domingo, 22 de febrero de 2015

Tilcara, la vida es un carnaval

Tilcara es una ciudad pequeña con una sonoridad atractiva. Es dueña de una belleza simple y deslumbrante. Beneficio derivado de su privilegiada ubicación en la Quebrada de Humahuaca.
Su vida apacible, de ritmo lento, de calles estrechas y casas bajas, de días de sol y noches frescas, todo parece revolucionado con la llegada del carnaval.
Como una catarata inagotable que inunda todo, la alegría, tradición y cultura fluyen naturalmente
arrastrando a su paso los sedimentos de raíces que se hunden hondo en el pasado para florecer con fuerza entre febrero y marzo.
El carnaval es una celebración antiquísima que está muy arraigada a la cultura de los pueblos cuyas manifestaciones son diversas y que, de un tiempo a esta parte, instalaron a Tilcara como epicentro de una celebración que deja ver varias aristas.

El lado A
La mística del carnaval tiene la impronta de la alegría. Así como en la antigüedad se realizaban fiestas en honor a Baco, el dios del vino, donde los excesos no sólo estaban permitidos sino que eran bienvenidos, en el carnaval la alegría estalla.

La celebración del carnaval tiene sus orígenes hace miles de años. Probablemente cinco mil años atrás. La costumbre, que se expandió a toda Europa, logrando mayor arraigo en las poblaciones de creencias católicas, llegó a América a través de los conquistadores que, como es sabido, lograron imponer sus tradiciones en el nuevo territorio.
Tilcara, así chiquita como es, se vuelve cada año un refugio tentador para la exaltación de la alegría. Las ofrendas a la Pachamama, el agradecimiento por los cultivos, y todo lo que ella provee, son parte del ritual que da origen a la celebración. Una vez que el diablo es desenterrado, se desata la festividad, y con ella la locura. Todo es júbilo, exceso, gozo. Hay que festejar. Y se festeja a lo grande.
Las murgas se pasean por las calles esparciendo dosis desmesuradas de felicidad. Los acordes musicales se escapan de los instrumentos de viento y percusión. Suenan con intensidad y de manera constante. Son la banda sonora que acompaña a la escenografía de la ciudad durante días y días.
El diablo, desenterrado y liberado, se apodera del colorido de los trajes que se mueven vertiginosos al ritmo de la música. Diablos y diablitos deambulan por la ciudad haciendo sonar sus cascabeles.
Las agrupaciones murgueras cantan y bailan, y lo hacen con tanta pasión que la gente que los acompaña, locales y visitantes, se contagian y todos se suman a la alegría. Es que la diversión estalla y se transforma en montones de personas jugando como niños con espuma, papeles de colores, témpera de distintas tonalidades, talco. Todo sirve para celebrar el carnaval. Y es emocionante verlos disfrutar con energía, espontaneidad y pasión.
Hay un sentido de pertenencia que se manifiesta en la simpatía con cada agrupación. Cada una de las murgas atrae a su público que la sigue en su recorrido por todo el pueblo hasta las casas de las familias que les han realizado la invitación. Es como un delivery de carnaval. Una invitación y la murga está ahí, festejando en vivo y en directo.
Por supuesto que el alcohol es un componente esencial. Los bidones, tetra y cualquier recipiente que lo contenga circulan de mano en mano, o de pico en pico, mejor dicho. Es que el alcohol no se le niega a nadie. Con tanto estímulo, la festividad se prolonga hasta que sale el sol. Nunca se detiene, pero aún así, cada día vuelve a comenzar.
La plaza principal es el punto neurálgico donde todo el mundo se congrega. Pero nadie en el pueblo queda excluido. Porque las murgas se pasean por todas las calles. Y el ambiente está tan cargado de carnaval, que se carnavalea aunque no se quiera.
El acontecimiento es un fenómeno relevante para Tilcara. De pronto, su protagonismo se realza y alcanza dimensiones que superan el entorno de la provincia, de la región y se proyecta hacia todo el país. Mucho es el público que llega atraído por la magia del carnaval y su mística no se hace esperar. Aunque te resistas, el carnaval no va a soltarte.







El lado B

El carnaval de Tilcara alcanzó tanta trascendencia que actúa como un imán para todo el que quiera conocer cómo es la mística del carnaval norteño. Y eso, que genera una buena cantidad de ingresos a la ciudad, también provoca algunos desajustes.
Por empezar, la llegada a Tilcara es por lo menos caótica en tiempos de carnaval. La caravana de vehículos que llega a la ciudad parece no tener fin. A paso de hombre por momentos, y con la imprudencia de los conductores ansiosos que por no esperar y respetar las normas de tránsito, eligen transitar por la banquina de mano y contramano, o directamente lanzarse al carril contrario para avanzar algunas posiciones, sin importar la espera de otros conductores y poniendo en riesgo la vida propia y ajena.
Tilcara es un hormiguero y cada vehículo es una hormiga que trabajosamente lleva como cargamento litros de Fernet, Coca Cola, y otras bebidas y packs de nieve en aerosol. Dueña de un paisaje hermoso, la belleza de la Quebrada queda opacada por la atención que despierta el inusitado caos del tránsito.
La entrada a la ciudad está colapsada. Pero no es sólo la entrada, a decir verdad. Todo está colapsado. La capacidad de carga es ampliamente superada. La falta de alojamiento provoca que las carpas se instalen en cualquier lado. No hay infraestructura suficiente para recibir a tantos turistas.
El fenómeno, como tal, es algo extraordinario. Los precios alcanzan niveles excesivos. Como todo. El precio del alojamiento llega a cuadruplicarse durante los días de carnaval. Y se exige un mínimo de noches de estadía, generalmente cuatro. Algo que no tiene demasiado sentido, puesto que aún sin esa limitación la capacidad sería igualmente cubierta. Se obliga a los visitantes a permanecer durante varios días en la ciudad, sumándose a ellos, los que llegan y ya no encuentran alojamiento ni en hoteles ni en casas de familia, ni campings.
La demanda es tanta, que los servicios se ven colapsados. Los servicios de telefonía celular no funcionan, como tampoco internet. Se colapsan los servicios de energía eléctrica, provocando apagones, y falta de agua.
Por supuesto que tampoco hay servicios sanitarios suficientes. Ríos de orina inundan las calles, y la pestilencia no sólo permanece, sino que se concentra con el correr de los días.
El alcohol se consume en exceso. Es casi una obligación. Las invitaciones no hay que despreciarlas. y entonces se termina tomando por tomar. El alcohol se vende por balde, y a pesar de la inflación, es lo que más barato se consigue.
Las latas de aerosol, los envases de bebidas alcohólicas, los pomos y potes de témpera generan grandes cantidades de residuos que son arrojados inevitablemente en las calles.
También es necesario tomar recaudos frente a situaciones de inseguridad y arrebatos. En el fragor del baile, suelen ocurrir algunos hurtos de dinero y teléfonos.
De alguna manera, el comercio le termina ganando la pulseada a la tradición, a los valores culturales, a lo genuino y auténtico.

El carnaval es un fenómeno único, divertido, tradicional y de una riqueza cultural muy fuerte. Que su espíritu no se desvirtúe es lo único que permitirá preservar su identidad y que la festividad no se agote como recurso turístico. El carnaval en Tilcara es una experiencia que hay que vivirla, pero en tanto más masivo, menos capacidad de disfrute. No es necesario permanecer tres jornadas completas en la ciudad para descubrir su mística, con un rato, es suficiente.

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