Antes de viajar, había consultado todos los circuitos que había en la Capital Nacional del Trekking. Quería hacerlos a todos, aún sabiendo que seguramente me iban a costar. Pero no sabía los detalles. La letra chica que nadie te cuenta y que te enterás de las bases y condiciones una vez que estás allá.
Cuando llegué a El Chaltén, lo primero que me dijeron fue: "Tenemos dos circuitos principales, que son Laguna Torre y la Laguna de los Tres. Después hay varios senderos más que podés hacer pero esos son los principales".
Iba decidida a hacer la mayor cantidad de senderos, y por supuesto no quería perderme los principales. Así que con la recomendación de prestar atención al clima y ya notificada de la intensa variabilidad del clima, me había ocupado de hacerlos al inicio de mi estadía, aprovechando el buen clima. Para cada día había pensado en una actividad, siempre sujeta a modificación por los imponderables que pudieran surgir. Me hubiera gustado hacer algunos senderos como el del río Eléctrico, Piedra del Fraile, incluso el de Piedras Blancas y la Laguna Toro, pero algunos eran muy difíciles porque requerían acampe, otros por la superficie o inclusive por el costo. Para uno de los últimos días en El Chaltén, decidí hacer el sendero Laguna Madre e Hija.
Este sendero es de conexión entre la Laguna Torre y el que conduce a Laguna de los Tres y Laguna Capri. Tenía pensado iniciar el recorrido desde el sendero a Laguna Torre, pero me aconsejaron que por las pronunciadas subidas, me convenía hacerlo desde la senda del Fitz Roy que va a la Laguna Capri y luego se puede continuar hacia la Laguna de los Tres.
Caminé hasta donde termina el pueblo, que es donde comienza el sendero del Fitz Roy. Había muchas personas que estaban bien dispuestas para una larga jornada de caminata ya que iban con rumbo a la Laguna de los Tres. Como ya lo había hecho, iba sin prisa. Tomándome mi tiempo para observar todo: los árboles, el camino, los cerros, las aves, las flores. El mirador del Río de las Vueltas fue la primera parada. Me quedé un buen rato mirando el paisaje. Luego, seguí caminando, pero en lugar de tomar el camino hacia la Laguna Capri, en un punto del camino hay un letrero que señala la bifurcación del camino según se quiera ir a Capri o al mirador del Fitz Roy. Como ya había ido a la Laguna Capri al volver de la caminata a la Laguna de los Tres, esta vez decidì ir por el mirador. Y fue la segunda parada importante. La montaña que humea es tan atractiva, que no pude dejar de contemplarla durante largo tiempo.
El camino luego volvía a unirse con el sendero que venía de Laguna Capri y me llevaron a desandar el mismo tramo que ya habìa recorrido en ocasión de la Laguna de los Tres. Llegada al punto donde el cartel indicador me señalaba dónde debía tomar otra huella para iniciar el tramo de las lagunas Madre e Hija, me dieron ganas de plantearme el desafío de volver a hacer Laguna de los Tres. El sabor amargo que me había dejado tanto esfuerzo para sólo permanecer dos minutos allí arriba, me impulsaba. Total, el hecho de haber llegado me había dejado el orgullo intacto. Si esta vez no llegaba, no tendría el mismo impacto.
Me plantee el desafío. Sabía que el último tramo era difícil. Al punto que en mi interior lo había catalogado como "la muerte misma". Sabía que me iba a costar, que era poco probable que pudiera tener energía suficiente para subir de nuevo. Pero si en algún punto del camino, deseaba abandonar y volver sin haber alcanzado la meta, no importaba. Ya había llegado en la jornada anterior, ya había visto las lagunas y el cerro.
Con cada paso que daba, me repetía "falta un montón, todavía hay que avanzar mucho, si vuelvo no pasa nada". Era mi manera de prepararme psicológicamente para el fracaso. De perdonarme el abandono faltando tan poco para completar el recorrido.
Pero llegué. Alcancé nuevamente la cima, volví a encontrarme con la Laguna de los Tres, con el Cerro Fitz Roy, con la Laguna Sucia. Esta vez no había viento. El sol era espléndido. Y si bien la laguna seguía congelada, el paisaje era realmente distinto.
Estuve un buen rato a orillas de la laguna. Fue mi revancha por la caminata anterior. Había mucha gente que también disfrutaba del logro de alcanzar el fin del sendero y del paisaje que obtenían como recompensa a su esfuerzo.
Cuando bajé, volví a encontrarme con el punto donde se desprendía el sendero de las lagunas Madre e Hija. El sol estaba alto y su presencia se hacía notar con intensidad. Ya me había desprendido de algunas capas de ropa y los brazos al descubierto pronto sintieron la fuerza de los rayos. Fue cuando noté que en los brazos no me había puesto protector solar y que los tenía rojos. Me puse el protector pero ya era tarde, las mangas de mi remera me habían quedado tatuadas.
El sendero me regalaba postales de las lagunas. En un tramo pude incluso bajar a la playa y mirar todo desde otra perspectiva. Postales hermosas registradas en las retinas. Después fue continuar el sendero y hundirse en un bosque, extenso, enorme, infinito, húmedo y solitario. Nadie andaba por allí, no es uno de los senderos más populares, y por momentos la soledad hacía pensar si se trataba del sendero correcto o me había desviado en algún punto del camino. No había indicios de dónde estaba ni cuánto faltaba para conectar con el sendero de la Laguna Torre. Por momentos me apuré porque tenía la sensación de encontrarme en un laberinto interminable. Los tramos en los que el camino había que hacerlo en bajada, recordé el sabio consejo de realizarlo en ese sentido y no desde Laguna Torre.
Cuando por fin alcancé el sendero de Laguna Torre, todavía me faltaban cinco kilómetros para volver al pueblo. Entonces caminé mucho más tranquila. Era un camino ya conocido y además me sentí feliz porque no sólo había logrado alcanzar por segunda vez la Laguna de los Tres, también había recorrido el sendero de la Laguna Madre e Hija, Había sido el día de mayor caminata y estaba en mejores condiciones que otros días.
A diferencia de la primera vez, que había partido para hacer el sendero a Laguna de los Tres desde la Hostería El Pilar, a consejo de todos los que me decían que el camino era agotador, que era mucho desgaste de energía y que no tenía mucho sentido hacer esa parte del camino que era en subida, si podía partir de la Hostería, que además me permitía conocer el Glaciar Piedras Blancas, esta vez había partido desde el propio pueblo, había caminado hasta la laguna a los pies del Fitz Roy, había retrocedido, tomado el camino de las otras lagunas y había vuelto al pueblo, todo en una jornada por demás intensa y lo había logrado con éxito. Internamente supe que debía confiar más en mi empeño, y que si lo hubiera hecho la primera vez, no hubiera necesitado pagar por el transfer hasta El Pilar. Fue una experiencia rica y aleccionadora, donde inspeccioné caminos alternativos y donde descubrí que el límite siempre está donde uno lo coloca, y que si querés ir más lejos, sólo tenés que hacerlo.
Me parece maravillosa la experiencia... Alucinante el paisaje, uno queda atrapado ante esa inmensidad... Debo proponerme recuperar mu salud física para tratar de copiar semejante hermosa hazaña...
ResponderEliminarApuesto a tus ganas y entusiasmo para lograrlo! Que lo disfrutes!!! Y muchas gracias por tu aporte :)
EliminarMARAVILLOSO RELATO Y FOTOGRAFIAS. HAS SIDO MUY AFORTUNADA DE HACER ESTE VIAJE !!!
ResponderEliminarSí, realmente. Muchas gracias, me alegra mucho tu aporte!!!
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