viernes, 6 de marzo de 2015

Diario de viaje: Perfume de Colonia

El aroma era atractivo, persistente, insistente, hipnótico, seductor. En mi memoria se agitaron los recuerdos de vivencias pasadas, y todo conspiró a favor.
Colonia es una ciudad chiquita, minúscula. Cada fin de semana, muchos son los argentinos que invaden sus tranquilas calles. Así como yo también la invadí.
La distancia entre Buenos Aires y Colonia es tan pequeña, que el Río de la Plata es apenas un charco. Una hora es suficiente para que el ferry una ambas orillas. En poco rato, un contingente numeroso de visitantes deambula por las calles inmortalizando en fotos las imágenes más llamativas de la ciudad. Quizá el mayor obstáculo a superar es el de los costos. La cotización de las monedas hace que cualquier consumo resulte superior a las tarifas locales para los argentinos. Ese es un tema de confusión para mí. Nunca fui buena para los cálculos, y tener que hacer cuentas mentales me resulta difícil. Opté por no cambiar divisas ya que los pesos argentinos son bien aceptados por los uruguayos. Simplemente me limité a pedir que me traduzcan los precios de uruguayos a argentinos, y en ese caso eran los comerciantes los que sacaban su calculadora. Por supuesto que el parámetro no es claro porque el margen de cotización es bastante amplio entre un comercio y otro. Sin embargo, sea cual fuera la cotización, todo resulta caro. Por suerte, para todo lo demás están las tarjetas de crédito.
El Puerto de Colonia al cual llegan las embarcaciones que van y vienen desde y hacia Buenos Aires, es una central moderna. Ya en el arribo, es inevitable advertir la fuerte apuesta que Uruguay hace al turismo, siendo que esta actividad económica es la principal de Colonia. Se estima que por ese puerto ingresa 80% del turismo que llega a Uruguay, estimado en 3 millones de turistas por año. Otras actividades de importancia son la agrícola ganadera, especialmente lechera y quesera y también hay bodegas que producen su brebaje derivado de la uva tanat. A pocos pasos de allí, el Centro de Bienvenida, Interpretación y Turismo, es una oficina que asesora sobre todo el país.
A pocos metros del puerto se encuentra la terminal de ómnibus. El flujo más frecuente se da entre Colonia y Montevideo. La capital uruguaya está a unos 177 kilómetros de la pequeña localidad, y se accede a ella por la ruta nacional 1, construida en 1933.
Colonia es un lugar bello. Lleno de historia y de nostalgia. Es como si un halo sepia la cubriera todo el tiempo. Hay una conexión muy fuerte con el pasado, hacia aquella época en la que los portugueses y españoles se disputaban los territorios a uno y otro lado del eje trazado por el Tratado de Tordesillas. En 1680 los portugueses fundaron la Nova Colonia do Santíssimo Sacramento, que en la actualidad es la ciudad más antigua de Uruguay. La colonia tenía además de intereses militares, mercantiles.
El territorio fue tomado alternativamente por portugueses y españoles en siete ocasiones. Y tantos vaivenes no pudieron menos que quedar registrados en la arquitectura, en sus calles, en la memoria. Los típicos ranchos portugueses de fisonomía baja, de construcción simple, con techos a dos aguas y tejas musleras convive con las casas de estilo colonial cuyas ventanas tienen rejas y guardapolvo. Las calles empedradas, con una zanja en el medio para el escurrimiento de las aguas, sin veredas, son de origen portugués. Las calles con veredas y drenaje a los costados, son de estilo español. Y así como esas, pueden encontrarse diferentes indicios de la historia del lugar. Y esa atmósfera que habla de los esclavos, del comercio, de conquistas y reconquistas, de coronas y piedras preciosas, de bienes derivados hacia territorios centrales, se percibe en el ambiente.
El río es protagonista en la historia de Colonia. Y es clave en su crecimiento y desarrollo. El río conoce sus penas y alegrías. El río cuenta sus secretos y transmite sus bondades. La mirada se pierde en el horizonte para encontrar una imagen fantástica donde a lo lejos el cielo y el río se unen y las embarcaciones parecen suspendidas en el aire.
Hay cierta sonoridad en las calles. Algún timbal suena. Y en el restaurante que está frente a la costanera, un músico toca la guitarra con una melodía en bossa nova que resulta irresistible. Los acordes se repiten como una letanía. Al rato, la música es reemplazada por los estridentes cotorreos de una bandada de loros que copan un sauce cercano.
Domingo radiante, de mucho calor. Cuesta caminar, por suerte, el paquete incluye una caminata breve y el bus turístico que no sólo tiene aire acondicionado, sino también la facilidad de subir y bajar en cada parada cuantas veces se desee. En total son una decena de paradas, en cada una se recorre un punto relevante turísticamente. El Shopping, las playas, la Plaza de Toros, el Hotel Sheraton, el mercado de artesanos.
El ingreso al casco histórico está señalizado por el Portón que en el pasado era la puerta de entrada a la ciudad amurallada, cuyos restos aún persisten. Una placa señala el hito histórico. A pocos metros, la Calle de los suspiros es un polo de atracción. Un nombre romántico para una historia que no lo es tanto, y que por el contrario está más relacionada con el comercio de los placeres corporales. La Plaza Mayor, la Basílica del Santísimo Sacramento -con piezas del siglo XVII-, los museos históricos, sociales y culturales, son espacios de visita obligada. También lo es el Faro, construido a mediados del siglo XIX, tiene una altura de unos 34 metros, desde donde se obtiene una vista panorámica de la ciudad y el río. 
Más allá del casco histórico, está la Plaza de Toros Real San Carlos, una construcción abandonada atrae por sus características arquitectónicas. A pocos metros, el Museo del Ferrocarril es un emprendimiento privado que exhibe algunos vagones de tren restaurados y reproduce el ámbito de la estación. En Colonia, el ferrocarril dejó de funcionar en 1985.
Las playas son otros de los atractivos de Colonia. Hay varios espacios donde pasar un momento agradable a la sombra o tomando sol mientras, caminando por las playas de arena fina y zambulléndose en el río. 
Las construcciones de piedra, los faroles, los restaurantes pequeños que miran al río, se tiñen todos de dorado. La caída del atardecer es una explosión de colores. La caminata por la costanera y el muelle, conectan con ese río que va y viene con sus olas suaves o que braman con intensidad en los días de furia y con un paisaje que en el adiós, dibuja una sonrisa. 
Será hasta la próxima vez. Cuando tu aroma vuelva a ilusionarme, a contagiarme, cautivarme y atraerme hasta tus orillas. 
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