Viajar a Brasil siempre me había generado temor. Un país grande, ciudades enormes, y yo sintiéndome tan individualmente insignificante. Tenía otros destinos por conocer antes de viajar a Brasil. Así fui demorando mi llegada a ese territorio. Y cuando llegó el momento de enfrentar los miedos, si había una ciudad por la que tenía que empezar, era Río.
Brasil es un país tan grande como multifacético. Cuando cursaba la licenciatura en Turismo, lo había estudiado. Y si bien hay múltiples regiones que son atrapantes, Río de Janeiro me resultaba más que interesante por su riqueza cultural y sus atractivos naturales.
Cuando ya tenía decidido que viajaría a Río, empecé a buscar información para materializar mi viaje. Hasta el momento la gente que conocía esa ciudad me había hablado de sus experiencias que por lo general eran muy positivas. Sin embargo, al leer las noticias, observaba que el panorama se presentaba complejo. Hablaban de una gran crisis generada por la corrupción con posterioridad a los Juegos Olímpicos. Todas las versiones que circulaban hablaban de una situación de empobrecimiento e inseguridad. Pregunté en algunos foros de viajeros a quienes hubieran visitado el lugar recientemente y las respuestas eran diversas, algunas reforzaban la situación de crisis y la recomendación de sólo circular con lo mínimo indispensable, no salir sola y ni hablar de llevar una cámara de fotos que no sea la del celular, e incluso de llevarlo oculto, tomar la foto y guardarlo inmediatamente. Otros hablaban de los peligros como en cualquier otro lado, y los menos, decían que estaba todo bastante normal.
Las crónicas hablaban de los turistas como el blanco elegido para los robos, tanto en las calles como en las playas. Mencionaban la modalidad de ataque tipo piraña, donde un grupo de personas invadía las playas asaltando a todo aquel que encontrara en su camino. La quiebra del municipio tenía como resultante que los servicios públicos, la salud, la seguridad, el transporte se encontraran de paro, lo cual generaba una sensación de caos total y de inseguridad absoluta. Si antes de leer las crónicas, Brasil me generaba temor, luego de hacerlo y ya con pasaje en mano, la incertidumbre era aún peor.
Pero si algo me había llevado a sacar el pasaje y a planificar ese viaje, fue la enorme sensación de que ya era tiempo de enfrentar los miedos. El temor paraliza, y no quería tener más esa sensación de estar paralizada, de estar dominada por los miedos. No quería que un lugar del mapa me fuera vedado por el temor. Viajar a Río no era un acto de valentía, era una necesidad desesperada por asumir que el temor existía y que necesitaba enfrentarlo.
Sin dudas los viajes me han enseñado mucho. A través de analogías, metáforas, y de grandes o pequeñas lecciones, hay enseñanzas que casi descaradamente se meten en mi equipaje de regreso. Aprendí a viajar más liviana y a volver con un cúmulo de experiencias que se acumulan en mi mochila.
Viajar siempre tiene un significado especial para mí. Pero este viaje a Río, lo era aún más. Me debatí mucho con los temores. Iba a viajar, estaba decidido. Pero ¿qué iba a hacer sola en esa ciudad? ¿Cómo iba a manejarme? ¿En qué parte de la ciudad iba a hospedarme?
Los alojamientos que me habían recomendado estaban la mayoría sin disponibilidad para las fechas de mi viaje. Eso ya era también un rasgo de incertidumbre porque si bien había decidido que me hospedaría en Ipanema, no me quedaban muchas opciones. Algunos eran bastante elevados en su tarifa, otros quedaban un poco más lejos de la playa y muchos directamente no tenían disponibilidad. Busqué las recomendaciones, revisé páginas y comentarios. Finalmente me alojé en un hostel a pocas cuadras de la playa y a pocas cuadras del Jardín Botánico. Era una zona residencial. Sólo me quedaría pocos días. Iba a repartir mi estadía entre Río, Ilha Grande y Paraty.
La llegada a Río fue al anochecer. En el stand de Turismo que se encuentra en el aeropuerto, no me recomendaban tomar el bus. Por mi seguridad, me aconsejaron tomar un taxi ya que era feriado y aunque me decían que la situación en Ipanema era bastante tranquila, igual no era recomendable andar sola, recién llegada y al anochecer por esa zona. Mis temores otra vez golpearon en mi mente. Siempre existen esas trampas. Pretendés dejar los temores de lado y alguien te los trae de nuevo, de puro vicio. O no. Pero ahí estaba yo con mi lucha, enfrentándolos.
Debo confesar que esos primeros instantes me resultaron turbadores. Creí que entendería mejor el portugués, pero no recordaba los términos, mi oído no estaba entrenado. Y aunque me esforzaba, no lograba traer a mi memoria los estudios del idioma de la facultad. Así que me encontré tratando de adivinar lo que me decían. No es un idioma tan complejo. O casi. Pero quizás era parte de la trampa, me sentía un poco confusa y eso hacía que entendiera menos. Nota mental, apenas pueda, volver a los estudios de idiomas.
