viernes, 13 de marzo de 2015

[#DIARIODEVIAJE] Santiago, otra mirada.

En un posteo anterior comenté algunas de las cosas que me llamaron la atención de Santiago. Pero con el suceder de los días, descubrí otros aspectos que me invitaron a la reflexión.
Las miradas son tan diversas como las experiencias de cada uno. A veces, una ciudad puede representar un conjunto de experiencias positivas y en el recuerdo quedará como una linda ciudad, y a otra persona en el mismo sitio le puede parecer absolutamente lo contrario. A mí, Santiago me produce estar en alerta, abierta a sorprenderme sobre algo que resulte diferente.
Así como me asombran los edificios vidriados, altos, modernos y los automóviles, la tecnología, la contaminación ambiental y otras cuestiones que ya he mencionado, también me sorprende la división existente en la capital chilena.
Las condiciones de vida no son las mismas en todos lados. Eso es algo que por lo general suele suceder en muchos lugares, pero en Santiago la división parece ser tajante. Existe un sector elitista, que el común de la gente dirá que es "una zona fifí" y que no tiene nada que ver con otros sectores de la ciudad. Las indicaciones me dirán que en general se puede circular sin problemas por la ciudad, pero que hay algunos lugares específicos que es mejor evitar. Si es en la zona de La Moneda, seguramente habrá más seguridad, pero antes de llegar a ella y después, hay zonas de riesgo.
El Mercado Central, cuyo edificio fue inaugurado en 1872 y está declarados Monumento Histórico, es el lugar más recomendado para comer pescados y mariscos, pero por cuestiones de horario, no lo pude visitar. Los consejos decían, "si vas a ir a comer, andá temprano, después la zona se pone fea". Y decían, del Mercado para allá es una cosa, del Mercado para el otro lado del río, es otra cosa.

