sábado, 5 de marzo de 2016

[#DIARIODEVIAJE] Mar del Plata, mi cábala

Mar del Plata me enamoró hace tiempo. Tiene la comodidad de la ciudad y como tal, cuenta con mucha infraestructura turística. Hay líneas de transporte que llegan y van a distintas ciudades. Tiene cines, teatros, ferias artesanales, bares, restaurantes, confiterías y alojamientos para todos los presupuestos. Tiene playas variadas, algunas céntricas, otras más retiradas y agrestes y todo un ambiente costero que invita a disfrutar del mar.
El verano suele encontrarla agitada, desbordada, vertiginosa. En invierno está prácticamente desértica. Con mucho esfuerzo logró romper la estacionalidad y se convirtió en una ciudad para visitar en cualquier época del año.
Una escapada breve, de fin de semana, o una quincena de vacaciones o toda una temporada. Mar del Plata tiene siempre sus puertas abiertas a recibir a los turistas. El primero en llegar al inicio de un nuevo año, suele recibir homenajes en un evento transmitido por televisión. Sin embargo, para todos los que no tienen tal fortuna, ya el sólo hecho de llegar a esa ciudad es toda una recompensa.
Una ciudad que tenga el mote de "la feliz" augura un buen presagio. No puedo imaginar más que instantes memorables en un lugar como ese. Nada podría resultar más mágico que una ciudad que regala felicidad.
Mar del Plata fue la ciudad balnearia por excelencia para las clases adineradas de fines del siglo XIX. La llegada del ferrocarril le dio un gran impulso. La rambla y los edificios más emblemáticos como el Hotel Bristol, el Torreón del Monje, le dieron un toque característico a esa ciudad incipiente que quería convertirse en un balneario a la altura de la Costa Azul francesa. Su apogeo se prolongó durante las primeras décadas del siglo pasado. Cuando las condiciones sociales de los trabajadores comenzaron a incluir las vacaciones pagas y el aguinaldo, los sindicatos instalaron hoteles para sus afiliados y la fisonomía de la ciudad tuvo un cambio notable. Más tarde, las elites se retiraron hacia otros destinos como Punta del Este, y las clases medias coparon la ciudad.
Cada vez que viajo a Mar del Plata, y observo la Rambla, los lobos marinos, el edificio del casino, el Hotel Provincial, el Torreón y observo las playas y las avenidas, y la peatonal y el puerto, no puedo dejar de pensar en los orígenes de esa ciudad balnearia.
Regreso a esa ciudad alegre cada vez que puedo. Es una manera de volver a los orígenes. Es conectar con uno mismo en un lugar que mantiene la dinámica de la urbe pero que a la vez tiene mar, tiene una brisa que te acaricia, que te revoluciona y te tranquiliza.
El deseo de viajar siempre estuvo latente. Pero durante mucho tiempo las obligaciones terminaban solapando cualquier posibilidad de viaje. Alguna vez la situación se revirtió, porque así debía ser. En algún sentido, los sueños siempre deben estar primero. Aunque fuera un viaje pequeño, corto, breve, de alguna manera el deseo debería ser cumplido. Así fue como en una ocasión, casi a fin de año, decidí volver a Mar del Plata, y en un momento de comunión con el mar y el universo que me rodeaba, expresé mi deseo de viajar más. Al año siguiente, de un modo casi mágico, ese deseo se hizo realidad.
El año que siguió lo inicié en Mar del Plata. Fue como una promesa secretamente cumplida. Iba con intenciones de agradecer y también para redoblar la apuesta. Ese año, hubo más viajes. Desde entonces, la ciudad feliz se convirtió en mi cábala. Es la que inicia mi temporada de viajes.