La primera cuestión a resolver era el cambio de moneda. Un señor empezó a abrumarme con el cambio. Me seguía. Me vio avanzar en dirección a la casa de cambio y arrancó con su insistencia. Me preguntaba cuánto quería cambiar, me hablaba de un costo de comisión que no me iban a cobrar, y todo esto dicho muy rápido y yo tratando de comprender. Pero me lo dijo tantas veces que era imposible no entender. Efectivamente me ofrecían un cambio oficialmente poco conveniente.
Decidí seguir al hombre hasta el puesto de remises con el cual operaba. No entendí mucho de lo que me dijeron pero no me convencía la posibilidad de que me dieran dinero falso. Retrocedí sobre mis pasos. El hombre me siguió. Le dije que le agradecía pero prefería que me dejara tomar mi decisión. Apenas caminé unos pasos y ya otro hombre también iniciaba su juego de insistente oferta. Mientras trataba de deshacerme de él, el primero volvió como marcando territorio. Ya un poco molesta, me dirigí hacia otra ventanilla, esta vez del banco local, y ahí luego de una pequeña puja, conseguí que mejoraran su oferta y no me cobraran comisión. Tan mal no estuvo.
El siguiente paso fue averiguar cuánto me costaría el taxi hasta la que sería mi casa por unos días. Y también la desconfianza acerca de lo que me cobrarían. No me quedaba otra que confiar. Ahí empezaba la primera lección. La siguiente fue al llegar, cuando le pagué lo acordado al taxista, y me dijo que esa era la tarifa... sin contar la propina. Así que la siguiente cuestión fue tener muy presente el tema de las propinas.
El hostel era pequeño, y dentro de todo estaba bastante bien. A poco de llegar, inesperadamente, se largó un aguacero. Así que me quedé allí y esa primera noche me fui a dormir sin cenar. Al día siguiente era como el momento inaugural de mi estadía en esa ciudad. Como siempre, la lluvia en su transcurrir limpia, se lleva muchas cosas, bendice, sana. Creo que gran parte de mis temores se fueron con ella. Así que luego de desayunar, salí a recorrer los alrededores. Caminé, claramente, en dirección a la playa. Tenía mucha necesidad de encontrarme con el mar, de introducirme en ese paisaje tantas veces visto en las postales.
Era temprano. Mientras caminaba me entretenía observando esa peculiar rutina de la gente que trabaja en "una oficina tan bonita". Observaba cómo los vendedores iban llegando con sus carritos, y cómo otros abrían y acomodaban sus productos en sus chiringuitos. Había algunas personas jugando al voley, otros corrían. Era como formar parte de una rutina que me era ajena y que me hacían sentir un poco extraña y otro poco maravillada. El mar con su vaivén sereno, los morros recortándose a lo lejos, y no tan lejos, una musicalidad en la entonación, en las palabras proferidas por los locales. También a lo lejos se observaba la presencia de una bruma que poco a poco fue convirtiéndose en una amenaza.
Mientras caminaba por esas veredas con diseño de alto contraste que caracterizan a los distritos playeros de Río, la nubosidad fue incrementándose y las primeras gotas que cayeron tímidamente fueron el preludio de una lluvia que se instaló por varios días.
Pero la lluvia, para mí no simboliza otra cosa que bendición. Bueno, en la mayoría de los casos. Porque cuando acontece de modo desmesurado, las poblaciones afectadas no suelen percibirlo de ese modo. Lo cierto es que no era temporada de lluvias, pero a mí me tocó. La realidad es que caminé bajo la lluvia, no me importó demasiado que se incrementara en intensidad. Me resultaba parte de lo distinto. Me habían enseñado que las lluvias en Río son intermitentes, llueve de a ratos, pero enseguida sale el sol. Estaba confiada en esa afirmación. Además, no siempre los días van a ser soleados, despejados y con la temperatura ideal. En general, el imaginario de viajes no contempla (al menos, no mi imaginario) los días feos. Será porque el tiempo de viaje siempre me parece positivo. Caminé mucho tiempo bajo la lluvia. Me sentí bendecida por esa ciudad maravillosa.
Después de caminar largamente por la costanera, fue el turno de recorrer las calles comerciales. En eso andaba cuando me topé con el metro.
Con el sol ya asomando, la presencia del metro fue una señal. Lo tomé con dirección al centro. Pero me bajé mal, y terminé deambulando por unas calles que me recordaron a Once o Constitución, en Buenos Aires. Si bien al principio me preocupé por andar por esas zonas no turísticas, luego decidí aprovechar la familiaridad resultante y tratar de andar despreocupada. De hecho, aproveché para comprar un adaptador para mis enchufes.
Después, fue el turno de la Iglesia de la Candelaria y los edificios tradicionales. Un lugar de visita obligada era la Catedral. El edificio de características particulares, construido entre 1964 y 1976, obra del arquitecto Edgar de Oliveira, tiene una fisonomía llamativa, muy visitada por los turistas. Sus vitrales son sin dudas, majestuosos. Fui a conocerla. Me interné en su interior silencioso y en penumbras.
