viernes, 27 de noviembre de 2015

[#DIARIODEVIAJE] El viaje revancha – El Bolsón. El Cajón del Azul. Capítulo 8

El colectivo que lleva al refugio Wharton en temporada baja sale desde la plaza principal solo dos días por semana, los jueves y sábados. Tiene un horario por la mañana temprano y otro al mediodía, pero teniendo en cuenta que la caminata implica varias horas, el horario más tardío nunca fue una opción. La noche anterior al jueves había comenzado a chispear, y por la mañana había amanecido con lluvia. El sábado era la última opción para hacer el Cajón del Azul pero como el clima estaba muy variable, dejarlo para último momento implicaba el riesgo de no poder hacerlo. Así que como estaba decidida a hacerlo, preferí intentarlo el día viernes y asegurarme una última oportunidad para el sábado si fuera necesario. La tarde anterior me había inscripto en la Oficina de Montaña.
El colectivo que podía tomarme el día viernes hacía otro recorrido. Salía a las 7:30 de la plaza principal y me dejaba a unos dos kilómetros del Refugio Wharton, luego de dar una gran vuelta en sentido contrario al punto al que me dirigía. Eso implicaba levantarme muy temprano ya que además, desde el hostel, tenía dos kilómetros hasta el centro. Para estar lista para la larga caminata, por lo menos necesitaba desayunar bien.
Cuando me levanté todavía estaba oscuro. Desayuné con un cielo aún dormido, y el día no se había despertado al iniciar el trayecto hacia el centro. Si bien siempre me habían dicho que no pasaba nada, un poco de inseguridad sentía. Recordé la vez que en Sierra de la Ventana también salí cuando todavía era de noche, para alcanzar lugar para hacer el ascenso. Si había podido hacer eso, también tendría que poder con esto.
Llegué a la Plaza ya con claridad, y justo a tiempo para tomar el colectivo. El chofer se comprometió a avisarme dónde bajar. Pensaba en dormir un rato ya que recién a las 9 el vehículo iba a dejarme en el punto del camino donde tenía que bajarme. Pero el traqueteo del colectivo sobre el ripio lo hacía imposible. Observé por la ventanilla el paisaje, la vegetación, el valle, las pequeñas casas dispersas por acá o por allá. Siempre me llamaron la atención los hombres con vestimenta campestre. Y en ese trayecto vi varios. Pienso en que siempre aparecían caracterizados de ese modo en las revistas infantiles y cada vez que veo uno en la realidad me remiten a esa imagen de fantasía que tenía cuando miraba las revistas, algo así como que los gauchos eran cosa del pasado.
Empezar a caminar a las 9 de la mañana me generaba bastante pereza. Era como si mi cerebro continuara durmiendo a pesar del tiempo que llevaba levantada.Y creo que si no hubiera sido por la dificultad que ofrecía el terreno, hubiera seguido caminando buen rato como una zombie. Era camino de ripio con pozos y piedras sueltas, por momentos en ascenso o en bajada. Finalmente llegué a Wharton, el punto donde se iniciaba el sendero.
Empecé a caminar pensando en que tenía un largo trayecto por delante. A poco de andar un sonido insistente de toc toc llamó mi atención. Busqué entre los árboles y descubrí un pájaro carpintero gigante, como se llama a la especie que abunda en los bosques patagónicos. Vi uno, pero un instante después vi otros dos en un árbol contiguo. Intenté fotografiarlos pero la lente de la cámara no llegaba a captarlos con la nitidez que los estaba observando. Fue un lindo momento.
Al retomar la caminata, me di cuenta que la pendiente que estaba transitando era bastante larga y pronunciada, eso anticipaba la dificultad del regreso. En la Oficina de Montaña me habían recomendado ayudarme con algún palo si no tenía los de trekking. Fue un sabio consejo. Miré a mi alrededor y muy cerquita de donde estaba parada había un palo que se convirtió en mi compañero durante toda la jornada. Fue una gran ayuda tanto para cruzar arroyos, en las subidas y en los terrenos pantanosos.
El primer punto de referencia que encontré fue Confluencia, el punto de unión del Río Azul y el Río Encanto Blanco. En ese lugar hay un área de descanso y una cafetería que estaba cerrada, como casi todo en temporada baja. Un puente colgante cruza el Río Encanto Blanco y pocos metros más allá hay otro puente colgante para cruzar el Río Azul. Crucé los dos puentes, pero sobre el segundo no estaba segura. No había una buena señalización.
Tratándose de una época en la que no abundan los turistas, era difícil encontrar gente que fuera a hacer la caminata. De hecho, los refugios estaban cerrados. Antes de llegar al Cajón del Azul tenía que pasar por tres refugios, que eran casi mis únicas referencias.
Después del puente seguí un camino pero no había ninguna indicación. Tuve que caminar un buen trecho en subida hasta encontrar un cartel que señalaba la dirección hacia los refugios. El camino que seguí sólo puede ser transitado por vehículos 4x4. Estaba bastante embarrado, y por momentos era muy pedregoso y las piedras resultan muy traicioneras a veces, tanto que derivan en malas pisadas y torceduras, cuando no en caídas. Por suerte no me pasó nada de eso. Era un camino ascendente que luego se convertían en trayectos descendentes. Altos y bajos que resultaban agotadores no sólo porque las subidas son cansadoras si no porque a cada larga subida continuaba una larga bajada, lo cual implicaba que la vuelta sería tan difícil como la ida. El primer arroyito fue un momento de quiebre. Tenìa que cruzarlo para poder avanzar. Siempre me costó cruzarlos, como si se tratara de una barrera mental. Pero lo crucé y avancé.
Hubo muchos momentos en los que me pregunté si seguir o abandonar el emprendimiento. No estaba muy segura. La falta de indicadores hacía que no tuviera referencias de cuánto faltaba y mucho menos saber si estaba en la senda correcta. Pero volver era como morder el polvo de la derrota, y tirar por la borda todo el esfuerzo previo de levantarme temprano, buscar un colectivo alternativo y toda la preparación mental realizada para encarar el desafío. Así que seguí.
Había atravesado un curso de agua estrecho y caudaloso a través de un improvisado puente construido con tres troncos. A pocos metros de ese cruce había un cartel apenas visible que daba indicios de la cercanía del primer refugio. Sin embargo, caminé un rato y no lo veía. Estaba transitando un camino ascendente muy agotador cuando por fin vi venir en dirección contraria a tres chicas. Fueron las únicas personas que me crucé tanto de ida como de vuelta. Ellas me alentaron a seguir y me dijeron que faltaba poco para llegar al primer refugio.
En La Playita encontré una vista hermosa del río Azul y un espacio que le hacía honor a su nombre. Aproveché para descansar un poco, tomar algunas fotos. Había mucha paz. Se escuchaba el transitar armonioso de las aguas del río, el chistido de algunos pájaros pero sobre todo se escuchaba el sosiego, la paz. Fue un lindo momento pero había que retomar la caminata. A partir de esa posta, todo fue mucho más agradable porque al menos sabía que tenía que pasar dos refugios más para llegar a mi destino. Anduve un buen rato caminando por ese sendero arbolado. Pasé por los ingresos a los refugios que me faltaban y finalmente me encontré frente a un cartel que me señalaba dos opciones. Podía cruzar el puente e ir al refugio o seguir las marcas en los árboles que llevaba directo al Cajón. Como yo quería ir al Cajón del Azul, y toda mi motivación estaba ahí, intenté seguir esas marcas. pero era imposible, se perdían entre intrincadas raíces y árboles dispersos en puntos que no tenían conexión. O al menos yo no las encontré. Decidí retornar y tomar el camino hacia el refugio, que ya sabía que estaba cerrado. Sin embargo, cuando llegué allí, vi que de la chimenea salía humo así que golpee las manos y salió un señor que me indicó el camino y me dijo que si cruzaba el puente podía seguir las marcas en los árboles y retormar la senda de regreso.
Después de la larga caminata, por fin estaba ahí, en el Cajón del Azul. Veía allá abajo, en el fondo del precipicio transcurrir las aguas del río y me parecía algo mágico. Fue un premio al esfuerzo. Un pequeño gran logro que fue importante para una jornada que se presentaba bastante difícil desde el comienzo.
La caminata había sido bastante difícil, por las características del camino, porque estaba sola y no había una señalización clara, porque no tenía señal y si tenía alguna dificultad no iba a poder pedir ayuda y eso me generaba cierta preocupación. Siempre pensé que esforzarse por alcanzar el propósito es algo positivo pero que tampoco hay que arriesgarse innecesariamente si se trata de una batalla perdida. Mientras emprendía el regreso reflexioné bastante acerca de las dificultades, de los objetivos, de las decisiones, de la voluntad. Me sentí feliz de haber podido, frente a todo eso, llegar a mi meta. Para otros no será un gran desafío, para mí lo era.
Para el regreso ya sabía lo que me esperaba, pero eso no hacía que me costara menos. Podría decir que todo el trayecto fue bastante llevadero a excepción del tramo final. Lo que al comienzo era una bajada tan complicada, se convertía en una subida insufriblemente extensa. Pero cuando llegué al punto de partida, el objetivo del día estaba casi cumplido. Pasé por la proveeduría y me compré un helado a modo de propio reconocimiento. Después caminé los dos kilómetros hasta el paso del colectivo, pero faltaba un rato todavía, así que decidí hacer dedo. Me paró una chica que iba un poco apurada. Pasamos a buscar a una amiga a La Catarata del Mallín Ahogado, y después nos encaminamos hacia el centro. Pasé por la Oficina de Turismo a dar aviso de que ya había regresado. Cuando me registré me pidieron un teléfono de un familiar, y había dejado el de mi hermana, no quería que la llamaran para generarle una preocupación si me olvidaba de dar aviso de mi llegada.
Fue una linda experiencia, pero más que por la belleza del paisaje, lo fue por lo que representaba el hecho de haber cumplido una meta. Los viajes siempre sirven para aprender, y en esta ocasión todo el día me la había pasado superando obstáculos, desafiándome y finalmente demostrándome que a veces los límites son autoimpuestos, que siempre se puede un poco más y que es cierto, con intentarlo, a veces no alcanza, ¡hay que hacerlo! Una gran lección práctica.





















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