bar, refugiada en una tentadora torta de limón y una taza de té caliente, y miré la dinámica que imponía la lluvia. Algunos corrían, otros llevaban sus paraguas, otros caminaban apurados, iban con capuchas o muy pegados a la pared.
El cielo iba cubriéndose de oscuridad y el frío volvía a cobrar protagonismo. Entonces sí, decidí regresar al hostel. Esa noche, el frío se hizo sentir.
Ese día había pasado por la oficina de turismo, donde me habían facilitado un mapa e información sobre los lugares más interesantes para visitar en la ciudad. Allí mismo compré el boleto turístico que me habilitaba para visitar 14 atractivos tanto de la ciudad como de sus alrededores. Hay otros boletos parciales, pero en la relación costo-beneficio, si pensaba aprovechar mi estadía para visitar varios de esos lugares, me convenía comprar el boleto completo y fue lo que hice.
Con el nuevo día, y pensando en esto de aclimatarme, me pareció bien seguir recorriendo la ciudad y comenzar a aprovechar el ticket turístico. Salí con intención de visitar el Museo Histórico Regional, pero en el camino decidí cambiar de destino.
El Mercado de San Pedro fue como un imán. El predio es enorme. Antes de salir del hostel, no me recomendaron que lo visitara. Dijeron que era un lugar típico para las compras de los lugareños, que no tenía atractivo y que además las zonas de los alrededores eran un límite que no me convenía atravesar porque no era linda zona y había que tener mucho cuidado. No me entusiasmaba la idea de meterme en la boca del lobo, pero sí, conocer un lugar típico y cotidiano. 
Ya en la cuadra previa había algunos vendedores apostados en la vereda con ofertas de comidas, productos importados, hierbas aromáticas, algunas frutas. Hombres de tez trigueña, mujeres con las marcas del tiempo en el rostro, en las manos, largas trenzas, cabelleras cubiertas con sombreros. Era todo tan llamativo que la lente indiscreta de mi cámara debía hacer esfuerzos para contenerse. No quería incomodarlos, al tiempo que imaginaba que mientras querían escapar de los clicks, estaban un poco resignados a aparecer en las fotos de los turistas que visitan la ciudad.
Entré al mercado. En los primeros puestos se vendían suéters, mochilas, gorros, y muchos artículos típicos. Avancé un poquito más, y unas mujeres muy amables y sonrientes ofrecían jugos de diversas frutas. Más adelante, seguía la venta de verduras, las legumbres, las especies. Era todo un submundo que resultaba atractivo. Mientras lo recorría, me recordaba un poco a los tiempos de mi infancia cuando íbamos con mi mamá y mis hermanos a la feria que funcionaba a las pocas cuadras de casa. Caminábamos entre los puestos y encontrábamos de todo. Productos frescos, comestibles, de mercería, plantas, ropa. Era una odisea andar entre la gente, y las preguntas así como las ofertas, tenían una musicalidad que era particular y entretenida. 
Hacia el fondo se encontraba la parte de carnicería. Me asombró ver cómo se aprovechaban todos, absolutamente todos los cortes. Todo estaba expuesto a la vista, sobre el mostrador. Entonces recordé que el chico del hostel me había dicho que parte de lo que más llamaba la atención de Cuzco era que prácticamente no necesitaban heladera porque la temperatura ambiente conservaba bien los alimentos.
En un sector contiguo estaba el comedor. Largas mesadas alrededor de donde se preparaban los platos. La sopa era lo más solicitado. Pero había otras opciones a precios realmente muy económicos.
El recorrido por el mercado fue como una pintura de la dinámica cotidiana. Era entretenido, llamativo, atractivo. Había todo tipo de productos. Incluso venta de flores, muy hermosas y coloridas. 
Una vez que salí, me dirigí hacia el Museo Histórico Regional. El edificio, de estilo colonial, era una buena representación de la arquitectura típica. A medida que iba recorriendo las salas, fui conociendo un poco más acerca de las culturas originarias. Después, fui hasta la Iglesia de Santa Teresa que estaba abierta, y entré. Como en todas las iglesias de la ciudad, está prohibido tomar fotografías. Y también, como todas, era una iglesia bella por fuera y por dentro.