En eso coincidía el taxista que me llevó hasta el centro. En el recorrido se observaban casas bajas, simples, de fachadas de diversos colores -algunas descascarada-, puertas y ventanas pequeñas y muchas rejas. La contraparte de los grandes edificios. Sin embargo, de ese contexto, lo que me llamó la atención fueron los locales de venta de sushi. En casi cualquier sitio puede uno encontrar locales de venta de suchi (como le llaman acá). Y eso es algo que también llama mi atención. El sushi no entra en mi dieta y creo que en mi imaginario quedó grabado como comida de gente adinerada, a pesar de que llegó a popularizarse tanto que su consumo es bien frecuente.
Me habían hablado de una zona de sectores medios y otras a los que ni los carabineros pueden ingresar. "Te das cuenta cuando mirás el suelo. Normalmente está quemado. Eso es porque cuando hacen barricadas encienden fuegos con neumáticos y esas cosas". También me contaron que la gran presencia de inmigrantes es lo que genera más inseguridad. He ahí otro factor de diferenciación social. Por un lado, la propia diferencia entre los sectores "fifí", los sectores medios y aquellos a los que no se puede ingresar y por otro lado, la diferenciación entre los locales y los inmigrantes.Dicen que el gobierno implementó algunas medidas tendientes a fomentar la llegada de inmigrantes peruanos para que establecieran sus negocios en la ciudad y que por eso se encuentran tantos locales de comida peruana. Además de inmigrantes peruanos, mencionaron una gran cantidad de colombianos y haitianos. Mientras mi mirada se perdía en la observación de lo que pasaba más allá de la ventanilla, el taxista comentó: "por aquí había una zona que era como un patio de comidas donde había muchos locales de comida chilena. Ahora todos esos puestos están ocupados por inmigrantes. El gobierno les da mejores condiciones a los extranjeros que a los propios chilenos. Pero esta zona se pone fea ya desde el viernes porque como se acerca el fin de semana, empiezan a tomar y no miden, entonces se arman peleas, hay mucho lío".
En ese momento pensé que en todos lados hay inmigrantes a quienes echarles la culpa de los males.
En la estación del tren Mapocho, pensaba asistir a una muestra sobre la India, pero las personas a las que comenté mi intención, me dijeron que ni lo intentara. La zona de la vieja estación entra dentro de lo no deseado. La aclaración no se hace esperar. "Nunca pasó nada, pero para qué tentar. Sí, dicen que hay arrebatos, pero yo no he sabido de ningún caso concreto". No fui. Pero porque finalmente empecé a caminar hacia otra dirección. Quería ver el Palacio de la Moneda. Anduve por esa zona, le pregunté a un policía qué me recomendaba visitar, me sugirió el Paseo Ahumada, la peatonal que conecta la Alameda del Libertador con la Plaza de Armas. Cuando le dije que iba a ir unas cuadras más allá y después en todo caso volvía para visitar el Paseo, noté que intentaba disuadirme. "Pero el centro se termina acá nomás, ya después hay barrios, vaya para este otro lado". Fui unas cuadras, pasando la Torre Entel, la torre de comunicaciones de 127 metros de altura, construida en 1974, pero era cierto. No había mucho más.
Anduve dando unas vueltas por ahí. La fisonomía de la zona me recordó por momentos a Constitución, Once. De alguna manera esos lugares de mucha circulación tienen una dinámica parecida. Y aunque podía sentir algo de desconfianza, lo cierto es que la zona me resultaba familiar. Me llamó la atención la presencia de muchos locales con vidrios polarizados de los cuales se escuchaba música, con luces de colores en la puerta, y alguna que otra chica ligera de ropas invitando a pasar. En muchos de ellos se veían carteles manuscritos en los que solicitaban empleadas para la barra. Recordé que el taxista, como otras personas me habían dicho lo mismo. "Aquí si uno quiere trabajar, trabajo hay. Quizá no son las condiciones que a uno le gustaría, pero que hay trabajo, hay. También tenemos seguridad, aunque hay zonas que hay que evitar". El taxista tenía una jornada de 15 horas por día, porque con menos no le alcanza. En cualquier empleo, la jornada normal es de 10 horas.
El Paseo Bulnes me invitó a recorrerlo. Varias cuadras para caminar, en cada una, una fuente de agua. Algunos barcitos con mesas en la vereda. En uno de esos lugares, un hombre presentaba su show de canto a cambio de alguna propina. Mientras me alejaba me acompañaban las estrofas de "Algo contigo". Cuando pasé por el Paseo Tradicional del Libro Manuel Tobar Pérez, los puestos de venta ya estaban cerrando. La zona se ponía bastante oscura y no parecía un buen paseo para hacer en penumbras.
En el Paseo Ahumada muchos negocios ya estaban cerrados, pero igualmente había mucha circulación de gente. Y muchos manteros. Los puestos vendían de todo, desde prendas de vestir, hasta cuadros, artesanías, CDs. En una esquina se acumuló mucha gente. Tres hombres agitaban a viva voz la venta de ropa. "Todo le sale mil, ahorre dinero chiquillo, toda ropa de marca, lleve, lleve". Y la gente llevaba. De a varias prendas. La forma de agitar parecía impulsar la venta. A cada grito, las personas sumaban prendas. La mayoría se iba con dos o tres prendas.
También había varios grupos de persona en torno de una mesa donde un hombre hacía el truco de esconder un objeto debajo de un cubilete y mezclarlo con otros dos similares, moverlos rápidamente a ver quién adivinaba dónde estaba. Nadie nunca adivina. También había pastores solitarios orando frente al micrófono, y grupos de cantores. Algunos puestos de venta de papas fritas, elaboradas ahí mismo, y de mote con huesillo.
La Plaza de Armas, en la que derivé al final del Paseo Ahumada, también tenía mucho movimiento. Algún espectáculo callejero, muchos vendedores ambulantes. Los edificios emblemáticos ya estaban cerrados. La Catedral tenía su fachada en refacción, así que era poco lo que podía observarse.
Otra de las cuestiones que me llamó la atención de Santiago es la frecuencia con las que encontré comentarios a favor de la dictadura. Inevitable pensar en lo mal que los gobiernos totalitarios le hacen a las sociedades, pero que aún así, hay gente que continúa prefiriéndolas. El mismo Río Mapocho, que es casi un símbolo de Santiago, vio sus aguas teñidas por las consecuencias de la dictadura y es testigo de la profunda división social resultante.
La posibilidad de contar con una educación gratuita es toda una bendición. Estudiar en Chile es muy caro. Es cierto que la calidad de la educación es materia de cada vez mayor preocupación en Argentina, pero tener la posibilidad de acceder a un título universitario, no es poco. Más tarde, un chico de Haití me dirá que el nivel de vida en Santiago es caro, y que acceder a estudios universitarios es caro, pero la carrera que a él le interesa de Ingeniero Agrónomo en Chile es buena y que en Buenos Aires averiguó que la carrera no es tan buena y hay más inestabilidad e inseguridad.
Otro detalle que no debería asombrarme, pero que me sucede, es que los autos le dan prioridad al peatón en las calles. Los lugareños están seguros de que los vehículos van a parar. A mí, sin embargo, me produce desconfianza, y suelo preferir esperar. Pero verdaderamente con regularidad, los autos dan prioridad de paso al peatón.
En Santiago me siento un poco sorda. Me cuesta entender lo que me dicen. Y dudo en si estoy perdiendo la capacidad de escucha, o se habla muy bajo. Estaba en esa reflexión cuando advertí que la cadencia del habla hace que las palabras no tengan siempre la misma intensidad, así que por ese motivo, la mayoría de las veces sólo escucho una parte y el resto debo re preguntarlo. Ni hablar de los modismos locales. Entonces, es cuanto más advierten que no soy del lugar, y comienzan las preguntas de rigor, y la risa cómplice.
Esta recorrida por otra zona de la ciudad, me dio una versión diferente de Santiago. Básicamente, encontré que aún cuando no todos tengan autos lujosos, en todos los comentarios que recibí, mencionaron que en términos generales como país se ven bien, que tienen trabajo, que hay seguridad. Que si no se mete uno en zonas deliberadamente peligrosas, se puede circular tranquilo. De camino al aeropuerto, algunas casas hacinadas y precarias son el símil de las villas miserias que tenemos en Buenos Aires. Otra postal de una misma ciudad.
Esta fue otra mirada sobre Santiago, pero estoy segura que hay muchas otras más miradas posibles.
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