Ese día había amanecido lloviendo. Mientras
desayunaba veía a través de los ventanales del hostel las montañas, las nubes
cargadas de humedad y el aguacero que se despachaba a sus anchas. El café
caliente y el pan casero con dulce de frambuesas también casero eran un buen
refugio para un día que se presentaba con bastante mal clima. Había consultado
el pronóstico extendido días antes de viajar, y ya el anticipo era que me
tocaban días grises. Esa previsión había fallado, y en cambio, había gozado de
lindos días. Un día de lluvia me tenía que tocar.
Supuse que iba a quedarme todo el día en el
hostel. Había un plasma y un sillón que frente a ese panorama formaban un buen
plan. Sin embargo, con el correr de los minutos, el aguacero fue mermando y me
animé a salir.
Chispeaba un poco aún cuando inicié mi
itinerario hacia el centro. Caminé hasta la plaza, y tomé el colectivo que
justo estaba cargando gente con destino al Mallín Ahogado. Una vez más, un
chofer se convirtió en mi guía. Le dije que quería ir a las cascadas pero
también hasta el museo de piedras patagónicas. Me recomendó que me bajara en el
museo y desde allí comenzara a descender. Fue lo que hice.
El camino que atraviesa el colectivo una
vez que sale del éjido urbano es de ripio y en ascenso. La vegetación es
abundante en árboles y arbustos. La lluvia permitió que el camino estuviera
agradable y que no se levantara tanta polvareda. En un momento, veo una liebre
correr desesperadamente delante del colectivo, hasta que finalmente se hizo a
un lado y se perdió entre las matas. Siempre logra maravillarme esa rapidez de
reflejos. Me siento en un entorno plenamente natural y eso me agrada
sobremanera.
Un rato después llego a mi destino. Un
letrero de madera indica que es el museo de piedras patagónicas. La entrada
sale 40 pesos. Hay una parte que está expuesta al aire libre y otra cubierta.
Apenas hago los pocos metros desde el camino hasta el corazón de la exposición,
me recibe una mujer que se revela como geóloga. Me explica en qué consiste la
muestra, me cobra la entrada y me anima a visitar el lugar.
Empiezo a observar con detalle y descubro
que me encanta. Me parece una buena iniciativa. Hay piedras por todos lados.
Hay árboles, pinos que hacen sentirse a una en un bosque maravilloso y lleno de
tesoros. Leo los carteles indicadores, observo, me sorprendo con la variedad de
piedras que se exhiben y pienso en el trabajo que deben representar. Después
ingreso a la parte cerrada donde hay además de piezas en exhibición, algunos
certificados y diplomas colgados. Los leo. Interesantes reconocimientos a la
existencia del museo y sus impulsores.
Recorro las vitrinas. Cuarzo, oro,
meteoritos y hasta piedra lunar encuentro. Wow! Hay también vitrinas donde se
exponen algunas piezas disponibles para la venta. Nuevamente me dirijo al
exterior y observo las piezas que restan. El resultado es enriquecedor. Me
parece una iniciativa muy buena y apta para todo público. Me siento feliz de
haber conocido el lugar. Cuando vi el folleto y me lo mencionaron en turismo no
lo vi como una alternativa atractiva. Quizá si la lluvia no hubiera obligado a
definir planes para un día gris no lo hubiera visitado. Pero conocerlo es una
buena alternativa y me felicité internamente por haber ido.
Después quedaba empezar a caminar con
destino a La Catarata, una cascada que quedaba a un buen trecho de distancia,
pero que por fortuna era en bajada. Caminé bastante, y agradecí que la lluvia
hubiera humedecido el camino. Cuando pasaba algún vehículo ya no me llenaba de
tierra, casi un milagro. Anduve bastante. Aunque no tenía referencias, siempre
pensaba que estaba cerca, y sin embargo, el acceso no aparecía. Al rato una
camioneta se detiene y se ofrece a llevarme. Le dije que iba cerca, y me dijo
que debían faltarme unos 3 kms todavía. Pensé que había caminado más. Era una
pareja, él se notaba lugareño, llevaba una boina como las que usan los hombres
de campo, y se lo notaba joven. Ella iba en el asiento de acompañante y apenas
dijo algo. Fue un viaje corto, pero me pareció bastante para lo que eran mis
expectativas de viaje. Realmente me faltaba bastante para llegar.