Recién arrancaba enero. Era feliz porque iba a la feliz. Pero era más feliz porque en mi interior sabía que cada viaje que tenía en mente era una posibilidad concreta para sentirme feliz. Como una cadena de felicidad, y el secreto anhelo de que nunca se corte. Las horas de micro me resultaron agobiantes. No sé por qué motivo las empresas de transporte ofrecen como beneficio la posibilidad de comprar los tickets por internet con la ventaja de seleccionar la ubicaciòn y el número de asiento, si luego el micro que realiza el recorrido, no respeta el esquema mostrado en la pantalla. Había comprado mi pasaje solicitando el que está detrás de la máquina de café que suele tener espacio más amplio para estirar los pies. En cambio me tocó uno en el que estaba muy incómoda, que por supuesto no era el de la máquina de café.
El micro llegó a la terminal muy temprano por la mañana. Con un andar despreocupado, como redescubriendo cada centímetro que recorría, caminé por la avenida hasta la orilla misma del mar. La playa casi desértica, a esa hora recién parecía despertarse. Cuando puse mis pies en la arena y me encontré con ese vaivén perezoso, fue justo el momento donde comencé a sentirme en casa.
El día se presentaba radiante. Ideal para caminar largamente. Con cada paso que daba, el tibio sol de matinal iba incrementando la intensidad de sus rayos. No tenía muchos planes más que andar por la ciudad, transitarla, redescubrirla, vivirla. La conexión con ese lugar es tan fuerte que nunca siento que pierdo el tiempo. Ningún plan es un gran plan. Mis pies casi por inercia me conducen hacia la peatonal, la Catedral, el puerto, ir al teatro, el cine y mirar por horas el mar. No me canso de ver las mismas postales, aunque el lugar no cambie, el paisaje para mí siempre es diferente.
Caminar por esa amplia, extensa costanera es casi mi actividad favorita. Después de mucho andar, finalmente fui al hostel que sería mi hogar por unos días. Y la experiencia no fue de las mejores. Muy lejos estaba aquel lugar (el Hostel del Mar) de ser un "hogar, dulce hogar". A veces no entiendo por qué los dueños de hostels creen que pueden ofrecer cualquier cosa como alojamiento y cobrar como si te estuvieran brindando un alojamiento de lujo. El concepto de hostel no es ese, pero algunos lo confunden. Luego de pasar una noche en ese lugar horrible. cuando la gota rebalsó el vaso, preferí irme a otro alojamiento antes de que ese lugar arruinara mis días en aquella ciudad, Una vez instalada en mi nuevo lugar, me dediqué a disfrutar de uno de los lugares que más me cautivan de Mardel.
El colectivo 221 es una bendición para quienes no tenemos vehículo. Recorre toda la costa y conecta con otras ciudades balnearias. Lo tomé para ir hacia las playas que están después del faro. Amplias, tienen una dinámica que me atrapa. Te llevan a caminar largamente por la orilla y te invita a entregarte a la tentadora inundación de tus pies por el mar, a pisar la arena húmeda y las miles de conchillas rotas. En el trayecto, te cruzás con familias, niños, parejas, amantes del surf y otros deportes acuáticos. Avionetas que pasan realizando anuncios, rondas de mates, pescadores, fotografías con celular, músicos improvisados, sonidos que escapan de algunos parlantes. Sol, playa, brisa, espuma, olas. Todo es perfecto. Es como un mundo aparte donde ese mar que tanto admiro, me pertenece.
Permanecer toda una tarde en ese lugar, para mí es como la gloria misma. Es un lugar que me encanta. En verano está lleno de dinamismo. En otras épocas del año, son territorio exclusivo del mar, la arena y el viento. Pero siempre es encantador.
En el atardecer, las brisas se ponen más frescas y marcan el momento del retorno. El mismo colectivo 221 me devuelve a una ciudad iluminada por las primeras luces de la noche. Los brillos nocturnos refuerzan una sensación de alegría que naturalmente me acompaña durante mi estadía. Mágica y encantadora, así es esta ciudad que me enamora. Más que un destino, es un presagio.
Mar del Plata es mi cábala. Su energía feliz y su viento marino, son como el combustible que me infunde el impulso al que le rezo cada año para seguir viajando.
¿Tenés algún destino que sea tu cábala? Compartí tu experiencia.
















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