sábado, 17 de octubre de 2015

[‪#DIARIODEVIAJE‬] El viaje revancha: Esquel - La Trochita. Capítulo 2

El sábado era el día del paseo en La Trochita. La primera vez que estuve en Esquel, más de una década atrás,  no pude hacer el recorrido por falta de coincidencia de horarios. En mis recuerdos atesoraba la imagen del ingreso del micro a Esquel y ver pasar muy cerca al tren que ya había iniciado su trayecto habitual. Fue la única imagen que tuve famoso tren por mucho tiempo.
Hace dos años me encontré con la sorpresa que desde El Maitén se hace otro recorrido entre esa localidad y la estación Desvío Thomae. La combinación para llegar desde Bariloche a El Maitén era complicada, había que ir a El Bolsón y desde ahí tomar un colectivo pero en horarios que resultaban en la práctica de imposible combinación. Así fue como tuve que contratar una excursión con una agencia. Como los únicos interesados en realizar el viaje éramos una pareja y yo, nos llevaron en un remis que nos esperó hasta la finalización de la actividad. En El Maitén, hay un Museo y también están los talleres donde se realizan las tareas de mantenimiento del tren. Se realiza una visita guiada y luego, el paseo en tren. Esa experiencia había resultado fantástica. Tenía un misticismo, una magia que era como transportarse en el tiempo y disfrutar de un deleite anacrónico cuyo resultado era una imborrable sensación de alegría y bienestar. Sin embargo, esa Trochita, no parecía ser "La" Trochita. La auténtica, en mi imaginario, como le sucede a muchos, estaba en Esquel.
El famoso tren de trocha angosta que es uno de los más emblemáticos de Argentina, es uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad de Esquel. Mis ganas de conocer ese tramo seguían intactas. No sólo porque es un sello de esa población austral, si no porque en definitiva, el paisaje que se observa es diferente. Cuando planifiqué mi viaje al Sur, Esquel estaba incluido básicamente por esas ganas de hacer el viaje en el tren.
Compré el pasaje con anticipación. Iba a recorrer ese paisaje probablemente con un poco de nieve de fines del otoño. Pero como esos planes quedaron opacados por un regreso anticipado y un viaje inconcluso apenas iniciado, en esta revancha el tren no podía faltar, sobre todo porque me crucé con la amabilidad y generosidad de la gente que trabajaba allí y que puso mucho de su voluntad por mantener intacta mi reserva. Enormes e infinitas gracias sentí por esa suerte que conspiraba a favor de mis deseos.
Ese día me levanté temprano, desayuné y salí a recorrer las calles que me separaban desde el hostel hasta la estación ferroviaria. La emoción crecía a medida que me acercaba. Es una increíble sensación de bienestar que la hace también indescriptible.
En la construcción que fue la vieja estación, funciona un pequeño museo. Algunas piezas del ferrocarril y fotografías, cuentan la historia del Viejo Expreso Patagónico que este año festeja sus 70 años. El tren cuya trocha de 75 centímetros es su sello de identidad y su locomotora a vapor, por fin íbamos a vernos las caras.
Mi ubicación estaba en el coche del medio, el 1125, afortunado número. Cuando descubrí que la comodidad que me había tocado era la de la ventanilla, volví a sentir el guiño del universo.
Las ruedas del ferrocarril empezaron a rodar lentamente. Nunca llegaron a rodar rápido, es un viaje tranquilo que permite disfrutar del paisaje. Las montañas, los pastizales, la estepa, el mallín,
fragmentos de la ciudad. En los cruces de calles y rutas, la misma reacción, la gente mirando el tren y saludando su paso. Adentro, la salamandra calentando el ambiente de vagones originales, y otros refaccionados. La guía pasa por los vagones contando un poco de la historia del tren y responde las preguntas de los turistas que cámaras fotográficas en mano se entrega al paisaje.
Seguramente el señor que viajaba a mi lado debe haberme detestado un poquito. A cada rato abría la ventana para poder obtener fotos y el viento frío le debe haber provocado más de una molestia. Pero tanto esperar por este viaje, era inevitable la tentación de sacar fotos y más fotos. Además no era la única, muchas cabezas se asomaban por las ventanillas, sobre todo en las curvas que permitían apreciar la máquina a vapor en todo su esplendor.