Entre la temporada baja y la lluvia, no había
paseantes. Recorrí un mini sendero hasta llegar a la caída de agua. Caminé un poco
por la orilla, tomé algunas fotos, y luego retomé el camino para bajar hasta La
Cascada Escondida. Caminé un buen rato sin que apareciera ningún vehículo. Al
rato, pasaron tres juntos, y una camioneta se detuvo. Era una mujer con su hijo
pequeño. Estaba acelerada. Subí, pero era un viaje corto y ella lo hizo todavía
más rápido. Me dijo que estaba apurada y competía con una camioneta blanca que
la pasó cuando se detuvo para llevarme. Apenas subí sentí un aroma a alcanfor
que me envolvió. Se lo hice notar, y me dijo con su voz eléctrica me comentó
que era porque se le había volcado la leche del nene, el día anterior y no
había tenido tiempo de lavar la camioneta y no quería que se llenara de olor
rancio.
Cuando me bajé, le agradecí y se fue
raudamente. Pensé en su generosidad, y en la suerte de haber descendido sana y
salva. Después caminé rumbo a La Cascada Escondida, que por cierto, estaba
bastante escondida. Estaba un poco cansada ya de tanta caminata, y el cielo me
amenazaba de vez en cuando con volver a lanzar su aguacero. Tenía pocas
referencias acerca del camino, pero como era el único posible caminé con cierta
tranquilidad. El entorno campestre, las flores blancas y rosáceas de los
árboles, los pajaritos, los corderos, todo me transmitía una sensación de
bienestar y de disfrute que se traducía en un andar lento y curioso.
Llegué al punto de ingreso a La Cascada,
tampoco había nadie por ahí. Estaba bastante inundado el camino, y algunos
espacios que daban a áreas de descanso. En el lugar había un jardín botánico, y
algunos senderos para caminar alrededor de la cascada y otro sendero
interpretativo. Uno de los senderos llevaba a conectar con La Cabeza del Indio,
pero como ya había hecho ese trayecto antes, sólo recorrí algo alrededor de la
cascada. Estaba todo bastante húmedo, y la amenaza de lluvia seguía. Sólo permanecí
un rato, y luego comencé el regreso.
Todavía faltaba un buen rato para el
horario de paso del colectivo. No quedaba otra que caminar lentamente. Pero mientras
hacía ese ejercicio, apareció un auto. Esta vez fui yo la que hizo dedo. El
hombre iba hasta el centro de El Bolsón. Trabajaba en la escuela agrotécnica
que estaba a orillas del camino y que me había llamado la atención porque vi
que tenían una llama. Después me contó que se trataba de un experimento de
adaptación de la especie al ambiente. Me resultó curioso el caso, pregunté un
poco más y así fue como me enteré de que la llama era muy guardiana, y que era
mejor que los perros para el cuidado de las ovejas.
Me habló de su trabajo en la escuela. Se
ocupaba del mantenimiento de las herramientas. Trabajaba allí desde hacía
bastante tiempo. También me contó que El Bolsón creció mucho, que hay mucha
gente que vino a instalarse desde otros lugares, y que ya perdió algo de la
intimidad que tenía antes. Dijo que eso había motivado que creciera un poco más
la inseguridad, pero que de todos modos seguía siendo un lugar tranquilo. Luego
de la charla amena, me bajé en el centro y recorrí un poco la calle principal
antes de volver al hostel.
Todavía había algunos vestigios de la feria
deshaciéndose alrededor de la plaza principal. Un grupo de jóvenes reunidos
sobre el césped ensayaba algunos ritmos con sus tambores. Los sonidos se
dispersaban en el aire y le imprimían al ambiente parte de su identidad.
Nuevamente fui hasta la Oficina de Turismo,
pero en este caso para consultar con el personal que atiende en la dependencia
de Montaña. Les pregunté si era posible con una lluvia como la de ese día, ir
hasta el Cajón del Azul. Me dijeron que esa zona es más húmeda pero que se podía
hacer si la llovizna era leve. Me indicaron que era necesario registrarse
previamente. Como ellos comenzaban a atender a las 8 y el colectivo que me
llevaba hasta el punto de inicio del sendero, tenía que tomarlo a las 7:30, me
dijeron que ya podía registrarme. Así lo hice, y volví al hostel procurando
descansar para la larga caminata del día siguiente.
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