Así como hay un ticket para visitar los sitios turísticos más representativos de Cuzco y sus alrededores, hay también un ticket para visitar varias de las iglesias. La Catedral, la Iglesia de San Blas, la de San Sebastián, el Museo de Arte Religioso. Compré el ticket, esencialmente quería conocer el complejo religioso de la Catedral y realmente me asombró. Hay un servicio de audioguía que es muy útil para conoce detalles e historia del lugar. La riqueza ornamental del conjunto era impresionante. De pronto, aquello que había estudiado cuando cursaba la Licenciatura en Turismo vino a mi memoria. Por entonces resultaba tan lejana la posibilidad de conocer esas construcciones con su estilo barroco plateresco, la ornamentación recargada, las tallas en madera, en plata, las pinturas de la Escuela Cuzqueña. Todo eso que antes eran descripciones volcadas en apuntes, cobraban vida frente a mis ojos. La belleza era realmente estremecedora.
La Iglesia de San Blas también facilitaba la posibilidad de audioguía. El recorrido por la iglesia era más breve, pero también muy rico. Una escalera estrecha conducía hacia un balcón desde donde observar la ciudad. Allí permanecí largo rato mirando la vida que se desarrollaba más abajo. Las mujeres vestidas con sus atuendos típicos y acompañadas de llamas que ofrecían una perfecta escenografía para quienes quisieran llevarse fotos de recuerdo. También una feria artesanal y muchos locales para la comercialización de artículos religiosos que realmente eran verdaderas obras de arte. 
Antes de viajar había averiguado sobre la Montaña de los Siete Colores. Me entusiasmaba la idea de conocerla, pero había leído que era un trekking bastante difícil. Si bien quería hacer la excursión, dudaba mucho por mi condición física, y por la altura. Mientras recorría la ciudad, aproveché para averiguar qué posibilidades tenía de realizar esa excursión. No quería que hacer el trekking me afectara en la posibilidad de hacer el recorrido por Machu Picchu y tenía pocas posibilidades de hacerla luego.
Mientras miraba un cartel que promocionaba los tours, se me acercó un vendedor, bastante insistente por cierto, y no pude evitar que me invitara a entrar al local donde me explicarían un poco mejor acerca de la excursión. Me pidió que lo siguiera, y mientras nos internábamos bien al fondo de una galería comenzaba a preocuparme por haberme dejado llevar. La galería tenía un pasillo muy estrecho y la agencia estaba en un recoveco que estaba vacío. Pensé en escaparme pero mientras dudaba, apareció el vendedor en cuestión. Me invitó a pasar, me explicó cómo era el recorrido. Le pregunté acerca de las dificultad que implicaba la altura, la distancia, la caminata en sí misma sabiendo que era en ascenso. Me dijo que no habría inconvenientes. Me mostró un vídeo. Me dijo que era más difícil la subida al Huayna. Le objeté que temía los efectos de la altura. Argumentó que si ya llevaba dos días en Cuzco y no había tenido síntomas de mal de altura, no tendría por qué preocuparme. Dudé. Y en mi duda, él vio una oportunidad. Me rebajó tanto el precio que me parecía un despropósito no aprovecharlo.
Contraté. Al día siguiente a las 3 de la madrugada pasarían por mí. La idea de levantarme tan temprano me preocupaba, era casi como no dormir y pensaba que eso también iba a afectarme. Antes de salir del local vi que había varios palos que servían como apoyo durante el trekking. Le dije que iba a necesitar uno, y me informó que los alquilaban. Me reí incrédula, y le retruqué que no podía cobrar por el alquiler de un palo. Finalmente dijo que me lo prestaría de modo excepcional. Así como cuando saco un pasaje el destino de mi próximo viaje no tiene retorno, una vez que contraté la excursión, la decisión no tenía vuelta atrás. Ya estaba en el baile, tenía que bailar... O mejor dicho, caminar. Pero eso, es motivo del siguiente post!






































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