Me maravillé con el paisaje, me dejé fascinar por la vista de la locomotora en cada curva. Y no oculté mi sorpresa ante la huida de las liebres que rápidamente salían disparadas entre las matas próximas a las vías y se escondían entre la vegetación amarillenta. En El Maitén ya me había deleitado con ese simple descubrimiento. Sentía que era como jugar a las escondidas. Las liebres tenían miedo a ser descubiertas y salían disparadas a encontrar un nuevo escondite. En el medio, yo cantaba "piedra libre".
La Vuelta del Huevo es el punto clave del viaje. Es una curva pronunciada que permite obtener una vista privilegiada del tren. Y es también el lugar donde el tren descarriló la última vez. El relato de la guía llena de asombro a todos, y también de cierto temor. Pero es la misma guía quien explica que ese día de 2011 había tanto viento, ráfagas que llegaban a superar los 120 kilómetros por hora, que fueron suficientes para romper la resistencia del tren, Afortunadamente no hubo heridos.
Además de la guía, un músico con guitarra en mano realiza algunas canciones que hablan de las tradiciones del lugar y las creencias mapuches. Es un anticipo de lo que sucederà después, la llegada a la Estación Nahuel Pan. Allí el tren se detiene por espacio de casi una hora. Hay tiempo suficiente para recorrer las escasas dependencias que se encuentran en el páramo. Un museo de las culturas originarias, unos locales de venta de torta fritas y una pequeña feria de artesanos. Más allá una inmensa geografía se muestra extensa y árida, difícil y solitaria. A lo lejos, un grupo de ovejas marcha en fila tras las órdenes de unos niños que las arrean.
Para entrar al museo se paga un bono contribución cuyo costo es "a voluntad". Algunas piezas de cerámica, fotografías, objetos de la vida cotidiana se distribuyen en reducidos compartimentos. Una señora que peina sus canas en un rodete lleva una chaqueta azul con un distintivo del museo. Una pareja se fotografía con la señora, al ver la situación otra mujer le pregunta también a la anciana si le pueden tomar una foto. La respuesta fue "sí, si me dan una propina". Luego, la turista la interroga "¿usted es una mapuche?" y me pide con su tablet que le tome una foto a ella, la mujer que la acompañaba y "la mapuche".  Me quedé pensando en esa situación. Por un lado me pareció muy bien que le preguntaran si podían fotografiarla, por otro lado, la mujer acepta a cambio de una propina y reflexiono sobre la pregunta "¿usted es una mapuche?" y en la necesidad de la turista de obtener una foto "con la mapuche".  Pienso en que los habitantes locales esperan la llegada del tren que trae a los turistas para poder ofrecer sus productos y obtener ingresos.
No le tomé ninguna fotografía, pero sí me dio curiosidad la mujer. La observé parada allí en la sala, con su mirada vidriosa y sus arrugas delatando el paso del tiempo y también la rigurosidad del clima. Me acerqué para intentar una charla. Le hice un comentario sobre la crudeza del clima y me dijo que ella siempre vivió allí, que está acostumbrada. Después le pregunté cuánta gente integraba la comunidad, y me respondió "y, son muchos, muchos". Era muy escueta en sus palabras y su tono de voz era bajo. "Algunos andan en el campo, con los animales", me dijo. "¿Con las ovejas?", le pregunté, recordando que había visto a aquellos niños arreando a los ovinos. "Sì, en el campo". Fin del diálogo.
Por supuesto, como muchos, también me compré una torta frita. Es como una tradición. Y también una forma de hacer un aporte. Cuando termino mi recorrido por la feria, descubro que ya comenzaron las maniobras para cambiar la ubicación de la locomotora. Todos están allí, a la expectativa de los movimientos, y todos buscan retratar a la estrella del paseo, la máquina a vapor. Pocos minutos después, se inicia el regreso.
Una vez que volvimos a pasar por la Vuelta del Huevo me fui hasta el vagón comedor. La consideraba una visita obligatoria. Tenía que ir y sentarme a disfrutar el paisaje degustando algo rico. El vagón era de madera y tenía sus ventanillas decoradas con cortinas blancas. Pedí un café y una tarta de frutos rojos que era exquisita e irresistible. Era demasiado para una sola persona, pero tuve que hacer el sacrificio.
Cuando el tren volvió al punto de partida, tuve toda la sensación de objetivo logrado, de sueño cumplido. Dejé la estación bajo un sol brillante, y con una sonrisa enorme.



































2 comentarios:

  1. Te felicito por tu experiencia, se nota en cada palabra que realmente lo disfrutaste muchísimo y que es algo que vale la pena hacer.

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  2. Vale mucho la pena! Gracias por tu comentario :)

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