Los viajes y el turismo como actividad, generan lazos entre las personas y fomentan el intercambio cultural. El viajero se desplaza con interés por conocer no sólo bellos paisajes, si no también aspectos relacionados con la cotidianeidad de las personas y su forma de vida.
Muchas veces es sorprendente cómo las personas pueden superar las barreras del lenguaje y aún sin dominar el idioma, establecer vínculos de comunicación. La predisposición y la ayuda de la comunidad residente suele ser un aspecto que incide definitivamente en la experiencia del viaje.
A menudo, es frecuente ver a viajeros independientes que utilizan los servicios públicos, que son fundamentales en la vida cotidiana de la población residente como lo son los medios de transporte, por ejemplo. Y en ese sentido, resulta llamativo cómo se da el intercambio entre las personas.
En algunas líneas de transporte se utilizan tarjetas, o se compran tickets comprados con anterioridad en determinados puntos de venta, o son adquiridos al chofer quien además de conducir el vehículo debe cortar los boletos y manejar el cambio. En más de una ocasión me tocó presenciar cómo la población residente suele ofrecerse para pagar un boleto, o facilitar el cambio o un ticket ante un incauto viajero desprovisto de lo necesario para obtener su pasaje. Sin embargo, esa amabilidad no siempre es retribuida por los visitantes.
Recuerdo que cuando fui a Iruya desde Humahuaca, el colectivo recorría un largo trecho a través de caminos de cornisa, atravesaba ríos y arroyos, y avanzaba por sitios remotos donde apenas se veía a algún poblador. Sin embargo, en el lugar menos esperado, había alguien esperando el bus. El colectivo salía prácticamente completo desde la terminal, y luego se iba llenando con pasajeros que viajaban parados a lo largo del recorrido. La mayoría de los que tomaban el micro en la terminal eran personas que estaban de viaje con fines turísticos. Los residentes, no.
Personas mayores, curtidas sus pieles por los años, el frío, el calor, las vivencias, mujeres con niños en los brazos, o embarazadas. No importaba quién subiera al colectivo, no había asientos disponibles y tenían que viajar parados. Me sorprendió que nadie les cediera el asiento. Los pobladores tampoco lo solicitaban, viajaban resignados a esas condiciones. Ese cuadro de situación me dejó pensando durante algún tiempo. Me llamaba la atención cómo era posible que ninguno de los visitantes tuviera un gesto de amabilidad, de educación, de cordialidad. Pensaba en que cuando uno viaja se acerca a los pobladores locales, interactúa con ellos, curiosea sobre sus formas de vida, espía su ámbito y durante un tiempo comparte ese paisaje. El viajero siente curiosidad, pero también el residente se interesa por el visitante.Sin embargo, la comodidad no se cede.
Hace poco, en mi viaje por el sur, volví a tener una visión similar. Viajeros con sus bolsos y mochilas enormes, ocupando asientos en colectivos que ni se inmutaban ante un residente que llevaba a un niño pequeño en brazos o una señora mayor que debía viajar parada por no haber asientos. La pasividad con la que observaban la situación, sin siquiera hacer un atisbo de ceder el lugar. Pensé en ese momento, en que en la ciudad a nadie parece importarle la presencia de personas mayores, embarazadas o con movilidad reducida y que en muchas ocasiones se observa cómo ante el pedido de asiento, algunos hacen oídos sordos, mientras que otros los ceden a regañadientes y que esa situación suele ser parte del paisaje cotidiano.
En el sur me encontré con gente que habitualmente se moviliza haciendo dedo, esto quiere decir que siempre hay alguien dispuesto a poner de su voluntad para hacer más sencillo un traslado. El sistema de micros suele ser bastante deficiente en cuanto a sus frecuencias y eso implica en ocasiones, largas esperas o frecuencias limitadas. La posibilidad de trasladarse mediante la buena predisposiciòn de los conductores es una forma de colaboración, de comprensión, de ayuda. Es una modalidad también utilizada por los viajeros. En ese sentido, lo que resulta llamativo es que al momento de pedir ayuda, asombra el buen gesto de quien lo genera, pero no sucede lo mismo cuando llega la oportunidad de ofrecer ayuda. No quiero decir con esto que ningún viajero ni que todos los residentes, pero es un fenómeno que observé en más de una ocasión y que realmente me apena. Entran en juego valores, códigos, gestos que lejos de unir, terminan generando indiferencia y provocando distancia. Esta es sólo una reflexión de algo que llamó mi atención. ¿Alguna vez observaron una situación similar? ¿Cuàl fue su experiencia?
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