lunes, 14 de marzo de 2016

[#DIARIODEVIAJE] Montevideo, el carnaval que no fue

El carnaval fue el motivo que me impulsó a cruzar otra vez el charco, y que me depositó directamente en la capital uruguaya. Tenía toda la fantasía de conocer la mística de esa festividad en tierras charrúas.Me habían hablado de la importancia que tenía el carnaval como evento popular, y sobre todo de la impronta de la cultura afro, del candombe, de las llamadas. Esperaba encontrar en cada esquina grupos de personas moviéndose al ritmo de los instrumentos de percusión y que la atmósfera estuviera llena de colores, brillos y alegría.
Con esa expectativa llegué a Montevideo. Otra vez Montevideo. Una ciudad que me atrapa con su fisonomía llena de nostalgia, de melancolía. Siete meses antes la había recorrido luego de un intento fallido y después de mucho tiempo de no visitarla. El carnaval me llevaba por tercera vez en menos de un año a pisar otra vez sus calles, a respirar su aire, a mezclarme con su rutina.
Antes de viajar había realizado algunas averiguaciones con el personal de información turística. No me habían dado muchas precisiones, me derivaban a contactar con la página del Museo del Carnaval. Lo hice. Tenían información de las fechas de presentaciones y los costos de las entradas. El desfile de las llamadas se realizaría un día antes de mi llegada, pero luego, todas las presentaciones tenían costo. Esperaba poder asistir a algùn evento gratuito como los que forman las murgas porteñas. Pensé que aunque no lo informaran, probablemente podría encontrar alguna murga haciendo su presentación en algún parque o espacio público y en forma gratuita. No fue así.
Es cierto que muchas personas llegan a Montevideo buscando participar de los eventos de carnaval, y aunque muchos negocios cerraban sus puertas durante los días de la festividad, no se notaba entre los locales mucho entusiasmo ni recurrencia a participar ni hablar del carnaval. Pensé que se trataba de una percepciòn personal, pero a medida que fui entablando diálogos con otros visitantes, advertí que era una opinión compartida.
El Museo del Carnaval queda en la ciudad vieja, en la zona portuaria, Pregunté en Informes Turísticos acerca de cómo llegar y qué tal era la zona para transitar por la noche puesto que ese era uno de los sitios en los que se podía asistir a los festejos. También había presentaciones en el Parque Rodó y el Parque Batlle. Las entradas tenían costo, pero las más accesibles eran en el Museo, que además incluía una visita guiada por el lugar. Los otros dos eran eventos masivos. Tenía intenciones de asistir al Museo. Sin embargo, desistí cuando el hombre, mientras me daba indicaciones en un plano, me dijo que la zona no era muy recomendable por la noche. Los colectivos me dejaban a unas cuadras y la mejor opción era tomar un taxi. No me convenció.
La opción de asistir a las presentaciones en cualquiera de los parques la descarté porque había amenaza de lluvia y aunque era una probabilidad, lo cierto es que el evento se suspendía en caso de mal clima, y yo no tenía margen para asistir otro día. Ya había sucedido que el desfile de Llamadas había tenido que suspenderse debido al aguacero.
Fue gracias a la suspensión del desfile por la lluvia, que pude al menos observar algo del carnaval. A lo largo de varias cuadras, las agrupaciones desfilaron con su trajes coloridos, brillantes, con sus cantos y sus ritmos de percusión, con sus sonrisas y sus bailes apasionados. La edad no importaba, la condición física tampoco. Lo importante era la actitud, la entrega, la pasión por el baile y el carnaval. Las aceras cubiertas de sillas y bancos conformaban tribunas privilegiadas. Mucha gente observaba el espectáculo de pie, y aplaudía y se sumaba a los festejos con sus aplausos y entusiasmo.Los flashes se disparaban con continuidad. Todo el mundo quería retratar el momento. Un momento que sin dudas era especial. Se veía en los rostros sonrientes. Se percibía en la energía de los movimientos, algunos acompasados, otros no tanto, pero siempre felices. Había tradición, historia, cultura en cada gesto, en cada paso desplegado sobre el pavimento. También en la tonalidad oscura de sus pieles. Aquello que impregna la sangre de los antepasados se ponía de manifiesto a los ojos del público. Fue un bello momento, que al cierre del desfile cerraron con fuegos artificiales. Algunos fueron detrás de las murgas tratando de prolongar unos instantes más aquella alegría. En pocos minutos, la multitud se dispersó en distintas direcciones y las calles retornaron a su rutina habitual.
Fue algo del carnaval, no fue todo lo que esperaba, pero como dicen, para muestra, basta un botón.




















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