Al día siguiente, fue el turno de visitar la Laguna Rodrigo de Freitas y el Jardín Botánico. Mi intención era alquilar una bicicleta y poder recorrer la zona con esa sensación de libertad que las dos ruedas proporcionan. Pero mientras mientras observaba las tranquilas aguas del lago, su avifauna, y la imagen lejana del Cristo Redentor, las gotas intermitentes comenzaron nuevamente a hacerse notar. Tuve que recalcular mis planes. Cambié mi rumbo hacia la zona comercial que tenía como ventaja al menos contar con algunos techitos para cubrirse cuando el agua se soltaba con más ganas. Entré a la Iglesia Nuestra Señora de la Paz, y luego seguí caminando hasta dar con la Feria Hippie de Ipanema que funciona en la Plaza General Osorio. Fue un largo perderse entre puestos de artesanía de distinto tipo.
Cuando paró de llover, el sol asomó tibiamente. Otra vez a andar por la costa. A sentarse a observar el mar, a los vendedores de coco, a los comerciantes de refrescos y snacks. Perder los pensamientos en ese paisaje hermoso, dejarlos volar junto con el viento que empezaba a soplar con más fuerza. Seguí caminando en dirección a Copacabana. Estaba en plena caminata cuando nuevamente se soltó una lluvia intensa. Aproveché para visitar el Fuerte y conocer un poco más de la historia de la ciudad. Recorrí varias salas y pasé largo rato observando a lo lejos el paisaje que ofrecía Copacabana. El mar se agitaba con fuerza a medida que el viento se empecinaba en revolucionar las aguas. Al culminar la visita, la lluvia seguía siendo intensa.
La lluvia fue protagonista durante mi estadía inicial. Fue al regreso de mi recorrida por Ilha Grande y Paraty que tuve margen para visitar Copacabana y la tradicional visita al Cristo. Los tiempos me apremiaban y no quería irme de Río sin conocer acaso su símbolo más emblemático.
Me habían recomendado contratar una excursión en la zona de Copacabana ya que mientras se camina por la senda contigua a la playa hay entre otros vendedores ambulantes, los que ofrecen diversos tours. El consejo incluía el regateo de los precios. Sin embargo, por los tiempos que manejaba, prácticamente no me convenía. Averigüé la forma de ir por mi cuenta. Tenía que estar un rato antes de las 8 de la mañana si quería estar entre las primeras personas dispuestas a comprar el ticket y el traslado en combi. El minibus me llevaba hasta la entrada, pero luego había que hacer trasbordo para completar la excursión en la base del Cristo.
Definitivamente la aglomeración existente a los pies del emblema de Río era enorme. Todos quieren la vista panorámica y la imagen del Cristo capturada en sus cámaras. La agrupación de gente es intensa. Incluso hay gente que parece haber alquilado una fracción de ese balcón por lo cual no se mueven del sitio en el que están apostados. Todos los demás se aglutinan detrás suyo tratando de hacer malabares para captar las imágenes. El día estaba espléndido y se manifestaba en una panorámica espectacular de 360 grados.
Dicen de Río que es una ciudad maravillosa. Aunque sólo pude tener una pequeña muestra, estoy en condiciones de afirmar que tiene bien puesto el mote. Me resultó fascinante. Atractiva. Bella. Llegué con mi lucha interna por vencer los miedos, tontos, infundados, quizá, pero muy míos y muy arraigados. Quizás a otras personas les pasen otras cosas. Esto es lo que me sucedió a mí. Llegué tratando de desafiarme a mí misma y desde el comienzo tuve la sensación de que Río me recibió con los brazos abiertos como los del Cristo, me bendijo con su lluvia y me abrazó con cuidadosa calidez. De todo lo que había escuchado previamente, noté que se podía circular aunque efectivamente había que hacerlo con cuidado. También noté una gran presencia de indigentes en las calles. Mucha gente durmiendo en las veredas de las avenidas, en las puertas de los edificios. Muchos niños pidiendo algo, monedas, comidas, un gesto dadivoso. Y que esa presencia era más notable en Copacabana que en Ipanema. Sin embargo, en Ipanema el contraste me resultaba todavía más impactante porque la fisonomía del barrio es más exclusiva. Escuché historias de gente a la que le habían robado, de asaltos más o menos violentos, de recomendaciones de evitar zonas como los Arcos de Lapa sola, sobre todo por la noche, y la zona de playas cuando oscurece. También me habían aconsejado no utilizar tarjetas para evitar que la replicaran. Sin embargo, tuve que hacer uso del plástico y por fortuna, no tuve inconvenientes.
Me quedó mucho por conocer en Río. De alguna manera, fue como un animarme de a poco, un ir tomando confianza lentamente. Tardé tanto en desembarcar en Río, que me asombra todo lo que pueden paralizar los miedos. No creo que pase mucho rato hasta que vuelva a internarme en sus calles, a caminar por sus playas y a recuperar el tiempo perdido porque de alguna manera, siento que ahora, me río de los miedos.
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