Todo empieza con una idea. Después hay que darle forma. Finalmente llevarla a la práctica. En el medio, una serie de aprendizajes, sensaciones, sentimientos entremezclados que van aclarándose y fluyendo al compás de los pasos.
Federico Ezequiel Gargiulo tuvo una inquietud, una curiosidad, una idea que esperó latente su turno para entrar en escena. Esa ocurrencia, quizá un poco loca al principio, encontró un compañero de aventuras. Y luego otro. Entre los tres se embarcaron en un proyecto ambicioso, pero no imposible. Huellas de Fuego, es el relato de esa travesía, desde sus orígenes hasta su fin.
El desafío tenía como meta recorrer la Península Mitre, una de las zonas más difíciles de la Isla de Tierra del Fuego. Unirían la ciudad de Ushuaia con la estancia María Luisa, bordeando la costa del Canal de Beagle. La empresa requería de mucha tenacidad y decisión. Un territorio inhóspito, un terreno complicado, un clima frío, un espacio apenas habitado por algún que otro audaz lugareño.
Una vez decididos a embarcarse en la aventura, los tres jóvenes expedicionarios iniciaron su periplo con sus mochilas a cuestas. El recorrido a pie tenía a algunos mapas y una brújula como principales aliados. En el camino, descubrirían también la solidaridad y la importancia del trabajo en equipo.
El emprendimiento dejó al descubierto, una vez más, que a los deseos hay que ayudarlos para que se cumplan, que nada es producto del azar. El empeño, la dedicación, el temple fueron fundamentales.
Las crónicas de antiguos exploradores llegados hasta esas tierras les sirvieron como referencia y de alguna manera también los guiaron con sus relatos. Después, fue hacer camino al andar. Eligieron el 1 de mayo como fecha de partida. Sabían que les esperaba una gran aventura, y a su conquista se lanzaron.
Atravesaron bosques, turberas, suelos escarchados, pendientes pronunciadas, acantilados, playas, vadearon ríos de agua helada que en ocasiones llegaban a alcanzar el pecho, arroyos correntosos, caminaron bajo el sol, con lluvia, con nieve. Se sorprendieron con bellos paisajes, con atardeceres increíbles y con cielos poblados de miles de estrellas. Una travesía semejante, realizada a las puertas del invierno, tuvo un plus de heroísmo. Fueron 36 días de puro aprendizaje.
El trabajo en equipo fue sin dudas, el protagonista absoluto en el éxito de la expedición. Aprender acerca de las posibilidades de cada uno, poner sus esfuerzos al servicio de un objetivo común, respetar los espacios de cada quien, definir roles, cuidarse, acompañarse, valorarse. Aprender a mantener alta la moral del equipo, superar los obstáculos, alentarse mutuamente, definir y compartir códigos. Conformaban una unidad y entre los tres alcanzarían la meta. "Los nómades de Mitre" eran todos para uno y uno para todos.
Las manos amigas que encontraron en el camino conspiraron a favor del cumplimiento del propósito de los tres jóvenes. Después, ese sueño se completaría con charlas en las escuelas para compartir con los adolescentes el resultado de su experiencia.
El relato del periplo es atrapante. Un diario de viaje que cuenta su desarrollo día a día y que además aporta datos sobre la historia, la geografía, la flora y la fauna del lugar. Como adicional, un apartado contiene bellas fotografías que ilustran la odisea. Un libro para conocer ese rincón del Fin del Mundo, y que además, inspira a viajar.
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