Había otros circuitos que también son muy lindos, como el de Río Eléctrico, y Piedra del Fraile, pero para llegar a ellos se necesitaba pagar transfer y también el acceso al lugar. Teniendo en cuenta los gastos que implicaba, decidí hacer esta caminata que me conducía a un mirador.
La sola idea de caminar tantas horas para llegar a un mirador, no me entusiasmaba mucho realmente. Pero me impulsó la idea de que quizá realmente valiera la pena. Con esa incertidumbre me levanté temprano y empecé a andar. Atravesé el pueblo. Se lo notaba tranquilo, mucho más tranquilo de lo habitual. Parecía que aún dormitaba, remoloneando el amanecer que traía la mañana. Quizás era yo la que estaba somnolienta, o tal vez fuéramos ambos.
Llegué al punto de inicio del sendero y la pregunta clave se instaló en mi cabeza "¿estàs segura?" No lo estaba. Pero aún así, no di marcha atrás.
Los primeros tramos en ascenso me recordaron que llevaba varios días caminando y que la falta habitual de ejercicio me pasaba factura por el exceso de actividad en tan pocos días a través del cansancio de todos mis músculos. Avanzaba. De tanto en tanto me daba vuelta para ver el paisaje que dejaba atrás. El pueblo iba haciéndose pequeño y frente a mi se abría un horizonte de pastizales y un camino que se perdía entre idas y vueltas y que parecía no tener fin.
Hice un gran trecho del camino sola. No me cruzaba con nadie que regresara, lo cual era lógico teniendo en cuenta que era temprano, y tampoco parecía sumarse nadie al circuito. Todo el paisaje me pertenecía.
Las flores silvestres que lucían despiertas con los primeros rayos del sol, los carpinteros que siempre en pareja hacían resonar sus toc toc sobre algún tronco, las pequeñas aves coloridas que me acompañaban con su canto, las liebres que tan furtivamente como aparecían, se disparaban entre las matas huyendo con rapidez, los pastizales, las montañas con sus picos nevados a lo lejos, los árboles secos y los de verde follaje, todo eso me pertenecía. Un cielo claro, con algunas nubes a veces y un sol tímido, también las reclamaba para mí.
Caminé lentamente por ese paisaje conmovedor de la mañana. Me interné en un sector boscoso que me resultaba hermoso por sus árboles altos, su suelo acolchado, los troncos tirados por cualquier lado que eran casi una invitación formal para sentarte y conectar con ese momento de encuentro entre el propio ser y esa porción del universo. Tenía que hacerlo a mi ritmo, seguir adelante según mis posibilidades. No importaba que estuviera sola, el camino estaba correctamente marcado y seguramente todo estaría bien.
Hubo un tramo donde el suelo estaba anegado. El derretimiento de nieve y algunas precipitaciones habían planteado un obstáculo al camino. Sin embargo, pude avanzar. En medio del silencio del bosque escuché un ruido de pasos, alguien venía caminando a un ritmo que no podía seguir y que avanzó rápidamente. Al rato, un hombre mayor venía caminando también a buen ritmo. Hicimos juntos el resto del sendero. Era un hombre de casi 70 años pero que tenía una agilidad y un entrenamiento envidiable. Me contó que hacía natación dos veces por semana, que salía a correr y entrenaba casi todos los días.
El trayecto final hacia el mirador era todo de piedras, y había nieve. Se había comenzado a nublar y de a ratos soplaba el viento. Faltaba poco, así que avanzamos. Caminamos entre las piedras y la nieve. Cuando finalmente estuvimos frente al mirador, la vista realmente era asombrosa. Se veían los cerros, el glaciar y la laguna Torre, y todo el paisaje circundante. También se observaba, a lo lejos y a nuestras espaldas, la Bahía Túnel.
Era como un cuadro pintado a imagen y semejanza divina. Todos los elementos colocados en la escena eran fantásticos y no hacían más que despertar asombro. Inspeccioné la vista con la lente de la cámara y me senté un buen rato a contemplar el paisaje. Ya en el mirador había varias personas que habían llegado antes y otras que se fueron sumando. El clima estaba varriable y amenazaba con complicar el regreso. De a ratos no hablábamos, nos quedábamos mudos mirando la belleza del cuadro.
Al rato se nos sumó un chico, era el mismo que me había pasado mientras caminaba. En el camino también se había hecho conocido del hombre septuagenario. Allí estábamos los tres, contemplando el paisaje, mechándolo con historias y anécdotas. Como el clima estaba raro, decidimos bajar. Y lo hicimos a buen ritmo. Para las 16 ya estábamos compartiendo una gaseosa en el bar de la terminal.
La Loma del Pliegue Tumbado no es cualquier mirador. Es un sitio increíblemente hermosos que la naturaleza dispuso en un punto clave para que pudiéramos apreciar su belleza. Un sendero más que recomendable para realizar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario