El cerro Nevado de Cachi, con 6380 metros sobre el nivel del mar, es el más alto de los Valles Calchaquíes y el responsable del nombre. de esta pequeña población. En sus distintas acepciones hace referencia al blanco de la sal, que es el color de la nieve que se divisaba en su cima, al silencio del lugar y al clima agradable. Cualquiera sea el verdadero origen, finalmente la identidad se configura con todo aquello.
En Cachi es todo lindo. El viaje, y la propia localidad. Uno podría sentirse Blancanieves entrando en la casita de los enanos. Todo parece diminuto y encantador a la vez.
Llegar a Cachi, desde la ciudad de Salta, implica hacer un recorrido de varias horas por paisajes diversos y verdaderamente bellos. Se atraviesan las rutas nacional 68, la ruta provincial 33 y la ruta nacional 40. En ese itinerario de 160 kilómetros se recorre el Valle de Lerma, el parque industrial, las localidades de Cerrillos y La Merced, poblaciones que viven de la industria del tabaco, de las plantaciones de verduras y de la comercialización de lana de vicuña. Superada esa zona, se ingresa en la Quebrada de los Laureles y se transita por la exuberante vegetación de las yungas.
El paisaje cambia notablemente rumbo a la Cuesta del Obispo. Mientras se circula por la zigzagueante ruta, el entorno regala postales mágicas. El verde intenso que cubre los cerros, el colorido de la roca en cuyas cimas conforman su hogar los cóndores. Las aves de magníficas dimensiones que planean con las corrientes de aire se dejan ver de vez en cuando, y el combo resultante es completamente hipnótico.
Más de doscientas curvas y contracurvas configuran un paisaje de ensueño. Todo el panorama puede apreciarse desde distintos ángulos. La composición de la escena es tan creativamente perfecta que emociona. Las nubes cuando circulan bajas ocultan con su humedad un cuadro de colores intensos cubriéndolo todo con un blanco que enceguece. En cambio, cuando el sol domina con su brillo, la nitidez de un cuadro que puede apreciarse en cada uno de sus detalles, parece prolongarse hasta el infinito. En lo alto, un mirador es la postal obligada para inmortalizar el paso por el lugar.
La escenografía siguiente va a llenar el horizonte de cactus que se prolongan ilimitadamente hasta donde alcanza la vista. El sendero interpretativo del Parque Nacional Los Cardones, diseñados a orillas de la Recta de Tin Tin (perfecta obra de ingeniería que desarrollaron los incas y que sobrevive al paso del tiempo, ya que fue sobre su huella que se construyo la ruta), conduce al visitante a conocer los misterios de la especie que habita esos territorios. Más allá las sierras pintan un paisaje colorido que mezcla la tonalidad de sus minerales: el verde del cobre, el amarillo del azufre y el rojo del hierro.
El mirador del Nevado de Cachi está emplazado en un espacio natural que al costado de la ruta permite obtener las mejores vistas del cerro. Pero no es lo único. Esa parada obligada, es una muestra gratis del micromundo que encierra en ese lugar. Una apacheta erigida en honor a la Madre Tierra, a la que se le pueden agregar piedras para pedir un deseo o para agradecer una bendición. Una construcción realizada en adobe recrea los ranchos construidos por los propios lugareños que habitan en la zona. Y en ese contexto, qué mejor que instalar unos puestos de productos típicos y artesanías. Mientras que los turistas podrán obtener un auténtico souvenir, los preciados ingresos contribuirán al bienestar de la comunidad local, cumpliendo de ese modo con uno de los efectos positivos que tiene el turismo.
La visita a los puestos propone un viaje dentro de otro viaje. En una mesa se acomodan prolijamente bolsitas que explotan de colores y aromas. El amarronado del comino, el rojo intenso del ají, el verde pastel del apio, la mixtura del chimichurri, el amarillo del azafrán, cúrcuma, orégano, maca, pimentón, tomates disecados. Ordenadas por colores, la mezcla de aromas transporta hacia los platos más tradicionales, a las tareas de cultivo y elaboración de los condimentos, a la ruta de las especias, al comercio entre poblaciones, a la historia más remota entre las civilizaciones. Cerrar los ojos e imaginarse mapas, travesías. Pasearse por entre los paquetitos, oler cada una de las fragancias, es como hacer un viaje a la India en un instante. Luego, en la mesa contigua se suceden diversos tipos de porotos y las semillas de chía, Se acomodan frascos de dulces y botellas de vinos artesanales.
En Cachi se cultiva alfalfa, maíz, pimientos. Hay viñedos con los que se elaboran vinos orgánicos. También se cría ganado ovino y caprino. Y el turismo es otra de las actividades económicas que permite el desarrollo de la vida entre la población, sobre todo a partir de la pavimentación de las rutas de acceso.
A las puertas de Cachi, el río Calchaquí arrastra aguas amarronadas, llenas de sedimentos. Es el mismo color que teñirá luego las casas del pueblo. El puente que atraviesa el río permite llegar al corazón de Cachi. La plaza principal con canteros hechos en piedra contienen cardones, está rodeada por los edificios de la municipalidad, informes turísticos, el Museo Arqueológico Pío Pablo Díaz (con piezas antiquísimas) y la iglesia. El templo, declarado Monumento Histórico Nacional, data del siglo XVI, y en su interior guarda piezas construidas en madera de cardón.
El poblado tiene construcciones realizadas en adobe de paredes blanquecinas, y puertas y ventanas de tamaño reducido. La simpleza de los materiales y del diseño llaman la atención. Porque no se necesita más para crear un entorno en armonía, donde menos es más. La belleza de lo simple se pone de manifiesto rescatando el valor de lo propio, de lo auténtico, de lo artesanal. A pesar de las nuevas tecnologías, en Cachi las construcciones son un culto a la tradición. El paso del tiempo parece haberse estancado allí, en ese enclave de los Valles Calchaquíes.
La historia se vivencia en cada artesanía, acompaña en el paseo por cada calle, dice presente en la fachada de cada una de las casas. Un patrimonio intangible que le da cierto poder de encantamiento. También forman parte de su riqueza los recursos naturales, el río, los cerros, entre los cuales se dibujan senderos de trekking. Desde lo alto de los miradores ubicados en cada punto cardinal, la vista permite apreciar todo el entorno del poblado. Casi como tocar el cielo con las manos.
El tiempo, hechizado, está encriptado en Cachi. Y eso ya es motivo de curiosidad. Es como un truco de magia que sorprende y entusiasma. Expresión minimalista del universo, en ese paraje entre los cerros y el río, efectivamente se encuentra un cachito de todo.
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