domingo, 28 de febrero de 2016

[‪#‎ADIVINANZAVIAJERA] Humahuaca: Había una vez...

La primera vez que pisé este lugar fue porque quería conocer ese punto del mapa que resonaba en mi cabeza a partir de las canciones infantiles de María Elena Walsh. Aquello de "Había una vez una vaca en la Quebrada de Humahuaca...· se refería a toda la Quebrada pero yo quería conocer puntualmente la localidad homónima. Hice combinación desde la terminal de Jujuy, muy temprano por la mañana, y al cabo de un rato de disfrutar de un paisaje increíble a lo largo de la Ruta 9, desembarcaba en aquel pequeño pueblo del noroeste argentino.

Una terminal agitada por los movimientos que generaba la llegada y la partida de los micros me dio la bienvenida. Era un ir y venir de mochilas, de trenzas, sombreros, y amplias polleras. Una tonadita se mezclaba con algún acorde que sonaba por ahí, y el aroma de las empanadas y tortillas. No tenía referencias, así que empecé a andar. No es muy complicado perderse en un pueblo como ese sobre el cual no se tiene ningún tipo de indicación, pero tampoco es difícil encontrarse. Son apenas unas calles céntricas y después el prolongarse de las casas en direcciones distintas hacia los cerros.
Descubrir. Cuando se conoce un nuevo lugar es como ir quitando lentamente el manto que lo cubre y dejarse atrapar por la sorpresa. ¿Qué había debajo de esa sábana de desconocimiento? Un poblado de casas bajas, realizados a la vieja usanza, con años de historias acumuladas en sus paredes, con un empedrado que se corroe despacio bajo los pies de cientos, de miles de personas que transitan sus calles. El colorido de todo tipo de tejidos exhibidos para la venta en los puestos y negocios que se suceden uno al lado del otro, y cierta modorra en el ambiente que todo parece transcurrir lentamente. Quizá por eso la percepción es la de un pueblo atrapado en un tiempo que no avanza.
La historia de esa tierra, de esa población, se remonta muchos años atrás. Siglos. Fundada a fines del siglo XVI, tuvo siempre un fuerte peso en asuntos comerciales, sobre todo en los intercambios con el Alto Perú. Más tarde, cuando la extracción de minerales preciosos decayó, su estancamiento se hizo inevitable.
Encontré una Oficina de Turismo justo al lado de la Municipalidad. Pero estaba cerrada. Anduve otro buen rato observando la dinámica del pueblo, la de sus habitantes y la de los turistas y viajeros que deambulaban por todos lados. Desemboqué en la terminal nuevamente, y la encontré prácticamente desértica. Los vendedores de "sanguches" y empanadas, esperando pacientemente la llegada de nuevos micros con potenciales compradores. Las ventanillas de venta de pasajes sin personas esperando para ser atendidas. Continué nuevamente rumbo a la plaza, y encontré a muchas personas reunidas mirando hacia la torre blanca que se elevaba en el edificio de enfrente. Entendí que algo sucedería y me quedé, como el resto, esperando.

El acontecimiento se desencadenó al mediodía. Una puerta se abrió y un santo nos daba la bendición. Un instante que nadie se quería perder. Un breve ritual tras el cual, todos comenzaron a dispersarse en distintas direcciones.
Caminé hacia el Monumento a los Héroes de la Independencia. Unas escalinatas conducen a recorrer el grupo escultórico que homenajea al ejército que combatió en Humahuaca durante la guerra por la independencia. Desde arriba, se obtiene una vista del pueblo y en el horizonte se recorre parte de la Quebrada. La construcción es en sí misma llamativa por sus dimensiones monumentales para el entorno donde se encuentra instalada donde son todas casas bajas. Es un paso obligado de turistas, y es allí donde algunos niños vestidos con prendas tìpicas, ofrecen sus coplitas a cambio de unas monedas. El tema siempre es motivo de debate. Nunca estuve a favor de fomentar la mendicidad pero pensaba que en esa zona, difícilmente tuvieran otras opciones. Le ofrecí a la niña, cuyo nombre era Mayra, algunas galletitas, las cuales aceptó. Pero como insistió con la copla, acepté. Me parecía casi una falta de respeto decirle que no. No pude escuchar bien las estrofas porque hablaba con un tono muy bajo. Finalmente le di algo de dinero. Debate ético interno. Le pregunté si podía tomarle una foto y me dijo que sí. Se la mostré y sonrió. Por la tarde, mientras hacía tiempo esperando el horario del tomar nuevamente el micro, volví a encontrarla. Estaba junto a sus primos, todos de edades parecidas, alrededor de 8 años, alternando sus coplas con algunos ratos de juegos. Les convidé unos caramelos y mientras el resto jugaba e intentaba recitarle a otras personas que se encontraban en la plaza, me quedé charlando con ella. Me contó que vivían en el cerro, que habitualmente iban a ofrecer sus coplas, que la madre se las enseñaba y que le gustaba ir a la escuela y que cuando fuera grande le gustaría ser gendarme. La respuesta me asombró. Una niña de esa edad pensando en defender las fronteras. Pensaba en lo distinto de las realidades de los niños en los diferentes puntos del país. También de los adultos. 
En el regreso, el micro fue detenido por el personal de Gendarmería. Nos bajaron a todos para hacer una requisa. Revisaron todo. Fue un momento caótico. Desagradable. Había mujeres con niños pequeños y hacía frío. Sin embargo, todo el mundo debía descender con sus bolsos, alinearse en filas y esperar a que los funcionarios revisaran todo. Hicieran sacar las cosas de bolsos y valijas para que una vez hecha toda la revisación, recién se pudiera continuar el viaje.

Además de visitar la Iglesia de la Candelaria, hice una recorrida por el Museo, donde había algunos objetos de los primitivos habitantes y algunas momias, pero sobre todo me entretuve recorriendo sus calles, sus mercados de artesanías y también degustando su gastronomía típica, una empanada, un plato a base de carne de llama y más tarde una tortilla a la parrilla rellena con queso.
No hubo tiempo para mucho más. En esa ocasión, fue suficiente para satisfacer mi curiosidad con aquel pueblito, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 2003 y saldar mi deuda con aquella canción infantil. Más correctamente en mi memoria, Humahuaca se asocia ahora con la melodía de los carnavalitos que escuché en esa ocasión, y también cuando volví ya en época de carnaval, para hacer combinación con el colectivo que me llevaba a Iruya.
Humahuaca es un lugar para conocer, recorrer, descubrir, vivir. Imperdible para cualquier viajero con rumbo norte. Tanto como los otros pequeños pueblos que se explayan a lo largo de la Quebrada. Es un lugar que encanta y con un hechizo muy efectivo que no se rompe nunca.
































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